1
La señora Falcone despertó empapada en sudor, le
dolía cada articulación, cada hueso. Intentó levantarse, todo parecía girar en
la habitación.
Se sentó al borde de la cama, y al desperezarse la
vio: una mancha oscura, en la manga de su bata azul. Curioso: se había quedado
dormida con la bata puesta.
Miró sus manos, también manchadas de rojo.
Corrió a la pileta del baño. Se lavó, restregó el
cepillo por su piel mientras se esforzaba en recordar. No, no lograba hilvanar
sus pensamientos. Algo había sucedido, pero… ¿qué?
Se miró en el espejo, su imagen la
asustó.
Fue a la cocina a prepararse un
café. Aparecieron imágenes, golpes de
luz.
La discusión con su esposo, sus
palabras ofensivas al decirle que estaba cansado de ella, de su carácter.
Cuando le dijo que otra lo había enamorado, comprendió que su mundo se hacía
añicos. Lloró, lloró sin control. Y él la miraba impasible, casi con burla, sin
decir una palabra hasta que salió dando un portazo.
Ella quedó de pie, mirando la
puerta cerrada. Él nunca iba a entender cuánto lo amaba, se dijo en voz baja.
2
El detective y el portero abrieron
la puerta del 5°C y el cuadro los impresionó. La mujer en el suelo bañada en
sangre era el resultado de un ataque brutal.
- ¿Quién era? _ preguntó Garmendia
al portero que miraba la escena impasible, como si no le importara.
-Se llamaba Olga Morrison
-respondió- hace un año que vino a vivir acá, era un tanto extravagante, al
vestir, no se daba con nadie, solo la vi conversar con el tipo del 5° D,
parecían amigos.
Mientras hablaban, llegó Carmona e
informó que alguien del edificio, escuchó un grito en la mañana muy temprano,
observó por la mirilla de la puerta y creyó ver a alguien cruzar con una bata
azul. Cuando llegaron los de la policía científica y el forense los tres,
fueron al 5°D.
3
Se recordó hurgando entre los papeles de su marido.
Buscaba un indicio, un nombre. No lo
halló. A punto de darse por vencida, encontró una foto en el bolsillo interior
de uno de sus sacos y leyó la dedicatoria del reverso. La reconoció: la rubia
del 5C.
¿Y después? ¿Qué había sucedido
después?
Recordó el pasillo como a través de
una bruma, o un sueño.
Tomó el café amargo, se sintió mejor. Yendo a su
cuarto se quitó la bata, la hizo un bollo, la llevó al baño. Notó algo frío en
el bolsillo: una navaja. Su padre se la había regalado años atrás. ¿Qué hacía
ahí?
Comenzó a transpirar, un temblor la recorría, no
lograba controlar sus manos. Respiró hondo y pausadamente. El timbre del
departamento la sobresaltó. Se puso una bata blanca y se alisó el pelo.
Miró por el visillo de la puerta y
encontró la cara del portero y dos desconocidos. Abrió. Ramón y uno de ellos que
dijo ser detective, la saludaron.
—Necesito hacerle algunas preguntas
señora Falcone, me llamo Pedro Garmendia —dijo el detective con tono inquisidor
y mostrando una credencial—. ¿Quiere responder?
—Adelante —ella los hizo pasar,
mientras ignoraba la mirada tonta del portero que la recorría de arriba a abajo—.
¿Qué quiere saber?
— ¿Oyó algún ruido extraño durante
la madrugada?
Ella se cerró el cuello de la bata.
—No… no escuché nada.
— ¿Recibió algún llamado en su
puerta?
—No entiendo.
—Digo —Garmendia se mostró
impaciente, y Ramón soltó una risita estúpida—, digo si no la llamaron o le
tocaron el timbre.
— ¿De qué se trata?
—Queremos saber si usted escuchó o
vio algo.
—No. ¿Pero que sucedió?
—No podemos informar —respondió el detective—.
Estamos investigando ¿Vive sola?
