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lunes, 8 de abril de 2024

Garmendia y la señora Esquivel.


 

 


 

El inspector Garmendia estaba sentado frente a ella, la miraba sonriente, sin embargo había algo en esa jovilidad que  a la señora Esquivel no le gustaba.

—No entiendo el motivo de su visita inspector Garmendia…

—Le voy a explicar, estimada señora, hace unas semanas, usted viajó con su dama de compañía,  a Chascomus, después visitó Mar del Plata  y en uno de esos viajes se vio envuelta en un robo… ¿verdad señora Esquivel?

La cara de Mariana Esquivel fue cambiando de color, hasta llegar a un pálido descolorido, buscó en su mente las palabras adecuadas, y no las hallaba, al fin exclamó:

—Sí, pero nada tuvimos que ver, en el viaje, se nos acercó un señor que subió en  Constitución,  era muy simpático y casualmente viajamos juntos en el mismo vagón —la señora Esquivel se retorcía las manos  y agrandaba sus ojos al hablar— ese caballero nos utilizó, no fue un caballero, fue un sinvergüenza, bajó en  Chascomus  y nos acompañó hasta el hotel cargando nuestras valijas...por favor señor Garmendia, no me diga señora Esquivel, me llamo Mariana, mis amigos me dicen Maru.

Garmendia sonrió y le explicó:

—Resultó que su amigo simpático era un ladrón especializado  en  gemas preciosas, estimada Maru…—Garmendia quedó en silencio unos instantes, como para darle mayor importancia a sus palabras— El ladrón se llama Ramiro Barrios, es español, lo venimos siguiendo desde hace unos meses, se nos escapa con la agilidad de un gato. Cometió el robo en una joyería  de la Av Alvear, siempre trabaja solo, pero creemos que esta vez ha tenido un cómplice o dos...

La cara de Maru dibujó una sorpresa fingida.

—¿Saben quién es su cómplice?

—Estamos en eso, a su regreso, usted salió de Mar del Plata y llegó a Buenos Aires en micro y por las cámaras de Retiro, el ladrón y usted viajaron en el mismo micro.

Mariana se sobresaltó.

—No lo sabía, le juro que…

El inspector hizo un gesto con la mano para que callara.

—Volviendo al día que llegaron por la mañana a Chascomus,  una de las mucamas me dijo que Barrios regresó por la noche  y pidió saber su habitación. ¿Qué sucedió?

Esquivel se puso de pie, dio vueltas por la habitación, cambió su gesto tranquilo y respondió con los ojos llenos de lágrimas:

—Es verdad. ¡¡Qué momento vivimos!!  Barrios dijo que el día que nos ayudó con las valijas, dejó en el bolso de mano de Raquel, mi acompañante, un paquete y quería recuperarlo.

Garmendia seguía con su sonrisa que ya se había transformado en una mueca burlona.

—Frente a él dimos vuelta el bolso de Raquel y nada encontramos, luego… —La señora se pasaba la mano por la frente, se la notaba agotada— usted no se imagina que mal estábamos las dos, él, furioso, no nos creía, no entendíamos de que paquete hablaba, hasta que en un momento, sacó un arma, nos amenazó y nos obligó a abrir las valijas,  las dio vuelta, buscando su bendito paquete, pero no  encontró nada, hasta que Raquel llorando a moco tendido abrió el fondo de seguridad  interior de su maleta, sacó un bulto envuelto en papel madera y se lo entregó.

Lagrimas de desesperación brotaron de la señora al recordar lo que habían vivido.

—¿Así que Raquel tenía las gemas y se las entregaron  a Barrios?

Garmendia preguntó con esa burla que parecía dibujada en su cara y ser parte de ella, Mariana respondió:

—¡¡Por supuesto!!

Esquivel tomó asiento, ya no lloraba, se la veía muy tranquila.

—No entiendo por qué aparece usted y me hace todas esas preguntas Inspector… —dijo con un gesto de soberbia.

Garmendia cambio la sonrisa por un gesto serio, demasiado serio.

—Las piedras que le devolvieron a Barrios eran simples baratijas que seguramente compraron en algún mercadillo de la zona cercana al hotel y  ustedes se guardaron las verdaderas, detuvimos a Barrios al llegar a la estación Retiro, las iba a seguir para meterse en su casa y obligarlas a que le devolvieran las piedras preciosas.

El rostro de la señora era una luna llena, parecía a punto de desmayarse.

—Seguramente fue un juego divertido para usted —dijo Garmendia— sacar las gemas del hotel sin que nadie sospechara, pero cuando le pregunté a las mucamas si habían detectado algo que les llamara la atención sobre su persona, una de ellas observó que usted al llegar vestía un traje gris perla muy bonito, y al marcharse llevaba el mismo equipo pero, con pequeñas piedras pegadas en la  solapa que lo hacía muy llamativo.

Mariana estaba a punto de desmayarse.

Se escuchó un llanto ahogado, Garmendia se puso de pie y abrió una puerta que comunicaba con un pasillo, allí sentada en el piso y llorando a mares estaba Raquel, la dama de compañía de Esquivel. El inspector la ayudó a levantarse y ella,   furiosa, dijo señalando con el dedo índice a Esquivel:

—Te lo dije, Te lo dije, era una broma peligrosa ese hombre casi nos mata la primera vez y ahora vamos a ir presas por tu intento de ser ladrona y divertirte.

—¡¡Cállate Raquel!! Sos una aburrida, fue una broma que salió mal —lo miro sonriente a Garmendia— si nos hubiéramos quedado con las gemas seriamos ricas… ¿cuánto valen?

—Esas gemas son lo que se llama; diamante rojo, un millón por quilate.

Las dos mujeres pegaron un grito, Mariana se agarró la cabeza y                                                                                                                                                                                                                                                                                                             con el asombró dibujado en su cara, Raquel preguntó:

—¿Y ahora que va a suceder con nosotras?

