A pesar de sus lágrimas y su cara enrojecida, no
le creía. Sumaba palabras sin sentido y frases entrecortadas, eso bastaba para
convencerlo de que no decía la verdad.
Garmendia le explicó que por el momento iba a
quedar detenida, hasta que se esclareciera su situación. Ella cambió la mirada,
crispó su rostro y demostró una furia
que hasta ese momento había sabido disimular con su llanto.
Una mujer policía la llevó de nuevo a su celda y Carmona, que había quedado en un costado sin
decir palabra, se acercó y le dijo:
—No te convence la minita… ¿no?
—Hay algo que resulta dudoso, pero todavía no
encontré el hilo, que me lleve a la verdad, tal vez estoy equivocado.
—Me pasa igual, es como si detrás de esa carita
de nena asustada, existiera otra, la misma que te miró con odio cuando le
dijiste que quedaba adentro.
Cada vez que Garmendia se encontraba en un caso
que no lograba convencerlo con los primeros
detalles, solía dar vueltas en la oficina,
como si en esas vueltas encontrara una
solución. Carmona guardó silencio, sabía que en esos momentos lo mejor era no
molestarlo.
Al ver que se sentaba en su desvencijado sillón,
le dijo:
—Ella llamó al 911 y fui el primero en llegar
con la oficial García, que quedó en la puerta
esperando a los compañeros. Carita de ángel estaba de pie frente al
cuerpo, lo observaba concentrada, no se
dio cuenta de mi presencia, había odio en sus ojos, al verme cambió y se largó a llorar.
Garmendia
volvió a dar vueltas, cada tanto
se detenía y miraba por la ventana, en un momento se detuvo y preguntó::
—¿Quién te abrió la puerta?
—Una mujer
que creo es la hermana, digo yo, se le parece, cuando quise hablar con
las dos, fue ella la que dijo que no, que después, y se encerraron en una habitación, en eso llegaron
los de la científica, dejé que ellos actuaran y en ese instante llegaste vos, y
ya sabes qué paso, la minita con carita de ángel, se acercó y comenzó a gritar,
parecía poseída….
—¿Te pareció
una actuación?
—Sí.
—A mi también…
Garmendia fue repasando los detalles de lo poco
que la muchacha logro decirle. “Él se
llamaba Gastón Salvatierra, era mi novio, era bueno, pero cuando bebía cambiaba, se
volvía un loco, rompía cosas, me golpeaba, después cuando dormía la mona se
levantaba como si nada, era otro hombre, yo me cansé de esa vida y le dije que quería
terminar con él, eso lo puso loco, discutimos y me quiso pegar, intenté escapar a la calle, me agarró del
brazo y tironeamos, estábamos al borde de la escalera yo me solté y bajé los
escalones a los saltos, me siguió y ya no sé bien qué pasó al intentar abrir la
puerta me pegó en la cabeza con el puño,
quede atontada, me alejé y recuerdo que le tiré lo que encontré a mano, creo
que fue un florero, lo esquivó y al empujarme
contra un mueble le arrojé un caballito de bronce que le dio en la cara y trastabillo
para atrás, no recuerdo más.”
Esa declaración no aclaraba nada, el golpe en la
cara no fue el motivo de la muerte de Salvatierra, algo estaba ocultando carita
de ángel.
Trataron de averiguar en el barrio y solo dos
personas se animaron a hablar, contaron que las peleas eran continuas y los gritos e
insultos también, los demás vecinos; no sabían nada.
Garmendia fue a ver a la hermana de Silvia, ese
era el nombre de carita de ángel.
Vivía a pocas cuadras, no lo recibió de buen
ánimo, fue hosca y sus ojeras daban la sensación de que había pasado una mala
noche.
Lo hizo
pasar a la cocina, un pequeño ambiente, una mesa y dos sillas, se sentaron.
Sin preámbulos Garmendia dijo:
—No me convence la historia de la caída y muerte
de Salvatierra…
—Qué quiere qué le diga, ese desgraciado se mató
al caer y golpear con la mesa ratona.
