La señora Ema Woodman se abrazaba a su
esposo sin dejar de llorar. El detective Garmendia buscaba palabras para tranquilizarla y solo lograba gestos que no decían nada, le
resultaba fastidioso el llanto de la mujer, notó que al esposo le sucedía lo mismo,
trataba de desprenderse de su abrazo y ella no lo soltaba.
Lo habían llamado para aclarar el robo de
un costoso collar, y el estado acongojado de la señora Woodman, no lo ayudaba,
los invitados a la cena, sentados en
cómodos sillones, lo miraban con temor.
Todos ellos habían participado esa noche del cumpleaños de la señora Ema. Eran
amigos de la familia. Durante la cena, la anfitriona lució el collar, heredado de su abuela Ekaterina, lo significativo era su procedencia
y su valor. La abuela había sido amante
del zar Nicolás, y él se lo había regalado, pertenecía a la corona Rusa. Al caer el zar en 1917 la
joven huyó de su país con el collar.
El valor era incalculable, seguramente
había sido robado con la idea de desmontar las esmeraldas y brillantes, y
venderlos por separado.
Los
presentes, un matrimonio mayor, Julia y Andrés Vidal, habían llegado de Córdoba para participar en
la fiesta, otra de las invitadas una joven monja, Ana María, tan blanca como su
hábito, miraba y escuchaba a Pedro
Garmendia con sumo interés. La secretaria del señor Woodman, Elisa Fuentes, muy
bella, seria y rígida en sus gestos,
daba a entender que la situación la fastidiaba y el quinto invitado, Sebastián
Woodman, hijo del primer matrimonio del dueño de casa, sonreía abrazado a su
guitarra, mientras a un costado una oficial colaboraba en revisar efectos personales
y a las señoras presentes.
La señora Woodman entre sollozos dijo que
durante la cena, el collar estuvo en su cuello, luego pasaron al living a
escuchar a Sebastián tocar la guitarra y
a tomar café, allí notó su falta, buscaron por el piso, fue lo primero que se
le ocurrió pensar; que se había desprendido el cierre y había caído en los
sillones. Recorrieron el comedor, cada rincón de la casa, pero el collar no
apareció.
La señorita Fuentes se movía de un lado a
otro y dijo que se encontraba incómoda al verse retenida para un interrogatorio, que
ella no era una ladrona y que aquella situación la molestaba y mucho. Carmona
el ayudante del detective, le explicó que la comprendía, pero que era su deber
hacerle preguntas a todos, ella incluida, y encontrar la alhaja perdida.
Carmona miraba burlón a Garmendia y le dijo
por lo bajo:
—No le encuentro salida a este
interrogatorio, todos me parecen
culpables.
Dejaron ir al matrimonio Vidal y a la bella
secretaria del señor Woodman, les aclararon que ante algún cambio que surgiese
en la investigación, los volverían a llamar.
Fueron despidiendo a todos los invitados y
el matrimonio Woodman también se retiro. Pedro Garmendia y Carmona quedaron
solos.
Decidieron irse ellos también, al cruzar el
jardín rumbo a la salida, encontraron a Sebastián sentado sobre unos troncos,
que a modo de bancos adornaban el parque, estaba abrazado a su guitarra, mirando
quién sabe qué estrella, ellos se acercaron y tomaron asiento.
—¿A qué se dedica Sebastián? —la voz del
detective sonó amable.
—Trabajo con mi madre, tiene un taller de
prêt-a-porter, administro la parte comercial y estudio guitarra.
—¿Cómo es la relación con su padre y su
madrastra?
—Normal, casi es mejor con Ema que con mi
padre, él siempre se queja de mí.
—¿Por qué?
—Pregúntele a él, nunca me habla sino es
para lamentarse de algo que hice, yo trato de vivir y dejar vivir, no le hago
caso.
Se despidieron y Sebastián siguió tranquilamente
abrazado su guitarra.
Al día siguiente muy temprano, los
detectives, recibieron en su oficina de trabajo, a la hermana Ana María.
La joven monja desarrolló una teoría sobre el robo y les dijo algo en lo
que no habían pensado. La escucharon respetuosamente y respondieron que tendían en cuenta su
hipótesis. La acompañaron hasta la puerta y mientras ella se alejaba, se miraron sorprendidos, la presunción de la
hermana tenía lógica, ¿cómo ellos no lo
habían pensado?