—Con mi esposo, pero él se fue a
trabajar muy temprano. ¿Qué pasa?
El detective Garmendia la miraba a los
ojos: buscaba en ella, dudas, temor.
Viendo que no quedaba nada por
preguntar, se retiraron. Desde el recodo del pasillo, Garmendia se dio vuelta y
le preguntó, señalando su bata:
— ¿Tiene una bata azul, señora
Falcone?
—No —mintió—. ¿Por qué?
—Por nada.
Mientras caminaban por el pasillo
rumbo al ascensor, Garmendia dijo a su compañero:
-Esta señora está demasiado
nerviosa, algo sabe y calla, vamos a tener que citarla en la seccional.
-¿Te parece? -preguntó Carmona.
-Algo noté en sus ojos, algo
parecido al miedo…quiero que la oficial Rosales la vigile, dónde va, qué hace,
hasta quienes la visitan.
4
Ahora los temblores se acentuaron.
Sudaba, las imágenes volvían como si alguien pasara una película ante sus ojos,
la mujer caída, la sangre, la había tocado y vio que estaba muerta, salió
corriendo del departamento.
Se dio una ducha. Se vistió.
En un rincón del baño, arrugada
como un desecho, estaba la bata azul. Debía deshacerse de ella, pero ¿cómo?
La idea surgió rápida, dejarla en
un conteiner, recordó que a varias cuadras de su casa había uno enorme. La
envolvió en un papel film y la guardó en una bolsa de zapatos nueva, no
llamaría la atención.
Caminó varias cuadras hasta llegar
al lugar indicado, arrojó la bolsa y desandando las calles hasta el edificio,
creyó ver un coche policial en la esquina, estarían de ronda, pensó desechando
una mala idea.
La oficial Rosales llegó a la
oficina de Garmendia con una bolsa de zapatos, Carmona la miró sonriente. Y le dijo:
-Te gastaste el sueldo, esa casa de
calzado es carísima…
-No -respondió Rosales- se van a
sorprender con lo que hay adentro.
Garmendia rompió el papel film y
ante sus ojos la bata azul manchada de sangre apareció como un regalo sorpresa.
-Lo sabía —dijo Garmendia— esa
mujer me resultó sospechosa.
-¿Y si lo niega y dice que esa bata
no es de ella?
-El forense va analizar la sangre
de las mangas y la que encontramos en el mueble del 5°C y se va a comparar con
la de la señora, hay que detenerla.
Falcone fue detenida, y no quiso
declarar, se le hicieron pruebas de sangre, solo quedaba esperar el resultado
del laboratorio.
El resultado del análisis fue una
sorpresa, la sangre de la bata azul era de la mujer asesinada, y la sangre que
encontraron en los muebles no pertenecía a ninguna de las dos mujeres.
-Hubo otra persona en esa
habitación- dijo Pedro- ¿Quién fue?
Los dos detectives quedaron en
silencio. Volvieron a interrogar a la señora Falcone.
-Díganos que recuerda de esa
mañana…
La mujer estaba pálida, retorcía
sus manos, las lágrimas rodaban lentas por sus mejillas. Al fin habló lo poco
que recordaba, la sangre en su bata, en sus manos y el miedo de que su esposo
la abandone por esa mujer del 5° C.
—¿Dónde está su esposo?
—No sé, después de insultarme y decir que no quería
seguir a mi lado, se fue y no volvió.
—¿Quién le dijo que él la engañaba con la señora
Morrison?
—Encontré una foto de ella en el bolsillo de su
saco con una frase romántica, sólo recuerdo que salí furiosa, la puerta del
departamento estaba abierta, entré y nada más...
Falcone se agarró la cabeza, gemía
con un llanto de animal herido.
—No sé, estaba tan aturdida,
tampoco recuerdo haber agarrado la navaja, era un recuerdo de mi padre y estaba
guardada desde hacía años en la parte de arriba de un mueble, no sé cómo
apareció en mi bolsillo.
Garmendia y Carmona se miraron, por
un momento le dijeron a la mujer que descansara y salieron fuera de la sala de
interrogatorio.
