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miércoles, 12 de junio de 2024

El corazoncito de Garmendia.

 

 

 

El inspector Pedro Garmendia bebía su café frente a la ventana  del bar. El ir y venir de la gente en la calle, era incesante, todos apurados, a cualquier hora del día, la Av. Corrientes era un río humano.

Aburrido, observó el bar, era antiguo, llevaba años siempre igual, sólo recibía una nueva pintada cada tanto, pero las mesas y sillas eran las mismas de aquellos tiempos en que desayunaba con Cardona, aquel ayudante, que se fue a vivir a Uruguay porque se cansó de crímenes y robos. Llegaban antes de ir a la oficina del destacamento. En este bar la había conocido a Luciana. ¿Cuántos años habían pasado? Casi treinta años, veintisiete para ser exactos.

         Luciana era bonita y era punga, tenía un arte único para robar sin que el agredido se diera cuenta.

“Fue un sábado, él estaba en la misma mesa en la que hoy, bebía su café, ella entró con un hombre mayor, se sentaron y pidieron café, hablaban, ella sonreía pero cada vez que el tipo intentaba tomarle la mano, sutilmente la retiraba. Él tipo llamó al mozo para pagar  y como tardaba se levantó para ir al baño, dejó la billetera sobre la mesa, rápidamente ella, sacó plata, la volvió a dejar y se fue apurada. Garmendia fue detrás, ella camino varias cuadras y se detuvo en el semáforo y Garmendia la alcanzó. La tomó del brazo y le dijo:

—Que linda punguista, vamos de vuelta al bar.

—¡¡¿Puta madre, me tenía que ver un cana…?!!

La cara de Luciana cambió de color entre la rabia y la vergüenza, sin responder, volvieron al bar, el tipo ya no estaba. Se sentaron. Pedro pidió dos cafés, ella agregó.

—Café con leche y tres medialunas.

Garmendia no dijo nada, la miraba comer, comprendió que tenía hambre. Cuando ella terminó con la última miguita del plato, le preguntó:

—¿Por qué robas?

—Es el único oficio que aprendí, mi padre y mis hermanos son punguistas, así que al terminar la secundaria busqué trabajo y tuve la mala suerte de encontrar siempre Casanovas, que buscaban levantarme como a una loca cualquiera. Igual que el viejo de hoy, ese solo buscaba llevarme al hotel, le dije que había estado buscando trabajo todo el día y necesitaba tomar algo caliente, le pedí masitas con el café y me las negó, café y gracias me dijo, según cómo te portes en la cama te llevo a cenar.

Apretó los labios con rabia, Garmendia no hablaba, era bonita, pero había mucha tristeza en  sus ojos.

—¿Me vas a encanar? —preguntó ella, con cara de laucha asustada.

—No.

Luciana se levantó y antes de que él se arrepienta de lo que había dicho, salió a la calle y se perdió por Corrientes. Por esas cosas de la vida, volvieron a encontrarse, casualidad o causalidad después de tantos encuentros terminaron  en el departamento de Garmendia. La relación duró  casi tres años, parecía que todo andaba sobre rieles, ella era dulce y cariñosa y Garmendia se estaba enamorando con la simpleza  de un tipo que creía haber encontrado en ella el verdadero amor, se entendían hasta en los pequeños detalles. Un día al volver del trabajo sucedió lo que Garmendia nunca hubiera esperado;  menos los muebles se había llevado todo.

No pudo hacerlo sola —se dijo— debió tener ayuda de una o dos personas, seguramente su padre y su hermano. No hizo la denuncia. La rabia  y el dolor fueron convirtiendo su amor en odio. La buscó por todos los lados posibles, esos en los que se reúnen los pungas, los bares del bajo, la villa 31, nadie la conocía o la ocultaban, fue inútil. Desapareció como si la hubiera tragado la tierra. Los años fueron calmando la bronca y la desilusión, pero nunca logró olvidarla. Fue el amor-odio de su vida, más amor que odio.”

Volvió al presente del viejo bar, pidió otro café y mientras esperaba, su mirada fue registrando al gentío que caminaba por la calle, entonces, la vio, ¿era una aparición o era ella en verdad? ¡Era Luciana! Habían pasado tantos años, estaba hermosa, madura y hermosa. Un dolor en el pecho activo aquellos momentos vividos, la vida en común, el abandono, la tristeza. Luciana iba acompañada por un tipo elegante, ella también llevaba buena pilcha, se detuvieron casi frente al bar, él la abrazó, le susurraba cosas al oído, y ella sonreía y con una delicadeza encantadora y simulando que le acariciaba la cola, le metió la mano en el bolsillo de atrás del pantalón, saco la billetera y con un arte natural se la guardó en su bolso. Garmendia se largó a reír al momento que llegaba el mozo con el café.

—¿Qué pasa Míster, que se ríe con tantas ganas? —le preguntó.

—Me río de mi mismo, tantos años con una ilusión y en un instante se hizo pedazos, soy un infeliz, por eso me reía.

 


 

 


10 comentarios:

  1. ¡Luciana!, que personaje. Lo bueno es que a Garmendia quizas no le falten otros amores que aparezcan fugazmente. Algun error cometera Luciana y Garmendia volvera a atraparla... o quizas no

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    1. Amores ha tenido Garmendia, pero Luciana se lleva los laureles de ser inolvidable. Gracias José por tu visita.
      Abrazo en la distancia.

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  2. Regreso Garmendia, ya lo extrañaba! volvio envuelto en una mezcla de nostalgia y desencanto ante la realidad de la vida. Me gusta que se rie de su propia desilusion.

    Un besito

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    1. Pobre Garmendia se enamoro de la mujer equivocada, y a pesar de los años la guardaba en su corazòn con una esperanza firme. Gracias Hadita.

      mariarosa

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  3. Hola Mariarosa!
    Compatriota, y compañera de letras.
    Paso a darte las gracias por tu visita a mi blog, y me vine a ver qué había en tu espacio.
    Me gustó mucho leerte,. ameno y dinámico tu relato!
    Un abrazo.

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    1. Hola Luna, agradecida por tu visita y me alegro que te haya gustado.
      Abrazo.

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  4. Hola Mariarosa, te deje comentario el otro día y no salió, quizás se fue a spam. Me gustan mucho las historias de Garmendia, aunque en esta su corazón
    lo llevó por mal camino.
    Abrazo!

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  5. Garmendia no será el único desilusionado.
    Un abrazo.

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