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sábado, 27 de septiembre de 2025

Desde el Norte.


 


 

Mendizábal les dio un papel con un nombre y una dirección: Cornelia Guantay, calle Lima 19...

Garmendia lo interrogó sin palabras.

-Vayan a verla.

Sin explicaciones se fue. Accedieron de mala gana, Pedro y Carmona sabían que los casos de Mendizábal siempre eran problemáticos, casos que nadie quería aceptar, causas serias o complicadas. Salieron a buscar la dirección.

La casa era muy vieja, usada como pensión, como tanta que hay en Bs Aires, preguntaron al que parecía ser el encargado, y les señaló el fondo.

-Las tobas, pieza 16 – dijo.

El lugar era deprimente, cuartos pegados uno al lado del otro, niños llorando, el pasillo cubierto de papeles, latas de cerveza y el aire cargado de gritos, un borracho pasó, los miró torvamente y siguió su camino.

Golpearon la puerta, con pintura roja se leía; 16.

Una joven abrió, se presentaron, los hizo pasar, dentro los recibió una anciana sentada en el borde de la cama, los miró con ojos donde la tristeza parecía vivir desde siempre. La que habló fue la joven:

-Soy Lucia, Cornelia es mi mamá, mí naa, vinimos porque hace un año no sabemos nada de mi hermana Chola, hace tres, se vino a trabajar a la ciudad, nos escribía diciendo que estaba muy bien, tenía trabajo…

Hizo silencio y continuó la madre:

-Algo le a pasado, hace un año que no escribe, ella no es así, en la última carta nos decía que quería volver, que tenía mucho miedo -miró a Garmendia llorando- no entendimos a qué tenía miedo, no lo decía…

Los detectives salieron de la pensión con angustia, llevaban una foto de la joven, el dolor de esa madre y hermana era difícil de evitar, lo sintieron propio.

Garmendia comprendía después de hablar con las dos mujeres, por qué Mendizábal les había dado el caso.

Con la foto de la joven y los datos armaron un desparramado tablero, sus cartas, un collar de piedras de la montaña y una oración, los Tobas rezan al Dios Kharta, no tiene imagen, ellas le contaron que oran mirando el cielo, que es su morada. La anciana le había entregado la oración; rece, le dijo.

Comenzaron preguntando a sus amigos del bajo; nadie la conocía. Debieron buscar en los burdeles, mostrar la foto a las chicas de la noche que pululaban por la Panamericana, por Constitución. Hasta que una de ellas, mirando de reojo a un hombre que caminaba cerca y que comprendieron que era su proxeneta, les paso sutilmente, un número de celular. Al día siguiente la llamaron, los citó en un bar del barrio de Once, alejado del tumulto del centro.

La joven de rasgos norteños y muy bonita les dijo:

-La conozco, trabajó conmigo en un burdel del centro, no le gustaba la vida que hacemos, algunas nos acostumbramos, otras quieren irse, pero los mandamases no te dejan. Creo que la mandaron a Santa Fe, no supe más de ella.

Garmendia le dejo su número de celular, por si había novedades, al día siguiente Lucia apareció en la oficina.

Comunicaron las noticias a la hermana, quien sorprendida les rogó que no dijeran nada delante de la madre. Algo enojada les dijo:

-Nunca sospeché que hacía esa vida… mañana regresamos a nuestra casa, no podemos aguantar en la ciudad, tenemos animales que cuidar… gracias…- les dejó su dirección- cualquier novedad nos avisan, en nuestros pueblos perdidos las cartas tardan, pero llegan...

Salió de la oficina con la cabeza gacha, se la notaba apesadumbrada.

Carmona se comunicó con un investigador de Santa Fe que conocía los barrios bajos al dedillo, prometió ocuparse.

En el decurso de los días, ninguna novedad apareció, perecía que a la Chola se la había tragado la tierra.

De Santa fe llegó una noticia, la joven había sido trasladada por su proxeneta a Bs Aires, posiblemente al barrio de Las cañitas y junto a ese informe llegó otro más cruel, en la morgue judicial de San Fernando había entrado un cuerpo sin datos, las señas revelaban que podía ser la que buscaban.

Era Chola Guantay. Era hermosa, rostro moreno, ojos aindiados y un cabello renegrido y sedoso. Quedaron helados al reconocerla por la foto.

-¿Qué le sucedió? – pregunto Pedro conmovido ante la imagen.

-Una paliza brutal, el desgraciado era su proxeneta, ya tienen los datos, lo están buscando respondió el médico forense.

A los pocos días fue reconocido en un control de alcoholemia, mientras viajaba en su coche con dos menores de edad y fue llevado ante las autoridades.

Semanas después de escribir la carta con la triste noticia, Lucia se presentó en la oficina de Garmendia.  Los detectives quedaron sorprendidos con su presencia, sus ojos demostraban la misma tristeza que en la visita a la pensión vieron en su madre.

