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miércoles, 23 de octubre de 2024

El crimen del cura.


 

Carmona entró al bar en el que Garmendia saboreaba una cervecita bien helada. Llegó empapado, la lluvia de aquel sábado le había calado hasta los huesos.

-¿De dónde venís? -pregunto Pedro mirando los zapatos embarrados de su ayudante.

-De la villa, mataron al Padre Ramón, le metieron dos puñaladas y lo dejaron tirado en el patio de atrás de la capilla- se quitó el impermeable, lo colgó del perchero y tomó asiento, pidió un café y dijo:

- La gente dice que fueron los transas, pero esas puñaladas no son el estilo de esos muchachos, usaron un cuchillo de tumberos…el jefe dice que vayamos a investigar.

Pedro se reacomodo inquieto en la silla, conocía al transa de la villa, no le gustaba, era el jefe de los soldaditos que iban y venían en sus motos haciendo el delivery de droga,  un mocoso de unos veintitantos años, prepotente hasta con sus amigos y demasiado sanguinario, todos le temían, se llamaba Salvador Aquiles y según se presumía, era hijo de un pez gordo de la política,  llevaba el apellido de la madre, así que no se conocía a ciencia cierta quién era el padre, pero, que estaba protegido; ¡¡Lo estaba!!

-Apura el café y vamos a ver que pasó…

Llegaron a la capilla y la gente arremolinada en la puerta los miró con desconfianza, al ver que los dejaron pasar, intentaron acercarse a preguntar, el personal policial los alejó.

El padre Ramón era muy querido, vivía en la villa y conocía todas las necesidades de la gente, ayudaba, aconsejaba y estaba presente en cada casa cuando era necesario. Desde que había llegado ocho años atrás, hubo un cambio, las peleas a balazos disminuyeron y hasta los transas calmaron sus escándalos, pero las relaciones entre ellos y el cura eran lejanas, no se aceptaban, el cura los respetaba, siempre y cuando no se metieran con la gente trabajadora del lugar. Era fuera de la villa donde se vendía la droga, la clientela figuraba más allá del asfalto.

Según contaron los policías presentes, la tarde anterior, la gente de la pastoral, había tenido reunión como todos los viernes, al largarse la lluvia se retiraron a sus casas. A la mañana llegaron dos mujeres que daban catequesis y encontraron al padre tirado en la parte de atrás de la capilla, boca abajo y con restos de sangre que había lavado la lluvia.

Luego de preguntar a los amigos del padre Ramón, no quedaban dudas, las relaciones entre los transas del barrio y el cura era complicadas.

Sin embargo y según Garmendia resultaba demasiado fácil culpar al capo de la droga, era un joven inteligente y sabía de sobra que no debía meterse con el sacerdote, le gente del barrio lo quería y sentía  devoción por el cura, armándose de coraje fue a visitar a Salvador.

Aquiles vivía frente a la villa en una antigua casa que había pertenecido a la familia de su madre, fue ella quien abrió la puerta y los hizo pasar a la oficina del muchacho, ya estaba enterado de la muerte del padre Ramón y al preguntarle Garmendia cuál era su relación con el cura, respondió:

-No he tenido problemas con el curita, varias veces vino a visitarme y convinimos que la droga no se debía vender en la villa, que mis muchachos no jugarían con armas de fuego, como hacían antes, era cosa de pibes tirar al aire, les gustaba asustar a los vecinos, cosa que ya no hacen.

- ¿Por qué será que los habitantes de la villa te señalan como asesino del cura? -preguntó Garmendia y notó asombro en los ojos de Salvador.

- ¡Pregúnteles a ellos! -respondió con rabia- yo cuido a la gente del barrio, los transas de otro lugar acá no entran, ni transas ni chorros…

-Está bien Salvador, si encuentro algo nuevo volveré a visitarte -dijo Pedro y lo miraba a los ojos intentando descubrir en ellos algún dejo de temor, que no lo encontró.

-Haga lo que quiera -le dijo el transa- pero cuanto más lejos lo vea,  mejor…

Nadie los acompañó hasta la puerta, salieron a la calle, subieron al coche seguidos por la mirada curiosa de los vecinos.

 

Luego del entierro, Carmona venia manejando el coche de Garmendia y le preguntó:

-¿Algo te llamó la atención?

Garmendia negó con la cabeza.

