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sábado, 17 de febrero de 2024

El collar de la señora Woodman.


 

La señora Ema Woodman se abrazaba a su esposo sin dejar de llorar. El detective Garmendia buscaba palabras  para tranquilizarla y  solo lograba gestos que no decían nada, le resultaba fastidioso el llanto de la mujer, notó que al esposo le sucedía lo mismo, trataba de desprenderse de su abrazo y ella no lo soltaba.

Lo habían llamado para aclarar el robo de un costoso collar, y el estado acongojado de la señora Woodman, no lo ayudaba, los  invitados a la cena, sentados en cómodos sillones,  lo miraban con temor. Todos ellos habían participado esa noche del cumpleaños de la señora Ema. Eran amigos de la familia. Durante la cena, la anfitriona  lució el collar,  heredado de su abuela  Ekaterina, lo significativo era su procedencia y su valor.  La abuela había sido amante del zar Nicolás, y  él  se lo había regalado,  pertenecía  a la corona Rusa. Al caer el zar en 1917 la joven huyó de su país con el collar.

El valor era incalculable, seguramente había sido robado con la idea de desmontar las esmeraldas y brillantes, y venderlos por separado.

 

Los  presentes, un matrimonio mayor, Julia y Andrés Vidal,  habían llegado de Córdoba para participar en la fiesta, otra de las invitadas una joven monja, Ana María, tan blanca como su hábito, miraba y escuchaba  a Pedro Garmendia con sumo interés. La secretaria del señor Woodman, Elisa Fuentes, muy bella,  seria y rígida en sus gestos, daba a entender que la situación la fastidiaba y el quinto invitado, Sebastián Woodman, hijo del primer matrimonio del dueño de casa, sonreía abrazado a su guitarra, mientras a un costado una oficial colaboraba en revisar efectos personales y a las señoras presentes.

La señora Woodman entre sollozos dijo que durante la cena, el collar estuvo en su cuello, luego pasaron al living a escuchar a Sebastián  tocar la guitarra y a tomar café, allí notó su falta, buscaron por el piso, fue lo primero que se le ocurrió pensar; que se había desprendido el cierre y había caído en los sillones. Recorrieron el comedor, cada rincón de la casa, pero el collar no apareció.

La señorita Fuentes se movía de un lado a otro y dijo que se encontraba  incómoda  al verse retenida para un interrogatorio, que ella no era una ladrona y que aquella situación la molestaba y mucho. Carmona el ayudante del detective, le explicó que la comprendía, pero que era su deber hacerle preguntas a todos, ella incluida, y encontrar la alhaja perdida.

Carmona miraba burlón a Garmendia y le dijo por lo bajo:

—No le encuentro salida a este interrogatorio, todos me  parecen culpables.

Dejaron ir al matrimonio Vidal y a la bella secretaria del señor Woodman, les aclararon que ante algún cambio que surgiese en la investigación, los volverían a llamar.

Fueron despidiendo a todos los invitados y el matrimonio Woodman también se retiro. Pedro Garmendia y Carmona quedaron solos.

Decidieron irse ellos también, al cruzar el jardín rumbo a la salida, encontraron a Sebastián sentado sobre unos troncos, que a modo de bancos adornaban el parque, estaba abrazado a su guitarra, mirando quién sabe qué estrella, ellos se acercaron y tomaron asiento.

—¿A qué se dedica Sebastián? —la voz del detective sonó amable.

—Trabajo con mi madre, tiene un taller de prêt-a-porter, administro la parte comercial y estudio guitarra.

—¿Cómo es la relación con su padre y su madrastra?

—Normal, casi es mejor con Ema que con mi padre, él siempre se queja de mí.

—¿Por qué?

—Pregúntele a él, nunca me habla sino es para lamentarse de algo que hice, yo trato de vivir y dejar vivir, no le hago caso.

Se despidieron y Sebastián siguió tranquilamente abrazado su guitarra.