Carmona se dedicó a investigar las
sospechas de la monja y Pedro Garmendia hurgó más profundamente en la historia
de los otros invitados.
Julia y Andrés Vidal resultó un matrimonio
de vida pacífica, dedicados a vivir en su granja cordobesa y sin problemas
económicos, averiguaron sus antecedentes con la policía de su ciudad y fueron
descartados de toda duda.
La sorpresa fue la señorita Elisa Fuentes,
la poco amable secretaria, llevaba una relación amorosa con el señor Woodman
desde hacía años. Uno de los empleados de la Inmobiliaria Woodman, fue quien le
contó a Garmendia, previo sobre con dinero, el romance y hasta la dirección del
departamento, que estaba a nombre de la secretaria y donde acostumbraban a
encontrarse. Elisa no tenía antecedentes ni por exceso de velocidad.
Carmona bebía lentamente su cerveza y de
pronto dijo:
—¿Y si la hermana Ana María con su teoría
nos quiere desviar la investigación? Averigüé que ella trabaja en un hogar de
chicos de la calle y que están con muchos problemas económicos. Tal vez ella
tuvo algo que ver…
—Es una religiosa…—respondió Garmendia
abriendo los brazos…
El calor de febrero no lo dejaba pensar después de un día de trabajo agotador
sólo quería beber su cerveza y mandar al diablo la investigación, el collar y también
al zar ruso.
—Mañana será otro día Carmona, —dijo Garmendia— basta, no puedo pensar en
nada, sólo deseo una bebida helada, llegar a mi casa, bañarme y dormir.
Y así fue, luego de varias cervezas, cada
uno se fue caminando por calles diferentes.
Pedro despertó con la pregunta de Carmona
resonando en sus oídos. ¿Qué interés podría tener la monja para intentar
confundirlos? A él le pareció lógica su reflexión. Les había dejado picando la
duda; ¿No será un auto robo?
Podría ser, no era la primera vez, ni sería
la última que alguien hace un auto robo
para cobrar el seguro y luego vender la joya desmontada, tal vez en el exterior.
Tendría que hablar con un entendido en la
materia, eso lo podría ayudar a aclarar sus pensamientos y luego visitaría a la
Hermana, ya que Carmona no encontró nada raro al investigarla.
El viejo Lombardi no sólo era un buen
joyero, también se ocupaba de comprar piezas robadas, desmontarlas y venderlas.
Con su cara de abuelito inocente,
convencía que era un buen tipo, pocos conocían sus trueques con el hampa. Garmendia
le preguntó si alguien había intentado vender un collar, o alguno de sus
amigotes sabía algo de un importante robo.
Las palabras de Lombardi aclararon un poco
el panorama que el detective tenía entre manos. Según le dijo, una joya con
semejante historial; revolución bolchevique, amores prohibidos, un zar y una
esposa engañada, coronando la leyenda, puede ser vendido en el mercado
internacional con un valor elevadísimo, ya que seguramente debe haber fotos de
la época donde la Zarina lucia el collar, nunca en esos casos conviene desmontar las
piedras preciosas.
Los detectives visitaron la inmobiliaria. La
señorita Elisa los hizo pasar a la oficina del señor Woodman, quien los escuchó
en silencio y aclaró que sus finanzas no necesitaban de un autorobo y menos de
un collar que pertenecía a su esposa. Con una sonrisa burlona les preguntó:
—¿Cómo se le ocurrió pensar que voy a
realizar un auto robo?
—Es que no encontramos pista alguna que nos
lleve al collar, es todo demasiado misterioso.
—Vengo de una familia muy rica Garmendia, en
caso de un problema económico le pediría a mi padre, él, con sus noventa años
todavía interviene en las finanzas de nuestra empresa.
—¿Y su esposa, sería capaz de un robo?
Samuel Woodman quedó en silencio, miró al
detective y respondió:
—No lo creo ¿por qué lo haría?
Garmendia se alzó de hombros y no
respondió, comprendió que la pregunta había molestado a Samuel Woodman.