-A mí sí, varias chicas jovencitas y embarazadas en el cementerio y por la forma que lloraban parecía que se les había muerto un familiar, tenemos que hablar con la sacristana, pero hoy, dejemos descansar a todos, mañana vamos hasta la capilla.

A la tarde siguiente, se acercaron buscando a la sacristana. La señora Araceli era una santiagueña simpática y amable, vivía al lado de la capilla, los recibió con café a los investigadores y ante la pregunta de quienes eran las chicas embarazadas, dio una respuesta que los asombró.

“Son las chicas del hogar MaminaS, allí se recibe a las pibas  embarazadas, que la vida se les complica, las echan los padres o los novios las abandonan.”

-¿Cómo funciona eso?- preguntó Garmendia.

-Es una historia que comenzó hace pocos años, el padre estaba levantando una escuelita para jardín de infantes y guardería cuando comenzó el covid, el barrio se revolucionó, había muchos viejitos solos que no podían seguir en esa situación y lo que iba  a ser una guardería. termino siendo guardería de abuelos -Araceli hablaba y acompañaba sus palabras con el movimiento de sus manos -el padre Ramón y otros curitas se encargaban de cocinar y cuidar a los viejos, yo era una de las que estaba sola… – Araceli volvió a servir café y Garmendia la escuchaba interesado, mientras Carmona daba vueltas por la cocina buscando algo para comer–y comenzaron a conocerse casos en el barrio, de chicas, que por estar embarazadas no tenían dónde ir, una que el novio no quería al hijo, otra que los padres la echaron de la casa por ser una vergüenza y así fue creciendo el hogarcito entre los viejos y chicas abandonadas.

-¿Dónde está el hogarcito?

-Atrás de la capilla, cruzamos el patio y lo encontramos, termine el café que los acompaño.

El hogar era un amplio salón rodeado de cuartos, las abuelas, sólo quedaban dos, vivían en el último y su ventanal daba al patio de atrás de la capilla.

Carmona quedó haciendo preguntas a las chicas, tratando de investigar y Garmendia fue al cuarto de las dos abuelas, una de ellas tejía, mientras la otra se hallaba sentada en un sillón frente al ventanal. La tejedora, se llamaba Celina, era rosarina y le contó su vida al inspector, la otra no hablaba, ni prestaba atención a Garmendia.

-¿Qué le pasa a la señora que no habla, ni me mira?- preguntó Pedro a Celina.

-Tiene demencia senil y pasa horas en silencio, otras veces habla de cosas viejas como si hubieran ocurrido recién, es buenita, se llama Trini…sufrió mucho con la muerte del curita Ramón, ella lo consideraba su hijo y desde entonces sigue allí sentada con la mirada fija en el patio de atrás de la capilla, parece esperar algo...

Nada saco en limpio de la conversación con Celina, ninguna pista que desenredara la telaraña y le permitiera  una idea, al menos, para investigar.

Carmona encontró que una de las chicas, Sandy, le relató algo importante, ella había escapado de la casa que habitaba con su novio, un tal Federico Sartori. Al quedar embarazada, él la obligo a abortar, Sandy se negó y debido a eso, la golpeó, ella asustada se escapó a la casa de una tía, el matón la buscó hasta encontrarla e intento, hacerla cambiar de opinión, Sandy se negó nuevamente a interrumpir su embarazo y Sartori volvió a pegarle, la chica debió ser hospitalizada, allí la conoció el padre Ramón y para evitar que nuevamente la golpeara y sucediera una tragedia la llevó a vivir a MaminaS. Cuando Sandy creía que su vida se encaminaba en paz, apareció de nuevo su ex novio, intentó llevársela por la fuerza, cosa que no logró y furioso, amenazó al cura creyendo que entre él y Sandy había una relación.

Al regresar, Pedro manejaba en silencio, de pronto dijo:

-Estoy seguro que ese tipo es el asesino, pero cómo demostrarlo…

Carmona lo miro y le dijo:

-¿Estás adivinando?

-No, es una idea que me vino de golpe por las actitudes del tipo, es un violento que cuando no consigue lo que quiere emplea la fuerza bruta.

Al investigar a Sartori se llevaron una sorpresa inesperada, había estado preso varios años por un crimen en una pelea callejera, debido a sus arreglos con un juez le redujeron la condena y en pocos años salió libre, era un violento, los datos de su expediente lo confirmaban.