 

Al día siguiente muy temprano, los detectives, recibieron en su oficina de trabajo, a la hermana  Ana María.

La joven monja desarrolló  una teoría sobre el robo y les dijo algo en lo que no habían pensado. La escucharon respetuosamente y  respondieron que tendían en cuenta su hipótesis. La acompañaron hasta la puerta y mientras ella se alejaba, se  miraron sorprendidos, la presunción de la hermana  tenía lógica, ¿cómo ellos no lo habían pensado?

Carmona se dedicó a investigar las sospechas de la monja y Pedro Garmendia hurgó más profundamente en la historia de los otros invitados.

 

Julia y Andrés Vidal resultó un matrimonio de vida pacífica, dedicados a vivir en su granja cordobesa y sin problemas económicos, averiguaron sus antecedentes con la policía de su ciudad y fueron descartados de toda duda.

La sorpresa fue la señorita Elisa Fuentes, la poco amable secretaria, llevaba una relación amorosa con el señor Woodman desde hacía años. Uno de los empleados de la Inmobiliaria Woodman, fue quien le contó a Garmendia, previo sobre con dinero, el romance y hasta la dirección del departamento, que estaba a nombre de la secretaria y donde acostumbraban a encontrarse. Elisa no tenía antecedentes ni por exceso de velocidad.

 

Carmona bebía lentamente su cerveza y de pronto dijo:

—¿Y si la hermana Ana María con su teoría nos quiere desviar la investigación? Averigüé que ella trabaja en un hogar de chicos de la calle y que están con muchos problemas económicos. Tal vez ella tuvo algo que ver…

—Es una religiosa…—respondió Garmendia abriendo los brazos…

El calor de febrero no lo dejaba  pensar después de un día de trabajo agotador sólo quería beber su cerveza y mandar al diablo la investigación, el collar y también al zar ruso.

—Mañana será otro día Carmona,  —dijo Garmendia— basta, no puedo pensar en nada, sólo deseo una bebida helada, llegar a mi casa, bañarme y dormir.

Y así fue, luego de varias cervezas, cada uno se fue caminando por calles diferentes.

 

Pedro despertó con la pregunta de Carmona resonando en sus oídos. ¿Qué interés podría tener la monja para intentar confundirlos? A él le pareció lógica su reflexión. Les había dejado picando la duda; ¿No será un auto robo?

Podría ser, no era la primera vez, ni sería la última que alguien  hace un auto robo para cobrar el seguro y luego vender la joya desmontada, tal vez en el exterior.

Tendría que hablar con un entendido en la materia, eso lo podría ayudar a aclarar sus pensamientos y luego visitaría a la Hermana, ya que Carmona no encontró nada raro al investigarla.

El viejo Lombardi no sólo era un buen joyero, también se ocupaba de comprar piezas robadas, desmontarlas y venderlas. Con su cara de abuelito  inocente, convencía que era un buen tipo, pocos conocían sus trueques con el hampa. Garmendia le preguntó si alguien había intentado vender un collar, o alguno de sus amigotes sabía algo de un importante  robo.

Las palabras de Lombardi aclararon un poco el panorama que el detective tenía entre manos. Según le dijo, una joya con semejante historial; revolución bolchevique, amores prohibidos, un zar y una esposa engañada, coronando la leyenda, puede ser vendido en el mercado internacional con un valor elevadísimo, ya que seguramente debe haber fotos de la época donde la Zarina lucia el collar,  nunca en esos casos conviene desmontar las piedras preciosas.

Los detectives visitaron la inmobiliaria. La señorita Elisa los hizo pasar a la oficina del señor Woodman, quien los escuchó en silencio y aclaró que sus finanzas no necesitaban de un autorobo y menos de un collar que pertenecía a su esposa. Con una sonrisa burlona les preguntó:

—¿Cómo se le ocurrió pensar que voy a realizar un auto robo?

—Es que no encontramos pista alguna que nos lleve al collar, es todo demasiado misterioso.

