El inspector Garmendia estaba sentado frente a ella,
la miraba sonriente, sin embargo había algo en esa jovilidad que a la
señora Esquivel no le gustaba.
—No entiendo el motivo de su visita inspector
Garmendia…
—Le voy a explicar, estimada señora, hace unas
semanas, usted viajó con su dama de compañía, a Chascomus, después visitó
Mar del Plata y en uno de esos viajes se vio envuelta en un robo… ¿verdad
señora Esquivel?
La cara de Mariana Esquivel fue cambiando de color,
hasta llegar a un pálido descolorido, buscó en su mente las palabras adecuadas,
y no las hallaba, al fin exclamó:
—Sí, pero nada tuvimos que ver, en el viaje, se nos
acercó un señor que subió en Constitución, era muy simpático y
casualmente viajamos juntos en el mismo vagón —la señora Esquivel se retorcía
las manos y agrandaba sus ojos al hablar— ese caballero nos utilizó, no
fue un caballero, fue un sinvergüenza, bajó en Chascomus y nos
acompañó hasta el hotel cargando nuestras valijas...por favor señor Garmendia,
no me diga señora Esquivel, me llamo Mariana, mis amigos me dicen Maru.
Garmendia sonrió y le explicó:
—Resultó que su amigo simpático era un ladrón
especializado en gemas preciosas, estimada Maru…—Garmendia quedó en
silencio unos instantes, como para darle mayor importancia a sus palabras— El
ladrón se llama Ramiro Barrios, es español, lo venimos siguiendo desde hace
unos meses, se nos escapa con la agilidad de un gato. Cometió el robo en una
joyería de la Av Alvear, siempre trabaja solo, pero creemos que esta vez
ha tenido un cómplice o dos...
La cara de Maru dibujó una sorpresa fingida.
—¿Saben quién es su cómplice?
—Estamos en eso, a su regreso, usted salió de Mar del
Plata y llegó a Buenos Aires en micro y por las cámaras de Retiro, el ladrón y
usted viajaron en el mismo micro.
Mariana se sobresaltó.
—No lo sabía, le juro que…
El inspector hizo un gesto con la mano para que
callara.
—Volviendo al día que llegaron por la mañana a
Chascomus, una de las mucamas me dijo que Barrios regresó por la noche
y pidió saber su habitación. ¿Qué sucedió?
Esquivel se puso de pie, dio vueltas por la
habitación, cambió su gesto tranquilo y respondió con los ojos llenos de
lágrimas:
—Es verdad. ¡¡Qué momento vivimos!! Barrios dijo
que el día que nos ayudó con las valijas, dejó en el bolso de mano de Raquel,
mi acompañante, un paquete y quería recuperarlo.
Garmendia seguía con su sonrisa que ya se había
transformado en una mueca burlona.
—Frente a él dimos vuelta el bolso de Raquel y nada
encontramos, luego… —La señora se pasaba la mano por la frente, se la notaba
agotada— usted no se imagina que mal estábamos las dos, él, furioso, no nos
creía, no entendíamos de que paquete hablaba, hasta que en un momento, sacó un
arma, nos amenazó y nos obligó a abrir las valijas, las dio vuelta,
buscando su bendito paquete, pero no encontró nada, hasta que Raquel
llorando a moco tendido abrió el fondo de seguridad interior de su
maleta, sacó un bulto envuelto en papel madera y se lo entregó.
Lagrimas de desesperación brotaron de la señora al
recordar lo que habían vivido.
—¿Así que Raquel tenía las gemas y se las entregaron
a Barrios?
Garmendia preguntó con esa burla que parecía dibujada
en su cara y ser parte de ella, Mariana respondió:
—¡¡Por supuesto!!
Esquivel tomó asiento, ya no lloraba, se la veía muy
tranquila.
—No entiendo por qué aparece usted y me hace todas
esas preguntas Inspector… —dijo con un gesto de soberbia.
Garmendia cambio la sonrisa por un gesto serio,
demasiado serio.
—Las piedras que le devolvieron a Barrios eran simples
baratijas que seguramente compraron en algún mercadillo de la zona cercana al
hotel y ustedes se guardaron las verdaderas, detuvimos a Barrios al
llegar a la estación Retiro, las iba a seguir para meterse en su casa y
obligarlas a que le devolvieran las piedras preciosas.
El rostro de la señora era una luna llena, parecía a
punto de desmayarse.
—Seguramente fue un juego divertido para usted —dijo
Garmendia— sacar las gemas del hotel sin que nadie sospechara, pero cuando le
pregunté a las mucamas si habían detectado algo que les llamara la atención
sobre su persona, una de ellas observó que usted al llegar vestía un traje gris
perla muy bonito, y al marcharse llevaba el mismo equipo pero, con pequeñas
piedras pegadas en la solapa que lo hacía muy llamativo.
Mariana estaba a punto de desmayarse.
Se escuchó un llanto ahogado, Garmendia se puso de pie
y abrió una puerta que comunicaba con un pasillo, allí sentada en el piso y
llorando a mares estaba Raquel, la dama de compañía de Esquivel. El inspector
la ayudó a levantarse y ella, furiosa, dijo señalando con el dedo índice
a Esquivel:
—Te lo dije, Te lo dije, era una broma peligrosa ese
hombre casi nos mata la primera vez y ahora vamos a ir presas por tu intento de
ser ladrona y divertirte.
—¡¡Cállate Raquel!! Sos una aburrida, fue una broma
que salió mal —lo miro sonriente a Garmendia— si nos hubiéramos quedado con las
gemas seriamos ricas… ¿cuánto valen?
—Esas gemas son lo que se llama; diamante rojo, un
millón por quilate.
Las dos mujeres pegaron un grito, Mariana se agarró la
cabeza y
con el asombró dibujado en su
cara, Raquel preguntó:
—¿Y ahora que va a suceder con nosotras?
—Puede que si entregan las gemas y dicen la verdad,
que fue todo una aventura y ponen un buen abogado la cosa se resuelva bien, aunque
no lo creo, por el momento van a venir conmigo y van a tener que declarar
frente a un juez y los abogados del joyero.
Raquel volvió a llorar a los gritos, mientras la
señora Esquivel se mantenía fría con una roca.
En la puerta las esperaban dos móviles, subieron
acompañadas por dos mujeres policías, mientras Raquel seguía llorando, Mariana
Esquivel disfrutaba del viaje con una sonrisa y acariciando las gemas de su
saco, soñaba en la buena vida que se hubiera dado si lograba
realizar el robo y sin llegar a entender el problema en el que se había
metido.