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domingo, 25 de mayo de 2025

La oportunidad.


 

 

Año 1995

Los ojos negros del detective, eran puñales, buscaba un gesto, un detalle que la delatara, sin embargo, la señora Salinas se mantenía seria, ni la sombra de un temor la habitaba.

-Estimada señora -dijo el detective Garmendia- estoy seguro que fue usted quien dio muerte a su esposo, solo me falta la prueba, por más que me diga que usted estaba en el cumpleaños de su amiga Elsa, que me muestre las fotos y que los mozos, y demás invitados, digan que no la vieron salir -el detective dio vueltas por la cocina mirándola de reojo- solo usted tenia el principal motivo para darle muerte, aparte me asombra que ni una lágrima le he visto cuando habla de él, ni un gesto de dolor.

La mujer se encogió de hombros y con un gesto de burla respondió:

-Señor Garmendia, su obstinación conmigo es increíble, ¿por qué matarlo? Por dinero, soy tan rica como él, he heredado de mis padres tantas propiedades que puedo vivir de rentas, ¿Por celos, por qué? Todos saben que Carlos era maltratador, con nosotros,  y con el personal de su empresa, en el último mes despidió a nueve operarios por un capricho, esa gente tiene familia y el motivo del despido fue una tontería.

- ¿Está culpando a los obreros de la empresa señora Silvia Salinas?

La voz del detective fue irónica, casi burlona.

-No culpo a nadie, es usted el que debe investigar en vez de centrar toda la acusación en mi persona, usted es demasiado joven Garmendia ¿cuántos años tiene, veintiséis, treinta? y piensa que se las sabe todas…con ese gesto comprador, cree que me va a conquistar con su sonrisa, así que le voy a rogar que se vaya de mí casa; ¡me molesta su presencia!

Las últimas palabras de Silvia fueron acompañadas por una expresión de furia que hizo sonreír al detective, pero antes de salir, le dijo con tono burlón:

-Volveré señora, volveré… el puñal que abrió la garganta de su esposo, no puede estar muy lejos… volveré…

No se equivocó el detective, al día siguiente estaba de nuevo en la casa, esta vez acompañado por un grupo de policías y con una orden de allanamiento.

No quedó rincón, muebles, cajones y hasta la tapa rollo de las cortinas, que no fuera revisado, en la biblioteca se sacaron los libros uno por uno, nada encontraron.

Felipe Salinas, había sido asesinado en la biblioteca de su casa, esta tiene dos puertas, una interior por la que se accede desde un pasillo y la otra, da al jardín.

El asesino entró por la puerta del jardín, mientras Salinas leía, lo tomó por atrás y le cortó el cuello, fue rápido y preciso en su crimen.

Nada encontraron los policías. Antes de salir, Garmendia dijo:

-Necesito hablar con sus hijos, mañana a las 10 hs vendré de visita nuevamente.

Silvia se estremeció,

-Deje a mis hijos tranquilos, ya bastante han sufrido.

-Ya lo se señora, en el hospital Fernández me dieron información por las veces que sus hijos entraron, por golpes y el mayor ha tenido costillas rotas.

Silvia volvió a estremecerse y está vez el detective lo notó, mientras caminaban hacía la puerta de calle, ella intentó explicar el motivo de las entradas de su hijo al hospital

-Manu juega al rugby y eso dos por tres le provoca quebraduras, son golpes violentos.

Garmendia la miro fijo a los ojos, su voz sonó firme al decir:

-¿Usted juega al rugby? ¿La fractura de su brazo el verano pasado, se debió a lo mismo? Mañana quiero hablar con los dos muchachos- sin saludar y a tranco largo se alejó, Silvia quedó en la puerta mirándolo con furia.

A la hora fijada el detective llegó puntual. Los dos jóvenes lo esperaban. Fue imposible culparlos del crimen, si, era cierto que el padre era violento, ellos confirmaron que los castigaba con frecuencia, con lo primero que encontraba a mano, su arma especial era su cinturón, las marcas en la espalda de los muchachos confirmaba sus palabras, Garmendia se estremeció al verlas. La noche del crimen no estaban en la casa, jugaron un partido en Vicente López, compañeros y entrenador dieron testimonio de que estuvieron allí, y se quedaron a festejar el triunfo de su equipo.

Garmendia pidió pasar a la biblioteca, sus ojos hurgaban detalles, libros, no conforme con el control que habían realizado los policías el día anterior, volvió a revisarlo todo, notó que Silvia estaba pálida, retorcía sus manos, se la veía inquieta. Garmendia pensó; ¿y si aquí estuviera la prueba?

-¿Hasta cuando vamos a tener que aguantar su obsesión con nosotros detective?-exclamo Silvia.

-Hasta que encuentre el puñal o cuchillo que usted uso para matar a su esposo, sé que él fue una mala persona, sus vecinos me dijeron sobre las peleas, sobre los golpes y el maltrato a usted y a sus hijos, pero eso no le dababa derecho a matarlo.

Ella permaneció muda, mirando de frente al detective.

-¿Por qué no se separó? ¿O se fue con sus hijos?

Los ojos de Silvia estaban rojos de lágrimas, pero no respondió a las palabras del detective. Al fin después de correr de lugar libro por libro, se fue.

Nada se pudo comprobar sobre las acusaciones del detective, el caso fue cerrado y la paz lentamente fue llegando a la casa de los Salinas.

 

2024

Una tarde de otoño, el detective Garmendia, regresaba de su oficina, cuando lo sorprendió una camioneta de Oca en su puerta.

-¿Señor Pedro Garmendia? – preguntó el empleado del correo.

Pedro asintió, le pidieron documentos, los presentó y le entregaron una caja. La camioneta se alejó y Garmendia entró a su casa desconcertado, la caja no tenía remitente. Con cuidado cortó el papel, abrió, y se sorprendió al ver un enorme libro de literatura inglesa. ¿Qué es esto?  Encontró una carta en un costado. Le sorprendió la firma; Silvia Salinas.

“Cuando este libro llegue a sus manos, yo no estaré en este mundo, estoy muy enferma, solo quise decirle que fue acertado en su juicio conmigo; yo maté a Carlos Salinas.

Puede dormir en paz, fue un buen detective.

Silvia.”

Pedro no entendía nada, miró el libro y se preguntó que tenía que ver ese libraco con el crimen, al abrirlo comprendió.

Luego de las primeras hojas, un hueco en el centro ocultaba una navaja Suiza, allí estaba el arma, una Victorinox, pequeña, certera y precisa la que había dado muerte a Carlos Salinas.

El libro era un trabajo perfecto, recortadas las páginas hasta lograr un hueco donde dejar el arma, unas cien páginas la cubrían, la prueba del delito durmió veintinueve años en la historia de literatura inglesa. Seguramente, la señora Salinas, primero preparó el libro y dejo que la circunstancia le regalara el momento de consumar su obra, como dice el refrán: “Todo acto criminal es parte de la oportunidad”

¡¡Muy inteligente señora Silvia!! Dijo en voz alta como si ella pudiera oírlo, no pudo evitar sonreír; ¡¡Me ganó en buena ley!!