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jueves, 5 de diciembre de 2024

La llamada.


 

 

 

 


Amaneció lloviendo.

Garmendia salió de la ducha, se vistió y fue a preparar el café,  mientras desayunaba intentaba entender la llamada de la noche anterior.

Una voz  desconocida con un acento que no pudo reconocer, le dijo; “Vas a tener que descubrir quién asesinó al turco Emir y no va a ser fácil, es una apuesta…” Iba  a preguntar quién era Emir cuando el otro cortó. Se dijo que algún chistoso le había jugado una broma.

 

Seguía lloviendo, busco su impermeable y el paraguas, odiaba llevarlo pero de la forma que llovía era necesario.

Paso a buscar a Carmona y juntos llegaron a la oficina del jefe. Mendieta lo estaba esperando, le entregó un papel con una dirección y le dijo:

—Malas noticias, mataron al dueño de los bazares “Del sur” – Mendieta arqueó las cejas e hizo un gesto que Pedro no entendió— te está esperando Carloncho, es bastante serio el asunto, a primeras vistas el culpable es Juancito  Ramos Montiel el hijo menor de un  ex embajador, está complicado el tema… anda con pie de plomo…

Había dejado de llover cuando Garmendia y Carmona entraron en el edificio de la Av. Libertador, subieron el sexto piso y encontraron en la puerta del departamento  a Carloncho, el forense estaba hablando con uno de los hombres de la policía científica que parecía escucharlo con atención. Se acercó a Pedro y le hizo señas para que lo siguiera, cruzaron un salón y pasaron a una habitación.

Carmona observaba con detenimiento cada detalle del lujoso departamento, luego se acercó a Pedro y al forense. En el suelo, un cuerpo sobre un charco de sangre y cubierto con una sábana blanca, lo hizo estremecer, a pesar de tantos años en el mismo trabajo, no se acostumbraba a contemplar la muerte violenta tan de cerca, Garmendia preguntó al forense:

—¿Qué sucedió?

—Lo liquidaron con bronca, le dieron ocho puñaladas y tiene varias magulladuras en la cara, por el desorden de los muebles hubo una pelea, la vecina llamó a la policía, llegaron dos móviles, dos agentes subieron por el ascensor y otros dos por la escalera, allí encontraron al pibe Montiel bajando a los saltos.

—¿Quién era el tipo? —Preguntó Garmendia examinando el cadáver— Es un tipo grande, ¿Intentaron robarle?

—Era el dueño de varios bazares diseminados por la provincia, en Trenque Lauquen, en Pergamino y varios más,  le decían el turco Emir, su apellido era Celik, era viudo y tenía fama de que le gustaban los muchachitos jóvenes…

—¿Preguntaron a los vecinos si vieron algo?

—por el momento no quieren hablar, una sola, dijo que era un escándalo cada fin de semana, música alta, gritos, hicieron varias quejas al consorcio y todo seguía igual, según la vecina el tipo arreglaba con plata al administrador.

De pronto Pedro recordó la llamada de la noche anterior.

—¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Emir Celik. —respondió el forense.

—Anoche recibí una llamada, una voz desconocida me retaba a una apuesta, diciendo que no iba a descubrir quién asesino al turco Emir… y ahora esto, es raro.

—¿Qué más te dijo? —preguntó el forense.

—Nada más, tenía un acento  que no reconocí, transmitió  

el mensaje y cortó, creí que era una broma.

El forense tomó su maletín y con un gesto de saludo se despidió.

—Cuando tenga los resultados de la autopsia te llamó.

Mientras Carmona buscaba detalles, huellas o la prueba del arma que uso el asesino, Garmendia seguía pensando en la llamada. De pronto se dio cuenta que el sospechoso del crimen  estaba sentado en un sillón con cara de terror.

—¿Cómo te llamas? —dijo Garmendia, le dio pena el chico, su cara denotaba miedo, no tenía más de veinte años.

—Juan Ramos Montiel —respondió con un hilo de voz.

—¿Qué hacías con el viejo, eras el novio?

—No.

—¿Y entonces qué hacía acá? Habla por que te vas a comer un garrón…

—Vine a buscar unas fotos, no sé cómo logró fotografiarnos a mi novio y a mí en un departamento alquilado, me pidió dinero o le mostraba las fotos a mi viejo…a eso vine, a pagarle, lo encontré ya muerto, escuche la sirena policial y sólo pensé en escapar, baje por la escalera, allí me agarró la poli.

—Te vamos a detener hasta que se aclare tu situación.

Con un gesto llamó a dos oficiales y se lo llevaron.

Garmendia y Carmona fueron al escritorio de Emir. En la biblioteca y detrás de unos libros hallaron una caja de madera cerrada con llave, alli encontraron las fotos de Morales y el novio, pero en diferentes sobres, otros personajes fueron apareciendo, algunos conocidos.

—Este turró se dedicaba a chantajear a tipos en situaciones complicadas—dijo Garmendia— Guardó las fotos y siguieron buscando huellas, nombres, papeles que les dieran una pista y con varias carpetas de las andanzas del turco Emir

Fueron directo a sus oficinas.

