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domingo, 24 de marzo de 2024

El poder de los sentidos.


 

 


El inspector Garmendia entró en la casa, recorrió la planta baja, salió al pequeño parque, las luces con sensor de movimiento se encendieron y pudo apreciar; un limonero y algunas flores,  nada que llamara su atención.

Volvió a la vivienda, subió las escaleras y se encontró con un pasillo, varios dormitorios, al final un baño, una casa normal, al menos lo parecía, sin embargo había sucedido un crimen.

En una de las habitaciones, una joven, demasiado joven, pensó Garmendia, se estremecía entre sollozos entrecortados, Sánchez, la mujer policía trataba de calmarla con palabras suaves; pero había sido demasiado shockeante el momento vivido por la chica.

Haber  entrado al cuarto de su hermano y tropezar con su cuerpo fue un momento difícil de superar para una joven ciega. Ella llamó al 911 y luego a sus otros hermanos.

Garmendia no quiso preguntarle nada, hasta que se tranquilizara, se acercó al cuarto continuo, la policía científica todavía trabajaba en los detalles. El médico forense se acerco al inspector y le dijo:

—Cinco puñaladas, una sola mortal.

—¿Está el arma?

—No. Parece una daga de lamina aplanada… debe haber muerto entre las 18hs y 20hs, me voy, mañana te confirmo y paso el informe.

Garmendia levantó la sábana que cubría el cuerpo. Era joven, no tenía más de veinticinco años, de pie un muchacho de casi la misma edad  lo miraba, se parecían.

—¿Sos el  hermano? —preguntó Garmendia.

—Sí, soy Lucas Marines, nos aviso Clarita, mi hermano mayor y yo trabajamos en un local de antigüedades.

—¿Cómo maneja su hermana el celular?

—Está preparado para ella, tiene botones de memoria.

—¿El fallecido a que se dedicaba?

Pareció dudar al responder.

—Federico… estudia por la noche  en la Usam y durante el día se encargaba de mi hermana ciega, ella se desenvuelve bien, pero, hace dos años intentaron entrar a robar y desde entonces él quedaba durante el día y cuando cerramos el local, nosotros acompañamos a Clarita  y él va a la facultad.

Lucas Marines se dejo caer en un sillón, miró el cuerpo cubierto y la cara se le congestiono de dolor.

—Mejor vaya afuera, en el parque el aire fresco le va a hacer bien—le dijo Garmendia.

Volvió al otro cuarto, la joven se notaba más serena, miró a la agente y esta le dijo con un gesto que la chica estaba mejor.

—Clara, soy el inspector Pedro Garmendia, estoy encargado de resolver qué sucedió con su hermano. ¿Usted, cómo está?

Con un hilo de voz, la joven, respondió que podía hablar, se puso de pie fue a buscar una guitarra, regresó con ella a la silla y dijo:

—Estudio guitarra, lo hago sola, de oído, escuché el timbre, a pesar de la música, luego la puerta de calle, mi hermano abrió desde adentro, alguien subía las escaleras, sus zapatos sonaban fuerte, debía ser pesado, escuché que hablaba con Fede, era la voz de un hombre, algo ronca, luego discutían, deje de practicar y puse el oído en la pared…

Quedó en silencio, acariciaba la guitarra, la abrazaba y suspiraba, en ese silencio entró Lucas, se sentó a su lado y la abrazó.

—Me asusté, no sabía qué hacer, gritaban, escuché golpes, algo que  caía, algo pesado, me asuste más, luego Fede gemía de dolor, me dije que debía llamar al 911, los llamé y también a mis hermanos. Fui al cuarto de Fede y al entrar, alguien que salía me llevó por delante, caí al suelo y el hombre bajó la escalera corriendo, me puse de pie y al entrar tropecé con el cuerpo de mi hermano, le dije; ¡¡Fede!! ¡¡Fede!! y no me respondió…me quedé a su lado, hasta que llegó la policía, la puerta de abajo estaba abierta… subieron… y  nada…eso es todo.

