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miércoles, 21 de agosto de 2024

Garmendia entre la fiscal y Luciana.


 

 


 

 

Justo ahora que su vida parecía encaminarse hacia una nueva ilusión amorosa, y que Garmendia sentía de nuevo latir su corazón ante la presencia de la fiscal Suarez, es decir Ema Suarez, para él había dejado de ser la fiscal, aparece  un problema que creía olvidado.

La relación con Ema fue naciendo lenta, algunos encuentros, cenas, teatros, hasta que fue ella la que lo invitó a quedarse en su departamento después de una salida.

El inspector comprendió que algo nuevo le alegraba la vida, en cada nuevo encuentro la descubría, dulce, apasionada, pura ternura y pasión.

Pero no todo puede ser perfecto, cuando mejor estaba la relación, apareció Luciana.

¡Bendita mujer—dijo Garmendia— años  sin saber de ella y aparece como si nada!

Luciana  entró a su oficina, sonriente como si se hubieran visto el día anterior. Pedro no habló, la miró serio, con gesto de fastidio.

—Hola Pedro, tanto tiempo sin vernos, estás más joven… ¿adelgazaste?

Garmendia no respondió, la sorpresa lo había dejado mudo. En un instante cruzó por su memoria su vida al lado de Luciana, la había amado hasta la locura, pero ella había desaparecido de su vida dejando su corazón roto y su departamento vacio. Era una punga profesional. Desde ese día la buscó por cielo y tierra, no solo no la encontró, sino que nadie supo darle noticias de su paradero. Ahora se presentaba como si nada… ¿qué se traía entre manos?

—Vaya sorpresa… —no logró articular más  palabras. Quedó en silencio esperando que ella hablara. Los años habían madurado su belleza y no pudo evitar la emoción de verla.

—Necesito que me ayudes, Hay un tío de la banda de la marquesa que me busca y quiere pasarme al otro mundo.

(La marquesa era el sobrenombre de  la jefa de unos niños bien, metidos a ladrones de alto vuelo)

—¿Por qué yo? Tu familia está  metida en el ambiente,  que ellos te protejan, tus problemas no son míos.

—Nadie me quiere ayudar, salir del país no puedo, porque no tengo un mango, me vigilan noche y día, estoy aterrorizada, por lo que fue nuestro amor te lo pido; ayúdame.

La risa de Garmendia fue una carcajada parecida a un llanto, la rabia y el recuerdo de la traición de Luciana  todavía le amargaba la existencia cada vez que lo recordaba.

—¿Qué le hiciste al tipo para que quiera sacarte de circulación…?

Ella inclinó la cabeza y después de dar un rodeo de palabras sin sentido, dijo:

—Le afané la guita de la caja fuerte, eran muchos dólares —dudo en seguir hablando— 100.000 dólares.

Garmendia chasqueo la lengua y revoleo los ojos.

—Nena te pasaste. ¿No sabías con quién te estabas metiendo…? Son niños bien y están conectados  con gente grosa, desde ministros a transas y ahora querés que  te salve, regresale la guita.

—No puedo, la saqué del país.

Garmendia levantó los brazos en un gesto de fastidio.

—Luciana no sé que puedo hacer para ayudarte.

—Pagarme un pasaje a Panamá.

Lo dijo tranquilamente, sin pestañear siquiera. Nuevamente Garmendia se largo a reír, la tomó por los hombros, la hizo girar y suavemente la fue empujando hasta la puerta.

—¡Chau Luciana!

Y cerró dando un portazo.

 

Esa noche mientras cenaba con Ema le contó la historia de su vida con la punguista y el tema actual del robo.

—No sé qué puedo hacer —dijo Pedro.

—¿Tanto te interesa?—en los ojos de la fiscal brilló la lucecita de los celos.

—No, ella ya no representa nada, sólo me da lástima, interesarme, digamos interesarme, solo me interesa una fiscal…—lo dijo sonriente.

Emma bebió su vino para ocultar su emoción y le dijo:

—Voy a consultar, tengo contactos dentro de los que rodean a la marquesa.

Pasados unos días, Ema se comunicó con Pedro, el mensaje fue escueto, pero firme. “El tipo está furioso, le robó aparte de los dólares, las joyas que guardaba en la caja fuerte, la tal Luciana es una artista para el robo y abrir cerraduras de seguridad…solo hay un detalle que agregaron,  dijeron, que si se une a la banda, va a poder descontar su deuda de los robos que haga, necesitan una artista en el arte de abrir cerraduras computarizadas.”

Garmendia quedó mudo. ¿Quién es el amigo de Ema que puede decidir de esa forma, quién entra o sale de la banda?

La duda le retorcía el estómago y los celos, está vez, le tocaban a él.