El turco era un vividor,  dueño de un departamento que alquilaba a parejas en trampa o a incautos como el joven Morales.

Encontraron  la dirección del departamento que alquilaban y hallaron  cámaras funcionando desde una lámpara, un cuadro, hasta en un ventanal, grababa las escenas amorosas de sus clientes, luego les ofrecía las fotos o películas a cambio de un rescate que generalmente era de muy alto precio.

Garmendia analizaba los nombres y teléfonos que el turco guardaba en una carpeta. Algunos figuraban como que ya habían pagado, quedaban tres deudores, cuyos nombres  eran desconocidos y el del joven Morales. Al día siguiente un abogado se presento ante el juez, pagó la fianza y Morales salió en libertad.  Garmendia  buscó a los tres que quedaban. Uno era Vicente Flores,  abogado empleado en un estudio jurídico, casado, con dos hijos, su esposa también abogada en otro estudio. Vicente  fue grabado por las cámaras, estaba de  trampa con una amiga de su mujer. Fue investigado y en la hora que el forense  calculó la muerte de Emir  estaba en una reunión de padres en el colegio de su hija.

—Descartado por el momento —dijo Carmona.

Otro era un médico, Javier Salinas Fuentes, participaba de un congreso en Córdoba, otro descartado.

El tercero era el más peligroso, Santiago Marcovechio, dueño de un garito en el gran Buenos Aires, casado, en las películas estaba de trampa con una joven menor de edad que le había dado vuelta la cabeza, sin embargo tenía coartada, estaba con su esposa pasando el fin de semana en Mar del Plata. Todos descartados.

Garmendia se rascaba la cabeza mientras leía los informes de Carmona y agregó:

—Alguien se cansó de su especulación y lo paso a mejor vida, ¿pero quién…?

—Uno de los tres o alguien que mandaron a cumplir el crimen… ¿Cuál de ellos maneja tanta plata como para pagar semejante mandadito?

—El asunto podría estar entre Salinas Fuentes  o Marcovechio, no creo que el abogado maneje tanta plata, es un empleado…

—No lo sabemos, Hay que buscar información.

Carmona tiene contactos con el hampa y sus soplones son de fiar, comenzó por el sordo, que de sordo no tiene nada, pero le conviene que los demás crean que lo es. Al preguntarle si se había corrido alguna noticia de algún matón a sueldo que había trabajado en los últimos días, dijo no saber nada pero que lo iba a averiguar.

El otro soplón era Martínez, un paraguayo, dedicado a la venta de droga y que conocía  cada situación que  sucedía en el ambiente mafioso del gran Buenos Aires.

Martínez dijo haber escuchado que un polaco que se dedicaba a liquidar personas por contrato había soltado la lengua, que le habían pagado  varios miles de verdes. Festejando y con una borrachera tremenda  contó lo fácil que había sido y en su festejo hizo burla de un inspector y detective de la federal, que se iba a volver loco  buscando al asesino.

Con esos datos Garmendia no necesito más, el polaco era quien lo había llamado para apostarle que no iba a descubrir quién mató al turco Emir.

 

El polaco llevaba las maletas y  los pasajes a Polonia cuando lo detuvieron en un taxi, llegando a Ezeiza. Sin chistar se dejó detener, estaba seguro que no tenían pruebas en su contra.

Ante el juez, negó todas las acusaciones, aseguró no conocer a ningún turco y que esa noche había estado con su novia en una bailanta.

Cuando el juez le informó  que una vecina lo había visto entrar al departamento y que otra lo cruzó bajando muy apurado las escaleras y las dos lo reconocieron al ver su fotografía, su cara cambió de color y al decir el juez que semejante crimen merecía la perpetua, el polaco se derrumbo. ¿Quién había pagado para matar a Emir Celik?

Al desembuchar  el nombre del que lo había contratado, el juez, Garmendia y Carmona quedaron sorprendidos.

Acompañados por dos móviles policiales llegaron a un caserón de  San Isidro, donde un sorprendido mucamo los hizo pasar.

El ex embajador, padre del joven Morales los recibió con una sonrisa de desdén.

—No los esperaba…—dijo al verse rodeado.

—Está detenido por ser el instigador del crimen de Emir Celik —dijo Carmona mientras le ponía las esposas.

—Volvería a hacerlo, mi hijo se educó en los mejores colegios, tenía una carrera  asegurada en la política internacional, yo no iba a permitir que ese turco arruinara su vida.

 

El polaco debía matar al turco y buscar las fotos comprometedoras, pero una vez cometido el asesinato, no encontró las fotos, la vecina asustada por la pelea de Emir y el polaco avisó al 911, en minuto el ulular de las sirenas sorprendió al polaco y escapó y dejando la puerta abierta, en ese momento llegó Morales y al descubrir el cuerpo sólo pensó en salir lo más rápido posible, bajo a los saltos  y allí se encontró con la policía.

Lo que nadie declaró fue quién efectuó la llamada a Garmendia, ya que los dos; el embajador Morales y el polaco tienen un acento extranjero, pero los dos lo negaron, ¿Cuál miente?