Clara y Lucas se abrazaron, eran dos criaturas llorando desesperados, Carmona, el ayudante de Garmendia se acercó y le hizo un gesto para que lo siguiera. Sobre el piso del cuarto de Fede la científica extendió varios ravioles de Cocaína y tres bolsas  grandes. Garmendia se agarró la cabeza.

—Demasiado para consumo propio —murmuro Carmona.

—En que mafia estaba este pendejo…llama al hermano.

Lucas entró y su mirada fue rápida a las pruebas que desde el suelo se ofrecían como joyas, el joven abrió los ojos, miró uno por uno, al inspector, al ayudante a los de la científica.

—¿Qué es esto?—la voz se le ahogaba en la garganta por la emoción y el sollozo.

—Cocaína —respondió Garmendia.

—Nunca lo vi drogado, no lo puedo creer, tal vez es de otra persona…

—Puede que sea dealer, vendedor, algunos no consumen.

Lucas daba vueltas, gemía, era una fiera herida. Carmona trato de calmarlo.

—Tranquilícese,  ahora los de la científica se van y se llevan el cuerpo y las drogas, le teníamos que mostrar lo que hallaron.

—¿Dónde estaba eso? —preguntó Lucas.

—Escondido en un hueco bajo las tablas del piso, la cama cubría los detalles.

Entró un joven alto y delgado, parecido a Lucas, quedó de pie  mirando la escena, el cuerpo de su hermano menor, la desesperación de Lucas y las bolsas de cocaína en el piso, quedó mudo con la boca abierta a la nada. Se apoyó en el marco de la puerta, su cara fue tomando una palidez de luna, miró a Garmendia y preguntó:

—¿Qué es esto? Soy Marcos, el hermano  mayor, recién llego de la central de policía,  me tuvieron casi dos horas haciendo preguntas, ya no me sostenían las piernas y esos desgraciados me trataban como si yo hubiera sido el asesino —avanzó hasta el cuerpo de su hermano que ya estaba tomando una rigidez post mortem, le quitó la manta que cubría el rostro y lo acarició y le dijo con cariño— ¿En qué te metiste boludo?

Los de la científica se llevaron el cuerpo, solo quedaron acompañando a los hermanos, Garmendia, la oficial Sánchez y Carmona.

—Vamos a la cocina le dijo Carmona a Marcos, Garmendia los siguió. Como un autómata Marcos preparó café.

—¿Quiere que avisemos a alguien?—preguntó el inspector.

La respuesta cargada de tristeza tardó en llegar…

—No tenemos familia, mis padres murieron hace varios años…

Bebieron el café en silencio.

 

Ya en la oficina, Carmona consultó:

—¿Voy a preguntar  en la Universidad?

—Sí. Hay que moverse rápido, creo que este pendejo se quiso pasar de vivo, yo voy a averiguar con “salitre”, él conoce a todos los dealer de la zona.

 

“Salitre” lo miraba por encima de sus anteojos negros, no estaba conforme con los dos mil pesos que disimuladamente Garmendia le paso sobre la mesa, al fin, agregó uno más y el gesto del buchón continuaba fruncido, recién al quinto; habló:

—El pibe Marines vendía en el bar de Carmelo, al salir de la facultad se sentaba, con una cerveza y esperaba, los clientes eran  pibes, a las doce se iba, sé que a veces vendía en la casa y por la calle.

El inspector pidió dos cafés y volvió a preguntar:

—¿Hay algún comentario de quién lo liquido?

—De los conocidos, ninguno, el pibe no afanaba, cumplía con la entrega, era respetado —“Salitre” movió la cabeza intentado decir algo, pero quedó en el intento— dudo  de que haya sido algunos de los vendedores o capos de la zona, yo que vos, averiguaría… sobre los padres de los chicos que compraban.

Garmendia se sorprendió, más que un dato, la frase fue una seguridad.

—¿Hay alguna noticia en el barrio que yo no sé…?

—Hace un mes murió un pibe que era cliente de Marines, dicen que se le fue la mano entre la droga y el alcohol y el padre andaba enloquecido averiguando quién le vendía al mocoso, es lo último que escuche…

 

Carmona regresó de la universidad sin novedades, regresó al barrio y se encargó de investigar quién fue el pibe que murió.