—¿Puede relatar detalladamente que sucedió?
El detective la observaba, ella retorcía sus
manos en una inquietud constante. Garmendia no perdía detalles de los gestos de
la mujer.
Ella fue repitiendo los mismos pormenores y
palabras de Carita de ángel.
—¿Está segura qué eso fue lo que pasó?
—¡Claro que estoy segura!
Respondió gritando.
Garmendia no hizo más preguntas. Ella quedó
sentada y él fue recorriendo la casa y observando los detalles. Muchas fotos de
Silvia y Ana, en la playa, en Mendoza, en todas la hermana mayor, se veía
siempre igual mientras que Silvia se veía pequeña, en otras adolecente, pero en
todas las fotos; solas. Eso llamó su
atención.
—Usted le lleva varios años a su hermana. ¿Cuántos?
—preguntó Garmendia.
—Catorce años, ¿y eso que tiene que ver? —se
notaba inquieta.
—Curiosidad Ana, simple curiosidad… ¿Cómo se
conocieron Salvatierra y Silvia?
—Creo que en un recital, él era mucho mayor y la deslumbró con su lujo
y la ostentación de dinero, le daba
todos los caprichos, pero era un alcohólico empedernido, Muchas veces le dije a Silvia que no era hombre para ella,
pero no me hacía caso, estaba embelesada con la ropa cara y el ambiente de lujo
en el que vivían.
Al retirarse Garmendia notó el disimulado
suspiro de alivio de Ana.
El detective se dirigió a su oficina, algo fluía
cerca de Ana, que no lograba
identificar, era una mezcla de tristeza, dolor y cuando hablaba parecía que se
iba a largar a llorar en cualquier momento.
Carmona lo esperaba con una novedad, al revisar
los papeles de Silvia descubrió que era hija de Ana, no su hermana. La llamada
del forense cortó la conversación. Garmendia escuchaba sin decir palabra, hasta
que preguntó:
—¿Es seguro lo que me decís? Semejante novedad
puede cambiar la caratula del caso…
Colgó y le pidió a Carmona que trajera a Silvia.
Carita de ángel repitió la misma declaración, era un libreto estudiado de
memoria, entre Ana y ella. No había dudas, habían estudiado que respuestas dar.
Los detectives regresaron a la casa de
Salvatierra, Carmona buscaba cada detalle
del salón dónde encontraron el cuerpo.
No sabía qué, pero algo en esa
habitación era muy importante y debía descubrirlo. Subió al dormitorio, la magnificencia era
insultante, en el vestidor la ropa
estaba separada por colores y los zapatos en un armario se contaban por
docenas. Era claro que carita de ángel se sintió enamorada de tanto lujo,
aunque el que se lo proporcionara fuera un bruto ordinario. Dieron vuelta la
casa y nada encontraron.
Garmendia se dejó caer en un sillón del living y
abriendo los brazos en un gesto de impotencia exclamó:
—No puede ser que no haya nada que pruebe lo que
dijo el forense, un cuerpo pesado le reventó la cabeza a Salvatierra. ¿Pero
dónde está?
Nada encontraron. Salieron de la casa con rabia,
Garmendia estaba seguro que en ese lujo inmenso estaba oculta la prueba, pero
no la habían descubierto ninguno de los dos.
La orden del juez de dejar en libertad a Carita
de ángel llegó una semana después, no había pruebas y el abogado había logrado
previo deposito de una buena cantidad de dinero que la joven quedara libre.
Salvatierra desde el más allá seguía con su dinero protegiendo a Silvia.
Garmendia no olvidó el caso, siguió de cerca la
vida de Silvia, la joven quedó en la casa de Salvatierra dueña y señora de un
lujo que no le pertenecía, pero que amaba.
Después de unos meses el detective regresó a
visitarla, lo atendió una mucama que lo hizo pasar con solo mostrar sus
credenciales. Silvia apareció, tan elegante que no parecía la misma joven que había conocido. En poco tiempo Carita de
ángel había reformado el salón, el detective no pudo dejar asombrarse por la
belleza y el buen gusto que reinaba en cada detalle. Silvia lo miraba
expectante mientras él recorría el ambiente, sin meditarlo demasiado Garmendia
fue directo a la cocina.
