Seguidores

martes, 8 de abril de 2025

Garmendia en una encrucijada.


 


 

Carmona daba vueltas por la oficina, por momentos se detenía y miraba interrogante a Garmendia que parecía estar sumido en un jeroglífico que no lograba descifrar.

—Me parece que estás equivocado —exclamó Carmona— te parece que después de once años alguien se puede tomar una venganza tan cruel…

—¿No fue cruel lo que le hicieron a Ariel Zamudio?

—Si, pero esperar tantos años, me parece que no es posible, es un tipo simple, incapaz de semejante crimen.

Pedro movía la cabeza intentando aclarar sus pensamientos. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba el caso con la claridad de aquella noche, no sólo había estado presente, también había llorado junto a ese hombre desconsolado. “Silvia la esposa de Zamudio cruzaba la calle llevando a su hijo de siete años tomado de la mano, el semáforo estaba en verde, de pronto un coche dobló a gran velocidad y los atropelló, el auto se alejó sin prestar atención a los dos cuerpos que quedaron en el asfalto, las cámaras captaron modelo, color y patente.

 

Fue fácil encontrar a la mujer que conducía, Celina Montiel Fuentes, estaba alcoholizada y drogada, era una bomba de tiempo circulando por las calles.  La joven era hija de un acaudalado comerciante de la zona norte, con suficiente dinero y contactos para lograr que su hija quedara en libertad. El fiscal Marini fue ciego y mudo ante semejante crimen, el juez fue sobornado y pronto los diarios se olvidaron del caso y todo quedó impune.

Se fueron sucediendo casos extraños, al año, la muerte del fiscal en un accidente automovilístico, el coche había sido robado y nadie vio al chofer un caso parecido al de la muerte de Silvia y su hijo, sólo que está vez no hubo cámaras ni huellas que identificaran al chofer.

Meses después. Al juez le fallaron los frenos de su Audi y se llevó por delante una casilla del peaje en la Panamericana, los frenos habían sido manipulados para que se produjera el accidente, no se encontraron culpables.

¿Quién iba a relacionar estos dos casos con la muerte de Silvia y su hijo?

Nadie.

Once años más tarde, sucede la muerte de Celina, un asalto en la calle, dos balazos pusieron fin a una vida inútil, ya que seguía siendo la misma alcohólica de su juventud. Pero está vez hubo cámaras, el asaltante llevaba un pasamontaña negro con un escudo pequeño del club Independiente en la parte de atrás, su rostro quedó oculto, al alejarse algo llamó la atención de los investigadores, el personaje era chueco, lo bastante para diferenciarse del común de la gente.

El jefe Mendieta llamó a Garmendia y Carmona, ellos tenían suficiente edad para poder reconocer a un asaltante con esas características, conocían al dedillo al mundo del hampa que circulaba por la ciudad.

Garmendia guardó silencio, se dedico a buscar a Zamudio, lo encontró en el mismo barrio en el que vivió con su esposa, sus otros dos hijos ya adolescentes vivían con él, uno de ellos comenzaba la secundaria y el otro se preparaba para la facultad, una vida ordenada a pesar del dolor de no tener mamá.

Zamudio recibió a los detectives, los hizo pasar a la cocina, cerró la puerta para que sus hijos no escucharan, y negó tener conocimiento de los tres casos. Se quedó de pie con los brazos cruzados, miraba a los detectives casi sin pestañear, el dolor le había marcado la cara y su pelo lucia gris. Con voz serena les dijo:

—Me dedico a trabajar y salir adelante, tengo un taller de chapa y pintura y con eso voy viviendo y educando a mis hijos, no sé, ni quiero saber nada con esa gente -miró a Garmendia a los ojos y mordiendo las palabras le dijo- seguramente el castigo vino de arriba, la justicia de Dios es lenta, pero llega.

Los detectives salieron, subieron a su coche y se alejaron en silencio. De pronto Carmona preguntó:

—¿Qué opinas, le creíste?

—No.

—¿Viste lo mismo que yo?

Garmendia no respondió, se detuvo en la puerta del bar del gallego, entraron y pidió dos cervezas, miró a Carmona y le dijo:

—Yo no vi ningún pasamontaña negro con escudito de Independiente, ¿y vos?

—¿Qué le vas a decir al jefe?

—Que no encontramos ningún chueco, el único que conocimos murió hace once años.


 




(Sé que muchos  me van a decir que Garmendia actuó mal, recuerden que esto es un cuento.)

 

7 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  2. ¿Los principios por sobre la ley?
    Entiendo porque es una encrucijada.
    ¿Sigue la relación de Garmendia con la fiscal? Porque es algo que no podrá contarle.
    Un abrrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola demiurgo, seguro que no podrá contarle a la fiscal su proceder, pero él, es un personaje más humano que detective, llevara ese peso en su consciencia como una carga. pero como dije antes, es solo un cuento...

      mariarosa

      Eliminar
  3. Yo siento que Garmendia hizo bien. A veces la ley con sus tecnicismos y vacios se decanta por el malhechor; yo me inclino a equilibrar la balanza para el lado la victima y Garmendia, tambien. O sea, fantastico jaja
    Buena historia, besos y feliz noche.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bien o mal... dónde termina uno y comienza el otro, no lo sé, yo solo soy la escritora de la historia y Garmendia el detective. ¡Quién está equivocado él o yo?
      Un abrazo Hadita.

      mariarosa

      Eliminar
  4. Hola Maria Rosa, que suerte que Garmendia y Carmona no encontraron ningún chueco ni vieron el dichoso pasamontañas en casa de Zamudio.
    Abrazos van!

    ResponderEliminar