—Puede que si entregan las gemas y dicen la verdad, que fue todo una aventura y ponen un buen abogado la cosa se resuelva bien, aunque no lo creo, por el momento van a venir conmigo y van a tener que declarar frente a un juez y los abogados  del joyero.

 Raquel volvió a llorar a los gritos, mientras la señora Esquivel se mantenía fría con una roca.

En la puerta las esperaban dos móviles, subieron acompañadas por dos mujeres policías, mientras Raquel seguía llorando, Mariana Esquivel disfrutaba del viaje con una sonrisa y acariciando las gemas de su saco,  soñaba en la buena vida que se hubiera  dado si lograba realizar el robo  y sin llegar a entender el problema en el que se había metido.

 



domingo, 24 de marzo de 2024

El poder de los sentidos.


 

 


El inspector Garmendia entró en la casa, recorrió la planta baja, salió al pequeño parque, las luces con sensor de movimiento se encendieron y pudo apreciar; un limonero y algunas flores,  nada que llamara su atención.

Volvió a la vivienda, subió las escaleras y se encontró con un pasillo, varios dormitorios, al final un baño, una casa normal, al menos lo parecía, sin embargo había sucedido un crimen.

En una de las habitaciones, una joven, demasiado joven, pensó Garmendia, se estremecía entre sollozos entrecortados, Sánchez, la mujer policía trataba de calmarla con palabras suaves; pero había sido demasiado shockeante el momento vivido por la chica.

Haber  entrado al cuarto de su hermano y tropezar con su cuerpo fue un momento difícil de superar para una joven ciega. Ella llamó al 911 y luego a sus otros hermanos.

Garmendia no quiso preguntarle nada, hasta que se tranquilizara, se acercó al cuarto continuo, la policía científica todavía trabajaba en los detalles. El médico forense se acerco al inspector y le dijo:

—Cinco puñaladas, una sola mortal.

—¿Está el arma?

—No. Parece una daga de lamina aplanada… debe haber muerto entre las 18hs y 20hs, me voy, mañana te confirmo y paso el informe.

Garmendia levantó la sábana que cubría el cuerpo. Era joven, no tenía más de veinticinco años, de pie un muchacho de casi la misma edad  lo miraba, se parecían.

—¿Sos el  hermano? —preguntó Garmendia.

—Sí, soy Lucas Marines, nos aviso Clarita, mi hermano mayor y yo trabajamos en un local de antigüedades.

—¿Cómo maneja su hermana el celular?

—Está preparado para ella, tiene botones de memoria.

—¿El fallecido a que se dedicaba?

Pareció dudar al responder.

—Federico… estudia por la noche  en la Usam y durante el día se encargaba de mi hermana ciega, ella se desenvuelve bien, pero, hace dos años intentaron entrar a robar y desde entonces él quedaba durante el día y cuando cerramos el local, nosotros acompañamos a Clarita  y él va a la facultad.

Lucas Marines se dejo caer en un sillón, miró el cuerpo cubierto y la cara se le congestiono de dolor.

—Mejor vaya afuera, en el parque el aire fresco le va a hacer bien—le dijo Garmendia.

Volvió al otro cuarto, la joven se notaba más serena, miró a la agente y esta le dijo con un gesto que la chica estaba mejor.

—Clara, soy el inspector Pedro Garmendia, estoy encargado de resolver qué sucedió con su hermano. ¿Usted, cómo está?

Con un hilo de voz, la joven, respondió que podía hablar, se puso de pie fue a buscar una guitarra, regresó con ella a la silla y dijo:

—Estudio guitarra, lo hago sola, de oído, escuché el timbre, a pesar de la música, luego la puerta de calle, mi hermano abrió desde adentro, alguien subía las escaleras, sus zapatos sonaban fuerte, debía ser pesado, escuché que hablaba con Fede, era la voz de un hombre, algo ronca, luego discutían, deje de practicar y puse el oído en la pared…

Quedó en silencio, acariciaba la guitarra, la abrazaba y suspiraba, en ese silencio entró Lucas, se sentó a su lado y la abrazó.

—Me asusté, no sabía qué hacer, gritaban, escuché golpes, algo que  caía, algo pesado, me asuste más, luego Fede gemía de dolor, me dije que debía llamar al 911, los llamé y también a mis hermanos. Fui al cuarto de Fede y al entrar, alguien que salía me llevó por delante, caí al suelo y el hombre bajó la escalera corriendo, me puse de pie y al entrar tropecé con el cuerpo de mi hermano, le dije; ¡¡Fede!! ¡¡Fede!! y no me respondió…me quedé a su lado, hasta que llegó la policía, la puerta de abajo estaba abierta… subieron… y  nada…eso es todo.

Clara y Lucas se abrazaron, eran dos criaturas llorando desesperados, Carmona, el ayudante de Garmendia se acercó y le hizo un gesto para que lo siguiera. Sobre el piso del cuarto de Fede la científica extendió varios ravioles de Cocaína y tres bolsas  grandes. Garmendia se agarró la cabeza.

—Demasiado para consumo propio —murmuro Carmona.

—En que mafia estaba este pendejo…llama al hermano.

Lucas entró y su mirada fue rápida a las pruebas que desde el suelo se ofrecían como joyas, el joven abrió los ojos, miró uno por uno, al inspector, al ayudante a los de la científica.

—¿Qué es esto?—la voz se le ahogaba en la garganta por la emoción y el sollozo.

—Cocaína —respondió Garmendia.

—Nunca lo vi drogado, no lo puedo creer, tal vez es de otra persona…

—Puede que sea dealer, vendedor, algunos no consumen.

Lucas daba vueltas, gemía, era una fiera herida. Carmona trato de calmarlo.

—Tranquilícese,  ahora los de la científica se van y se llevan el cuerpo y las drogas, le teníamos que mostrar lo que hallaron.