Elisa los acompañó hasta el ascensor, y
repitió la pegunta:
—¿Cree que la señora Ema se robó a si
misma?
—La creo capaz de cualquier cosa. Buenas
tardes.
Sin esperar el saludo de Garmendia, giró y
se fue.
El convento en que vivía la Hermana Ana
María estaba en la zona norte del gran Buenos Aires.
Los recibió la hermana superiora, una
anciana de cara sonriente, muy alta y delgada que los hizo pasar a un salón
pequeño, amueblado con tres sillones,
una mesita y de pie a un costado, una bella cruz de madera tallada.
Garmendia y Carmona quedaron a solas con la
hermana Ana María, el detective preguntó por qué desconfiaba de la señora Ema,
la respuesta dejó a Garmendia sin
palabras.”El señor Woodman ofreció una donación para nuestro Hogar de chicos de
la calle, él nos habló de una apreciable cantidad de dinero mensual, para
descontarlo de sus impuestos. Muy feliz fui a retirar la colaboración, a su
casa, la señora Woodman me entregó un sobre que agradecí y entregué a la
Superiora. Cada tres o cuatro meses la señora Ema nos llamaba y nosotros
retirábamos de su casa la donación, con la cantidad escrita en cada sobre.
Un día el Señor Woodman nos pidió un
comprobante del donativo para
descontarlo en ganancias. Lo preparamos y yo llevé los sobres, de puño y letra
de la esposa estaban las cantidades y
los meses en que había sido entregado el aporte. Los miró y se puso muy serio,
sus ojos iban de los sobres a mí, lo hizo dos o tres veces, entendí que algo no
estaba bien. Me dijo: “He donado mucho
más…” Me debo haber puesto pálida, mis
piernas comenzaron a temblar, Woodman se dio cuenta y me sostuvo de un brazo y
me dijo:
“Tranquila, comprendo que debe ser un error,
Ema no entendió cuando le dije las cantidades. Desde ahora mi secretaria le
llevara todos los meses las donaciones”.
La
hermana Ana María, se puso de pie y dijo:
—Así sucede hasta hoy, no sé qué sucedió
con el dinero que nunca llegó a la fundación.
—Sin pecar de curioso ¿de cuánto son los
aportes actuales?
—De $100.000.- hemos aumentado de treinta a
cincuenta niños en el hogar.
Salieron del convento con la extraña
sensación de que la señora Ema Woodman se estaba riendo de ellos, ahora había
que comprobarlo.
Con qué intenciones y cómo, la señora Ema
había logrado hacer desaparecer el collar, ya no tenían
dudas, había sido ella. A partir de ese momento se dedicarían a
investigarla.
Descubrieron por información del guardián
encargado de la zona, que cada viernes a
la tarde, la señora salía en su coche y regresaba de madrugada.
Era el momento de volver a la Inmobiliaria
e intentar que el esposo, aclarara esas salidas. “No sé adónde va ni me interesa, estamos tramitando
nuestro divorcio”. Le solicitaron la dirección del negocio de modas de la ex
esposa, les entregó una tarjeta y los miró con desconfianza, pero nada preguntó.
El interés de los detectives era hablar con Sebastián, él había hablado de
su buena relación con Ema, seguramente, les podría dar un hilo para desenredar
la complicada madeja que tenían entre
manos, luego sería tiempo de hablar con la dueña del collar.
El taller de la ex esposa del señor
Woodman, funcionaba en una casa del bajo Flores. Los recibió Sebastián, se
notaba inquieto, miraba de reojo a su madre que colocaba telas sobre un maniquí
y que en ningún momento se acercó a ellos. Pasaron a una oficina y tomaron
asiento.
—Tenemos la seguridad que la señora
Woodman tiene el collar —dijo Carmona— y
que todo el robo a sido una pantomima creada por ella.
Sebastián se frotaba las manos, sus ojos
iban de uno a otro, no sabía que decir.
—¿Y por qué me preguntan a mí, que puedo
saber?
—Nos dijiste que tenias buena relación con
ella, tal vez te dijo algo; si tenía deudas o problemas económicos.
—No sé nada.
Se puso de pie, apurado por finalizar la
conversación e invitándolos a irse.