Resultó ser el hijo de un abogado; Gaspar Caminos, profesor de la facultad, el hijo tenía quince años, no tuvo control y  el corazón no le aguantó.

Investigador y ayudante visitaron a Caminos.

El abogado resultó un tipo joven no llegaba a los cincuenta, corpulento y muy elegante, los recibió en su estudio, con amabilidad.

El día que mataron a Fede, él estaba dando clases, la coartada fue controlada y cierta. Garmendia y Carmona quedaron en un laberinto sin salida. Hasta que a Carmona se le ocurrió:

—El tal Caminos es abogado criminalista, ¿quién te dice que entre tantos mafiosos conocidos, no contrató alguno para el trabajo sucio…?

Averiguaron entre los casos del Doctor Caminos y los que tenían antecedentes de ser asesinos por encargo  eran dos y estaban en libertad; el chino Sandoval y Manuel Ardiles.

Sandoval presentó pruebas de haber viajado y estar en esos días en  Río Negro junto a su familia. Ardiles aseguró y lo confirmó su esposa de estar alejado de la mafia, se había retirado a un pueblo en las afueras de Pilar, vivía muy humildemente y se dedicaban a las artesanías que vendían en las plazas y en locales del centro. Carmona confirmó que era cierto.

Mientras tomaban un café Garmendia  meditaba, hasta que en voz baja preguntó a Carmona:

—No te parece extraño que un tipo como Ardiles que siempre tuvo un muy buen pasar económico, que era casi un dandi, se haya dedicado a ser artesano y vivir en un barrio de medio pelo…

—¿Te parece una pantalla para despistar?

—Me resulta extraño… pedí que lo vigilen y otra cosa; ¿Clarita es ciega y según dicen los médicos, los ciegos tiene desarrollado los otros sentidos, habrá notado algún detalle en el asesino…algo tal vez sutil, pero que puede ser una pista?

Carmona asintió.

—Es cuestión de preguntar.

 

 

Pasaban los días y no encontraban pistas posibles. Volvieron a la casa de los Marines, Lucas les abrió la puerta.

—¿Alguna novedad Inspector? —preguntó a modo de saludo.

—Nada por el momento, quería hablar con su hermana, ¿es posible?

Quedaron en la planta baja esperando y a los pocos minutos bajaron Clarita y Lucas. Pasaron a un cuarto pequeño con una mesa y varias sillas, tomaron asiento y Garmendia no dejaba de observar a Lucas, que se movía en su asiento y sujetaba la mano de su hermana sentada a su lado.

Carmona comenzó a preguntar.

Garmendia observaba en silencio.

—Quería preguntarle Clarita, ¿notó algún detalle en la voz del hombre que discutió con su hermano?

La chica no respondió, pensaba…

—Parecía muy enojado, se atropellaba con las palabras, Fede trataba de calmarlo, pero era inútil, el tipo lo insultaba con palabrotas y por momentos tenía un léxico elegante.

Clarita quedó en silencio otra vez. Lucas intervino.

—¿Es necesario que la presionen tanto?

—Nadie la está presionando —respondió Carmona—su hermana tiene los sentidos más sensibles que cualquiera de nosotros, puede captar detalles de la voz u otra cosa…y ayudarnos en dar con el asesino.

—La voz, si la voz, al gritar no, pero al hablar tenía un acento diferente, era como si estirara las palabras… al chocar conmigo me hizo caer de espaldas, era alto y corpulento y otro detalle tenía barba, al levantar mis manos como defensa, lo note…

Garmendia y Carmona se miraron, inmediatamente se pusieron de pie.

—¿Les ayudó lo que les dije? —preguntó la joven.

—Si Clarita, ha sido de gran ayuda —dijo Garmendia.

 

Mientras viajaban de regreso fueron conversando de los detalles que observó la chica y que pintaban de cuerpo entero al abogado Caminos, alto, fuerte y santiagueño, de ahí ese acento que como un cantito estirador de vocales descubrió Clarita,  ahora había que buscar como echar abajo su estrategia de que estuvo en la facultad dando clase.

 

Tendrían que investigar entre los estudiantes y sin levantar sospecha. El abogado Caminos ya conocía a Garmendia y a Carmona, él que se hiciera pasar por estudiante debía ser joven y  una cara desconocida para él.