—¿Dónde estaba eso? —preguntó Lucas.

—Escondido en un hueco bajo las tablas del piso, la cama cubría los detalles.

Entró un joven alto y delgado, parecido a Lucas, quedó de pie  mirando la escena, el cuerpo de su hermano menor, la desesperación de Lucas y las bolsas de cocaína en el piso, quedó mudo con la boca abierta a la nada. Se apoyó en el marco de la puerta, su cara fue tomando una palidez de luna, miró a Garmendia y preguntó:

—¿Qué es esto? Soy Marcos, el hermano  mayor, recién llego de la central de policía,  me tuvieron casi dos horas haciendo preguntas, ya no me sostenían las piernas y esos desgraciados me trataban como si yo hubiera sido el asesino —avanzó hasta el cuerpo de su hermano que ya estaba tomando una rigidez post mortem, le quitó la manta que cubría el rostro y lo acarició y le dijo con cariño— ¿En qué te metiste boludo?

Los de la científica se llevaron el cuerpo, solo quedaron acompañando a los hermanos, Garmendia, la oficial Sánchez y Carmona.

—Vamos a la cocina le dijo Carmona a Marcos, Garmendia los siguió. Como un autómata Marcos preparó café.

—¿Quiere que avisemos a alguien?—preguntó el inspector.

La respuesta cargada de tristeza tardó en llegar…

—No tenemos familia, mis padres murieron hace varios años…

Bebieron el café en silencio.

 

Ya en la oficina, Carmona consultó:

—¿Voy a preguntar  en la Universidad?

—Sí. Hay que moverse rápido, creo que este pendejo se quiso pasar de vivo, yo voy a averiguar con “salitre”, él conoce a todos los dealer de la zona.

 

“Salitre” lo miraba por encima de sus anteojos negros, no estaba conforme con los dos mil pesos que disimuladamente Garmendia le paso sobre la mesa, al fin, agregó uno más y el gesto del buchón continuaba fruncido, recién al quinto; habló:

—El pibe Marines vendía en el bar de Carmelo, al salir de la facultad se sentaba, con una cerveza y esperaba, los clientes eran  pibes, a las doce se iba, sé que a veces vendía en la casa y por la calle.

El inspector pidió dos cafés y volvió a preguntar:

—¿Hay algún comentario de quién lo liquido?

—De los conocidos, ninguno, el pibe no afanaba, cumplía con la entrega, era respetado —“Salitre” movió la cabeza intentado decir algo, pero quedó en el intento— dudo  de que haya sido algunos de los vendedores o capos de la zona, yo que vos, averiguaría… sobre los padres de los chicos que compraban.

Garmendia se sorprendió, más que un dato, la frase fue una seguridad.

—¿Hay alguna noticia en el barrio que yo no sé…?

—Hace un mes murió un pibe que era cliente de Marines, dicen que se le fue la mano entre la droga y el alcohol y el padre andaba enloquecido averiguando quién le vendía al mocoso, es lo último que escuche…

 

Carmona regresó de la universidad sin novedades, regresó al barrio y se encargó de investigar quién fue el pibe que murió.

Resultó ser el hijo de un abogado; Gaspar Caminos, profesor de la facultad, el hijo tenía quince años, no tuvo control y  el corazón no le aguantó.

Investigador y ayudante visitaron a Caminos.

El abogado resultó un tipo joven no llegaba a los cincuenta, corpulento y muy elegante, los recibió en su estudio, con amabilidad.

El día que mataron a Fede, él estaba dando clases, la coartada fue controlada y cierta. Garmendia y Carmona quedaron en un laberinto sin salida. Hasta que a Carmona se le ocurrió:

—El tal Caminos es abogado criminalista, ¿quién te dice que entre tantos mafiosos conocidos, no contrató alguno para el trabajo sucio…?

Averiguaron entre los casos del Doctor Caminos y los que tenían antecedentes de ser asesinos por encargo  eran dos y estaban en libertad; el chino Sandoval y Manuel Ardiles.

Sandoval presentó pruebas de haber viajado y estar en esos días en  Río Negro junto a su familia. Ardiles aseguró y lo confirmó su esposa de estar alejado de la mafia, se había retirado a un pueblo en las afueras de Pilar, vivía muy humildemente y se dedicaban a las artesanías que vendían en las plazas y en locales del centro. Carmona confirmó que era cierto.

Mientras tomaban un café Garmendia  meditaba, hasta que en voz baja preguntó a Carmona:

—No te parece extraño que un tipo como Ardiles que siempre tuvo un muy buen pasar económico, que era casi un dandi, se haya dedicado a ser artesano y vivir en un barrio de medio pelo…

—¿Te parece una pantalla para despistar?

—Me resulta extraño… pedí que lo vigilen y otra cosa; ¿Clarita es ciega y según dicen los médicos, los ciegos tiene desarrollado los otros sentidos, habrá notado algún detalle en el asesino…algo tal vez sutil, pero que puede ser una pista?

Carmona asintió.

—Es cuestión de preguntar.

 

 

Pasaban los días y no encontraban pistas posibles. Volvieron a la casa de los Marines, Lucas les abrió la puerta.

—¿Alguna novedad Inspector? —preguntó a modo de saludo.

—Nada por el momento, quería hablar con su hermana, ¿es posible?

Quedaron en la planta baja esperando y a los pocos minutos bajaron Clarita y Lucas. Pasaron a un cuarto pequeño con una mesa y varias sillas, tomaron asiento y Garmendia no dejaba de observar a Lucas, que se movía en su asiento y sujetaba la mano de su hermana sentada a su lado.

Carmona comenzó a preguntar.

Garmendia observaba en silencio.

—Quería preguntarle Clarita, ¿notó algún detalle en la voz del hombre que discutió con su hermano?

