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viernes, 14 de febrero de 2025

Garmendia en crisis.


 

Los recuerdos del mal momento vivido bullían en la cabeza de Garmendia, Carmona lo miraba en silencio.

---Es tu palabra contra la palabra de la madre del Rusito —dijo el jefe Mendieta.

—Te juro que tenia un arma en la mano y me apuntó y disparó, pero la bala no salió, disparé porque era mi vida o la de él…

—¿Dónde está el arma del pibe?

—¡¡No lo sé!!

Los nervios de Garmendia lo hacían tartamudear, Mendieta preguntó:

—¡Están seguros que el arma no estaba en la casa?

—Únicamente que la madre fuera bruja —dijo Carmona— y la hiciera desaparecer en el aire.

—Yo no tenía el arma en la mano, fue el pibe quien sacó el revolver y me apuntó, en ese momento entró la madre, la seguía un chico de unos seis años - Garmendia permaneció en silencio, recordando, de pronto exclamó— y cuando me disparo, la bala no salió, ahí saqué mi arma y disparé, el Rusito no llegó a disparar por segunda vez.

Carmona dijo:

—Yo no vi ningún pibe pequeño, estaba cuidando la puerta de atrás, entre al oír el disparo y encontré al Rusito en el suelo y junto a él a la madre gritando.

Mendieta chasqueo los dedos y exclamó:

—Seguro el chiquito se llevó el arma y escapó.

 

Mendieta se acercó a Pedro y le dijo:

—Lo siento, pero te debo retirar arma y la credencial… quedas fuera de servicio hasta que se aclare el caso.

Sin palabras Garmendia las entregó.

La fiscal Savita visitó a la familia del Rusito, la madre clamaba justicia, abrazada a su hijo menor, hablaba y lloraba.

—Mi hijo era un chico como todos los adolescentes, si disparó contra el vecino es porque el tipo lo insultaba cada vez que pasaba por la puerta, no tenía intenciones de matarlo, solo quería asustarlo.

—La comprendo señora, pero por eso no debía matarlo, el detective Garmendia vino a detenerlo y él lo amenazo con un arma…

—¡Mentiras! ¿Dónde está el arma?

Savita miró al pequeño, que bajó la cabeza llorando, se acercó a él y suavemente le preguntó:

—¿Vos viste cuando tu hermano le disparó al policía?

La madre furiosa grito:

—No lo meta en esto, es una criatura.

—Si es una criatura, pero estuvo presente y vio todo lo que sucedió.

—No recuerdo nada…—el pequeño no dejaba de llorar.

—Podríamos ayudarlo a recordar con la cámara Gesell.

Los ojos del pequeño se abrieron y el miedo se dibujó en ellos.

—Yo no quiero ir a ningún lado —dijo abrazándose a su madre.

—¿Qué es eso? — preguntó la mujer.

—Es una habitación cerrada donde varios médicos especialistas y psicólogos le harán preguntas y si él dice la verdad, seguramente el detective tendrá que ir preso.

Las últimas palabras le dibujaron una sonrisa a la madre.

 

El pequeño al verse rodeado de una psicóloga y un médico se largó a llorar, no podía hablar. La fiscal pidió que lo sacaran y lo llevó a su oficina.

Lo sentó en un sillón y ella se quedó a su lado.

—Tranquilo, ya viene tu mamá ¿Queres una coca y solo tengo galletitas oreo, te gustan?

El chico más tranquilo aceptó la coca y las galletitas. Mientras comía, la fiscal le preguntó por qué se había asustado con los médicos.

—Me dieron miedo.

—¿Miedo por qué?

—Mi hermano estuvo preso varias veces y creí que me iban a dejar adentro como a él…

—Rusito fue preso con motivos, robo muchas veces, vos no hiciste nada malo.

La miró a los ojos y de pronto se largó a llorar, no había forma de calmarlo, la fiscal lo abrazo y ante semejante descarga de angustia no sabía qué hacer para tranquilizarlo.

De pronto el chico dijo:

—Yo escondí el arma, mi mamá me dijo que no tengo que decirlo, pero tengo miedo, no quiero ir preso ni que me encierren como lo encerraron a mi hermano cuando era como yo.

—¿Por qué encerraron a tu hermano?

—Mi hermano me contó que mi mamá lo mandaba a robar, los vecinos lo conocían y lo denunciaron varias veces, hasta que por culpa de una asistente social lo encerraron en un lugar donde había chicos como él.

La fiscal contenía las lágrimas al ver la angustia del pequeño, cuando llegó la madre se abrazó a ella con desesperación.

El juez ordenó que la madre recibiera asistencia psicológica y que una asistente social visitara a la familia semanalmente.

Garmendia regresó a su puesto, pero debió pedir vacaciones forzadas y terapia, la cara desesperada del Rusito no lo dejaba dormir, a veces cumplir con el deber deja huellas imborrables, él sabía que esa muerte sería una cicatriz que nunca iba a sanar…