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lunes, 15 de julio de 2024

Historia de pueblo chico.


 


La fiscal Suárez  tenía a maltraer a Garmendia, después del caso del gitano y de las opiniones de Garmendia a favor de la mujer inculpada en el caso, Suárez parecía provocarlo, hacerlo sentir incomodo por su defensa de la señora Benítez.  

Al regresar de sus vacaciones, Pedro Garmendia se encontró con Suarez en tribunales, ella lo miraba con insistencia mientras Garmendia conversaba con el juez Batastini. Al salir, lo acompañó, caminaba en silencio a su lado.

-¿Me va a invita a un café señora Suarez? – preguntó el inspector con una sonrisa.

-Es lo que pensaba hacer Garmendia, vamos al barcito del Turco -respondió seria.

Garmendia estaba nervioso, pensando, qué  se traerá entre manos esta mujer. Sin embargo, fue una simple charla de amigos entre comillas. Suarez era bonita, solo su seriedad le apagaba esa belleza, pero al conversar tranquilamente, café mediante, Pedro la descubrió diferente a la idea que se había formado de ella. Se despidieron con un apretón de manos y cada uno fue a su oficina.

Pasados varios días, ya se había olvidado de la fiscal, fue Carmona quien entró como una tromba y le dijo:

-Robaron en la casa de la fiscal Suarez, le dieron una paliza, está en el hospital…

Fueron a verla, estaba irreconocible, la cara hinchada, los ojos morados y la nariz era un bulto deforme. Intentó preguntarle algo y se dio cuenta que no podía hablar bien. Ella le hizo un gesto y él se inclinó, suavemente le susurró al oído un nombre; Juan Zaldívar,

 -¿Él es el culpable? 

Ella asintió con la cabeza, volvió a pedirle que se acerque y le dijo;

-Ayúdeme

Garmendia y Carmona salieron a la calle impresionados  por el estado de la fiscal, la golpearon con saña, con furia, por un robo no se puede castigar así a una persona, comprendieron que el robo fue un pretexto, lo que sucedió en realidad, fue una venganza y mucho odio contra ella. ¿Por qué? Eso debían averiguarlo.

En los archivos policiales, el historial de Zaldívar, merecía varios legajos. ¿Pero qué tenía contra Suárez para odiarla tanto?

Su última hazaña fue asaltar y matar a dos personas en un supermercado, intentó con ayuda de sus abogados salir libre.

La fiscal presentó pruebas irrefutables a los que sus cuervos no pudieron negar, ni coimear a Suarez.

Desde la cárcel, Zaldívar manejaba los hilos de su banda. Su amigo en la política intentó sacarlo de mil formas con todo tipo de artilugios, a los que Suárez lograba echar por tierra.

El odio de Zaldívar hacia la fiscal crecía, varias veces intentaron asaltarla, pusieron una bomba en su auto que voló por los aires y ella siempre  se había salvado, parecía que un ángel de la guarda la protegía, pero esta vez los gorilas de Zaldívar habían concretado casi su misión. La fiscal había salvada su vida de milagro. Ahora comprendia Garmendia el motivo de aquella mirada de Suárez en Tribunales y la invitación  a un café, ella sospechaba que Zaldivar volveria al ataque, sin embargo no se animó a decirle nada al detective.

Garmendia sabía que hablar con el mafioso sería en vano, negaría todas las acusaciones, sin embargo algo inquietaba al detective y era el motivo de tanto odio.

Fue a verlo, era un preso vip, bien vestido, su habitación no la compartia y en ella se veía un aire de comododad y casi lujo. Recibió a Garmendia con una sonrisa burlona, sabía de antemeno el motivo de su presencia. Como era de esperar negó ser el instigador del robo y el ataque a la fiscal, dijo no tener motivos y que comprendia que estar en la cárcel  fue su propio error y era merecido, Garmendia creyó descubrir burla en sus palabras, nada pudo sacar en limpio con su visita.

Al llegar a su oficina le esperaba una sorpresa, Carmona, su ayudante había logrado hablar con uno de los soplones que siempre les pasaba algún dato importante. 

El odio de Juan Zaldivar a  Suárez tenia un motivo y era el asesinato del hermano menor del delincuente. Suárez lo había detenido en el 2019 por robo y en una gresca entre presos un puntazo en el estomágo le había quitado la vida. Nadie dijo quién fue en culpable, o no se supo, la realidad es que el joven murió  desangrado, la furia de Zaldivar recayó en la fiscal y juro vengarse, casi lo consiguío en el ataque a su casa.

¿Cómo frenar a Zaldivar?

Por el momento lo único concreto era aislarlo, que no tuviera conección con el exterior, pero para eso debian descubrir quién lo protegia desde el poder.

Carmona y Garmendia visitaron al juez Batastini, conocedores del respeto y admiración que dicho juez sentia por la fiscal, le plantearon sus temores ante las actitudes de Zaldivar, pusieron en conocimiento del magistrado que la única solución por el momento hasta que se realizace el juicio, era aislar a Zaldivar, que no tuviera ningún contaco con el exterior en especial con sus familiares y los integrantes de su banda, que para eso había que quitarle sus celulares y todo tipo de comunicación con el exterior. Sin visitas. La respuesta fue que sería imposible, por la protección que un ministro del gobierno le daba.

-¿Quién lo proteje? -preguntó Carmona.

El Juez hizo silencio y con un gesto de impotencia dio el nombre del ministro; Daniel Funes. Garmendia y Carmona quedaron mudos.

-¿Cómo puede un hombre como él  protejer a un asesino?

-Eso no lo sé -respondió el juez- pero creo que lo tiene agarrado en un puño, debe tener pruebas de algún negociado turbio por parte del ministro, que lo puede hundir y hacer perder su cargo.

Luego de semejante confesión por parte del juez y sabiendo que no podrian denunciar la fuente, se retiraron de tribunales más amargados que cuando entraron.

Investigar el pasado del ministro era una oportunidad de encontrar un hilo conductor. Zaldivar y el ministro nacieron y se criaron en el mismo pueblo, en el sur de la provincia de Buenos Aires y tenian casi la misma edad. Viajaron hasta el pueblo que  había visto nacer a dos personajes tan dispares.