La chica no respondió, pensaba…

—Parecía muy enojado, se atropellaba con las palabras, Fede trataba de calmarlo, pero era inútil, el tipo lo insultaba con palabrotas y por momentos tenía un léxico elegante.

Clarita quedó en silencio otra vez. Lucas intervino.

—¿Es necesario que la presionen tanto?

—Nadie la está presionando —respondió Carmona—su hermana tiene los sentidos más sensibles que cualquiera de nosotros, puede captar detalles de la voz u otra cosa…y ayudarnos en dar con el asesino.

—La voz, si la voz, al gritar no, pero al hablar tenía un acento diferente, era como si estirara las palabras… al chocar conmigo me hizo caer de espaldas, era alto y corpulento y otro detalle tenía barba, al levantar mis manos como defensa, lo note…

Garmendia y Carmona se miraron, inmediatamente se pusieron de pie.

—¿Les ayudó lo que les dije? —preguntó la joven.

—Si Clarita, ha sido de gran ayuda —dijo Garmendia.

 

Mientras viajaban de regreso fueron conversando de los detalles que observó la chica y que pintaban de cuerpo entero al abogado Caminos, alto, fuerte y santiagueño, de ahí ese acento que como un cantito estirador de vocales descubrió Clarita,  ahora había que buscar como echar abajo su estrategia de que estuvo en la facultad dando clase.

 

Tendrían que investigar entre los estudiantes y sin levantar sospecha. El abogado Caminos ya conocía a Garmendia y a Carmona, él que se hiciera pasar por estudiante debía ser joven y  una cara desconocida para él.

 

La agente Sánchez se unió al grupo en la hora de clase de Caminos, entre tantos jóvenes su figura paso desapercibida, era una más, con Jean, campera, mochila, anteojos y una carpeta de apuntes.

Entabló charla con uno de los alumnos y le pidió los apuntes del martes anterior, conversando y preguntando se enteró que no hubo entrega de apuntes, que Caminos llegó tarde, después de las 19hs y que solo habló de política y del gobierno, que se trababa con las palabras y que no se le entendía que quería decir, estaba pasado de nervios.

De ahí en más, el abogado fue visitado nuevamente por Garmendia y su ayudante, con una orden judicial, dieron vuelta  la casa, escondido entre las toallas del baño encontraron la daga, lo detuvieron.

Fue difícil hacerlo hablar, pero todo estaba en su contra, las pruebas de Clarita, su llegada tarde a la facultad y el nerviosismo que confirmaron otros de sus alumnos, la daga y la muerte de Fede cercana a las 18hs. En la indagatoria se quebró. La muerte de su hijo fue para él un golpe del que nunca se iba a reponer fueron sus palabras,  matar a Marines era una forma de librar a otros chicos de una muerte segura, se creyó un justiciero y tomó venganza por mano propia. Quedó detenido y a la orden del juez.

 

Algo le había quedado  en el tintero a Garmendia, el nerviosismo de Lucas Marines. Fue a la casa de antigüedades, Marcos no estaba, así que le pidió a Lucas, conversar tranquilo en un bar, el joven cerró el negocio y se fueron caminando hasta un barcito a pocas cuadras.

Garmendia indagó que había sucedido para que estuviera tan inquieto y molesto con las preguntas de los policías, el día que hablaron con Clarita. Primero negó toda molestia, al fin y viendo que el inspector no le creía nada de las explicaciones que daba; habló.

—Yo sabía que mi hermano vendía droga en casa, hasta me daba una parte de sus ganancias para que yo ocultara la verdad a Marcos, es más,  le mandaba clientes… nunca esperé que fuera una acción tan peligrosa, al pensar que el tipo estaba loco de dolor y también hubiera matado a Clarita, me vuelve loco de pensarlo, me siento culpable de la muerte de mi hermano.

No pudo contener las lágrimas, Lucas parecía una criatura, se lo veía desesperado, Garmendia lo dejo desahogarse y después le dijo.

—Las decisiones fueron de tomo Fede, el asunto estaba mal,  pero bueno, él sabía en donde se metía, y usted también, ahora trate de cuidar a su hermana y mirar adelante, la vida de su hermano no la va a recuperar por más que llore.

Garmendia llamó al mozo, pagó la consumición, y se fue. Lucas quedó bebiendo su café frío y llorando lo que ya no tenía solución.

 

 

 

 

viernes, 8 de marzo de 2024

Garmendia y la viuda negra.


 

 

 

Garmendia y la viuda negra.

 

Garmendia entró en la oficina, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero, el gesto de su cara demostraba mal humor.

Carmona lo miraba esperando que dijera algo, pero solo dio un hondo suspiro y se acercó a la ventana. El frío viento de julio agitaba los árboles de la calle  desierta, se volvió y le dijo a Carmona:

—Parece mentira, nunca me resultó tan rápido resolver un crimen, lástima que el final sea tan doloroso.

— ¿Me podes explicar que paso? —dijo Carmona.

—Mientras vos fuiste a Mendoza a ver a tu hermano, me llamaron por el caso de un tipo al que encontraron asesinado, se llamaba Felipe Pelufo, lo encontraron atado a una silla y con signos de envenenamiento y de haber sido golpeado, y según contaron los vecinos, era buena persona, sólo tenía debilidad por cierto tipo de mujeres, las muy altas, rubias y robustas, tipo suecas —Garmendia hablaba y daba vueltas por la oficina—. El caso es muy común, buscaba chicas de la calle, las llevan a su casa, hacían el amor  y ellas se marchaban con su dinerillo y hasta otro día, pero esta vez la cosa fue diferente, la mina lo durmió y se le fue la mano; lo mato, pero me resultó extraño que si lo envenenaron, ¿por qué los golpes?

Garmendia salió al pasillo, fue a la cocina y regresó con dos cervezas.

—¿Cómo sabes que fue una rubia? —pregunto Carmona, mientras abría la cerveza helada.

