Año 1995
Los ojos
negros del detective, eran puñales, buscaba un gesto, un detalle que la
delatara, sin embargo, la señora Salinas se mantenía seria, ni la sombra de un
temor la habitaba.
-Estimada
señora -dijo el detective Garmendia- estoy seguro que fue usted quien dio
muerte a su esposo, solo me falta la prueba, por más que me diga que usted
estaba en el cumpleaños de su amiga Elsa, que me muestre las fotos y que los
mozos, y demás invitados, digan que no la vieron salir -el detective dio
vueltas por la cocina mirándola de reojo- solo usted tenia el principal motivo
para darle muerte, aparte me asombra que ni una lágrima le he visto cuando
habla de él, ni un gesto de dolor.
La mujer
se encogió de hombros y con un gesto de burla respondió:
-Señor Garmendia,
su obstinación conmigo es increíble, ¿por qué matarlo? Por dinero, soy tan rica
como él, he heredado de mis padres tantas propiedades que puedo vivir de rentas,
¿Por celos, por qué? Todos saben que Carlos era maltratador, con nosotros, y con el personal de su empresa, en el último
mes despidió a nueve operarios por un capricho, esa gente tiene familia y el
motivo del despido fue una tontería.
- ¿Está
culpando a los obreros de la empresa señora Silvia Salinas?
La voz
del detective fue irónica, casi burlona.
-No culpo
a nadie, es usted el que debe investigar en vez de centrar toda la acusación en
mi persona, usted es demasiado joven Garmendia ¿cuántos años tiene, veintiséis,
treinta? y piensa que se las sabe todas…con ese gesto comprador, cree que me va
a conquistar con su sonrisa, así que le voy a rogar que se vaya de mí casa; ¡me
molesta su presencia!
Las
últimas palabras de Silvia fueron acompañadas por una expresión de furia que
hizo sonreír al detective, pero antes de salir, le dijo con tono burlón:
-Volveré
señora, volveré… el puñal que abrió la garganta de su esposo, no puede estar
muy lejos… volveré…
No se
equivocó el detective, al día siguiente estaba de nuevo en la casa, esta vez
acompañado por un grupo de policías y con una orden de allanamiento.
No quedó
rincón, muebles, cajones y hasta la tapa rollo de las cortinas, que no fuera
revisado, en la biblioteca se sacaron los libros uno por uno, nada encontraron.
Felipe
Salinas, había sido asesinado en la biblioteca de su casa, esta tiene dos
puertas, una interior por la que se accede desde un pasillo y la otra, da al jardín.
El
asesino entró por la puerta del jardín, mientras Salinas leía, lo tomó por
atrás y le cortó el cuello, fue rápido y preciso en su crimen.
Nada
encontraron los policías. Antes de salir, Garmendia dijo:
-Necesito
hablar con sus hijos, mañana a las 10 hs vendré de visita nuevamente.
Silvia se
estremeció,
-Deje a
mis hijos tranquilos, ya bastante han sufrido.
-Ya lo se
señora, en el hospital Fernández me dieron información por las veces que sus
hijos entraron, por golpes y el mayor ha tenido costillas rotas.
Silvia
volvió a estremecerse y está vez el detective lo notó, mientras caminaban hacía
la puerta de calle, ella intentó explicar el motivo de las entradas de su hijo
al hospital
-Manu
juega al rugby y eso dos por tres le provoca quebraduras, son golpes violentos.
Garmendia
la miro fijo a los ojos, su voz sonó firme al decir:
-¿Usted
juega al rugby? ¿La fractura de su brazo el verano pasado, se debió a lo mismo?
Mañana quiero hablar con los dos muchachos- sin saludar y a tranco largo se alejó,
Silvia quedó en la puerta mirándolo con furia.
A la hora
fijada el detective llegó puntual. Los dos jóvenes lo esperaban. Fue imposible
culparlos del crimen, si, era cierto que el padre era violento, ellos
confirmaron que los castigaba con frecuencia, con lo primero que encontraba a
mano, su arma especial era su cinturón, las marcas en la espalda de los
muchachos confirmaba sus palabras, Garmendia se estremeció al verlas. La noche
del crimen no estaban en la casa, jugaron un partido en Vicente López,
compañeros y entrenador dieron testimonio de que estuvieron allí, y se quedaron
a festejar el triunfo de su equipo.
Garmendia
pidió pasar a la biblioteca, sus ojos hurgaban detalles, libros, no conforme
con el control que habían realizado los policías el día anterior, volvió a
revisarlo todo, notó que Silvia estaba pálida, retorcía sus manos, se la veía
inquieta. Garmendia pensó; ¿y si aquí estuviera la prueba?
-¿Hasta
cuando vamos a tener que aguantar su obsesión con nosotros detective?-exclamo
Silvia.
-Hasta
que encuentre el puñal o cuchillo que usted uso para matar a su esposo, sé que
él fue una mala persona, sus vecinos me dijeron sobre las peleas, sobre los
golpes y el maltrato a usted y a sus hijos, pero eso no le dababa derecho a
matarlo.
Ella permaneció
muda, mirando de frente al detective.
-¿Por qué
no se separó? ¿O se fue con sus hijos?
Los ojos
de Silvia estaban rojos de lágrimas, pero no respondió a las palabras del
detective. Al fin después de correr de lugar libro por libro, se fue.
Nada se pudo
comprobar sobre las acusaciones del detective, el caso fue cerrado y la paz
lentamente fue llegando a la casa de los Salinas.
2024
Una tarde
de otoño, el detective Garmendia, regresaba de su oficina, cuando lo sorprendió
una camioneta de Oca en su puerta.
-¿Señor Pedro
Garmendia? – preguntó el empleado del correo.
Pedro
asintió, le pidieron documentos, los presentó y le entregaron una caja. La
camioneta se alejó y Garmendia entró a su casa desconcertado, la caja no tenía
remitente. Con cuidado cortó el papel, abrió, y se sorprendió al ver un enorme
libro de literatura inglesa. ¿Qué es esto?
Encontró una carta en un costado. Le sorprendió la firma; Silvia
Salinas.
“Cuando
este libro llegue a sus manos, yo no estaré en este mundo, estoy muy enferma,
solo quise decirle que fue acertado en su juicio conmigo; yo maté a Carlos
Salinas.
Puede
dormir en paz, fue un buen detective.
Silvia.”
Pedro no
entendía nada, miró el libro y se preguntó que tenía que ver ese libraco con el
crimen, al abrirlo comprendió.
Luego de
las primeras hojas, un hueco en el centro ocultaba una navaja Suiza, allí
estaba el arma, una Victorinox, pequeña, certera y precisa la que había dado muerte a Carlos Salinas.
El libro
era un trabajo perfecto, recortadas las páginas hasta lograr un hueco donde
dejar el arma, unas cien páginas la cubrían, la prueba del delito durmió
veintinueve años en la historia de literatura inglesa. Seguramente, la señora
Salinas, primero preparó el libro y dejo que la circunstancia le regalara el
momento de consumar su obra, como dice el refrán: “Todo acto criminal es parte
de la oportunidad”
¡¡Muy
inteligente señora Silvia!! Dijo en voz alta como si ella pudiera oírlo, no
pudo evitar sonreír; ¡¡Me ganó en buena ley!!