En el pequeño hotel que se alojaron recibieron la primera noticia que los sorprendió. El dueño era un señor mayor que conocia a los dos, Zaldivar y el ministro en cuestión habían sido grandes amigos en su juventud.

-La madre del ministro vive a pocas cuadras, ella les puede decir algo, en especial que sucedió para que se distanciaran con odio y no volvieran al pueblo.


La anciana debía  andar por los noventa años, una joven la cuidaba. Garmendia le pidió que los dejara hablar a solas. A regañadientes aceptó.

La memoria de la mujer a pesar de sus años era bastante clara, recordó que el motivo de la pelea entre su hijo Daniel y Zaldivar fue una mujer. Los dos se habían enamorado de la misma y las peleas los fueron distanciando, la mujer se llamaba; Elsa  Martinez. 

-La chica desapareció del pueblo, algunos me dijeron que había muerto, debido a eso los dos se fueron a la ciudad, nunca volvieron, mi hijo me envía dinero, pero nunca viene a verme...

Mientras salian la joven los acompañó a la puerta.

-Perdón, no pude evitar escuchar la conversación, ¿Ustedes buscan a Elsa Martinez?

Los dos la miraron  y repitieron juntos:

-Si.

-Ella vive en Coronel Suárez, es mi madre...

Quedaron mudos. La idea de la muerte y ocultamiento que se habían forjado rodó por el suelo.

-¿Nos puede dar la dirección?

-Primero le pregunto a ella.- respondió.

Habló por celular y  dijo:

-Quiere saber ¿quienes son?

-Tenemos una orden de tribunales para hablar con ella -mintió Garmendia.

Un poco sorprendida la joven les dio la dirección.

El auto de Garmendia zigzagueaba en un tramo de ruta de tierra. Al fin dieron con la casa. Era un chalecito del estilo década del cincuenta, con piedras en el frente, pero bien mantenido.

Elsa Martinez los recibió seria, se la notaba nerviosa. Garmendia le entregó un papel que ella leyó y luego preguntó:

-¿Qué quieren saber?

-¿Qué suedió entre Zaldivar y el ministro Funes? Y no me diga que le pregunte a ellos, ya lo hicimos, queremos su versión- dijo con firmeza Carmona, mientras ponia su celular en grabadora.

La mujer retocía sus manos y carraspeó varias veces, le costaba o no sabia por donde comenzar, al fin dijo:

Yo fui pareja de Daniel, el actual ministro, pero lo engañaba con Zaldivar, ellos eran muy amigos, pero yo era muy joven y me gustaban los dos, así que a escondidas de uno me veía con el otro. Cuando Daniel se enteró, se puso furioso...

Elsa no pudo contener las lágrimas, Garmendia la dejó llorar, hasta que la vio calmada. Ella prosiguió:

-Discutimos y en un arranque de furia comenzó a golpearme, casi me mata, escape como pude, arrastrandome llegué a la calle, un vecino me llevó al hospital, quedé internada y pidieron la captura de Daniel, sus amigos de la politica lo sacaron del pueblo y lo mantuvieron oculto hasta que todo se fue olvidando. Zaldivar me ayudó, me ayuda hasta hoy, cada tanto me hace una transferencia de dinero para que no hable...

-¿Qué es lo que tiene que callar?

-Que estoy viva.

-¿Cómo? - la voz de Garmendia fue un chillido.

-Zaldivar hizo pasar que yo había muerto debido a los golpes, no sé cómo lo consiguió, ni a quién compró en el hospital,  pero le mandó el diario del pueblo a Daniel con la noticia, lo tiene amenazado de por vida, es su forma de vengarse porque yo no lo elegí a él. Cuándo Daniel desapareció del pueblo, Zaldivar intentó que yo fuera a vivir con él, me negué y eso lo enfureció juro vengarse de Daniel, pero la que lo despreciaba era yo.

-¿Por qué no lo denunció?

-Vive con sus amenazas sobre mi hija y  no son pavadas, cumple siempre, en el pueblo hubo varios que se le rebelaron y terminaron muertos, hoy con el poder que tiene basado en el dinero, es peor... 

Dejaron atras Coronel Suárez y regresaron a Buenos Aires y fueron a ver al Juez Batastini. 


A partir de ahí todo se fue desarrollando en orden. Zaldivar pasó a una carcel sin atenciones especiales, sin telefonos y aislado del resto. El ministro Funes fue recibido por el Juez Batastini quien lo asesoró y le dió la noticia de que la mujer a quien creía muerta estaba viva y es madre de una hija. 

Que su mamá lo esperaba desde hacía años, que las cartas y el dinero no alcanzan para una madre.

Lo que le quedó sin entender a Carmona fue la orden que Garmendia le presentó a Elsa Martinez.

-Sospeché antes de salir que había algo turbio en este asunto, así que la escribi, la firme con una firma ilegible y la selle con un sello de mi oficina, la señora Martinez estaba tan asustada que no leyó los detalles.

-Mirá que tramposo resultaste Garmendia...


La fiscal Suárez regresó a su casa despues de sesenta días de internación, su primera salida fue a una cena con Garmendia, cosa que molestó a Carmona, pues el también participó en la aclaración de la mafia que ejercía Zaldivar, pero comprendió que, mejor hacerse a un lado, entre esos dos había algo más que agradecimiento.






martes, 25 de junio de 2024

El caso del gitano.



 

   El detective Garmendia se miró al espejo mientras se afeitaba, la navaja acariciaba su cara sin apuro y pensaba: “En qué baile estás metido Garmendia…”

Se secó la cara  y fue a la cocina.

Desde que su esposa lo había abandonado, hacía dos años, vivía solo.

Preparó el café. No dejaba de pensar en el caso que tenía entre manos y que se complicaba cada día.

José Montoya había sido asesinado, en una casilla de un barrio poco recomendable, en las afueras de Pilar. Había recibido una  puñalada en el estómago, tan profunda que se desangró. Aferraba en su mano una rosa roja.

El único vecino vivía a cien metros y  lo definió como un gitano raro y poco amable con el que no se trataba.

Se sirvió el café y fue meditando  los detalles del caso.

Montoya  era dueño de un pésimo carácter, lo dijeron sus familiares, se había separado de su tribu por discrepancias con ellos;  no se le conocía pareja, ni amigos.