—La vecina de enfrente, una vieja muy curiosa, los vio entrar abrazados, cantando y un poco borrachitos, luego, las luces de la casa se apagaron y todo fue silencio. Por la mañana llegó el hijo y lo encontró muerto, llamó al 911 y llegué  con varios agentes, Saporiti el forense y el comisario Juárez.

Saporiti se dio cuenta en seguida por el olor en la boca que había sido envenenado, se llevaron el cuerpo y los de la policía científica quedaron levantando huellas mientras yo daba vueltas en la casa.

Garmendia quedó en silencio, se lo veía cansado, terminó su cerveza y la arrojó al cesto de basura.

—La rubia, según comentó el hijo, se llevó hasta la maleta de viaje del padre, seguro que cargó en ella la notbook, las joyas, el dinero que encontró en la casa y menos mal que no pudo abrir la caja fuerte donde el tipo guardaba moneda extranjera, seguramente él no quiso abrirla y por eso los golpes.

—Una asesina brutal y por lo que me decís, una viuda negra ¿la teníamos registrada?

—No — la cara de Garmendia demostraba cansancio —esta es nueva, es sueca, hace unos meses llegó de Uruguay.

— ¡Justo como le gustaban al tipo…!

—Sí, pero esta vez le fue mal, la mina tuvo un cómplice, sola no pudo envenenarlo y atarlo a la silla e irse con la valija sin llamar la atención, te das cuenta, alguien la ayudo… alguien que conocía los gustos del viejo por las suecas y se la presento, o le dijo a ella como acercarse a Pelufo, él se confió y la llevó a su casa.

Carmona acomodó la silla frente a Garmendia y viéndolo tan agotado le preguntó:

—Por qué te sentís tan mal, es una caso más, ya tenes que estar acostumbrado, hace años que trabajas en esto.

—Hay ciertas cosas a las  que no te acostumbras, a la vecina de enfrente, curiosa como pocas se le ocurrió anotar la patente del auto de la rubia, según dijo, el viejo llegó en el auto de ella, pero lo que me puso muy mal es que la mujer se paso la noche esperando que la rubia saliera y para su sorpresa el que llegó  horas más tarde y se fue con la rubia; fue el hijo.

Carmona abrió los ojos asombrados y se echó atrás en la silla.

—¡No te puedo creer…! ¿Quiere decir que la rubia y el hijo fueron cómplices del crimen?

—Así es, como no me voy a sentir mal al ver que un hijo llega a semejante asesinato por dinero, date cuenta que si a la vecina no le hubiera llamado la atención verlo a Pelufo, entrar con una chica joven y borracho, ocurrírsele tomar la chapa y asombrarse al ver entrar al hijo, nunca lo hubiéramos descubierto… las huellas de la rubia no estaban fichadas en la policía, porque hace unos meses que entró al país y las del hijo era normal en la casa del padre…

—Pero, matarlo ¿por qué? —preguntó Carmona.

—Por el dinero de la caja fuerte, investigamos al hijo y descubrimos que estaba en una bancarrota total, había pedido dinero a ciertos mafiosos y estaba amenazado de muerte sino pagaba… le habrá pedido ayuda y el viejo se negó y seguramente ideó este plan que creyó le iba a salir redondo, traerle una minita a su gusto; el hijo sabía que allí había mucho dinero, lo golpeó mientras estaba atado y como el viejo se negó,  lo liquido, su única salida fue el crimen, total cuando la policía abriera la cajea fuerte, el dinero le correspondería a él... pero la vecina le arruinó el plan…

Carmona se rascaba la cabeza y viendo a Garmendia  decaído le dijo:

—Dale, salgamos a comer algo y seguro que con unas buenas empanadas se te pasa el malestar… el caso está aclarado, ahora le toca a los jueces actuar, vamos, acá hace demasiado frío…

 



sábado, 17 de febrero de 2024

El collar de la señora Woodman.


 

La señora Ema Woodman se abrazaba a su esposo sin dejar de llorar. El detective Garmendia buscaba palabras  para tranquilizarla y  solo lograba gestos que no decían nada, le resultaba fastidioso el llanto de la mujer, notó que al esposo le sucedía lo mismo, trataba de desprenderse de su abrazo y ella no lo soltaba.

Lo habían llamado para aclarar el robo de un costoso collar, y el estado acongojado de la señora Woodman, no lo ayudaba, los  invitados a la cena, sentados en cómodos sillones,  lo miraban con temor. Todos ellos habían participado esa noche del cumpleaños de la señora Ema. Eran amigos de la familia. Durante la cena, la anfitriona  lució el collar,  heredado de su abuela  Ekaterina, lo significativo era su procedencia y su valor.  La abuela había sido amante del zar Nicolás, y  él  se lo había regalado,  pertenecía  a la corona Rusa. Al caer el zar en 1917 la joven huyó de su país con el collar.

El valor era incalculable, seguramente había sido robado con la idea de desmontar las esmeraldas y brillantes, y venderlos por separado.

 

Los  presentes, un matrimonio mayor, Julia y Andrés Vidal,  habían llegado de Córdoba para participar en la fiesta, otra de las invitadas una joven monja, Ana María, tan blanca como su hábito, miraba y escuchaba  a Pedro Garmendia con sumo interés. La secretaria del señor Woodman, Elisa Fuentes, muy bella,  seria y rígida en sus gestos, daba a entender que la situación la fastidiaba y el quinto invitado, Sebastián Woodman, hijo del primer matrimonio del dueño de casa, sonreía abrazado a su guitarra, mientras a un costado una oficial colaboraba en revisar efectos personales y a las señoras presentes.

La señora Woodman entre sollozos dijo que durante la cena, el collar estuvo en su cuello, luego pasaron al living a escuchar a Sebastián  tocar la guitarra y a tomar café, allí notó su falta, buscaron por el piso, fue lo primero que se le ocurrió pensar; que se había desprendido el cierre y había caído en los sillones. Recorrieron el comedor, cada rincón de la casa, pero el collar no apareció.