—Hay que encontrar al esposo de
Falcone -dijo Garmendia- creo que él puede aportar algunas luces en este caso.
7
Lo encontraron en la casa de sus padres. Dijo que se quedaba con ellos
porque no aguantaba más a su mujer. Cuando le preguntaron por la señora
Morrison, dijo conocerla de vista, sabia que era vecina de su piso, pero nada
más. Eso hizo dudar a los detectives, una simple vecina no escribe palabras de
amor en una foto a un vecino. Fue detenido. Al analizar su sangre resulto ser
del mismo grupo y factor a las encontradas en el departamento.
¿Cuál de los dos había dado muerte
a la señora Morrison?
¿Falcone o su esposo?
8
Garmendia se acercó al portero, quién mejor que él para conocer las
historias de los habitantes del edificio.
Luego de hablar de futbol le
preguntó que pensaba del tipo del 5°D.
-Es un sinvergüenza, está casado y
la engaña a su mujer con cualquiera, primero lo hacía con la doctora del 1° B,
ella lo dejo porque era violento, luego con una maestra del edificio de
enfrente – se apoyaba en la pared y bajaba la voz comunicando su secreto, así
Garmendia se enteró de las varias personitas a las que había enamorado ese
tipo.
Al entrevistarlas, Carmona se puso
al corriente que la mayoría de ellas, lo dejaron por violento.
-Parece que casi lo tenemos, habrá
que apretarlo un poco -dijo Pedro.
Al interrogarlo, le dijeron que
alguien del edificio lo vio salir del 5°C muy temprano, ¿Qué estaba haciendo?
Es más, escucharon gritos…
-Mienten, nadie me vio, porque no
fui -dijo con tono burlón, ustedes saben que fue mi mujer, la navaja en su bata
lo prueba.
Garmendia sonrió.
-Nunca dije que la habían matado
con una navaja y que estaba en la bata de su esposa, ¿cómo lo sabía?
-Ella me lo dijo.
-Miente. Usted no vio a su esposa
desde el día que se fue de su casa dando un portazo.
-Usted me está embarullando… quiere
acusarme de algo que no hice…
-Ha mentido demasiado señor
Falcone, sus “novias” lo acusan de violento, a su esposa la trata como a un
trapo de piso… ¿a la señora Morrison por qué la mató?
La rabia le salía por los ojos, se puso de pie e intentó golpear a
Garmendia, Carmona lo tomó por atrás y lo calmó con su fuerza.
-Era una loca, como todas, quería
contarle a mi esposa y luego al portero para que él lo publicara en todo el
edificio, estaba piantada, quise calmarla y se me fue la mano.
Carmona lo sentó y no se movió de
su lado.
-Usted fue preparado para matarla,
no fue una casualidad, ¿por qué llevó la navaja?
-Para asustarla, pero ella me hizo
frente, me arrojó una estatuilla de bronce, si no la esquivo me mata, estaba
fuera de sí -se ponía rojo de rabia recordando aquella situación- la amenacé
con la navaja y se lanzó sobre mi como una fiera, estaba loca, le corté en el
brazo y en el costado, me fui y ella estaba herida, pero no de muerte.
-Eso creyó usted, pero la abandonó
y le había cortado la arteria braquial, ella se desangró.
La cara de Manuel Falcone se
contrajo, cambió de color.
-Yo no sabía, fue un accidente…
-Usted fue con la intención de
darle una paliza y amenazarla con la navaja, La Morrison lo enfrentó y se creyó
el justiciero, no iba a permitir que una mujer no le tuviera miedo como pasó
con sus otros amores clandestino, esta vez lo enfrentaron y no lo soportó.
-Ahora va a enfrentar al juez -dijo
Carmona- veremos dónde va a parar su machismo prepotente.
Manuel Falcone quedó en manos del
juez de turno, acusado del asesinato de Olga
Morrison.
La señora Falcone regresó a su
hogar libre de culpa y cargo.
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