Garmendia visito a varios y dejó su tarjeta a la espera de que, si recordaban algo se lo comunicaran.

El gitano  se dedicaba a comprar coches usados o robados, los arreglaba y los vendía. En un primer momento, pensó en la mafia que se encargaba de robo de autos; aunque fue descartado,  ninguno de los conocidos trabajaba para él.

Garmendia no hallaba un hilo conductor que le aclarara el crimen o que al menos le diera una pista. Terminó el café, se puso la campera, salió a la calle.

Era viernes y la mañana estaba soleada,  la ciudad era un caos, embotellamiento en cada semáforo y mal humor en los peatones que cruzaban por cualquier lado. Al llegar a su oficina, su asistente,  Carmona lo esperaba con novedades.

Un vecino de Montoya había llamado esa mañana, recordaba haber visto a una mujer que llegaba en un Ford Fiesta azul, siempre a finales de mes; entraba a la casa y diez o quince minutos después salía muy apurada. Por la forma de vestir, pollera larga color naranja, blusa blanca y cabello sujeto con un pañuelo de colores, dedujo que era  gitana, una vez se había cruzado con ella  y le quedó grabado lo blanco de su piel.

Otra novedad fue hallar, en la casa de Montoya, muy bien escondido  en la solapa de su agenda, el número telefónico de una tal: Soledad Benítez y su dirección.  Averiguaron y coincidían con la esposa del secretario de Comercio Exterior; Vicente Benítez.

—Esto se está enredando cada día más —dijo Garmendia— ¿Qué amistad podía tener la esposa de un tipo tan importante con un vendedor de autos robados.

—Tal vez le compró  o le llevó su coche para arreglar…

— ¿Te imaginas a una señora como ella en semejante barrio?

Era difícil  imaginarlo, pero en el celular de Montoya aparecieron demasiadas llamadas al teléfono celular de la señora Benítez.

Los detectives la visitaron, se encontraron con una bella mujer de unos cuarenta años, muy elegante. Ella declaró que no  conocía a Montoya, pero  que desde hacía un tiempo recibía llamadas obscenas, a tal punto que había pedido el cambio de número telefónico. Al salir, Garmendia preguntó a su asistente:

— ¿Algo te llamó la atención?

—Dos cosas —dijo Carmona— el nerviosismo de la señora Benitez y la blancura de su piel…

 

Juan Heredia era primo de Montoya y se había comunicado con los detectives, ellos fueron a visitarlo. Era dueño de una inmobiliaria en Derqui.

La oficina de Heredia  lucía pulcra y él se advertía una persona agradable.

—Sabía que mi primo,  algún día iba a terminar así — fue lo primero que dijo sin apenarse.

Les sirvió café a los detectives y siguió conversando.

—He recordado que hace poco más de un año, él estuvo en mi oficina; ese día vino a pedirme dinero, cosa usual en él. Estaba sentado en ese rincón —señaló un sillón de espaldas al ventanal que daba a la calle— mientras yo atendía a un cliente, entró una señora muy elegante y lo vi mirarla y sorprenderse, ella no había reparado en su presencia, él se acercó y recuerdo el gesto de desagrado de la mujer. Él le hablaba muy despacio no logré escuchar; pero ella dio media vuelta y salió. Mi primo la siguió y quedaron hablando en la vereda. Entendí por los gestos que discutían, ella subió a su coche y se fue. Él anotó  la patente y entró  de nuevo. Le pregunté quién era y respondió: “una antigua amiga que regresa del más allá”. No le entendí y agregó “con semejante ropa cara, debe haber pelechado bastante en la vida, esta amiga me va a salvar”. Le di algo de dinero y se fue. No lo volví a ver.

— ¿Recuerda quién era esa mujer?

—Nunca la había visto, ya le dije, entró y sin explicar para qué había venido, se fue y no volvió.

— ¿Y la marca y color del auto?

—Era un Audi blanco.

Al salir Garmendia le pidió a Carmona que averiguara el historial de la señora Benítez.

— ¿Te parece necesario?

—Pensá que no siempre fue la esposa de un secretario de Comercio Exterior. Quiero que averigües lo que puedas de su pasado.

 

Siguieron preguntando a los vecinos del gitano, y otro repitió la historia de la gitana en un auto azul, que llevaba una rosa roja en el pelo y, agregó que la patente terminaba en 15, lo recordaba porque lo había jugado a la quínela y había acertado.  Investigaron y en casa de los Benítez no había un auto azul.

— ¿Tal vez lo pidió prestado a una amiga?

—Será mejor que lo averigües —respondió Garmendia— este caso se complica y sin embargo creo que la solución está frente a nosotros y no la vemos.

En el pasado de la señora Benítez, sólo hallaron su tiempo de actriz del under. Sus viejos compañeros la recordaban como una chica encantadora y muy buena actriz. Nada anormal.

Carmona llegó a la oficina de Garmendia con la novedad de que, en el entorno de la señora Benítez  nadie tenía un auto azul.

—Creo que estamos poniendo los ojos en la mujer equivocada. La gitana que iba a ver a Montoya a finales de mes, ¿Quién era? ¿A qué iba? A hacer el amor, no lo creo, en tan corto tiempo no se puede hacer nada. ¿Para qué visitarlo mensualmente? 

—Puede que fuera a pagar la cuota de un coche… —Garmendia no estaba convencido — o una deuda.

—O un chantaje —dijo Carmona.

El detective saltó de su silla y comenzó a dar vueltas.

—Eso me parece creíble y cercano a una verdad y al tipo de persona que era Montoya. ¿Pero dónde encontrar a esa  gitana?

—Hay que averiguar si hay comunidades gitanas o familias en la zona cercana a Pilar y si conocían a Montoya.

Mientras Carmona investigaba, Garmendia  volvió a la casa del gitano. Revisó cajones, estantes, ya la policía científica había pasado por todos los escondites, pero él esperaba encontrar algo, ese algo que le diera una pista.  Cuando ya desistía de su reconocimiento, comenzó a sacar unos diarios apilados en un estante y entre ellos, apareció un  álbum de fotos.  Varias fotografías habían sido quitadas, la cartulina más oscura demostraba que había sido recientemente. Se llevó el álbum.