La señorita Fuentes se movía de un lado a otro y dijo que se encontraba  incómoda  al verse retenida para un interrogatorio, que ella no era una ladrona y que aquella situación la molestaba y mucho. Carmona el ayudante del detective, le explicó que la comprendía, pero que era su deber hacerle preguntas a todos, ella incluida, y encontrar la alhaja perdida.

Carmona miraba burlón a Garmendia y le dijo por lo bajo:

—No le encuentro salida a este interrogatorio, todos me  parecen culpables.

Dejaron ir al matrimonio Vidal y a la bella secretaria del señor Woodman, les aclararon que ante algún cambio que surgiese en la investigación, los volverían a llamar.

Fueron despidiendo a todos los invitados y el matrimonio Woodman también se retiro. Pedro Garmendia y Carmona quedaron solos.

Decidieron irse ellos también, al cruzar el jardín rumbo a la salida, encontraron a Sebastián sentado sobre unos troncos, que a modo de bancos adornaban el parque, estaba abrazado a su guitarra, mirando quién sabe qué estrella, ellos se acercaron y tomaron asiento.

—¿A qué se dedica Sebastián? —la voz del detective sonó amable.

—Trabajo con mi madre, tiene un taller de prêt-a-porter, administro la parte comercial y estudio guitarra.

—¿Cómo es la relación con su padre y su madrastra?

—Normal, casi es mejor con Ema que con mi padre, él siempre se queja de mí.

—¿Por qué?

—Pregúntele a él, nunca me habla sino es para lamentarse de algo que hice, yo trato de vivir y dejar vivir, no le hago caso.

Se despidieron y Sebastián siguió tranquilamente abrazado su guitarra.

 

Al día siguiente muy temprano, los detectives, recibieron en su oficina de trabajo, a la hermana  Ana María.

La joven monja desarrolló  una teoría sobre el robo y les dijo algo en lo que no habían pensado. La escucharon respetuosamente y  respondieron que tendían en cuenta su hipótesis. La acompañaron hasta la puerta y mientras ella se alejaba, se  miraron sorprendidos, la presunción de la hermana  tenía lógica, ¿cómo ellos no lo habían pensado?

Carmona se dedicó a investigar las sospechas de la monja y Pedro Garmendia hurgó más profundamente en la historia de los otros invitados.

 

Julia y Andrés Vidal resultó un matrimonio de vida pacífica, dedicados a vivir en su granja cordobesa y sin problemas económicos, averiguaron sus antecedentes con la policía de su ciudad y fueron descartados de toda duda.

La sorpresa fue la señorita Elisa Fuentes, la poco amable secretaria, llevaba una relación amorosa con el señor Woodman desde hacía años. Uno de los empleados de la Inmobiliaria Woodman, fue quien le contó a Garmendia, previo sobre con dinero, el romance y hasta la dirección del departamento, que estaba a nombre de la secretaria y donde acostumbraban a encontrarse. Elisa no tenía antecedentes ni por exceso de velocidad.

 

Carmona bebía lentamente su cerveza y de pronto dijo:

—¿Y si la hermana Ana María con su teoría nos quiere desviar la investigación? Averigüé que ella trabaja en un hogar de chicos de la calle y que están con muchos problemas económicos. Tal vez ella tuvo algo que ver…

—Es una religiosa…—respondió Garmendia abriendo los brazos…

El calor de febrero no lo dejaba  pensar después de un día de trabajo agotador sólo quería beber su cerveza y mandar al diablo la investigación, el collar y también al zar ruso.

—Mañana será otro día Carmona,  —dijo Garmendia— basta, no puedo pensar en nada, sólo deseo una bebida helada, llegar a mi casa, bañarme y dormir.

Y así fue, luego de varias cervezas, cada uno se fue caminando por calles diferentes.

 

Pedro despertó con la pregunta de Carmona resonando en sus oídos. ¿Qué interés podría tener la monja para intentar confundirlos? A él le pareció lógica su reflexión. Les había dejado picando la duda; ¿No será un auto robo?

Podría ser, no era la primera vez, ni sería la última que alguien  hace un auto robo para cobrar el seguro y luego vender la joya desmontada, tal vez en el exterior.

Tendría que hablar con un entendido en la materia, eso lo podría ayudar a aclarar sus pensamientos y luego visitaría a la Hermana, ya que Carmona no encontró nada raro al investigarla.

El viejo Lombardi no sólo era un buen joyero, también se ocupaba de comprar piezas robadas, desmontarlas y venderlas. Con su cara de abuelito  inocente, convencía que era un buen tipo, pocos conocían sus trueques con el hampa. Garmendia le preguntó si alguien había intentado vender un collar, o alguno de sus amigotes sabía algo de un importante  robo.

Las palabras de Lombardi aclararon un poco el panorama que el detective tenía entre manos. Según le dijo, una joya con semejante historial; revolución bolchevique, amores prohibidos, un zar y una esposa engañada, coronando la leyenda, puede ser vendido en el mercado internacional con un valor elevadísimo, ya que seguramente debe haber fotos de la época donde la Zarina lucia el collar,  nunca en esos casos conviene desmontar las piedras preciosas.

Los detectives visitaron la inmobiliaria. La señorita Elisa los hizo pasar a la oficina del señor Woodman, quien los escuchó en silencio y aclaró que sus finanzas no necesitaban de un autorobo y menos de un collar que pertenecía a su esposa. Con una sonrisa burlona les preguntó:

—¿Cómo se le ocurrió pensar que voy a realizar un auto robo?

—Es que no encontramos pista alguna que nos lleve al collar, es todo demasiado misterioso.