—Vengo de una familia muy rica Garmendia, en caso de un problema económico le pediría a mi padre, él, con sus noventa años todavía interviene en las finanzas de nuestra empresa.

—¿Y su esposa, sería capaz de un robo?

Samuel Woodman quedó en silencio, miró al detective y respondió:

—No lo creo ¿por qué lo haría?

Garmendia se alzó de hombros y no respondió, comprendió que la pregunta había molestado a  Samuel Woodman.

 

Elisa los acompañó hasta el ascensor, y repitió la pegunta:

—¿Cree que la señora Ema se robó a si misma?

—La creo capaz de cualquier cosa. Buenas tardes.

Sin esperar el saludo de Garmendia, giró y se fue.

 

El convento en que vivía la Hermana Ana María estaba en la zona norte del gran Buenos Aires.

Los recibió la hermana superiora, una anciana de cara sonriente, muy alta y delgada que los hizo pasar a un salón pequeño, amueblado con  tres sillones, una mesita y de pie a un costado, una bella cruz de madera tallada.

Garmendia y Carmona quedaron a solas con la hermana Ana María, el detective preguntó por qué desconfiaba de la señora Ema, la respuesta  dejó a Garmendia sin palabras.”El señor Woodman ofreció una donación para nuestro Hogar de chicos de la calle, él nos habló de una apreciable cantidad de dinero mensual, para descontarlo de sus impuestos. Muy feliz fui a retirar la colaboración, a su casa, la señora Woodman me entregó un sobre que agradecí y entregué a la Superiora. Cada tres o cuatro meses la señora Ema nos llamaba y nosotros retirábamos de su casa la donación, con la cantidad escrita en cada sobre.

Un día el Señor Woodman nos pidió un comprobante del donativo  para descontarlo en ganancias. Lo preparamos y yo llevé los sobres, de puño y letra de la esposa  estaban las cantidades y los meses en que había sido entregado el aporte. Los miró y se puso muy serio, sus ojos iban de los sobres a mí, lo hizo dos o tres veces, entendí que algo no estaba bien.  Me dijo: “He donado mucho más…”  Me debo haber puesto pálida, mis piernas comenzaron a temblar, Woodman se dio cuenta y me sostuvo de un brazo y me dijo:

“Tranquila, comprendo que debe ser un error, Ema no entendió cuando le dije las cantidades. Desde ahora mi secretaria le llevara todos los meses las donaciones”.

 La hermana Ana María, se puso de pie y dijo:

—Así sucede hasta hoy, no sé qué sucedió con el dinero que nunca llegó a la fundación.

—Sin pecar de curioso ¿de cuánto son los aportes actuales?

—De $100.000.- hemos aumentado de treinta a cincuenta niños en el hogar.

 

Salieron del convento con la extraña sensación de que la señora Ema Woodman se estaba riendo de ellos, ahora había que  comprobarlo.

Con qué intenciones y cómo, la señora Ema había logrado hacer desaparecer el collar,  ya no tenían  dudas, había sido ella. A partir de ese momento se dedicarían a investigarla.

Descubrieron por información del guardián encargado de la zona,  que cada viernes a la tarde, la señora salía en su coche y regresaba de madrugada.

Era el momento de volver a la Inmobiliaria e intentar que el esposo, aclarara esas salidas. “No sé  adónde va ni me interesa, estamos tramitando nuestro divorcio”. Le solicitaron la dirección del negocio de modas de la ex esposa, les entregó una tarjeta y los miró con desconfianza, pero nada preguntó.

El interés de los detectives  era hablar con Sebastián, él había hablado de su buena relación con Ema, seguramente, les podría dar un hilo para desenredar la complicada madeja  que tenían entre manos, luego sería tiempo de hablar con la dueña del collar.

El taller de la ex esposa del señor Woodman, funcionaba en una casa del bajo Flores. Los recibió Sebastián, se notaba inquieto, miraba de reojo a su madre que colocaba telas sobre un maniquí y que en ningún momento se acercó a ellos. Pasaron a una oficina y tomaron asiento.