No se había equivocado, los especialistas corroboraron su primera idea. Tal vez no tuviera que ver con el crimen, tal vez sí.

Varios días después Carmona trajo la novedad, ninguno de los gitanos de Pilar se conectaba con Montoya; pero, y eso sí fue una novedad: la madre de Soledad Benítez tenía un Ford fiesta azul y la patente terminaba en 15. La citaron.

Cecilia Sepúlveda se mostró sorprendida  al verse frente al detective. Tendría unos sesenta años, muy bien vestida y con una sonrisa simpática, lo contrario de su hija. Cecilia no entendía por qué  estaban interesados en  su coche. Presentó sobre la mesa de trabajo del detective los papeles de su auto.

—Como ve señor Garmendia tengo  los documentos de mi coche al día.

El detective sonrió.

—Señora no es mi intención controlar sus papeles, simplemente quiero preguntarle si usted fue alguna vez hasta Pilar a ver a un vendedor de autos usados, un tal  Montoya.

—No  hago viajes largos, solo me muevo en la capital.

— ¿Acostumbra a prestar su auto a alguna amiga?

—No. ¿Por qué tantas preguntas?

—Tenemos un caso policial y debemos investigar detalles, su auto, marca y color combina con el que estamos buscando. Nada más que eso. ¿Está segura que nunca prestó su coche?

—Sólo a mi hija cuando  lleva a lavar o al taller… el de ella.

La sonrisa de Cecilia Sepúlveda se convirtió en una mueca de hielo al decirlo, pareció arrepentirse.

—No se preocupe debemos estar equivocados —dijo Carmona mientras la acompañaba hasta la salida.

Al entrar, el detective  le dijo a su compañero:

—Vamos a ver a la señora Benítez.

La palidez de Soledad Benítez y sus ojeras le daban un aire fantasmal.

Los invitó a tomar asiento y escuchó  a Garmendia sin interrumpirlo. En un momento entró Vicente Benítez, saludó y quedó de pie, mientras Garmendia explicaba los pormenores del caso. Al terminar el detective, ella intentó hablar y la voz se le ahogó; fue el esposo quien dijo:

—Montoya fue pareja de mi esposa, él  era tan mala persona que ella lo abandonó y permaneció escondida en casa de una amiga por meses. Él la buscó, la consideraba su propiedad; en ese tiempo la conocí, la ayudé a cambiar su nombre y nos fuimos juntos,  yo estudiaba fuera del país. Habían pasado veinte años, cuando ese delincuente la encontró, no sé cómo consiguió nuestro número telefónico y comenzó a amenazarla con hacer públicas algunas fotos comprometedoras de aquellos años en que vivieron juntos. Mi esposa por temor a perjudicar mi carrera aceptó pagarle una cuota mensual exorbitante, hasta que ya no pudo más y le dijo que no  podía seguir así. Fue a verlo,  intentó llevarla a la cama, ella se negó y él la amenazó con una navaja…

Soledad hizo un gesto con la mano para que callara, se puso de pie y dijo:

—Quiso seducirme, me arrancó la rosa que llevaba en el pelo,  me negué a sus requerimientos y se ofendió, sacó una navaja y me amenazó, en el forcejeo él mismo se clavó el arma, al caer al suelo y me pidió ayuda, y yo salí corriendo, lo dejé herido y escapé. Mi crimen fue abandonarlo, tenía tanto miedo que temblaba, no sé cómo llegué a mi casa sin tener un accidente y  manejando en esas condiciones por la ruta.

--Murió desangrado….—dijo Garmendia.

Soledad no pudo evitar el llanto.

—¿Se vestía de gitana? —Preguntó Carmona.

—Sí, era una forma de que algún vecino de Montoya,  pensara que era un familiar o una amiga.

En la cabeza de Garmendia las ideas batallaban con su conciencia. Este era uno de esos casos en que el detective no quería proceder según marcaba la ley. Pero no podía hacer otra cosa, estaba seguro que la señora Benitez saldría libre, pero él no era juez, ni fiscal, sólo le dijo:

—Señora Benítez lo siento, un juez debe analizar su caso,  pero yo  debo cumplir con mi deber y detenerla.

Esa noche mientras cenaba solo en su casa, recordaba la cara de angustia de la señora Benitez y se arrepentía de ser tan fiel a su deber.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 12 de junio de 2024

El corazoncito de Garmendia.

 

 

 

El inspector Pedro Garmendia bebía su café frente a la ventana  del bar. El ir y venir de la gente en la calle, era incesante, todos apurados, a cualquier hora del día, la Av. Corrientes era un río humano.

Aburrido, observó el bar, era antiguo, llevaba años siempre igual, sólo recibía una nueva pintada cada tanto, pero las mesas y sillas eran las mismas de aquellos tiempos en que desayunaba con Cardona, aquel ayudante, que se fue a vivir a Uruguay porque se cansó de crímenes y robos. Llegaban antes de ir a la oficina del destacamento. En este bar la había conocido a Luciana. ¿Cuántos años habían pasado? Casi treinta años, veintisiete para ser exactos.

         Luciana era bonita y era punga, tenía un arte único para robar sin que el agredido se diera cuenta.

“Fue un sábado, él estaba en la misma mesa en la que hoy, bebía su café, ella entró con un hombre mayor, se sentaron y pidieron café, hablaban, ella sonreía pero cada vez que el tipo intentaba tomarle la mano, sutilmente la retiraba. Él tipo llamó al mozo para pagar  y como tardaba se levantó para ir al baño, dejó la billetera sobre la mesa, rápidamente ella, sacó plata, la volvió a dejar y se fue apurada. Garmendia fue detrás, ella camino varias cuadras y se detuvo en el semáforo y Garmendia la alcanzó. La tomó del brazo y le dijo:

—Que linda punguista, vamos de vuelta al bar.

—¡¡¿Puta madre, me tenía que ver un cana…?!!

La cara de Luciana cambió de color entre la rabia y la vergüenza, sin responder, volvieron al bar, el tipo ya no estaba. Se sentaron. Pedro pidió dos cafés, ella agregó.

—Café con leche y tres medialunas.