Garmendia se encontró  con Luciana en el bar en que se habían conocido, ella puso el grito en el cielo, al conocer las condiciones de los mafiosos, volvió a insistir con el dinero para el pasaje a Panamá.

—¿En serio me pedís ese dinero…? No lo tengo y si lo tuviera no te lo daría.

Se levantó para irse y la escuchó decir.

—Al menos por el amor que nos tuvimos, ayúdame…

Pedro se volvió, la miró a los ojos y mordiendo las palabras respondió:

—¿Qué amor me tuviste? Me robaste hasta las sábanas entre vos y tu familia, dejaron el departamento casi desnudo, vos no querés a nadie, no digas pavadas.

Salió del bar con la cara roja por la indignación.

 

Esa noche al encontrarse con Ema, no pudo evitar la pregunta que lo carcomía desde unos días atrás.

—¿A quién conoces de los que rodean a la marquesa?

Ema no respondió, siguió maquillándose, esa noche estaban invitados a la fiesta del Círculo policial.

—Te hice una pregunta —dijo Pedro.

—Tal vez no te lo puedo decir, hay secretos que una fiscal debe guardarse.

Se acercó y le rodeó el cuello con sus brazos, mientras sonreía pícaramente, la cara de Pedro era una mezcla de tristeza y rabia, lo besó y el enojo se fue perdiendo.

—Confía en mí, ya te lo voy a decir otro día.

Salieron, Garmendia no podía ocultar los celos y la curiosidad, pero no volvió a preguntar.

Luciana desapareció del mapa, como en el pasado nadie supo darle información sobre ella. Garmendia pensó que seguramente había salido del país, como era su intención.

 

Meses después, mientras cenaban, fue Ema quien le dijo que Luciana se casaba ese sábado con el hermano de la marquesa.

—¡Se casa! —Pedro sonreía feliz— ¿Cómo arregló su problema con  el mafioso?

—Luciana es un personaje de novela, volvió con Sardou, el dueño de los dólares y las joyas, le lloró, le pidió perdón y le dijo que fueron su padre y hermano los que la obligaron a semejante trampa — Ema sirvió una copa de vino y se la entregó a Pedro—brindemos por la mentirosa mayor que he conocido.

Brindaron y Ema aclaró su voz y dijo:

—Soy fiscal desde hace años, pero conozco a la marquesa desde mucho antes, desde la escuela primaria, ella y su gente son  ladrones, no asesinos, ni transas, nos respetamos mutuamente.

—Cómo podes respetar a ladrones…

—Son niños bien, ladrones de alta escuela, no roban al pobre tipo que labura, roban dónde saben que hay trenzas oscuras entre empresas.

—Me vas a decir que son estilo Robín Hood.

—¡Digamos que si!

—No lo puedo creer ¿y te parece bien?

—Soy fiscal, indago, investigo y el Juez juzga.

Garmendia quedó pensando, pronto olvido el tema al ver la sonrisa provocadora de Ema.

 

 

 

 

martes, 6 de agosto de 2024

HUESOS.


 

 

Garmendia y Carmona miraban atentos al hombre que decía llamarse Luciano Paredes y que frente a ellos hablaba de manera entrecortada, quería explicar algo y se confundía con las palabras.

—A ver —dijo Garmendia— usted me quiere decir que cavando la tierra de su parque encontró huesos humanos y que tiene miedo  de seguir viviendo allí… ¿es así?

—Sí, mi esposa y mis hijos se fueron a la casa de mi madre y yo debo estar sugestionado porque escucho ruidos por la noche.

—¿Cuándo descubrió los huesos?

—Hace una semana.

—¡¿Y recién ahora hace la denuncia…?!

—Es que tenía miedo de verme complicado en algo turbio.

 

En pocas horas la casa de Luciano Paredes  estaba invadida por el forense, la policía científica y personal policial.

 

Al día siguiente, Carmona investigaba  a Paredes, que resultó ser empleado del congreso y que hacía tres años había comprado la casa a muy buen precio,  sin imaginar el problema que iba a encontrar.

Los patólogos luego varios días entregaron un informe que decía que los huesos pertenecían a un hombre joven, llevaba enterrado unos ocho o diez años y  faltaba identificar  quién era.

Encontraron por los datos de la compra y venta de la vivienda, que el anterior dueño, era un Ingeniero  civil, llamado Jorge Molinari Fuentes, soltero y que en la actualidad tendría unos cincuenta años. Carmona quedó encargado de ubicarlo.

Garmendia buscó entre los desaparecidos de diez años atrás.

Por el tiempo pasado y con la edad del joven, encontró  varios posibles casos a los que se dedicó a investigar. Cuando  el desanimo lo rondaba, le llegó un informe del forense, que decía a quién habían pertenecido los restos encontrados.