—Te dejo mi tarjeta Sebastián, tal vez
puedas recordar algo y nos avisas.
Los acompañó a la puerta y al pasar por el
taller la mirada de la ex señora Woodman les cayó como un plomo.
Cruzaron la calle y entraron a un bar de
mala muerte, iban a pedir dos cervezas cuando vieron salir a Sebastián, por sus
gestos se notaba que estaba apurado, subió a su moto y arrancó sin ver el coche
de Garmendia estacionado delante del local. Olvidaron las cervezas y fueron
tras el joven.
Como imaginaban, se detuvo en la casa de
los Woodman.
¿Qué secretos había entre la señora Ema y
él?
Permanecieron en el coche esperando.
—Sabes Garmendia, estoy seguro que estos dos se confabularon para
robar el collar.
—Estoy dudando…
Garmendia quedó con la mirada perdida,
pensaba.
—¿No te parece que es demasiado fácil, que
ella se hubiera robado? Hay algo que se nos está escapando y no sé qué es. Si
necesitaba dinero por tener deudas de juego, lo hubiera vendido por una buena cantidad que le alcanzaría para
saldar varias deudas, Lombardi me dijo que hay un mercado que se encarga de
vender en Europa, los coleccionistas
pagan mucho dinero por ese tipo de joyas.
—¿Y entonces?
—Entonces, vamos a habla con Sebastián,
huelo que ese niño bien tiene algo que ver, pero no está solo.
Una hora después Sebastián dejo la casa de
los Woodman, iba a subir a su moto cuando Garmendia y Carmona Lo interceptaron.
—Hola Amiguito, cómo estás? —Dijo Garmendia
apoyándose en la moto—necesitamos hablar con vos.
El joven los miró sin entender el gesto
poco amable de los dos.
—Vamos a tomar algo fresco —invitó Carmona.
Fueron hasta un bar cercano y ocuparon una
mesa cerca de la puerta, pidieron tres cervezas.
—¿Ayudaste a tu madrastra en el robo del
collar?
—Usted está loco, yo no robe nada.
—¡¡Nosotros creemos que si…!!
—Ustedes son un par de granujas que quieren
complicarme en algo que no hice.
Intentó levantarse y Garmendia le dijo
mirándolo a los ojos:
—Ese día diste un concierto con tu guitarra… luego en todo
momento te vimos abrazado a ella como un enamorado. ¿Por qué?
—No sé de qué me habla, no recuerdo cómo
agarré la guitarra, ustedes inventan historias y si no tienen nada más me voy,
tengo trabajo que terminar.
Salió apurado y subió a su moto que despegó a toda velocidad.
—Lo pusimos nervioso —dijo Carmona.
—Eso es lo que quería, creo que es un
perejil que otro utilizó y hay que descubrir quién es.
A partir de ese momento vigilaron a
Sebastián a toda hora y sin que él lo advirtiera.
Luego de varios días de seguir al joven, no
habían hallado nada extraño, salía generalmente con su abuelo, el viejo
Woodman, lo llevaba en auto al banco, a su casa, nada sospechoso, hasta el
quinto día de vigilancia en que lo llevó al centro, y fueron directo a la
joyería Prieto de la calle Libertad. Los detectives quedaron en su coche,
esperaron largo rato para verlos salir y hablar con ellos, pero los Woodman, no
aparecieron.
—Vayamos a ver, me resulta sospechoso que
estén tanto tiempo en el negocio.
Los atendió un señor mayor, quien muy
amablemente negó la presencia de los
Woodman. Garmendia mostró sus credenciales.
—Señor Prieto, comprendo que debe guardar
en secreto la compra y venta de sus clientes, nosotros estamos siguiendo el robo
de un collar y sospechamos que los Woodman tengan interés en venderlo.
Los ojos del señor Prieto se abrieron, sus
manos se sujetaron al cristal de la mesa para disimular el temblor.
—¿Robo…?
—Sí señor, tratamos de encontrar un collar
robado.
Prieto retomó su compostura y aclarando la
voz dijo:
—Nadie
me ha ofrecido un collar señores.
—¿Y dónde están los Woodman, abuelo y
nieto, que entraron y no volvieron a salir?
—Están equivocados.