 

La agente Sánchez se unió al grupo en la hora de clase de Caminos, entre tantos jóvenes su figura paso desapercibida, era una más, con Jean, campera, mochila, anteojos y una carpeta de apuntes.

Entabló charla con uno de los alumnos y le pidió los apuntes del martes anterior, conversando y preguntando se enteró que no hubo entrega de apuntes, que Caminos llegó tarde, después de las 19hs y que solo habló de política y del gobierno, que se trababa con las palabras y que no se le entendía que quería decir, estaba pasado de nervios.

De ahí en más, el abogado fue visitado nuevamente por Garmendia y su ayudante, con una orden judicial, dieron vuelta  la casa, escondido entre las toallas del baño encontraron la daga, lo detuvieron.

Fue difícil hacerlo hablar, pero todo estaba en su contra, las pruebas de Clarita, su llegada tarde a la facultad y el nerviosismo que confirmaron otros de sus alumnos, la daga y la muerte de Fede cercana a las 18hs. En la indagatoria se quebró. La muerte de su hijo fue para él un golpe del que nunca se iba a reponer fueron sus palabras,  matar a Marines era una forma de librar a otros chicos de una muerte segura, se creyó un justiciero y tomó venganza por mano propia. Quedó detenido y a la orden del juez.

 

Algo le había quedado  en el tintero a Garmendia, el nerviosismo de Lucas Marines. Fue a la casa de antigüedades, Marcos no estaba, así que le pidió a Lucas, conversar tranquilo en un bar, el joven cerró el negocio y se fueron caminando hasta un barcito a pocas cuadras.

Garmendia indagó que había sucedido para que estuviera tan inquieto y molesto con las preguntas de los policías, el día que hablaron con Clarita. Primero negó toda molestia, al fin y viendo que el inspector no le creía nada de las explicaciones que daba; habló.

—Yo sabía que mi hermano vendía droga en casa, hasta me daba una parte de sus ganancias para que yo ocultara la verdad a Marcos, es más,  le mandaba clientes… nunca esperé que fuera una acción tan peligrosa, al pensar que el tipo estaba loco de dolor y también hubiera matado a Clarita, me vuelve loco de pensarlo, me siento culpable de la muerte de mi hermano.

No pudo contener las lágrimas, Lucas parecía una criatura, se lo veía desesperado, Garmendia lo dejo desahogarse y después le dijo.

—Las decisiones fueron de tomo Fede, el asunto estaba mal,  pero bueno, él sabía en donde se metía, y usted también, ahora trate de cuidar a su hermana y mirar adelante, la vida de su hermano no la va a recuperar por más que llore.

Garmendia llamó al mozo, pagó la consumición, y se fue. Lucas quedó bebiendo su café frío y llorando lo que ya no tenía solución.

 

 

 

 

viernes, 8 de marzo de 2024

Garmendia y la viuda negra.


 

 

 

Garmendia y la viuda negra.

 

Garmendia entró en la oficina, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero, el gesto de su cara demostraba mal humor.

Carmona lo miraba esperando que dijera algo, pero solo dio un hondo suspiro y se acercó a la ventana. El frío viento de julio agitaba los árboles de la calle  desierta, se volvió y le dijo a Carmona:

—Parece mentira, nunca me resultó tan rápido resolver un crimen, lástima que el final sea tan doloroso.

— ¿Me podes explicar que paso? —dijo Carmona.

—Mientras vos fuiste a Mendoza a ver a tu hermano, me llamaron por el caso de un tipo al que encontraron asesinado, se llamaba Felipe Pelufo, lo encontraron atado a una silla y con signos de envenenamiento y de haber sido golpeado, y según contaron los vecinos, era buena persona, sólo tenía debilidad por cierto tipo de mujeres, las muy altas, rubias y robustas, tipo suecas —Garmendia hablaba y daba vueltas por la oficina—. El caso es muy común, buscaba chicas de la calle, las llevan a su casa, hacían el amor  y ellas se marchaban con su dinerillo y hasta otro día, pero esta vez la cosa fue diferente, la mina lo durmió y se le fue la mano; lo mato, pero me resultó extraño que si lo envenenaron, ¿por qué los golpes?