Eugenio La Coste así se llamaba el joven, había trabajado en la cocina de un  restaurante, era soltero y vivía en una pensión del barrio de Mataderos.

Fue Garmendia quien se dedicó a buscar pistas sobre La Coste. Los inquilinos de la pensión no lo conocían, en los años que llevaba desaparecido los habitantes se fueron renovando, duraban apenas meses o pocos años. El único que supo dar un informe fue el encargado.

“Lo recuerdo —dijo el hombre— era un muchacho muy amable y educado, no daba problemas, llegaba de trabajar, y se iba a dormir, los  feriados, se empilchaba y se iba todo el día, no traía mala junta ni metía mujeres en su pieza, no  le conoci amigos.” Garmendia salió decepcionado, no encontró ninguna pista, que llevara a conocer más del joven La Coste.

El que trajo mejores referencias fue Carmona, el ingeniero resultó ser un turbio personaje con malas compañías y conocedor del peor mundillo de la ciudad, sus compañeros de trabajo dejaron claramente asentado que lo habían expulsado de una compañía de aviación por su conducta, alcoholismo y drogas, que fueron el principal fue motivo de su separación de la firma, se irritaba ante cualquier palabra que no le gustara. Fue uno de sus ex compañeros quien le dio al inspector su actual dirección.

Lo encontraron sin problemas, dijo desconocer a Eugenio La Coste y no saber quién era y por qué estaba enterrado en el parque de la que fue su casa.

Carmona tuvo la buena idea de preguntarle a Luciano Paredes si al llegar por primera vez a la vivienda, encontró algo que olvidaron los antiguos dueños y que llamara su atención, por ejemplo; ropa, papeles, fotos, esas cosas que se suelen quedar de las mudanzas. La idea de Carmona dio resultado. En un cuartito  donde se guardaban herramientas, Paredes había encontrado una caja con esos detalles, por suerte todavía estaba donde la había olvidado Molinari Fuentes. Había  papeles sin importancia y fotos, esas sí que eran significativas. La Coste y Molinari Fuentes abrazados como dos tortolitos en casi todas las imágenes, para mayor seguridad, fue el encargado de la pensión quién reconoció al joven.

Ante tal evidencia el aviador no pudo negar su intima amistad con Eugenio. Fue detenido y en un principio no quiso declarar, hasta que al final, viendo el peligro en el que estaba, habló:

“Fuimos  novios durante dos años, en el último tiempo Eugenio me cansaba, estaba enfermo de celos, llenaba la casa con sus fotos, en la cocina, en el dormitorio, era su idea para marcar territorio, el día que quiso poner una foto en el baño, me cansé y le dije que  se fuera, él se alteró, comenzó a golpear los muebles, estaba rojo de ira, sus celos habían explotado de una forma que lo desconocí, el odio le salía por los ojos…—Molinari quedó en silencio, luego prosiguió…— intentó golpearme y allí lo tomé por los hombros y lo tiré contra la puerta, con tal mala suerte, que cayó mal, su cabeza golpeó contra el filo del marco y a partir de ahí.... no reaccionó.

Molinari Fuentes se puso a llorar, se cubrió la cara con las manos y gemía como un niño. Garmendia y Carmona quedaron en silencio, no sabían si el llanto era real o puro teatro, recién cuando notaron que el acusado se veía tranquilo, prosiguieron con las preguntas.

—¿No pudo reanimarlo o qué sucedió?

—Cómo no se movía me acerqué, estaba lívido, no tenía signos vitales, le hice respiración boca a boca y nada, estaba muerto, en ese momento pensé que con el historial de violencia que dejé en mi trabajo, mi alcoholismo y mi problema con las drogas no me iban a creer que fue un accidente, así que como ya atardecía, espere que oscureciera y comencé a cavar…

—¿Por qué esperó a que oscureciera?

—Por los vecinos del edificio de al lado, así no me verían.

—Hice un pozo,  envolví a Eugenio con un cubrecamas viejo y lo enterré, al día siguiente, sembré semillas sobre la sepultura y de a poco las plantas crecieron y en un año se formó un matorral de margaritas —Miró a Garmendia como esperando su palabra y ante el silencio, siguió— viví en esa casa unos años, pero no aguantaba ver las flores, eran la prueba de la presencia de Eugenio en ese pozo… —nuevamente se largó a llorar, y apretando los puños, exclamó— ¡¡Ese estúpido que hizo el pozo!! ¿Por qué…?

El inspector y Carmona se miraron y no respondieron.

Molinari Fuentes quedó detenido y a la orden de un juez.

 

Luciano Paredes puso en venta la casa y se fue a vivir con su familia a lo de su madre, según dijo, los ruidos y gemidos no lo dejaban dormir, el fantasma de La Coste deambulaba por la casa.