—Basta de pamplina señor Prieto, colabore
con nosotros o varios amigos míos del Afip le van a hacer una visita.
Nuevamente la compostura del señor Prieto
voló por el aire, respiro hondo y dijo:
—Ellos salieron por la puerta de atrás que
da al estacionamiento, dijeron que los estaban siguiendo, que temían que fueran
ladrones, me hablaron de un collar la semana pasada y según relataron, pertenece a la madre del
joven, yo les hice un contacto con un coleccionista francés, tengo mi ganancia en el trato, pero no sabía su origen, ellos nunca me dijeron que
era robado.
—Pues sí, es robado, así que conviene que
nos escuché y colabore.
Mientras
el señor Prieto cerraba con llave el negocio, una empleada los hizo
pasar a un cuarto, tras ellos entró
Prieto y cerró la puerta.
Prieto los puso en conocimiento de que el
coleccionista francés llegaría en una
semana y que ya habían alquilado para el jueves 15, un box de un banco importante para hacer la entrega del
collar que estaba en una caja de
seguridad, en esa caja dejarían el millón de dólares que iban a obtener por la
venta. Un negocio redondo.
Los detectives dejaron de seguir a
Sebastián para que abuelo y nieto, tomaran confianza de que nada había
averiguado, ahora sólo les quedaba ir
ante el fiscal y presentarle las pruebas del caso y obtener una orden del juez.
¿Pero quién fue el cerebro del robo, el
viejo Woodman o Sebastián? Ninguno de los dos, fue la bella secretaria señorita Elisa Fuentes. Estaba enamorada de
Tomás Woodman, desde hacía años y odiaba
a Ema. Tomas le juraba amor, pero no se separaba de su esposa y buscó perjudicarla,
robando el tesoro más preciado de Ema, el collar de su abuela Katerina y así obtener una ganancia que la hiciera vivir por
el resto de su vida sin problemas económicos. Planearon el robo con Sebastián,
que buscaba demostrar a su padre que no era un tonto como él pensaba y el
viejo Woodman, ambicioso, colaboró con
sus contactos, para obtener una buena parte
en el robo.
Durante la fiesta del cumpleaños, Elisa,
acompañó a Ema a su cuarto y mientras le arreglaba el peinado abrió el cierre
del collar, al ponerse Ema de pie y caminar a la puerta el collar se deslizó y
cayó sobre la alfombra, fue un juego peligroso que pudo resultar mal, pero los
hados acompañaron a Elisa,
envolvió la joya en un pañuelo y lo entregó discretamente a Sebastián,
quien lo escondió dentro de su guitarra y dijo no tener más ganas de seguir
interpretando.
La suerte de Elisa terminó el jueves 15, al
llegar policías de civil con una orden del juez para revisar el box 14, donde se estaba tramitando la venta del
collar. Ni los clientes, ni los empleados del banco comprendieron lo que estaba
sucediendo, Elisa salió acompañada de dos señores, lo mismo sucedió con
Sebastián y su abuelo. El coleccionista francés no se salvo de ir detenido y el
collar fue devuelto a sus verdaderos dueños y hoy está muy lejos, en la bóveda de
un banco y forma parte del tesoro
nacional ruso.
Hay nueva investigacion, esta vez resolviendo el robo del collar de la Sra Woodman; me gustan los personajes intrigantes.
ResponderEliminarEs un caso complejo si me parece una historia de Agatha Christie en la manera en que se entrelazan las motivaciones de cada personaje, desde la señora Ema hasta Elisa Fuentes y Sebastian; cerraste todos los cabos sueltos de manera creible. Excelente una vez mas, amiga! Besos y buen inicio de semana!
Gracias en mi nombre y en el de Garmendia, personaje entrañable que no siempre puede resolver los casos, pero sale adelante. Un abrazo Hadita y que tengas una bella semana.
Eliminarmariarosa
Muito bom. Gosto do seu blog. Queria que a senhora seguisse o meu. Um beijo.
ResponderEliminarGarmendia y Carmona tuvieron que persistir para descubrir a los culpables del robo pero lo lograron por no desistir.
ResponderEliminarMala suerte para esa parejita que hubiera investigadores en esa fiesta.
Un abrazo.