Garmendia no dijo nada, la miraba comer, comprendió que tenía hambre. Cuando ella terminó con la última miguita del plato, le preguntó:

—¿Por qué robas?

—Es el único oficio que aprendí, mi padre y mis hermanos son punguistas, así que al terminar la secundaria busqué trabajo y tuve la mala suerte de encontrar siempre Casanovas, que buscaban levantarme como a una loca cualquiera. Igual que el viejo de hoy, ese solo buscaba llevarme al hotel, le dije que había estado buscando trabajo todo el día y necesitaba tomar algo caliente, le pedí masitas con el café y me las negó, café y gracias me dijo, según cómo te portes en la cama te llevo a cenar.

Apretó los labios con rabia, Garmendia no hablaba, era bonita, pero había mucha tristeza en  sus ojos.

—¿Me vas a encanar? —preguntó ella, con cara de laucha asustada.

—No.

Luciana se levantó y antes de que él se arrepienta de lo que había dicho, salió a la calle y se perdió por Corrientes. Por esas cosas de la vida, volvieron a encontrarse, casualidad o causalidad después de tantos encuentros terminaron  en el departamento de Garmendia. La relación duró  casi tres años, parecía que todo andaba sobre rieles, ella era dulce y cariñosa y Garmendia se estaba enamorando con la simpleza  de un tipo que creía haber encontrado en ella el verdadero amor, se entendían hasta en los pequeños detalles. Un día al volver del trabajo sucedió lo que Garmendia nunca hubiera esperado;  menos los muebles se había llevado todo.

No pudo hacerlo sola —se dijo— debió tener ayuda de una o dos personas, seguramente su padre y su hermano. No hizo la denuncia. La rabia  y el dolor fueron convirtiendo su amor en odio. La buscó por todos los lados posibles, esos en los que se reúnen los pungas, los bares del bajo, la villa 31, nadie la conocía o la ocultaban, fue inútil. Desapareció como si la hubiera tragado la tierra. Los años fueron calmando la bronca y la desilusión, pero nunca logró olvidarla. Fue el amor-odio de su vida, más amor que odio.”

Volvió al presente del viejo bar, pidió otro café y mientras esperaba, su mirada fue registrando al gentío que caminaba por la calle, entonces, la vio, ¿era una aparición o era ella en verdad? ¡Era Luciana! Habían pasado tantos años, estaba hermosa, madura y hermosa. Un dolor en el pecho activo aquellos momentos vividos, la vida en común, el abandono, la tristeza. Luciana iba acompañada por un tipo elegante, ella también llevaba buena pilcha, se detuvieron casi frente al bar, él la abrazó, le susurraba cosas al oído, y ella sonreía y con una delicadeza encantadora y simulando que le acariciaba la cola, le metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco la billetera y con un arte natural se la guardó en su bolso. Garmendia se largó a reír al momento que llegaba el mozo con el café.

—¿Qué pasa Míster, que se ríe con tantas ganas? —le preguntó.

—Me río de mi mismo, tantos años con una ilusión y en un instante se hizo pedazos, soy un infeliz, por eso me reía.

 


 

 


domingo, 26 de mayo de 2024

Garmendia sale de vacaciones.

La invitación le había llegado a Garmendia como un regalo del cielo. Hacía dos años que no tomaba vacaciones y la oferta de pasar unos días en la costa, en un pueblito pesquero con calles de tierra, sin Shopping, sin cines, solo descanso, sol y playa, le resultó un placer. La vivienda era de un primo que deseaba venderla y pensó que Garmendia sería un posible comprador si se enamoraba de la casa y el pueblo.

En pocos días la piel descolorida de Garmendia tomó un tostado que le dio una apariencia saludable, corría cada mañana y pasaba horas en la playa. Pero no todo suele ser paz, cuanta más pequeña es una comunidad más límites y presión social surgen.

Una tarde un grupo de personas comenzó a deambular por la playa y por las calles, quebrando la tranquilidad que Pedro Garmendia había admirado. El motivo: una joven había desaparecido, la búsqueda no tuvo éxito, hasta que al anochecer encontraron su cadáver en una playa alejada.

Mariana tenía diecinueve años, era empleada en un bar cercano al puerto, concurrido por los pescadores, no tenía novio, vivía con sus padres, llevaba una vida tranquila, sin escándalos, ni malas compañías. ¿Qué había sucedido?

Garmendia no pudo evitar que Bermúdez, el comisario del pueblo, le pidiera su colaboración.

Garmendia pidió a los forenses que no dijeran a los medios, cómo dieron muerte a Mariana, en especial por respeto a los padres de la joven, solo lo sabían  Bermúdez y Garmendia, los medios publicaron que murió debido a golpes.

Octavio el dueño del bar dijo casi al pasar que la mayoría de los parroquianos estaban enamorados de Mariana por su belleza y amabilidad, ella sonreía a todos, pero no se enamoraba de ninguno.Garmendia fue conversando con los asiduos visitantes al bar, buscando descubrir en sus palabras algún indicio de celos, enamoramiento o sentimiento hostil hacia la joven.

Nada descubrió.

Alejada del lugar  que encontraron a Mariana, hallaron una camisa blanca, tenía manchas de sangre y en el bolsillo se veía un desgarrón, alguien había tirado hasta arrancarlo y provocar la rotura. Cabía la posibilidad de que fuera del asesino, no era de las que usan los pescadores, que generalmente son de brin fuerte, era de un algodón de fina calidad. ¿Quién usa este tipo de camisas? Preguntó Garmendia al comisario.

—Cualquier joven vendedor, de supermercados o tal vez los empleados de la oficina de Telefoncal —respondió.

Garmendia se dispuso a investigar. Primero en el supermercado, había uno solo en el pueblo, los empleaos usaban buzos de algodón. En los negocios era variada la indumentaria, generalmente chombas con el logo de la empresa, quedaba Telefoncal, allí  losempleados  llevaban camisa blanca de manga larga, los jefes vestían traje. 

Algo llamó la atención de Garmendia, las jovenes también llevaban camisa blanca. Regresó a la oficina policial. Pidió ver la camisa, Bermúdez la trajo en la misma bolsa en que la habían guardado. El detective la extendió sobre la mesa.

-Es pequeña, no le parece Bermúdez – preguntó.