Lo buscaron y lo encontraron. Sartori era dueño de un taller mecánico en San Martín cerca de la estación de trenes, vivía en una pequeña casa en el fondo de su taller. Garmendia y Carmona se presentaron y ante las preguntas de los investigadores se mostró manso como un cordero, aseguró estar arrepentido de su proceder con Sandy y juro que nada tenía que ver con la muerte del padre Ramón y que las amenazas al cura era una invención de su novia, ese día viernes había trabajado en su taller mecánico hasta tarde y su ayudante, dio testimonio confirmando sus palabras.

Todas las hipótesis de Garmendia se vinieron abajo, salieron del taller mecánico apesadumbrados, se estaba haciendo difícil encontrar pistas que los llevaran a una solución. Regresaron a la oficina, pero antes pasaron por el bar del gallego Manuel a ver si con unas cervezas se les pasaba el mal humor, Carmona iba en silencio, cada uno sumido en su bronca y tratando de encontrar la punta de esa madeja de conflictos.

Iban por la segunda cerveza cuando Garmendia dijo mordiendo las palabras:

-No le creo nada a ese tipo Sartori, estoy seguro que fue él…

-Pedro, el ayudante dijo que ese día trabajaron hasta tarde, estás empecinado con el tipo.

-El ayudante puede decir lo que quiera por estar amenazado, no te olvides que es un matón y un cobarde, aparte me hace ruido el que haya estado preso, no te olvides que al cura lo mataron con un arma tumbera.

Recién en la tercera cerveza la cara de Garmendia se iluminó y exclamó:

-Vamos a buscarlo, se me ocurrió algo.

Carmona sin entender que se le había ocurrido a Pedro, lo siguió.

Llegaron al taller y Sartori los miró sorprendido, se hallaba tomando mate con su ayudante, quien al verlos dio un paso atrás, se lo notaba inquieto.

-Acompáñenos -dijo Pedro- es para un control de rutina.

Extrañado y de mala gana, aceptó ir con ellos, no le dijeron a dónde iban, cuando se dio cuenta que enfilaban para la villa, Sartori se removió en el asiento, se lo notaba intranquilo. Bajaron en la puerta de la capilla, al verlos algunos vecinos se acercaron curiosos, Carmona les hizo un gesto para que se alejaran, entraron los tres, Garmendia se adelantó, Carmona empujó al tipo y pasaron a la parte de atrás de la capilla, quedaron de pie en el mismo patio que habían encontrado muerto al cura. Sartori no entendía nada, Carmona le dijo:

-Muévase, camine por el patio que en seguida viene Garmendia.

De pronto unos gritos que ponían los pelos de punta, llegaron de la casa de las abuelas, Garmendia intentaba calmar a Trini que se debatía en sus brazos presa de un ataque de histeria, mientras miraba con terror y señalaba a Sartori que sorprendido y sin entender nada miraba curioso al ventanal.

-Ese hombre malo… pobre mi Ramón…-lloraba y se abrazaba a Garmendia que no sabía cómo calmarla.

La demencia senil de Trini, no era Alzheimer, ella se perdía por momentos, pero recordaba y al ver a Sartori volvió a ver ante sus ojos la escena que había contemplado días atrás desde la ventana de su habitación, ese hombre había matado a su querido Ramón, al que ella creía su hijo.

 

Mientras el coche policial se llevaba esposado a Sartori, Garmendia y Carmona quedaron en la puerta de la capilla con Araceli, fue ella la que preguntó:

-¿Cómo se les ocurrió preparar esa escena para que Trini lo viera a Sartori?

-Fue Celina, la anciana que está con Trini -dijo Garmendia- ella dijo que la enfermedad deTrini no era Alzheimer, que por momentos recordaba, así se me ocurrió traer al posible asesino al mismo lugar donde ella lo había visto matar al cura, Celina dijo que Trini esperaba algo, que no se movía de su sillón, era una posibilidad que fuera Sartori, si la abuela lo reconocía, de alguna forma lo iba a manifestar.

-Fue un riesgo… ¿y si Trini no se daba cuenta? -preguntó Araceli.

-Volveríamos a empezar – respondió Garmendia encogiéndose de hombros.

 

Esta vez los abogados de Sartori nada pudieron hacer para sacarlo libre, el caso le toco a la fiscal Suárez, nada lograron las trampas que tejieron los juristas de la defensa, el juez condenó Sartori a treinta años, al salir su hijo, al que le quiso negar la vida, ya sería un hombre.