Garmendia salió al pasillo, fue a la cocina y regresó con dos cervezas.

—¿Cómo sabes que fue una rubia? —pregunto Carmona, mientras abría la cerveza helada.

—La vecina de enfrente, una vieja muy curiosa, los vio entrar abrazados, cantando y un poco borrachitos, luego, las luces de la casa se apagaron y todo fue silencio. Por la mañana llegó el hijo y lo encontró muerto, llamó al 911 y llegué  con varios agentes, Saporiti el forense y el comisario Juárez.

Saporiti se dio cuenta en seguida por el olor en la boca que había sido envenenado, se llevaron el cuerpo y los de la policía científica quedaron levantando huellas mientras yo daba vueltas en la casa.

Garmendia quedó en silencio, se lo veía cansado, terminó su cerveza y la arrojó al cesto de basura.

—La rubia, según comentó el hijo, se llevó hasta la maleta de viaje del padre, seguro que cargó en ella la notbook, las joyas, el dinero que encontró en la casa y menos mal que no pudo abrir la caja fuerte donde el tipo guardaba moneda extranjera, seguramente él no quiso abrirla y por eso los golpes.

—Una asesina brutal y por lo que me decís, una viuda negra ¿la teníamos registrada?

—No — la cara de Garmendia demostraba cansancio —esta es nueva, es sueca, hace unos meses llegó de Uruguay.

— ¡Justo como le gustaban al tipo…!

—Sí, pero esta vez le fue mal, la mina tuvo un cómplice, sola no pudo envenenarlo y atarlo a la silla e irse con la valija sin llamar la atención, te das cuenta, alguien la ayudo… alguien que conocía los gustos del viejo por las suecas y se la presento, o le dijo a ella como acercarse a Pelufo, él se confió y la llevó a su casa.

Carmona acomodó la silla frente a Garmendia y viéndolo tan agotado le preguntó:

—Por qué te sentís tan mal, es una caso más, ya tenes que estar acostumbrado, hace años que trabajas en esto.

—Hay ciertas cosas a las  que no te acostumbras, a la vecina de enfrente, curiosa como pocas se le ocurrió anotar la patente del auto de la rubia, según dijo, el viejo llegó en el auto de ella, pero lo que me puso muy mal es que la mujer se paso la noche esperando que la rubia saliera y para su sorpresa el que llegó  horas más tarde y se fue con la rubia; fue el hijo.

Carmona abrió los ojos asombrados y se echó atrás en la silla.

—¡No te puedo creer…! ¿Quiere decir que la rubia y el hijo fueron cómplices del crimen?

—Así es, como no me voy a sentir mal al ver que un hijo llega a semejante asesinato por dinero, date cuenta que si a la vecina no le hubiera llamado la atención verlo a Pelufo, entrar con una chica joven y borracho, ocurrírsele tomar la chapa y asombrarse al ver entrar al hijo, nunca lo hubiéramos descubierto… las huellas de la rubia no estaban fichadas en la policía, porque hace unos meses que entró al país y las del hijo era normal en la casa del padre…

—Pero, matarlo ¿por qué? —preguntó Carmona.

—Por el dinero de la caja fuerte, investigamos al hijo y descubrimos que estaba en una bancarrota total, había pedido dinero a ciertos mafiosos y estaba amenazado de muerte sino pagaba… le habrá pedido ayuda y el viejo se negó y seguramente ideó este plan que creyó le iba a salir redondo, traerle una minita a su gusto; el hijo sabía que allí había mucho dinero, lo golpeó mientras estaba atado y como el viejo se negó,  lo liquido, su única salida fue el crimen, total cuando la policía abriera la cajea fuerte, el dinero le correspondería a él... pero la vecina le arruinó el plan…

Carmona se rascaba la cabeza y viendo a Garmendia  decaído le dijo:

—Dale, salgamos a comer algo y seguro que con unas buenas empanadas se te pasa el malestar… el caso está aclarado, ahora le toca a los jueces actuar, vamos, acá hace demasiado frío…