-Debe ser un hombre muy delgado -exclamó el comisario- o tal vez….

Dejó la palabra en el aire, Garmendia olió la tela.

-Tiene perfume, apenas se huele, creo que vamos a visitar a las empleadas de la Telefoncal.

Los recibió el gerente de la empresa y escuchó sorprendido lo que le informaron, en seguida autorizó que una a una, las tres empleadas pasaran a un box donde Garmendia era el encargado de hacer las preguntas, mientras Bermúdez observaba cada detalle. Las tres dijeron no conocer a Mariana.

Bermúdez las investigó y descubrió que una de ellas estaba casada con el dueño de una lancha pesquera, Javier Salinas y asiduo visitante al bar de Octavio. A partir de ahí fueron a buscar a Salinas. Resultó un tipo amable, buen mozo, se lo veía más joven que su esposa, al nombrar a Mariana, Garmendia descubrió que la tristeza le sombreo la cara.

-Si la conocí, trabajaba en el bar y yo iba todos los días a tomar una cerveza -dijo evitando mirar a Garmendia- ella y yo charlábamos…no éramos amigos, pero conversábamos siempre de nuestras cosas.

-La apreciaba… ¿No?

Salinas inclino la cabeza, se lo notaba turbado

-Si, era un ser encantador, no solo por su belleza, su ternura, sus sentimientos, no entiendo como alguien pudo hacerle daño…

Al decir esto no pudo contener las lágrimas y fue Bermúdez quien aportó su impresión:

-Estimado me parece que usted la conocía bien y sabe más de lo que dice…

-Por favor, que no se entere mi esposa, Mariana y yo nos habíamos enamorado y pensábamos escaparnos al Uruguay apenas yo pudiera vender mi lancha, mi vida con mi pareja, es un infierno, tiene un pésimo carácter y es violenta. Varias veces me agredió por problemas de dinero y celos, en el hospital del pueblo va a encontrar varias entradas mías que figuran por accidentes domésticos, pero en realidad fueron ataques, me provocaba para que yo respondiera y la golpeara y luego denunciarme….

Garmendia entendió que el dolor del hombre era real y casi con temor pregunto:

—¿La cree capaz de matar a Mariana?

—¡No! —exclamó Salinas—No, Silvia es celosa y algo violenta, pero conmigo es así, con otras personas es amable.

Bermúdez palmeo el hombro de Salinas, Garmendia lo saludó con un gesto y salieron.

—¿Qué te pareció?—pregunto Garmendia.

—No le creo, hay algo que no me cierra, el tipo tiene una edad parar razonar que Mariana a su lado era una nena, si la quería tanto porque no la cuido, tal vez la chica se negó a irse con él, perdió los estribos y la mato…no sé, es todo muy confuso.

Fueron caminando en silencio, cada uno enfrascado en sus pensamientos, fue Bermúdez que dijo:

—¿Qué te parece si convocamos a la esposa de Salinas  a la oficina policial? Es una forma de ponerla nerviosa y ver cómo actúa y que dice…

Garmendia asintió, le pareció buena la idea. A la mañana siguiente un uniformado se presentó en empresa de Telefoncal y entregó a Silvia Galeano la orden que debía presentarse en la sede policial.

Silvia Galeano llegó ante Bermúdez y Garmendia con una sonrisa, elegantemente   vestida y con un maquillaje que acentuaba sus bonitos ojos celestes. Fue Bermúdez quien comenzó con las preguntas. Ella lo escuchaba, su sonrisa se fue perdiendo, se la notaba molesta, se movía incomoda en la silla, al fin, fastidiada exclamó:

—Ya les dije el otro día que yo no conocía a la chica. Me entere del caso por el diario del pueblo y por las conversaciones de algunos vecinos, no entiendo por que me han citado… ¿Me pueden explicar el motivo?

—Mariana y Javier Salinas, pensaban escapar a Uruguay -dijo Garmendia en forma pausada y sin dejar de mirarla —queríamos saber su opinión…

—Hace mucho que Javier y yo estamos separados, el tiene derecho de hacer su vida con quien quiera, hasta con una mocosa a la que le dobla la edad y más.

Acentuó las últimas palabras con rabia.

—¿Usted conocía esa relación?

Titubeo, no sabia que responder, al fin asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Cree que Javier puede haberla asesinado?

Se puso de pie y dio vueltas por la oficina, los miraba a los dos buscando en ellos una respuesta. Al fin respondió:

—Que se yo, Javier es medio loco, es capaz de cualquier cosa cuando se pone nervioso, hasta de matar a una criatura por celos, en un arranque de furia todos somos violentos.

-¿Hasta  matar?

Volvió a sentarse, parecía más tranquila.

—Matar en un momento de furia resulta fácil, un golpe y puede dejar desmayada a una chica tan delgada y frágil —La voz de Silvia iba subiendo de tono con cada frase— pero ahí no termina la violencia de un hombre como Javier, seguramente ya iba provisto de lo necesario para ahogarla hasta dejarla sin aire, seguramente se cansó de ella, él siempre fue un casanova.

—¿Intento ahogarla a usted alguna vez?

—Nunca logro hacerlo, yo tengo la fuerza de un hombre y se defenderme.

—¿De Mariana también se defendió con su fuerza?

La pregunta de Garmendia sonó burlona. Bermúdez se agarró el cabeza sorprendido por las frases de Silvia. Ella los miraba sin entender que estaba sucediendo, ni por qué Garmendia le hablaban así.

—¿Qué quiere decir Garmendia? ¿Usted se cree que me puede acusar porque es un detective de la ciudad y yo una empleada de un pueblo del interior? —Silvia estaba frenética, le temblaba la voz, se puso de pie con intención de irse, cuando la voz de Bermúdez sonó alta y clara:

— ¡Queda arrestada señora Silvia Galeano!

— ¿Usted está loco? —Dijo mirando con furia a Bermúdez.

—Solo quien asesino a Mariana sabia de que forma lo hizo, nunca se publicó que fue ahorcada y usted lo sabía, encontramos la camisa que Mariana le rompió en la lucha por defender su vida y quedo enredada entre los arbustos de la playa, podemos probar si es de su talle y si el perfume es el mismo que usa usted…y si la sangre que hay en ella le pertenece. ¿Qué le parece?

