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viernes, 21 de marzo de 2025

Una mujer de mal caracter.


 


 

Lidia preparaba su maleta y mientras lo hacía pensaba; que poca ropa tengo, dos vestidos, dos pantalones, una camisa y dos remeras, ropa interior y una campera; es todo mi equipaje.

De pronto se abrió la puerta de su habitación y la señora Sabrina apareció con su enorme figura apoyada en su bastón, cubriendo el ancho de la puerta.

- ¿Adónde te crees que te vas?

-Regreso a mi pueblo señora, ya no la aguanto más -y siguió acomodando su ropa- es imposible vivir con usted, pida en una agencia una enfermera, otra persona que sepa manejar su histeria.

-Vos no me podés dejar, yo no puedo vivir sola, necesito quien se ocupe de mis remedios, me lleve al médico y me de las inyecciones a horario.

Lidia la miro de frente, respiro hondo y tratando de sonreír exclamó:

-Hace dos meses le avise que me iba, usted sabe que no nos llevamos bien y no hizo nada por tratar de mejorar nuestra relación.

Lidia se sentó en el borde de la cama, tratando de mantenerse serena, dijo:

-Hace seis años que trabajo con usted y su carácter empeora día a día, yo no tengo la culpa de su enfermedad…

Cargó su maleta e intentó salir de la habitación, Sabrina no la dejó, al fin forzando su paso salió, Sabrina caminó detrás gritando improperios que Lidia ignoró. La señora Martínez no iba a aceptar que una provinciana cualquiera tuviera las agallas de gritarle en la cara que no la aguantaba más e irse, al verla llegar   a la escalera, levantó su bastón y con la fuerza de su altura y cuerpo lo descargó en la cabeza de Lidia, quien con maleta en mano rodó por los escalones.

Sabrina seguía gritando, agitaba los brazos y en un momento se llevó las manos a la garganta, le faltaba el aire y buscando alivio se sentó en la escalera. Por un momento perdió el conocimiento, al reaccionar y ver el cuerpo de Lidia Segovia en el piso, se dio cuenta lo que había hecho…

Los vecinos comprendieron que algo grave sucedía en la casa de Sabrina Martínez, los gritos cruzaban las paredes y las frases hirientes volaban provocando en el barrio, un mal presentimiento, varios llamaron a la policía.

 

Garmendia y Carmona se encontraron con una escena desconcertante, una mujer muerta en un charco de sangre al pie de la escalera, su mano todavía sujetaba una maleta y otra mujer, en un ataque de nervios, asistida por los médicos de una ambulancia que los vecinos habían llamado.

Sabrina Martínez fue internada, según los médicos estaba al borde de un colapso nervioso. 

Carmona investigó en el barrio y fue unánime la opinión, al decir que Sabrina era una mujer de muy mal carácter, que se llevaba mal con la mayoría de los vecinos. Sobre Lidia Segovia, muy pocos la conocían porque solo salía acompañando a la enferma, a hacer alguna compra y no conversaba con nadie.

La declaración de Sabrina Martínez fue que Lidia quería aumento de sueldo y como ella no podía darle lo que pedía, prefirió irse muy enojada, con esa furia que llevaba se cayó de la escalera, sin embargo, algunas personas, escucharon que, durante la pelea, Lidia, decía estar cansada del mal trato y que por eso se iba.

Garmendia fue al hospital a tomar nueva declaración a Martínez, algo en ella lo hacía dudar, al ver con que soberbia, trataba a las enfermeras, confirmó sus dudas y al conversar con ellas, le dijeron que el mal trato no solo era verbal, ya había empujado a una, porque no le gustó como le hizo la cama. Comprendió que la caída de Lidia pudo ser provocada.

Fue Carmona quién tuvo la idea de ir al pueblo de Lidia y hablar con la familia. La hermana le mostró los emails, donde Lidia relataba el padecer con la enferma que cuidaba, que era violenta y grosera, a veces  la castigaba con el bastón cuando algo no era de su agrado.

