Amaneció lloviendo.
Garmendia salió de la ducha, se vistió y fue a
preparar el café, mientras desayunaba
intentaba entender la llamada de la noche anterior.
Una voz
desconocida con un acento que no pudo reconocer, le dijo; “Vas a tener que
descubrir quién asesinó al turco Emir y no va a ser fácil, es una apuesta…”
Iba a preguntar quién era Emir cuando el
otro cortó. Se dijo que algún chistoso le había jugado una broma.
Seguía lloviendo, busco su impermeable y el
paraguas, odiaba llevarlo pero de la forma que llovía era necesario.
Paso a buscar a Carmona y juntos llegaron a la
oficina del jefe. Mendieta lo estaba esperando, le entregó un papel con una
dirección y le dijo:
—Malas noticias, mataron al dueño de los bazares
“Del sur” – Mendieta arqueó las cejas e hizo un gesto que Pedro no entendió— te
está esperando Carloncho, es bastante serio el asunto, a primeras vistas el
culpable es Juancito Ramos Montiel el
hijo menor de un ex embajador, está
complicado el tema… anda con pie de plomo…
Había dejado de llover cuando Garmendia y Carmona entraron en el edificio de
la Av. Libertador, subieron el sexto piso y encontraron en la puerta del
departamento a Carloncho, el forense
estaba hablando con uno de los hombres de la policía científica que parecía
escucharlo con atención. Se acercó a Pedro y le hizo señas para que lo
siguiera, cruzaron un salón y pasaron a una habitación.
Carmona observaba con detenimiento cada detalle
del lujoso departamento, luego se acercó a Pedro y al forense. En el suelo, un
cuerpo sobre un charco de sangre y cubierto con una sábana blanca, lo hizo
estremecer, a pesar de tantos años en el mismo trabajo, no se acostumbraba a
contemplar la muerte violenta tan de cerca, Garmendia preguntó al forense:
—¿Qué sucedió?
—Lo liquidaron con bronca, le dieron ocho
puñaladas y tiene varias magulladuras en la cara, por el desorden de los
muebles hubo una pelea, la vecina llamó a la policía, llegaron dos móviles, dos
agentes subieron por el ascensor y otros dos por la escalera, allí encontraron
al pibe Montiel bajando a los saltos.
—¿Quién era el tipo? —Preguntó Garmendia
examinando el cadáver— Es un tipo grande, ¿Intentaron robarle?
—Era el dueño de varios bazares diseminados por
la provincia, en Trenque Lauquen, en Pergamino y varios más, le decían el turco Emir, su apellido era
Celik, era viudo y tenía fama de que le gustaban los muchachitos jóvenes…
—¿Preguntaron a los vecinos si vieron algo?
—por el momento no quieren hablar, una sola,
dijo que era un escándalo cada fin de semana, música alta, gritos, hicieron
varias quejas al consorcio y todo seguía igual, según la vecina el tipo
arreglaba con plata al administrador.
De pronto Pedro recordó la llamada de la noche
anterior.
—¿Cómo dijiste que se llamaba?
—Emir Celik. —respondió el forense.
—Anoche recibí una llamada, una voz desconocida
me retaba a una apuesta, diciendo que no iba a descubrir quién asesino al turco
Emir… y ahora esto, es raro.
—¿Qué más te dijo? —preguntó el forense.
—Nada más, tenía un acento que no reconocí, transmitió
el mensaje y cortó, creí que era una broma.
El forense tomó su maletín y con un gesto de
saludo se despidió.
—Cuando tenga los resultados de la autopsia te
llamó.
Mientras Carmona buscaba detalles, huellas o la
prueba del arma que uso el asesino, Garmendia seguía pensando en la llamada. De
pronto se dio cuenta que el sospechoso del crimen estaba sentado en un sillón con cara de
terror.
—¿Cómo te llamas? —dijo Garmendia, le dio pena
el chico, su cara denotaba miedo, no tenía más de veinte años.
—Juan Ramos Montiel —respondió con un hilo de
voz.
—¿Qué hacías con el viejo, eras el novio?
—No.
—¿Y entonces qué hacía acá? Habla por que te vas
a comer un garrón…
—Vine a buscar unas fotos, no sé cómo logró
fotografiarnos a mi novio y a mí en un departamento alquilado, me pidió dinero
o le mostraba las fotos a mi viejo…a eso vine, a pagarle, lo encontré ya
muerto, escuche la sirena policial y sólo pensé en escapar, baje por la
escalera, allí me agarró la poli.
—Te vamos a detener hasta que se aclare tu
situación.
Con un gesto llamó a dos oficiales y se lo
llevaron.
Garmendia y Carmona fueron al escritorio de Emir.
En la biblioteca y detrás de unos libros hallaron una caja de madera cerrada con
llave, alli encontraron las fotos de Morales y el novio, pero en diferentes
sobres, otros personajes fueron apareciendo, algunos conocidos.
—Este turró se dedicaba a chantajear a tipos en
situaciones complicadas—dijo Garmendia— Guardó las fotos y siguieron buscando huellas,
nombres, papeles que les dieran una pista y con varias carpetas de las andanzas
del turco Emir
Fueron directo a sus oficinas.