-Mi naa ha muerto, estaba enferma, por suerte no llegó a saber de la muerte de mi hermana, pero hay algo que no logro entender, por eso he venido, mi naa rezaba día y noche, sabía que su salud se deterioraba – hizo silencio, la emoción le brotaba por los ojos- le rogaba a Kharta que le dejara ver a su Cholita antes de morir.

Lucia estalló en un sollozo que pareció un lamento ahogado. Le alcanzaron un vaso de agua y se fue serenando.

-¿Qué día murió mi hermana?

Carmona buscó en los informes y leyó:

-14 de abril. Entre las 2 y 4 de la mañana.

Lucia se aclaró la voz:

-No lo puedo entender… el sábado 19 de abril, Chola llegó a mi casa, los gritos de alegría de mi madre resuenan aún en mi cabeza -miró a los detectives, extendió las manos como intentando aferrar el aire y entre lágrimas dijo- ¡¡Estaba muerta y vino a ver a mi naa…!!

Su llanto era desgarrador, los detectives la observaban sin saber que decir.

Carmona y Garmendia estaban desorientados, incrédulos. Pedro dio unos pasos inciertos, sin saber que hacer ni decir, la situación lo sobrepasaba. Lucía continúo:

-Al día siguiente, Chola se fue, no quiso que la acompañáramos hasta la ruta, nos quedamos en la puerta de casa mirándola partir, caminaba despacio y de pronto se desvaneció en el aire, ante nuestros ojos, como la luz de un fosforo, dos días después la naa partió al cielo, agradeciendo a  Kharta haber podido ver a su Cholita, y yo he quedado sola.

- ¿Qué va a hacer ahora Lucia? -preguntó Carmona.

-Volver a mi pueblo, tengo mi casa, mi tierra, mis animales, me llevaré las cenizas de mi hermana y quería contarles lo que había pasado y que yo no puedo entender…

Garmendia movió la cabeza en señal de desconcierto y dijo:

-Nosotros tampoco, tal vez las oraciones de su madre llevaron de alguna manera a que esto sucediera…no sé, nunca escuche nada igual, solo en las películas pasan estas cosas…

Lucia se fue, dejando a Garmendia y a Carmona apabullados y sin saber qué decir, fue Pedro quién tratando de salir de la situación, dijo:

-Vamos al bar del gallego, un café doble tal vez nos haga bien.

Y se fueron calle abajo, cabizbajos y contando las baldosas para no hablar.

 

 

 


martes, 2 de septiembre de 2025

El músico y la abogada.



 


El balazo, había sido certero al corazón.

La mujer murió en el acto, un testigo que vio todo desde su balcón, dijo que ella venía caminando, arrebujada en su abrigo, por el frío y la llovizna, de pronto, un coche frenó cerca suyo, bajo un hombre y sin mediar palabras, le disparó.

Según las primeras averiguaciones, la mujer, Cecilia Vargas, era asesora de una abogada del congreso. Cecilia era una persona sin antecedentes, sin enemigos a la vista, querida y respetada por sus compañeros.

Fue la abogada la que dio la primera y posible pista. Hacía mucho frío en ese atardecer de julio, Cecilia debía llevar una carpeta a un estudio, a pocas cuadras de la oficina, apurada se puso el abrigo de su jefa. “Posiblemente la confundieron conmigo”.

A Garmendia le pareció posible el error, pero por los datos que dio el hombre del balcón, el asesino bajó de un coche viejo y descuidado, un matón a sueldo no anda en un coche así, seguramente sabía muy bien a quién estaba atacando. Cecilia Vargas era abogada, asesora en economía, trabajaba desde hacía un año en ese estudio y no había dado señales de conflictos familiares, ni amorosos, al menos nunca los había comentado. Vivía sola, en un pequeño departamento del barrio de Villa Urquiza. Su madre y su hermana vivían en Mendoza, estaba sola en la ciudad. No tenía amigas, ni se le conocieron romances en el corto tiempo de su estancia en B. Aires.

-Algún amigo, un romance de esos de fin de semana debía tener…- dijo Carmona.

-Puede que sí -respondió Pedro- pero hasta el momento no lo encontramos.

-¿Y si preguntamos al portero del edificio, ellos saben vida y obra de los inquilinos?

Garmendia encontró al encargado, en plena tarea de limpieza, en un principio se mostró reacio para hablar, cuando le dijeron que no había problemas que lo iban a sitar en el departamento de policía, cambió de opinión.

El portero le dijo a Pedro:

-La señorita Cecilia era muy amable, a veces la venia a visitar un tipo algo raro, parecía un músico de rock pesado, pelo largo, lleno de tatuajes, no daba para ella, tan fina y educada…pero bueno, era cosa de ellos.

-Recuerda haber escuchado su nombre o algún otro detalle.

-Recuerdo que venía en una moto Gilera, otras veces lo traía un Ford Sierra un tanto destartalado, lo dejaba y se iba.