Carmona escuchaba desconcertado, al fin dijo:

-¿Por qué aguantó tanto tiempo? Nadie tiene derecho a padecer mal trato por un sueldo.

-En casa se necesitaba ese dinero, tenemos una deuda importante con el banco y corremos peligro de perder la casa si no pagamos la hipoteca que sacó mi padre, para una inversión que se vino abajo como una casita de naipes.

-¿Y ahora que van a hacer?

-No sé – dijo la hermana, se la veía muy apesadumbrada- pobre Lidia pagó con su vida el error de mi padre.

Carmona regresó a la ciudad con más amargura que soluciones, los emails era una eficiente prueba que demostraba la violencia de Martínez, más las declaraciones de los testigos, ellos escucharon la discusión, ahora había que ver la decisión del juez.

Garmendia sabia que las pruebas no alcanzaban, los detectives regresaron a la casa de Sabrina. Nada demostraba que Martínez era culpable de la muerte de Segovia.

Parado al pie de la escalera Pedro pensaba, el charco de sangre seca parecía decirle algo, lo miraba, de pronto, grito:

-¡¡Carmona…!!

Carmona apareció y desde arriba de la escalera lo miraba con ojos azorados.

-¿Qué te pasa viejo, por qué gritas?

-¡El bastón dónde está! Martínez dijo que lo usaba para poder caminar y en ningún momento lo vimos, hay que buscarlo, seguramente la golpeo en la cabeza, por eso hay tanta sangre.

Revisaron muebles, habitaciones y en ningún lado apareció el bendito bastón.

-Esa mujer lo escondió, sabe que la puede inculpar y lo debe de haber escondido… pero ¿dónde?

-Mi abuela tenía dos-dijo Carmona- uno lo usaba y al otro, que era muy fino, lo guardaba en el ropero, detrás de las perchas con sus vestidos.

En el placad de la señora Sabrina, encontraron el bastón. Lo llevaron como prueba.

-Gracias a tu abuela Carmona -dijo Pedro- era sabia la viejita…

El análisis del bastón dejo en claro que la sangre adherida a la madera pertenecía a Lidia Segovia.

De nada sirvieron los planteos de la defensa diciendo que Sabrina Martínez era una enferma psiquiátrica y debía ser internada, los estudios que se le realizaron dieron por el suelo con los argumentos de su abogado.

El juez la condenó a veinte años en el Complejo Penitenciario Federal IV de Mujeres.

Mientras Lidia descansa en paz, Sabrina Martínez deberá compartir su mal carácter con sus compañeras de cárcel, seguramente, allí, tendrá que aprender a respetar.

 

 

 

 

 

 


 

lunes, 3 de marzo de 2025

Los hermanos.


 

La cara del hombre demostraba preocupación, Garmendia lo observaba sin entender el motivo de su presencia frente a él.

-Señor Sánchez, no me está explicando el porqué de su presencia o yo no lo entiendo….

-Mi Hermano Guillermo, falleció hace pocas semanas, dijeron que fue un paro cardiaco, pero yo creo que fue asesinado.

Con calma Pedro preguntó:

-¿Qué lo lleva a pensar eso?

-El nunca sufrió del corazón, pero desde hace unas semanas tenía malestar de estómago, todo le caía mal, estaba de mal humor y parecía desconfiar de todo lo que sucedía en la fábrica.

-¿Ustedes trabajaban juntos?

Sánchez asintió con la cabeza.

-¿A qué se dedican?

-Ropa deportiva, tenemos un local de ventas sobre Cabildo, vendemos buena calidad y la clientela nos acompaña desde hace años, no tenemos problemas para que él estuviera preocupado, pero algo le sucedía y a pesar de que le pregunté varias veces, me respondía que eran ideas mías…

Sánchez se encogió de hombros y quedó en silencio.

-Vamos al grano -dijo Garmendia- ¿usted que sospecha?

-¡Que lo estaban drogando o envenenando!

-¿No hubo autopsia?

-No, la esposa no lo permitió y dudo de ella.