—Tenemos la seguridad que la señora Woodman  tiene el collar —dijo Carmona— y que todo el robo a sido una pantomima creada por ella.

Sebastián se frotaba las manos, sus ojos iban de uno a otro, no sabía que decir.

—¿Y por qué me preguntan a mí, que puedo saber?

—Nos dijiste que tenias buena relación con ella, tal vez te dijo algo; si tenía deudas o problemas económicos.

—No sé nada.

Se  puso de pie, apurado por finalizar la conversación e invitándolos a irse.

—Te dejo mi tarjeta Sebastián, tal vez puedas recordar  algo y nos avisas.

Los acompañó a la puerta y al pasar por el taller la mirada de la ex señora Woodman les cayó como un plomo.

Cruzaron la calle y entraron a un bar de mala muerte, iban a pedir dos cervezas cuando vieron salir a Sebastián, por sus gestos se notaba que estaba apurado, subió a su moto y arrancó sin ver el coche de Garmendia estacionado delante del local. Olvidaron las cervezas y fueron tras el joven.

Como imaginaban, se detuvo en la casa de los Woodman.

¿Qué secretos había entre la señora Ema y él?

Permanecieron en el coche esperando.

—Sabes Garmendia, estoy  seguro que estos dos se confabularon para robar el collar.

—Estoy dudando…

Garmendia quedó con la mirada perdida, pensaba.

—¿No te parece que es demasiado fácil, que ella se hubiera robado? Hay algo que se nos está escapando y no sé qué es. Si necesitaba dinero por tener deudas de juego, lo hubiera vendido  por una buena cantidad que le alcanzaría para saldar varias deudas, Lombardi me dijo que hay un mercado que se encarga de vender  en Europa, los coleccionistas pagan mucho dinero por ese tipo de joyas.

—¿Y entonces?

—Entonces, vamos a habla con Sebastián, huelo que ese niño bien tiene algo que ver, pero no está solo.

Una hora después Sebastián dejo la casa de los Woodman, iba a subir a su moto cuando Garmendia y Carmona Lo interceptaron.

—Hola Amiguito, cómo estás? —Dijo Garmendia apoyándose en la moto—necesitamos hablar con vos.

El joven los miró sin entender el gesto poco amable de los dos.

—Vamos a tomar algo fresco —invitó Carmona.

 

Fueron hasta un bar cercano y ocuparon una mesa cerca de la puerta, pidieron tres cervezas.

—¿Ayudaste a tu madrastra en el robo del collar?

—Usted está loco, yo no robe nada.

—¡¡Nosotros creemos que si…!!

—Ustedes son un par de granujas que quieren complicarme en algo que no hice.

Intentó levantarse y Garmendia le dijo mirándolo a los ojos:

—Ese día diste un  concierto con tu guitarra… luego en todo momento te vimos abrazado a ella como un enamorado. ¿Por qué?

—No sé de qué me habla, no recuerdo cómo agarré la guitarra, ustedes inventan historias y si no tienen nada más me voy, tengo trabajo que terminar.

Salió apurado y  subió a su moto que despegó a toda velocidad.

—Lo pusimos nervioso  —dijo Carmona.

—Eso es lo que quería, creo que es un perejil que otro utilizó y hay que descubrir quién es.

A partir de ese momento vigilaron a Sebastián a toda hora y sin que él lo advirtiera.   

 

Luego de varios días de seguir al joven, no habían hallado nada extraño, salía generalmente con su abuelo, el viejo Woodman, lo llevaba en auto al banco, a su casa, nada sospechoso, hasta el quinto día de vigilancia en que lo llevó al centro, y fueron directo a la joyería Prieto de la calle Libertad. Los detectives quedaron en su coche, esperaron largo rato para verlos salir y hablar con ellos, pero los Woodman, no aparecieron.

—Vayamos a ver, me resulta sospechoso que estén tanto tiempo en el negocio.

