Los
recuerdos del mal momento vivido bullían en la cabeza de Garmendia, Carmona lo
miraba en silencio.
---Es tu
palabra contra la palabra de la madre del Rusito —dijo el jefe Mendieta.
—Te juro
que tenia un arma en la mano y me apuntó y disparó, pero la bala no salió,
disparé porque era mi vida o la de él…
—¿Dónde
está el arma del pibe?
—¡¡No lo
sé!!
Los
nervios de Garmendia lo hacían tartamudear, Mendieta preguntó:
—¡Están
seguros que el arma no estaba en la casa?
—Únicamente
que la madre fuera bruja —dijo Carmona— y la hiciera desaparecer en el aire.
—Yo no
tenía el arma en la mano, fue el pibe quien sacó el revolver y me apuntó, en
ese momento entró la madre, la seguía un chico de unos seis años - Garmendia permaneció
en silencio, recordando, de pronto exclamó— y cuando me disparo, la bala no
salió, ahí saqué mi arma y disparé, el Rusito no llegó a disparar por segunda
vez.
Carmona dijo:
—Yo no vi
ningún pibe pequeño, estaba cuidando la puerta de atrás, entre al oír el
disparo y encontré al Rusito en el suelo y junto a él a la madre gritando.
Mendieta
chasqueo los dedos y exclamó:
—Seguro
el chiquito se llevó el arma y escapó.
Mendieta
se acercó a Pedro y le dijo:
—Lo siento,
pero te debo retirar arma y la credencial… quedas fuera de servicio hasta que
se aclare el caso.
Sin
palabras Garmendia las entregó.
La fiscal
Savita visitó a la familia del Rusito, la madre clamaba justicia, abrazada a su
hijo menor, hablaba y lloraba.
—Mi hijo
era un chico como todos los adolescentes, si disparó contra el vecino es porque
el tipo lo insultaba cada vez que pasaba por la puerta, no tenía intenciones de
matarlo, solo quería asustarlo.
—La
comprendo señora, pero por eso no debía matarlo, el detective Garmendia vino a
detenerlo y él lo amenazo con un arma…
—¡Mentiras!
¿Dónde está el arma?
Savita
miró al pequeño, que bajó la cabeza llorando, se acercó a él y suavemente le
preguntó:
—¿Vos
viste cuando tu hermano le disparó al policía?
La madre
furiosa grito:
—No lo meta
en esto, es una criatura.
—Si es
una criatura, pero estuvo presente y vio todo lo que sucedió.
—No
recuerdo nada…—el pequeño no dejaba de llorar.
—Podríamos
ayudarlo a recordar con la cámara Gesell.
Los ojos
del pequeño se abrieron y el miedo se dibujó en ellos.
—Yo no
quiero ir a ningún lado —dijo abrazándose a su madre.
—¿Qué es
eso? — preguntó la mujer.
—Es una
habitación cerrada donde varios médicos especialistas y psicólogos le harán
preguntas y si él dice la verdad, seguramente el detective tendrá que ir preso.
Las
últimas palabras le dibujaron una sonrisa a la madre.
El
pequeño al verse rodeado de una psicóloga y un médico se largó a llorar, no
podía hablar. La fiscal pidió que lo sacaran y lo llevó a su oficina.
Lo sentó
en un sillón y ella se quedó a su lado.
—Tranquilo,
ya viene tu mamá ¿Queres una coca y solo tengo galletitas oreo, te gustan?
El chico
más tranquilo aceptó la coca y las galletitas. Mientras comía, la fiscal le
preguntó por qué se había asustado con los médicos.
—Me
dieron miedo.
—¿Miedo
por qué?
—Mi
hermano estuvo preso varias veces y creí que me iban a dejar adentro como a él…
—Rusito
fue preso con motivos, robo muchas veces, vos no hiciste nada malo.
La miró a
los ojos y de pronto se largó a llorar, no había forma de calmarlo, la fiscal
lo abrazo y ante semejante descarga de angustia no sabía qué hacer para tranquilizarlo.
De pronto
el chico dijo:
—Yo
escondí el arma, mi mamá me dijo que no tengo que decirlo, pero tengo miedo, no
quiero ir preso ni que me encierren como lo encerraron a mi hermano cuando era
como yo.
—¿Por qué
encerraron a tu hermano?
—Mi
hermano me contó que mi mamá lo mandaba a robar, los vecinos lo conocían y lo
denunciaron varias veces, hasta que por culpa de una asistente social lo
encerraron en un lugar donde había chicos como él.
La fiscal
contenía las lágrimas al ver la angustia del pequeño, cuando llegó la madre se
abrazó a ella con desesperación.
El juez
ordenó que la madre recibiera asistencia psicológica y que una asistente social
visitara a la familia semanalmente.
Garmendia
regresó a su puesto, pero debió pedir vacaciones forzadas y terapia, la cara
desesperada del Rusito no lo dejaba dormir, a veces cumplir con el deber deja
huellas imborrables, él sabía que esa muerte sería una cicatriz que nunca iba a
sanar…