Silvia golpeó con sus puños la mesa y exclamó:

—Esa mocosa me robaba lo único que tenía, mi amor, yo no podía competir con su juventud y belleza, la cite para hablar, le  suplique que  dejara a Javier, que era mi pareja desde hacía quince años, pero a ella nada le importo, se reía, la tomé por los hombros, la sacudí, mis puños se estrellaron contra su cara hasta dejarla casi desmayada, era frágil como de papel, encontré un cable y lo demás ya lo saben, vi que mi blusa estaba rota, me la saqué y la tiré entre los arbustos, me cerré el bléiser y llegué a mi casa, perdí el control, no se que me sucedió…

Los dos hombres la miraron con lastima,  era un ser destruido, no lloraba, golpeaba despacio  la mesa.

—¿Qué va a ser de mi? —pregunto con un hilo de voz.

—No se preocupe, el juez va a decidir.

 

 

 

 

 

lunes, 6 de mayo de 2024

El novio de la tía Carla.


 

 

 

Era viernes y el día finalizaba, Garmendia esperaba terminar el último informe y salir a tomar una cerveza, sentarse tranquilo en el bar del gallego Paco y mirar el ir y venir de la gente en la calle mientras  bebía y picaba unos maníes, quesitos y jamón.

Pero su plan se vino abajo cuando entró Carmona y le dijo:

—Pedro vas a tener que ayudarme, estafaron a mi tía Carla…

Garmendia se puso  la campera y no respondió.

—Dale viejo es mi tía y le afanaron 9.000 dólares y joyas—insistió Carmona.

—¿Quién fue el desgraciado?

—El novio.

Garmendia se detuvo en la puerta de la oficina, giró y lo miró de frente a su compañero.

—¿Cómo?

—Si el novio, hace poco que salían y ella confió en el tipo, estaba enamorada, vos sabes cómo son esas cosas.

Garmendia movió la cabeza y respondió:

—No, no sé cómo son esas cosas, nunca tuve 9.000 dólares, decime qué sucedió…

—Mi tía lo conoció al fulano en esos sitios de internet en  que se consigue pareja, se trataron un tiempo por chat y al fin se conocieron personalmente, fue un flechazo a primera vista.

—Me imagino ¿qué edad tiene tu tía?

—Sesenta y cinco, pero no los aparenta, es una monada, siempre elegante, bien vestida, maquillada, no le das esa edad.

—Perdón que te interrumpa ¿el fulano qué edad tiene?

—Cuarenta y tres —dijo Carmona casi en un susurro.

Garmendia alzó los brazos y pegó un gemido que fue casi un grito.

—Pero, a tu tía no se le ocurrió que ese tipo venia con otra intención, no estaba enamorado quería robarle la guita…

—Estaba ciega de amor Pedro, creyó en él, le juraba que nunca había sido tan feliz y ella lo dejó instalarse en su casa, a los pocos días desapareció con la guita y las joyas de oro que tenía en la caja fuerte.

—¿Cómo abrió la caja, no me digas que le dijo la clave?

—No, era una caja vieja y la clave era simple, para un tipo del oficio fue pan comido.

Garmendia entro de nuevo a la oficina y pensó; ¡Chau cervecita!

—Mi tía hizo la denuncia pero hasta el momento no encontraron ninguna pista del tipo, tenemos que ayudarla.

—¿Y vos nos encontraste nada que nos pueda ser útil?

Carmona hurgó en el bolsillo de su pantalón y dejó sobre el escritorio una cartilla de fósforos con el nombre de un hotel y en el celular una foto.

—Esto lo encontró Carla cuando le lavó los jean, el tipo no quería fotos, esta se la saco ella en un momento que se había quedado dormido en el sillón.

Siguiendo el dato de la cartilla de fósforos, fueron hasta el “Hotel Carrillón”.

El empleado dijo no conocer al señor de la foto, pero Garmendia descubrió cierta duda al responder.

—Tal vez si vinieran del Afip a preguntarte  se refrescaría tu memoria…—dijo el inspector  con una sonrisa.

El empleado sobresaltado al escuchar Afip, recordó que el personaje solía visitarlos con diferentes señoras, utilizaba varios nombres, pero ellos lo tenían registrado como Felipe Sandoval Fuentes.

No fue difícil dar con Felipe, tenía varios domicilios, de la madre, la hermana y el de un amigo malandra y conocido de la policía que les dio una dirección, lo encontraron en una pensión de Belgrano. Lo detuvieron.

Negó toda acusación, pero cuando vio frente a él a Carla, se aflojó y llorando le pidió perdón. Era un artista de primera, a ella la convenció  su arrepentimiento y estuvo a punto de retirar la acusación cuando fue Carmona quien dijo:

—¿Tía no te das cuenta que está fingiendo?

Fue una escena teatral Carla y el chanta se abrazaron llorando, pero la tía no retiro la denuncia.

Recuperaron las joyas y 8000 dólares, los 1.000 que faltaban, no sabía en qué garito los había perdido.

La tía Carla salió llorando pensando que el pobrecito debió haber tenido una niñez sufrida y que por eso se dedicaba a robar. Carmona la miraba de reojo y no respondió.

—El tipo es un Tránsfuga —dijo Garmendia— no busque explicación, usted no es la única  a la que robó, tiene en su haber siete denuncias y siempre escapaba o compadecidas las mujeres levantaban la acusación.

—¿Siete denuncias? Está bien  déjenlo adentro, el juez ya me va a escuchar… ¡¡Quiere decir que me engañó con siete tipas tontas como yo!!

—No —dijo Carmona—ellas fueron primero, las engañó con usted.

La tía Carla salió llorando, mientras le decía por lo bajo a su sobrino:

—Que simpático es el inspector Garmendia, lo voy a invitar a cenar una noche de estas…

Carmona suspiro hondo y no respondió.

 

 



 

lunes, 8 de abril de 2024

Garmendia y la señora Esquivel.


 

 


 

El inspector Garmendia estaba sentado frente a ella, la miraba sonriente, sin embargo había algo en esa jovilidad que  a la señora Esquivel no le gustaba.