Los atendió un señor mayor, quien muy amablemente  negó la presencia de los Woodman. Garmendia mostró sus credenciales.

—Señor Prieto, comprendo que debe guardar en secreto la compra y venta de sus clientes, nosotros estamos siguiendo el robo de un collar y sospechamos que los Woodman tengan interés en venderlo.

Los ojos del señor Prieto se abrieron, sus manos se sujetaron al cristal de la mesa para disimular el temblor.

—¿Robo…?

—Sí señor, tratamos de encontrar un collar robado.

Prieto retomó su compostura y aclarando la voz dijo:

—Nadie  me ha ofrecido un collar señores.

—¿Y dónde están los Woodman, abuelo y nieto, que entraron y no volvieron a salir?

—Están equivocados.

—Basta de pamplina señor Prieto, colabore con nosotros o varios amigos míos del Afip le van a hacer una visita.

Nuevamente la compostura del señor Prieto voló por el aire, respiro hondo y dijo:

—Ellos salieron por la puerta de atrás que da al estacionamiento, dijeron que los estaban siguiendo, que temían que fueran ladrones, me hablaron de un collar la semana pasada  y según relataron, pertenece a la madre del joven, yo les hice un contacto con un coleccionista francés,  tengo mi ganancia en el trato, pero no  sabía su origen, ellos nunca me dijeron que era robado.

—Pues sí, es robado, así que conviene que nos escuché y colabore.

Mientras  el señor Prieto cerraba con llave el negocio, una empleada los hizo pasar a un cuarto, tras ellos entró  Prieto y cerró la puerta.

 

Prieto los puso en conocimiento de que el coleccionista francés  llegaría en una semana y que ya habían alquilado para el jueves 15, un box de un banco  importante para hacer la entrega del collar  que estaba en una caja de seguridad, en esa caja dejarían el millón de dólares que iban a obtener por la venta. Un negocio redondo.

Los detectives dejaron de seguir a Sebastián para que abuelo y nieto, tomaran confianza de que nada había averiguado, ahora sólo les quedaba  ir ante el fiscal y presentarle las pruebas del caso y obtener una orden del juez.

 

¿Pero quién fue el cerebro del robo, el viejo Woodman o Sebastián? Ninguno de los dos, fue la bella secretaria  señorita Elisa Fuentes. Estaba enamorada de Tomás  Woodman, desde hacía años y odiaba a Ema. Tomas le juraba amor, pero no se separaba de su esposa y buscó perjudicarla, robando el tesoro más preciado de Ema, el collar de su abuela Katerina y así  obtener una ganancia que la hiciera vivir por el resto de su vida sin problemas económicos. Planearon el robo con Sebastián, que buscaba demostrar a su padre que no era un tonto como él pensaba y el viejo  Woodman, ambicioso, colaboró con sus contactos, para obtener una buena parte  en el robo.

 

Durante la fiesta del cumpleaños, Elisa, acompañó a Ema a su cuarto y mientras le arreglaba el peinado abrió el cierre del collar, al ponerse Ema de pie y caminar a la puerta el collar se deslizó y cayó sobre la alfombra, fue un juego peligroso que pudo resultar mal, pero los hados  acompañaron  a Elisa,  envolvió la joya en un pañuelo y lo entregó discretamente  a  Sebastián, quien lo escondió dentro de su guitarra y dijo no tener más ganas de seguir interpretando.

La suerte de Elisa terminó el jueves 15, al llegar policías de civil con una orden del juez para revisar el box 14,  donde se estaba tramitando la venta del collar. Ni los clientes, ni los empleados del banco comprendieron lo que estaba sucediendo, Elisa salió acompañada de dos señores, lo mismo sucedió con Sebastián y su abuelo. El coleccionista francés no se salvo de ir detenido y el collar fue devuelto a sus verdaderos dueños y hoy está muy lejos, en la bóveda de un banco  y forma parte del tesoro nacional ruso.