—Vengo de una familia muy rica Garmendia, en caso de un problema económico le pediría a mi padre, él, con sus noventa años todavía interviene en las finanzas de nuestra empresa.

—¿Y su esposa, sería capaz de un robo?

Samuel Woodman quedó en silencio, miró al detective y respondió:

—No lo creo ¿por qué lo haría?

Garmendia se alzó de hombros y no respondió, comprendió que la pregunta había molestado a  Samuel Woodman.

 

Elisa los acompañó hasta el ascensor, y repitió la pegunta:

—¿Cree que la señora Ema se robó a si misma?

—La creo capaz de cualquier cosa. Buenas tardes.

Sin esperar el saludo de Garmendia, giró y se fue.

 

El convento en que vivía la Hermana Ana María estaba en la zona norte del gran Buenos Aires.

Los recibió la hermana superiora, una anciana de cara sonriente, muy alta y delgada que los hizo pasar a un salón pequeño, amueblado con  tres sillones, una mesita y de pie a un costado, una bella cruz de madera tallada.

Garmendia y Carmona quedaron a solas con la hermana Ana María, el detective preguntó por qué desconfiaba de la señora Ema, la respuesta  dejó a Garmendia sin palabras.”El señor Woodman ofreció una donación para nuestro Hogar de chicos de la calle, él nos habló de una apreciable cantidad de dinero mensual, para descontarlo de sus impuestos. Muy feliz fui a retirar la colaboración, a su casa, la señora Woodman me entregó un sobre que agradecí y entregué a la Superiora. Cada tres o cuatro meses la señora Ema nos llamaba y nosotros retirábamos de su casa la donación, con la cantidad escrita en cada sobre.

Un día el Señor Woodman nos pidió un comprobante del donativo  para descontarlo en ganancias. Lo preparamos y yo llevé los sobres, de puño y letra de la esposa  estaban las cantidades y los meses en que había sido entregado el aporte. Los miró y se puso muy serio, sus ojos iban de los sobres a mí, lo hizo dos o tres veces, entendí que algo no estaba bien.  Me dijo: “He donado mucho más…”  Me debo haber puesto pálida, mis piernas comenzaron a temblar, Woodman se dio cuenta y me sostuvo de un brazo y me dijo:

“Tranquila, comprendo que debe ser un error, Ema no entendió cuando le dije las cantidades. Desde ahora mi secretaria le llevara todos los meses las donaciones”.

 La hermana Ana María, se puso de pie y dijo:

—Así sucede hasta hoy, no sé qué sucedió con el dinero que nunca llegó a la fundación.

—Sin pecar de curioso ¿de cuánto son los aportes actuales?

—De $100.000.- hemos aumentado de treinta a cincuenta niños en el hogar.

 

Salieron del convento con la extraña sensación de que la señora Ema Woodman se estaba riendo de ellos, ahora había que  comprobarlo.

Con qué intenciones y cómo, la señora Ema había logrado hacer desaparecer el collar,  ya no tenían  dudas, había sido ella. A partir de ese momento se dedicarían a investigarla.

Descubrieron por información del guardián encargado de la zona,  que cada viernes a la tarde, la señora salía en su coche y regresaba de madrugada.

Era el momento de volver a la Inmobiliaria e intentar que el esposo, aclarara esas salidas. “No sé  adónde va ni me interesa, estamos tramitando nuestro divorcio”. Le solicitaron la dirección del negocio de modas de la ex esposa, les entregó una tarjeta y los miró con desconfianza, pero nada preguntó.

El interés de los detectives  era hablar con Sebastián, él había hablado de su buena relación con Ema, seguramente, les podría dar un hilo para desenredar la complicada madeja  que tenían entre manos, luego sería tiempo de hablar con la dueña del collar.

El taller de la ex esposa del señor Woodman, funcionaba en una casa del bajo Flores. Los recibió Sebastián, se notaba inquieto, miraba de reojo a su madre que colocaba telas sobre un maniquí y que en ningún momento se acercó a ellos. Pasaron a una oficina y tomaron asiento.

—Tenemos la seguridad que la señora Woodman  tiene el collar —dijo Carmona— y que todo el robo a sido una pantomima creada por ella.

Sebastián se frotaba las manos, sus ojos iban de uno a otro, no sabía que decir.

—¿Y por qué me preguntan a mí, que puedo saber?

—Nos dijiste que tenias buena relación con ella, tal vez te dijo algo; si tenía deudas o problemas económicos.

—No sé nada.

Se  puso de pie, apurado por finalizar la conversación e invitándolos a irse.

—Te dejo mi tarjeta Sebastián, tal vez puedas recordar  algo y nos avisas.

Los acompañó a la puerta y al pasar por el taller la mirada de la ex señora Woodman les cayó como un plomo.

Cruzaron la calle y entraron a un bar de mala muerte, iban a pedir dos cervezas cuando vieron salir a Sebastián, por sus gestos se notaba que estaba apurado, subió a su moto y arrancó sin ver el coche de Garmendia estacionado delante del local. Olvidaron las cervezas y fueron tras el joven.

Como imaginaban, se detuvo en la casa de los Woodman.

¿Qué secretos había entre la señora Ema y él?

Permanecieron en el coche esperando.

—Sabes Garmendia, estoy  seguro que estos dos se confabularon para robar el collar.

—Estoy dudando…

Garmendia quedó con la mirada perdida, pensaba.

—¿No te parece que es demasiado fácil, que ella se hubiera robado? Hay algo que se nos está escapando y no sé qué es. Si necesitaba dinero por tener deudas de juego, lo hubiera vendido  por una buena cantidad que le alcanzaría para saldar varias deudas, Lombardi me dijo que hay un mercado que se encarga de vender  en Europa, los coleccionistas pagan mucho dinero por ese tipo de joyas.

—¿Y entonces?

—Entonces, vamos a habla con Sebastián, huelo que ese niño bien tiene algo que ver, pero no está solo.

