Seguidores

lunes, 8 de abril de 2024

Garmendia y la señora Esquivel.


 

 


 

El inspector Garmendia estaba sentado frente a ella, la miraba sonriente, sin embargo había algo en esa jovilidad que  a la señora Esquivel no le gustaba.

—No entiendo el motivo de su visita inspector Garmendia…

—Le voy a explicar, estimada señora, hace unas semanas, usted viajó con su dama de compañía,  a Chascomus, después visitó Mar del Plata  y en uno de esos viajes se vio envuelta en un robo… ¿verdad señora Esquivel?

La cara de Mariana Esquivel fue cambiando de color, hasta llegar a un pálido descolorido, buscó en su mente las palabras adecuadas, y no las hallaba, al fin exclamó:

—Sí, pero nada tuvimos que ver, en el viaje, se nos acercó un señor que subió en  Constitución,  era muy simpático y casualmente viajamos juntos en el mismo vagón —la señora Esquivel se retorcía las manos  y agrandaba sus ojos al hablar— ese caballero nos utilizó, no fue un caballero, fue un sinvergüenza, bajó en  Chascomus  y nos acompañó hasta el hotel cargando nuestras valijas...por favor señor Garmendia, no me diga señora Esquivel, me llamo Mariana, mis amigos me dicen Maru.

Garmendia sonrió y le explicó:

—Resultó que su amigo simpático era un ladrón especializado  en  gemas preciosas, estimada Maru…—Garmendia quedó en silencio unos instantes, como para darle mayor importancia a sus palabras— El ladrón se llama Ramiro Barrios, es español, lo venimos siguiendo desde hace unos meses, se nos escapa con la agilidad de un gato. Cometió el robo en una joyería  de la Av Alvear, siempre trabaja solo, pero creemos que esta vez ha tenido un cómplice o dos...

La cara de Maru dibujó una sorpresa fingida.

—¿Saben quién es su cómplice?

—Estamos en eso, a su regreso, usted salió de Mar del Plata y llegó a Buenos Aires en micro y por las cámaras de Retiro, el ladrón y usted viajaron en el mismo micro.

Mariana se sobresaltó.

—No lo sabía, le juro que…

El inspector hizo un gesto con la mano para que callara.

—Volviendo al día que llegaron por la mañana a Chascomus,  una de las mucamas me dijo que Barrios regresó por la noche  y pidió saber su habitación. ¿Qué sucedió?

Esquivel se puso de pie, dio vueltas por la habitación, cambió su gesto tranquilo y respondió con los ojos llenos de lágrimas:

—Es verdad. ¡¡Qué momento vivimos!!  Barrios dijo que el día que nos ayudó con las valijas, dejó en el bolso de mano de Raquel, mi acompañante, un paquete y quería recuperarlo.

Garmendia seguía con su sonrisa que ya se había transformado en una mueca burlona.

—Frente a él dimos vuelta el bolso de Raquel y nada encontramos, luego… —La señora se pasaba la mano por la frente, se la notaba agotada— usted no se imagina que mal estábamos las dos, él, furioso, no nos creía, no entendíamos de que paquete hablaba, hasta que en un momento, sacó un arma, nos amenazó y nos obligó a abrir las valijas,  las dio vuelta, buscando su bendito paquete, pero no  encontró nada, hasta que Raquel llorando a moco tendido abrió el fondo de seguridad  interior de su maleta, sacó un bulto envuelto en papel madera y se lo entregó.

Lagrimas de desesperación brotaron de la señora al recordar lo que habían vivido.

—¿Así que Raquel tenía las gemas y se las entregaron  a Barrios?

Garmendia preguntó con esa burla que parecía dibujada en su cara y ser parte de ella, Mariana respondió:

—¡¡Por supuesto!!

Esquivel tomó asiento, ya no lloraba, se la veía muy tranquila.

—No entiendo por qué aparece usted y me hace todas esas preguntas Inspector… —dijo con un gesto de soberbia.

Garmendia cambio la sonrisa por un gesto serio, demasiado serio.

—Las piedras que le devolvieron a Barrios eran simples baratijas que seguramente compraron en algún mercadillo de la zona cercana al hotel y  ustedes se guardaron las verdaderas, detuvimos a Barrios al llegar a la estación Retiro, las iba a seguir para meterse en su casa y obligarlas a que le devolvieran las piedras preciosas.

El rostro de la señora era una luna llena, parecía a punto de desmayarse.

—Seguramente fue un juego divertido para usted —dijo Garmendia— sacar las gemas del hotel sin que nadie sospechara, pero cuando le pregunté a las mucamas si habían detectado algo que les llamara la atención sobre su persona, una de ellas observó que usted al llegar vestía un traje gris perla muy bonito, y al marcharse llevaba el mismo equipo pero, con pequeñas piedras pegadas en la  solapa que lo hacía muy llamativo.

Mariana estaba a punto de desmayarse.

Se escuchó un llanto ahogado, Garmendia se puso de pie y abrió una puerta que comunicaba con un pasillo, allí sentada en el piso y llorando a mares estaba Raquel, la dama de compañía de Esquivel. El inspector la ayudó a levantarse y ella,   furiosa, dijo señalando con el dedo índice a Esquivel:

—Te lo dije, Te lo dije, era una broma peligrosa ese hombre casi nos mata la primera vez y ahora vamos a ir presas por tu intento de ser ladrona y divertirte.

—¡¡Cállate Raquel!! Sos una aburrida, fue una broma que salió mal —lo miro sonriente a Garmendia— si nos hubiéramos quedado con las gemas seriamos ricas… ¿cuánto valen?

—Esas gemas son lo que se llama; diamante rojo, un millón por quilate.

Las dos mujeres pegaron un grito, Mariana se agarró la cabeza y                                                                                                                                                                                                                                                                                                             con el asombró dibujado en su cara, Raquel preguntó:

—¿Y ahora que va a suceder con nosotras?

—Puede que si entregan las gemas y dicen la verdad, que fue todo una aventura y ponen un buen abogado la cosa se resuelva bien, aunque no lo creo, por el momento van a venir conmigo y van a tener que declarar frente a un juez y los abogados  del joyero.

 Raquel volvió a llorar a los gritos, mientras la señora Esquivel se mantenía fría con una roca.

En la puerta las esperaban dos móviles, subieron acompañadas por dos mujeres policías, mientras Raquel seguía llorando, Mariana Esquivel disfrutaba del viaje con una sonrisa y acariciando las gemas de su saco,  soñaba en la buena vida que se hubiera  dado si lograba realizar el robo  y sin llegar a entender el problema en el que se había metido.