—No entiendo el motivo de su visita inspector Garmendia…

—Le voy a explicar, estimada señora, hace unas semanas, usted viajó con su dama de compañía,  a Chascomus, después visitó Mar del Plata  y en uno de esos viajes se vio envuelta en un robo… ¿verdad señora Esquivel?

La cara de Mariana Esquivel fue cambiando de color, hasta llegar a un pálido descolorido, buscó en su mente las palabras adecuadas, y no las hallaba, al fin exclamó:

—Sí, pero nada tuvimos que ver, en el viaje, se nos acercó un señor que subió en  Constitución,  era muy simpático y casualmente viajamos juntos en el mismo vagón —la señora Esquivel se retorcía las manos  y agrandaba sus ojos al hablar— ese caballero nos utilizó, no fue un caballero, fue un sinvergüenza, bajó en  Chascomus  y nos acompañó hasta el hotel cargando nuestras valijas...por favor señor Garmendia, no me diga señora Esquivel, me llamo Mariana, mis amigos me dicen Maru.

Garmendia sonrió y le explicó:

—Resultó que su amigo simpático era un ladrón especializado  en  gemas preciosas, estimada Maru…—Garmendia quedó en silencio unos instantes, como para darle mayor importancia a sus palabras— El ladrón se llama Ramiro Barrios, es español, lo venimos siguiendo desde hace unos meses, se nos escapa con la agilidad de un gato. Cometió el robo en una joyería  de la Av Alvear, siempre trabaja solo, pero creemos que esta vez ha tenido un cómplice o dos...

La cara de Maru dibujó una sorpresa fingida.

—¿Saben quién es su cómplice?

—Estamos en eso, a su regreso, usted salió de Mar del Plata y llegó a Buenos Aires en micro y por las cámaras de Retiro, el ladrón y usted viajaron en el mismo micro.

Mariana se sobresaltó.

—No lo sabía, le juro que…

El inspector hizo un gesto con la mano para que callara.

—Volviendo al día que llegaron por la mañana a Chascomus,  una de las mucamas me dijo que Barrios regresó por la noche  y pidió saber su habitación. ¿Qué sucedió?

Esquivel se puso de pie, dio vueltas por la habitación, cambió su gesto tranquilo y respondió con los ojos llenos de lágrimas:

—Es verdad. ¡¡Qué momento vivimos!!  Barrios dijo que el día que nos ayudó con las valijas, dejó en el bolso de mano de Raquel, mi acompañante, un paquete y quería recuperarlo.

Garmendia seguía con su sonrisa que ya se había transformado en una mueca burlona.

—Frente a él dimos vuelta el bolso de Raquel y nada encontramos, luego… —La señora se pasaba la mano por la frente, se la notaba agotada— usted no se imagina que mal estábamos las dos, él, furioso, no nos creía, no entendíamos de que paquete hablaba, hasta que en un momento, sacó un arma, nos amenazó y nos obligó a abrir las valijas,  las dio vuelta, buscando su bendito paquete, pero no  encontró nada, hasta que Raquel llorando a moco tendido abrió el fondo de seguridad  interior de su maleta, sacó un bulto envuelto en papel madera y se lo entregó.

Lagrimas de desesperación brotaron de la señora al recordar lo que habían vivido.

—¿Así que Raquel tenía las gemas y se las entregaron  a Barrios?

Garmendia preguntó con esa burla que parecía dibujada en su cara y ser parte de ella, Mariana respondió:

—¡¡Por supuesto!!

Esquivel tomó asiento, ya no lloraba, se la veía muy tranquila.

—No entiendo por qué aparece usted y me hace todas esas preguntas Inspector… —dijo con un gesto de soberbia.

Garmendia cambio la sonrisa por un gesto serio, demasiado serio.

—Las piedras que le devolvieron a Barrios eran simples baratijas que seguramente compraron en algún mercadillo de la zona cercana al hotel y  ustedes se guardaron las verdaderas, detuvimos a Barrios al llegar a la estación Retiro, las iba a seguir para meterse en su casa y obligarlas a que le devolvieran las piedras preciosas.

El rostro de la señora era una luna llena, parecía a punto de desmayarse.

—Seguramente fue un juego divertido para usted —dijo Garmendia— sacar las gemas del hotel sin que nadie sospechara, pero cuando le pregunté a las mucamas si habían detectado algo que les llamara la atención sobre su persona, una de ellas observó que usted al llegar vestía un traje gris perla muy bonito, y al marcharse llevaba el mismo equipo pero, con pequeñas piedras pegadas en la  solapa que lo hacía muy llamativo.

Mariana estaba a punto de desmayarse.

Se escuchó un llanto ahogado, Garmendia se puso de pie y abrió una puerta que comunicaba con un pasillo, allí sentada en el piso y llorando a mares estaba Raquel, la dama de compañía de Esquivel. El inspector la ayudó a levantarse y ella,   furiosa, dijo señalando con el dedo índice a Esquivel:

—Te lo dije, Te lo dije, era una broma peligrosa ese hombre casi nos mata la primera vez y ahora vamos a ir presas por tu intento de ser ladrona y divertirte.

—¡¡Cállate Raquel!! Sos una aburrida, fue una broma que salió mal —lo miro sonriente a Garmendia— si nos hubiéramos quedado con las gemas seriamos ricas… ¿cuánto valen?

—Esas gemas son lo que se llama; diamante rojo, un millón por quilate.

Las dos mujeres pegaron un grito, Mariana se agarró la cabeza y                                                                                                                                                                                                                                                                                                             con el asombró dibujado en su cara, Raquel preguntó:

—¿Y ahora que va a suceder con nosotras?

—Puede que si entregan las gemas y dicen la verdad, que fue todo una aventura y ponen un buen abogado la cosa se resuelva bien, aunque no lo creo, por el momento van a venir conmigo y van a tener que declarar frente a un juez y los abogados  del joyero.

 Raquel volvió a llorar a los gritos, mientras la señora Esquivel se mantenía fría con una roca.

En la puerta las esperaban dos móviles, subieron acompañadas por dos mujeres policías, mientras Raquel seguía llorando, Mariana Esquivel disfrutaba del viaje con una sonrisa y acariciando las gemas de su saco,  soñaba en la buena vida que se hubiera  dado si lograba realizar el robo  y sin llegar a entender el problema en el que se había metido.