—Oiga, adónde va —alzó la voz Silvia.
—A ver los cambios de la cocina.
Allí no había cambios.
¿O sí? Algo faltaba.
De pronto Garmendia pegó un respingo. El adorno
en la pared no estaba. ¿Qué era? Trató de recordar.
—Con qué derecho revisa mi casa —la voz chillona
de Silvia se elevaba como un grito— Estoy libre, usted no tiene nada que hacer
acá.
La cabeza de Garmendia intentaba recordar,
ignorando los gritos de Silvia. Como en una fotografía regresó la imagen. En la
pared azul había un palo de amasar de madera maciza, sostenido por dos ganchos
blancos igual que el palo. Resaltaba el blanco sobre el azul, por eso recordó.
—¿Dónde está el adorno que estaba en esta pared?
—No sé de qué habla —Silvia se retorcía las manos,
había perdido su aplomo— voy a llamar a mi abogado.
Garmendia que en su interior estaba satisfecho, se
sentó en el sillón y llamó a Carmona.
El abogado llegó junto con Carmona, que traía
una orden de registro.
Buscaron el adorno y nada hallaron. Carmona
preguntó a la mucama:
—¿Qué hicieron con los muebles que sacaron por
la reformas?
La joven los guío hasta un galpón en la parte de
atrás del parque. Allí encontraron de
todo menos lo que buscaban, Garmendia estaba seguro que ese palo de amasar era
la clave que necesitaba para condenar a Silvia o a la madre. La mucama seguía
de pie vigilando los movimientos de los detectives. Garmendia estaba furioso
viendo que nada encontraban, al fin preguntó:
—Señorita buscamos un adorno que estaba en la
cocina sobre la pared….
—¿El palo de amasar?
Garmendia y Carmona agrandaron los ojos,
respondieron al unisonó:
—¡Sí!
Entre asustada y sorprendida la mucama dijo:
—La señora me mandó tirarlo, pero era tan bonito
que sin que ella supiera me lo llevé. Garmendia le dio un beso en la frente a
la sorprendida joven y le dijo:
—Vamos a su casa.
Tras los análisis de la policía científica se
encontraron manchas de sangre en la madera.
Nuevamente fue detenida carita de ángel, esta
vez no había escapatoria. Ella o su madre le quitaron la vida a Salvatierra.
¿Cómo hacerlas confesar? Utilizaron el viejo
truco de interrogarlas por separado. A cada una le dijeron que la otra la había
inculpado. Ana aceptó sin decir nada, solo lloraba. La sorpresa fue Silvia, al
decirle que su madre había declarado que ella mató a Salvatierra, volvió a su
carita de niña perdida e inculpó a su
madre, pero al decirle que las huellas en la madera le pertenecían, hizo
silencio, se crispó su rostro, miró a los detectives con odio y pidió por su
abogado.
Ana salió libre, el juez entendió que no fue
culpable a pesar de mantenerse en
silencio y no declarar contra su hija.
Garmendia sintió pena por Ana, el día que
abandono la cárcel se acercó a saludarla y le preguntó:
— ¿Por qué nunca lo denunciaron?
—Silvia tenía miedo, él la tenía amenazada,
estaba rodeado de peces gordos de la política y la justicia.
—Lo hubiera abandonado, era mejor irse en silencio y no desatar semejante
discusión y terminar en una pelea brutal
—Garmendia dijo en voz baja— Silvia no
lo amaba, el cráneo hundido, demostró el odió que su hija le tenía.
Ana no respondió, bajó la cabeza y se fue.
Al día siguiente era domingo, Garmendia se
levantó pasadas la diez, se asomó a la ventana de su dormitorio; llovía fina y
suavemente, puso música de Wagner y fue directo a la cocina a prepararse un
café, cada día entendía menos la ambición de algunas personas.
Fin.