Garmendia se puso de pie y dijo:

-Vaya tranquilo señor Sánchez, vamos a investigar…

La investigación comenzó por la esposa. La visitaron en su casa, una mucama muy amable los hizo pasar.

Cecilia Maldonado, era una mujer joven, tal vez demasiado para los cincuenta y tantos de su difunto marido. Se mostró serena ante las preguntas. Le comentaron las dudas del cuñado sobre la muerte y preguntaron por su negación a la autopsia. Dijo que el médico que lo atendió no lo creyó necesario, pero si un juez lo pedía, ella accedería sin problemas.

Carmona preguntó:

-¿Usted cree que alguien pudo causar de alguna manera la muerte de su esposo?

Quedó en silencio, dudaba en responder.

-¿Por qué, era una buena persona, no tenía problemas con sus empleados…sus amigos lo respetaban, era un hombre fiel, nunca me engaño ni yo lo hice?

-¿Y con su hermano, cómo era la relación? -la pregunta de Garmendia quedó en el aire, ella nuevamente pareció dudar.

-Creo que era buena -miró a Garmendia a los ojos y dijo- ellos se llevaban bien, solo que Juan,  no me quiere y no me pregunte el motivo... no lo sé…

Siguieron investigando con los amigos y llegaron a los proveedores, todos coincidían con la declaración de la esposa; “Guillermo Sánchez fue una excelente persona.”

Días después una llamada del médico forense dejo a Garmendia sin palabras, escuchaba el mensaje en silencio, miraba la pared con la vista perdida entre el color envejecido y las manchas de humedad.

-¿Qué sucede? – pregunto Carmona.

-Complicaciones – y no dijo más nada. Carmona que conocía el carácter difícil de Pedro, no preguntó más.

Horas más tarde llegó el informe de los forenses y al leerlos Carmona comprendió y entendió a su compañero.

 

Acompañado por Carmona, Pedro entró en el edificio de la empresa de ropa deportiva, un joven secretario los condujo hasta la oficina del jefe. La sorpresa se dibujo en la cara de Sánchez.

-Señores no los esperaba, tomen asiento, ¿tienen novedades?

-No, tenemos preguntas… ¿cómo era su relación con su hermano?

Sánchez arqueó las cejas, pensó unos segundos antes de responder.

-Muy buena, estábamos de acuerdo en todo, compras, ventas, personal, hasta estábamos estudiando ampliar nuestro negocio y abrir algunos locales en la costa, ahora todo eso quedó en la nada… mi hermano por consejo de su esposa había contraído deudas que nos han frenado por el momento…veremos qué pasa más adelante.

Garmendia que lo escuchaba con cara de piedra, preguntó:

-¿Cuál podría ser el impedimento, su cuñada?

Lo vieron dudar, movió la cabeza y dijo;

-Puede ser, las deudas pueden hacernos perder nuestra empresa, es demasiado joven y no entiende de negocios, posiblemente este no sea el momento de hablar con ella de ese tema, hay que dejarla que viva su luto, su dolor.

-¿Cómo se relacionaba con su hermano para llevar adelante la empresa?

-Nuestra relación era muy buena, varios días por semana nos reuníamos acá mismo a conversar.

Garmendia escuchaba atento a cada palabra y su modulación. Carmona se puso de pie y recorrió la oficina, se acercó al secretario y le pidió un vaso de agua, el joven fue a la parte de atrás del escritorio, Carmona lo siguió, entraron a una pequeña cocina, del refrigerador le sirvió un vaso con agua, el detective observaba cada detalle.

-Bonita cocina, no falta nada – dijo Carmona.

-El señor Sánchez es muy puntilloso, quiere que todo brille.

-¿El hermano era igual?

El secretario sonrió.

-Guillermo era más sencillo, él nunca entraba, me pedía que le comprara una hamburguesa o se iba a comer con su esposa al bar de la esquina.

Salieron de la oficina rumbo a tribunales.

En una hora regresaron con personal de la policía científica. Sánchez sorprendido les preguntó: ¿qué pretendían hacer? Le mostraron la orden del juez para analizar cada detalle y nada dijo.