Una hora después Sebastián dejo la casa de los Woodman, iba a subir a su moto cuando Garmendia y Carmona Lo interceptaron.

—Hola Amiguito, cómo estás? —Dijo Garmendia apoyándose en la moto—necesitamos hablar con vos.

El joven los miró sin entender el gesto poco amable de los dos.

—Vamos a tomar algo fresco —invitó Carmona.

 

Fueron hasta un bar cercano y ocuparon una mesa cerca de la puerta, pidieron tres cervezas.

—¿Ayudaste a tu madrastra en el robo del collar?

—Usted está loco, yo no robe nada.

—¡¡Nosotros creemos que si…!!

—Ustedes son un par de granujas que quieren complicarme en algo que no hice.

Intentó levantarse y Garmendia le dijo mirándolo a los ojos:

—Ese día diste un  concierto con tu guitarra… luego en todo momento te vimos abrazado a ella como un enamorado. ¿Por qué?

—No sé de qué me habla, no recuerdo cómo agarré la guitarra, ustedes inventan historias y si no tienen nada más me voy, tengo trabajo que terminar.

Salió apurado y  subió a su moto que despegó a toda velocidad.

—Lo pusimos nervioso  —dijo Carmona.

—Eso es lo que quería, creo que es un perejil que otro utilizó y hay que descubrir quién es.

A partir de ese momento vigilaron a Sebastián a toda hora y sin que él lo advirtiera.   

 

Luego de varios días de seguir al joven, no habían hallado nada extraño, salía generalmente con su abuelo, el viejo Woodman, lo llevaba en auto al banco, a su casa, nada sospechoso, hasta el quinto día de vigilancia en que lo llevó al centro, y fueron directo a la joyería Prieto de la calle Libertad. Los detectives quedaron en su coche, esperaron largo rato para verlos salir y hablar con ellos, pero los Woodman, no aparecieron.

—Vayamos a ver, me resulta sospechoso que estén tanto tiempo en el negocio.

Los atendió un señor mayor, quien muy amablemente  negó la presencia de los Woodman. Garmendia mostró sus credenciales.

—Señor Prieto, comprendo que debe guardar en secreto la compra y venta de sus clientes, nosotros estamos siguiendo el robo de un collar y sospechamos que los Woodman tengan interés en venderlo.

Los ojos del señor Prieto se abrieron, sus manos se sujetaron al cristal de la mesa para disimular el temblor.

—¿Robo…?

—Sí señor, tratamos de encontrar un collar robado.

Prieto retomó su compostura y aclarando la voz dijo:

—Nadie  me ha ofrecido un collar señores.

—¿Y dónde están los Woodman, abuelo y nieto, que entraron y no volvieron a salir?

—Están equivocados.

—Basta de pamplina señor Prieto, colabore con nosotros o varios amigos míos del Afip le van a hacer una visita.

Nuevamente la compostura del señor Prieto voló por el aire, respiro hondo y dijo:

—Ellos salieron por la puerta de atrás que da al estacionamiento, dijeron que los estaban siguiendo, que temían que fueran ladrones, me hablaron de un collar la semana pasada  y según relataron, pertenece a la madre del joven, yo les hice un contacto con un coleccionista francés,  tengo mi ganancia en el trato, pero no  sabía su origen, ellos nunca me dijeron que era robado.

—Pues sí, es robado, así que conviene que nos escuché y colabore.

Mientras  el señor Prieto cerraba con llave el negocio, una empleada los hizo pasar a un cuarto, tras ellos entró  Prieto y cerró la puerta.

 

Prieto los puso en conocimiento de que el coleccionista francés  llegaría en una semana y que ya habían alquilado para el jueves 15, un box de un banco  importante para hacer la entrega del collar  que estaba en una caja de seguridad, en esa caja dejarían el millón de dólares que iban a obtener por la venta. Un negocio redondo.

Los detectives dejaron de seguir a Sebastián para que abuelo y nieto, tomaran confianza de que nada había averiguado, ahora sólo les quedaba  ir ante el fiscal y presentarle las pruebas del caso y obtener una orden del juez.

 

¿Pero quién fue el cerebro del robo, el viejo Woodman o Sebastián? Ninguno de los dos, fue la bella secretaria  señorita Elisa Fuentes. Estaba enamorada de Tomás  Woodman, desde hacía años y odiaba a Ema. Tomas le juraba amor, pero no se separaba de su esposa y buscó perjudicarla, robando el tesoro más preciado de Ema, el collar de su abuela Katerina y así  obtener una ganancia que la hiciera vivir por el resto de su vida sin problemas económicos. Planearon el robo con Sebastián, que buscaba demostrar a su padre que no era un tonto como él pensaba y el viejo  Woodman, ambicioso, colaboró con sus contactos, para obtener una buena parte  en el robo.

 

Durante la fiesta del cumpleaños, Elisa, acompañó a Ema a su cuarto y mientras le arreglaba el peinado abrió el cierre del collar, al ponerse Ema de pie y caminar a la puerta el collar se deslizó y cayó sobre la alfombra, fue un juego peligroso que pudo resultar mal, pero los hados  acompañaron  a Elisa,  envolvió la joya en un pañuelo y lo entregó discretamente  a  Sebastián, quien lo escondió dentro de su guitarra y dijo no tener más ganas de seguir interpretando.

La suerte de Elisa terminó el jueves 15, al llegar policías de civil con una orden del juez para revisar el box 14,  donde se estaba tramitando la venta del collar. Ni los clientes, ni los empleados del banco comprendieron lo que estaba sucediendo, Elisa salió acompañada de dos señores, lo mismo sucedió con Sebastián y su abuelo. El coleccionista francés no se salvo de ir detenido y el collar fue devuelto a sus verdaderos dueños y hoy está muy lejos, en la bóveda de un banco  y forma parte del tesoro nacional ruso.