El turco era un vividor, dueño de un departamento que alquilaba a
parejas en trampa o a incautos como el joven Morales.
Encontraron
la dirección del departamento que alquilaban y hallaron cámaras funcionando desde una lámpara, un
cuadro, hasta en un ventanal, grababa las escenas amorosas de sus clientes,
luego les ofrecía las fotos o películas a cambio de un rescate que generalmente
era de muy alto precio.
Garmendia analizaba los nombres y teléfonos que
el turco guardaba en una carpeta. Algunos figuraban como que ya habían pagado,
quedaban tres deudores, cuyos nombres eran desconocidos y el del joven Morales. Al
día siguiente un abogado se presento ante el juez, pagó la fianza y Morales
salió en libertad. Garmendia buscó a los tres que quedaban. Uno era
Vicente Flores, abogado empleado en un
estudio jurídico, casado, con dos hijos, su esposa también abogada en otro
estudio. Vicente fue grabado por las
cámaras, estaba de trampa con una amiga
de su mujer. Fue investigado y en la hora que el forense calculó la muerte de Emir estaba en una reunión de padres en el colegio
de su hija.
—Descartado por el momento —dijo Carmona.
Otro era un médico, Javier Salinas Fuentes,
participaba de un congreso en Córdoba, otro descartado.
El tercero era el más peligroso, Santiago
Marcovechio, dueño de un garito en el gran Buenos Aires, casado, en las
películas estaba de trampa con una joven menor de edad que le había dado vuelta
la cabeza, sin embargo tenía coartada, estaba con su esposa pasando el fin de
semana en Mar del Plata. Todos descartados.
Garmendia se rascaba la cabeza mientras leía los
informes de Carmona y agregó:
—Alguien se cansó de su especulación y lo paso a
mejor vida, ¿pero quién…?
—Uno de los tres o alguien que mandaron a
cumplir el crimen… ¿Cuál de ellos maneja tanta plata como para pagar semejante
mandadito?
—El asunto podría estar entre Salinas
Fuentes o Marcovechio, no creo que el
abogado maneje tanta plata, es un empleado…
—No lo sabemos, Hay que buscar información.
Carmona tiene contactos con el hampa y sus
soplones son de fiar, comenzó por el sordo, que de sordo no tiene nada, pero le
conviene que los demás crean que lo es. Al preguntarle si se había corrido
alguna noticia de algún matón a sueldo que había trabajado en los últimos días,
dijo no saber nada pero que lo iba a averiguar.
El otro soplón era Martínez, un paraguayo, dedicado
a la venta de droga y que conocía cada situación
que sucedía en el ambiente mafioso del
gran Buenos Aires.
Martínez dijo haber escuchado que un polaco que
se dedicaba a liquidar personas por contrato había soltado la lengua, que le
habían pagado varios miles de verdes.
Festejando y con una borrachera tremenda
contó lo fácil que había sido y en su festejo hizo burla de un inspector
y detective de la federal, que se iba a volver loco buscando al asesino.
Con esos datos Garmendia no necesito más, el
polaco era quien lo había llamado para apostarle que no iba a descubrir quién
mató al turco Emir.
El polaco llevaba las maletas y los pasajes a Polonia cuando lo detuvieron en
un taxi, llegando a Ezeiza. Sin chistar se dejó detener, estaba seguro que no tenían
pruebas en su contra.
Ante el juez, negó todas las acusaciones,
aseguró no conocer a ningún turco y que esa noche había estado con su novia en
una bailanta.
Cuando el juez le informó que una vecina lo había visto entrar al
departamento y que otra lo cruzó bajando muy apurado las escaleras y las dos lo
reconocieron al ver su fotografía, su cara cambió de color y al decir el juez
que semejante crimen merecía la perpetua, el polaco se derrumbo. ¿Quién había
pagado para matar a Emir Celik?
Al desembuchar
el nombre del que lo había contratado, el juez, Garmendia y Carmona
quedaron sorprendidos.
Acompañados por dos móviles policiales llegaron
a un caserón de San Isidro, donde un
sorprendido mucamo los hizo pasar.
El ex embajador, padre del joven Morales los
recibió con una sonrisa de desdén.
—No los esperaba…—dijo al verse rodeado.
—Está detenido por ser el instigador del crimen
de Emir Celik —dijo Carmona mientras le ponía las esposas.
—Volvería a hacerlo, mi hijo se educó en los
mejores colegios, tenía una carrera
asegurada en la política internacional, yo no iba a permitir que ese
turco arruinara su vida.
El polaco debía matar al turco y buscar las
fotos comprometedoras, pero una vez cometido el asesinato, no encontró las
fotos, la vecina asustada por la pelea de Emir y el polaco avisó al 911, en minuto
el ulular de las sirenas sorprendió al polaco y escapó y dejando la puerta
abierta, en ese momento llegó Morales y al descubrir el cuerpo sólo pensó en salir
lo más rápido posible, bajo a los saltos y allí se encontró con la policía.
Lo que nadie declaró fue quién efectuó la
llamada a Garmendia, ya que los dos; el embajador Morales y el polaco tienen un
acento extranjero, pero los dos lo negaron, ¿Cuál miente?