Luego de revisar todos los rincones y llevarse frascos de la heladera y la mesada, la investigación dio un resultado nulo.

Al día siguiente fueron al hogar de Guillermo Sánchez, los atendió la mucama que los recibió sorprendida al ver a tanto personal de la P. científica. Repitieron lo mismo que en las oficinas, se llevaron al laboratorio utensilios del baño y la cocina. La esposa al verlos llevarse las cremas de afeitar, el talco y desodorante, les dijo que estaban locos que estaban realizando un abuso, la mucama, escondida tras la puerta, observaba cada movimiento de los policías, con el mismo desconcierto que la señora Maldonado.

Luego del informe del forense, Garmendia dirigió la investigación en manos de la policía científica y no se equivocó.

Guillermo Sánchez fue envenenado de una forma muy sutil y segura, los forenses encontraron que desde hacía semanas su cuerpo recibía pequeñas dosis de veneno que fue debilitando su organismo, en especial su corazón. En el dentífrico, en la espuma de afeitar, habían agregado un potente veneno, utilizando una jeringa, esa gota, diariamente lo fue consumiendo.

La esposa fue detenida y ante las acusaciones juro que nada tenía que ver en la muerte de su esposo, no le creyeron, pero, para sorpresa de los detectives, algo sucedió.

Garmendia visitó la empresa de los Sánchez y vio salir de la oficina a una mujer que le resultó conocida, Juan la despidió muy amablemente con un beso en la mejilla, algo había en ella que lo inquietó.

Ella subió a un Remis que la esperaba y Pedro fue tras ella en su coche, la mujer bajó en la casa de Guillermo y allí recordó el detective quién era; la mucama que lo recibía en sus visitas a la casa. La investigaron y resultó ser Juana Molinari, una personita con serios antecedentes. Preguntaron a Cecilia quién se la había recomendado y no fue sorpresa saber que había sido Juan.  La trama se iba aclarando.

Juana Molinari fue citada a declarar, luego de muchas vueltas dijo que Juan Sánchez le ofreció una abultada cantidad de dinero para encargarse de colocar lo que ella pensó era droga y accedió sin saber que era mortal, creyó que el hermano de Guillermo solo quería drogarlo para tenerlo dominado.

Cecilia Maldonado quedó libre y Juan Sánchez fue detenido. Declaró que no aceptaba que Cecilia fuera parte de la empresa

he interviniera en las decisiones.

En un momento perdió su aparente tranquilidad y comenzó a subir la voz, exclamando:

-¡¡Mi hermano era un pelele que consultaba todo con ella!! Yo no podía seguir viviendo así, Cecilia opinaba en todo y me contradecía ante cada uno de mis propuestas.

-Calma Juan -dijo Carmona- por qué no habló con su hermano, ¿por qué matarlo?

Debieron sujetarlo, estaba fuera de sí, entre dos agentes lo obligaron a sentarse nuevamente.

-¡¡Nosotros hicimos esa empresa, ella no tenia ningún derecho de opinar, estaba loca!! Mi hermano se había metido en deudas grandes por las ideas de su mujer…

Viendo que no lograban serenarlo, decidieron no hacer mas preguntas, los miraba con los ojos muy abiertos, lo dejaron solo en la sala de interrogatorio.

Cuando llegaron a buscarlo para llevarlo ante el juez, aparentaba estar sereno.

No duró mucho esa paz, al salir, rodeado por cuatro oficiales, gritaba enfurecido mientras lo conducían esposado rumbo a Tribunales.

Garmendia y Carmona quedaron en el pasillo mirándolo.

-¡Está loco! -dijo Carmona- No parece la misma persona que conocimos en su oficina.

-El odio lo trastornó, más el miedo de perder su empresa hicieron el resto, pobre tipo, tenía tanto y no tiene nada -dijo Garmendia mientras observaba que subía al coche policial entre lágrimas y gritos.

Cecilia Maldonado quedó a cargo de la empresa y las presuntas grandes deudas de las que había hablado Juan, se comprobó; nunca existieron.