Justo ahora que su vida parecía encaminarse hacia una nueva ilusión amorosa, y que Garmendia sentía de nuevo latir su corazón ante la presencia de la fiscal Suarez, es decir Ema Suarez, para él había dejado de ser la fiscal, aparece un problema que creía olvidado.
La relación con Ema fue naciendo lenta, algunos encuentros, cenas, teatros, hasta que fue ella la que lo invitó a quedarse en su departamento después de una salida.
El inspector comprendió que algo nuevo le alegraba la vida, en cada nuevo encuentro la descubría, dulce, apasionada, pura ternura y pasión.
Pero no todo puede ser perfecto, cuando mejor estaba la relación, apareció Luciana.
¡Bendita mujer—dijo Garmendia— años sin saber de ella y aparece como si nada!
Luciana entró a su oficina, sonriente como si se hubieran visto el día anterior. Pedro no habló, la miró serio, con gesto de fastidio.
—Hola Pedro, tanto tiempo sin vernos, estás más joven… ¿adelgazaste?
Garmendia no respondió, la sorpresa lo había dejado mudo. En un instante cruzó por su memoria su vida al lado de Luciana, la había amado hasta la locura, pero ella había desaparecido de su vida dejando su corazón roto y su departamento vacio. Era una punga profesional. Desde ese día la buscó por cielo y tierra, no solo no la encontró, sino que nadie supo darle noticias de su paradero. Ahora se presentaba como si nada… ¿qué se traía entre manos?
—Vaya sorpresa… —no logró articular más palabras. Quedó en silencio esperando que ella hablara. Los años habían madurado su belleza y no pudo evitar la emoción de verla.
—Necesito que me ayudes, Hay un tío de la banda de la marquesa que me busca y quiere pasarme al otro mundo.
(La marquesa era el sobrenombre de la jefa de unos niños bien, metidos a ladrones de alto vuelo)
—¿Por qué yo? Tu familia está metida en el ambiente, que ellos te protejan, tus problemas no son míos.
—Nadie me quiere ayudar, salir del país no puedo, porque no tengo un mango, me vigilan noche y día, estoy aterrorizada, por lo que fue nuestro amor te lo pido; ayúdame.
La risa de Garmendia fue una carcajada parecida a un llanto, la rabia y el recuerdo de la traición de Luciana todavía le amargaba la existencia cada vez que lo recordaba.
—¿Qué le hiciste al tipo para que quiera sacarte de circulación…?
Ella inclinó la cabeza y después de dar un rodeo de palabras sin sentido, dijo:
—Le afané la guita de la caja fuerte, eran muchos dólares —dudo en seguir hablando— 100.000 dólares.
Garmendia chasqueo la lengua y revoleo los ojos.
—Nena te pasaste. ¿No sabías con quién te estabas metiendo…? Son niños bien y están conectados con gente grosa, desde ministros a transas y ahora querés que te salve, regresale la guita.
—No puedo, la saqué del país.
Garmendia levantó los brazos en un gesto de fastidio.
—Luciana no sé que puedo hacer para ayudarte.
—Pagarme un pasaje a Panamá.
Lo dijo tranquilamente, sin pestañear siquiera. Nuevamente Garmendia se largo a reír, la tomó por los hombros, la hizo girar y suavemente la fue empujando hasta la puerta.
—¡Chau Luciana!
Y cerró dando un portazo.
Esa noche mientras cenaba con Ema le contó la historia de su vida con la punguista y el tema actual del robo.
—No sé qué puedo hacer —dijo Pedro.
—¿Tanto te interesa?—en los ojos de la fiscal brilló la lucecita de los celos.
—No, ella ya no representa nada, sólo me da lástima, interesarme, digamos interesarme, solo me interesa una fiscal…—lo dijo sonriente.
Emma bebió su vino para ocultar su emoción y le dijo:
—Voy a consultar, tengo contactos dentro de los que rodean a la marquesa.
Pasados unos días, Ema se comunicó con Pedro, el mensaje fue escueto, pero firme. “El tipo está furioso, le robó aparte de los dólares, las joyas que guardaba en la caja fuerte, la tal Luciana es una artista para el robo y abrir cerraduras de seguridad…solo hay un detalle que agregaron, dijeron, que si se une a la banda, va a poder descontar su deuda de los robos que haga, necesitan una artista en el arte de abrir cerraduras computarizadas.”
Garmendia quedó mudo. ¿Quién es el amigo de Ema que puede decidir de esa forma, quién entra o sale de la banda?
La duda le retorcía el estómago y los celos, está vez, le tocaban a él.
Garmendia se encontró con Luciana en el bar en que se habían conocido, ella puso el grito en el cielo, al conocer las condiciones de los mafiosos, volvió a insistir con el dinero para el pasaje a Panamá.
—¿En serio me pedís ese dinero…? No lo tengo y si lo tuviera no te lo daría.
Se levantó para irse y la escuchó decir.
—Al menos por el amor que nos tuvimos, ayúdame…
Pedro se volvió, la miró a los ojos y mordiendo las palabras respondió:
—¿Qué amor me tuviste? Me robaste hasta las sábanas entre vos y tu familia, dejaron el departamento casi desnudo, vos no querés a nadie, no digas pavadas.
Salió del bar con la cara roja por la indignación.
Esa noche al encontrarse con Ema, no pudo evitar la pregunta que lo carcomía desde unos días atrás.
—¿A quién conoces de los que rodean a la marquesa?
Ema no respondió, siguió maquillándose, esa noche estaban invitados a la fiesta del Círculo policial.
—Te hice una pregunta —dijo Pedro.
—Tal vez no te lo puedo decir, hay secretos que una fiscal debe guardarse.
Se acercó y le rodeó el cuello con sus brazos, mientras sonreía pícaramente, la cara de Pedro era una mezcla de tristeza y rabia, lo besó y el enojo se fue perdiendo.
—Confía en mí, ya te lo voy a decir otro día.
Salieron, Garmendia no podía ocultar los celos y la curiosidad, pero no volvió a preguntar.
Luciana desapareció del mapa, como en el pasado nadie supo darle información sobre ella. Garmendia pensó que seguramente había salido del país, como era su intención.
Meses después, mientras cenaban, fue Ema quien le dijo que Luciana se casaba ese sábado con el hermano de la marquesa.
—¡Se casa! —Pedro sonreía feliz— ¿Cómo arregló su problema con el mafioso?
—Luciana es un personaje de novela, volvió con Sardou, el dueño de los dólares y las joyas, le lloró, le pidió perdón y le dijo que fueron su padre y hermano los que la obligaron a semejante trampa — Ema sirvió una copa de vino y se la entregó a Pedro—brindemos por la mentirosa mayor que he conocido.
Brindaron y Ema aclaró su voz y dijo:
—Soy fiscal desde hace años, pero conozco a la marquesa desde mucho antes, desde la escuela primaria, ella y su gente son ladrones, no asesinos, ni transas, nos respetamos mutuamente.
—Cómo podes respetar a ladrones…
—Son niños bien, ladrones de alta escuela, no roban al pobre tipo que labura, roban dónde saben que hay trenzas oscuras entre empresas.
—Me vas a decir que son estilo Robín Hood.
—¡Digamos que si!
—No lo puedo creer ¿y te parece bien?
—Soy fiscal, indago, investigo y el Juez juzga.
Garmendia quedó pensando, pronto olvido el tema al ver la sonrisa provocadora de Ema.