-¿Vio alguna vez al chofer del Sierra?

-No, no se me ocurrió mirar al chofer, pensé que sería un Remis.

- ¿Un Remis destartalado? es difícil – dijo Garmendia.

Carmona se dedicó a recorrer a los vecinos del Edificio y comerciantes del barrio, algún detalle iba a encontrar sobre la vida de Cecilia.

Algunos vecinos corroboraron las palabras del portero, el rockero solía visitarla seguido. Un dependiente del supermercado que escuchaba la conversación de Carmona y la cajera se acercó y aportó la mejor noticia.

-El novio de la señora es el guitarrista de “Carbón blanco”

-¿Y eso qué es- dijo Carmona.

-Un grupo de Heavy Metal, fui a verlos varias veces, por eso lo reconocí.

-¿Sabes el nombre?-preguntó Carmona.

-Si, es Lucas, Lucas Mantieri, es muy buen guitarrista.

Con esa información llegaron fácilmente a Mantieri, lo encontraron en un garaje, en San Martín, ensayando con su grupo.

Nada sabía sobre la muerte de Cecilia, se puso pálido, se lo notaba sincero, dijo que se conocieron, en el aeropuerto, los dos viajaban de Puerto Madryn a B. Aires, conversaron, se pasaron los teléfonos y así comenzaron.

-Era una mina sincera, tan diferente al mundo en el que me muevo, que me enamoré- se le llenaron los ojos de lágrimas- no puedo creer que no la vere más…

Se sentó sobre una desvencijada silla y quedó mirando la pared sin decir palabra.

Los detectives se fueron, dejando a Mantieri rodeado por su grupo que en vano intentaban consolarlo, y él, sin poder entender que ya no vería más a Cecilia.

El Sierra destartalado pertenecía a uno de los músicos de “Carbón blanco”. El día del crimen de Cecilia, los músicos estaban en Entre Ríos, dando un recital. Había que comenzar de nuevo con la investigación.

-Se nos vino abajo la investigación -comentó Carmona.

-Era demasiado fácil como venia todo, debemos buscar en la vida de Cecilia -exclamó Garmendia.

Mientras hablaban, golpearon la puerta de la oficina, dos mujeres, una joven y otra mayor se presentaron.

-Soy Gina, la hermana de Cecilia Vargas y ella es nuestra madre.

Garmendia y Carmona quedaron helados, ¿qué le iban a decir, estaban en cero?

Comenzaron por decir la verdad, lo que habían investigado y que hasta el momento no tenían nada seguro.

-Puede que ayudemos con esta pista – dijo la hermana- poniendo en el escritorio algunas fotos de Cecilia con un hombre algo mayor que ella- Juan Carride, fue pareja de mi hermana y ella lo dejó por violento, sabemos que esta aquí en esta ciudad, creo que vive por Fiorito, allí tiene familiares.

Garmendia miraba las fotos, estaba mudo. Gina les contó que su hermana se vino a Buenos Aires escapando de Carride y que él juró buscarla y llevarla de los pelos a Mendoza, esas fueron sus palabras. Las dos mujeres estaban seguras de que había sido Carride quien dio muerte a Cecilia.

En Fiorito vivian unos tíos de Juan, ellos no sabían dónde estaba, los detectives dejaron policías de civil por si regresaba. Se tendió una red de investigación en la Provincia de Buenos Aires, durante la primera semana, nada sucedió, a Juan Carride se lo había tragado la tierra.

Comprendieron era un tipo muy despierto, no usaba tarjetas de crédito, cambió celular y se mantuvo escondido en barrios poco recomendables, su búsqueda fue infructuosa, hasta que cometió un error. Conoció a una joven, la chica era ligera de manos, intentó robarle y él la golpeó, ella fue a atenderse a un hospital e hizo la denuncia. Como su imagen y nombre estaba en todas las seccionales, la chica lo reconoció y en seguida cayó preso.

En un principio negó todo, dijo que vino a Buenos Aires por trabajo, pero no dio pruebas de ninguna conexión, ni empresa que lo haya contratado. Estaba acorralado.

Su tío declaró que Carride, llegó a su casa una noche, alcoholizado, agresivo, y que se vio en la necesidad de echarlo, pidió por favor quedarse y que después de cenar se iría, por la noche escapó llevándose el coche, que, aunque viejo era el medio de trabajo del tío, con el repartía mercadería.

Carride se declaró arrepentido de su crimen y juró que fue un arrebato de celos al verla con el músico, tan feliz como nunca la había visto a su lado. Esperó el momento justo, ese día el frío y la llovizna dejaron la calle vacía, consideró que era su momento esperado…y lo hizo, la mató.

Hay historias que no terminan, al menos para la madre y hermana de Cecilia Vargas su recuerdo quedara en ellas y en el corazón de un musico, un rockero, que nunca la olvidara.