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jueves, 23 de octubre de 2025

La rubia del 5° C.


 

 

 

1

La señora Falcone despertó empapada en sudor, le dolía cada articulación, cada hueso. Intentó levantarse, todo parecía girar en la habitación.

Se sentó al borde de la cama, y al desperezarse la vio: una mancha oscura, en la manga de su bata azul. Curioso: se había quedado dormida con la bata puesta.

Miró sus manos, también manchadas de rojo.

Corrió a la pileta del baño. Se lavó, restregó el cepillo por su piel mientras se esforzaba en recordar. No, no lograba hilvanar sus pensamientos. Algo había sucedido, pero… ¿qué?

Se miró en el espejo, su imagen la asustó.

Fue a la cocina a prepararse un café.  Aparecieron imágenes, golpes de luz.

La discusión con su esposo, sus palabras ofensivas al decirle que estaba cansado de ella, de su carácter. Cuando le dijo que otra lo había enamorado, comprendió que su mundo se hacía añicos. Lloró, lloró sin control. Y él la miraba impasible, casi con burla, sin decir una palabra hasta que salió dando un portazo.

Ella quedó de pie, mirando la puerta cerrada. Él nunca iba a entender cuánto lo amaba, se dijo en voz baja.

2

El detective y el portero abrieron la puerta del 5°C y el cuadro los impresionó. La mujer en el suelo bañada en sangre era el resultado de un ataque brutal.

- ¿Quién era? _ preguntó Garmendia al portero que miraba la escena impasible, como si no le importara.

-Se llamaba Olga Morrison -respondió- hace un año que vino a vivir acá, era un tanto extravagante, al vestir, no se daba con nadie, solo la vi conversar con el tipo del 5° D, parecían amigos.

Mientras hablaban, llegó Carmona e informó que alguien del edificio, escuchó un grito en la mañana muy temprano, observó por la mirilla de la puerta y creyó ver a alguien cruzar con una bata azul. Cuando llegaron los de la policía científica y el forense los tres, fueron al 5°D.

 

3

Se recordó hurgando entre los papeles de su marido.  Buscaba un indicio, un nombre. No lo halló. A punto de darse por vencida, encontró una foto en el bolsillo interior de uno de sus sacos y leyó la dedicatoria del reverso. La reconoció: la rubia del 5C.

¿Y después? ¿Qué había sucedido después?

Recordó el pasillo como a través de una bruma, o un sueño.

Tomó el café amargo, se sintió mejor. Yendo a su cuarto se quitó la bata, la hizo un bollo, la llevó al baño. Notó algo frío en el bolsillo: una navaja. Su padre se la había regalado años atrás. ¿Qué hacía ahí?

Comenzó a transpirar, un temblor la recorría, no lograba controlar sus manos. Respiró hondo y pausadamente. El timbre del departamento la sobresaltó. Se puso una bata blanca y se alisó el pelo.

Miró por el visillo de la puerta y encontró la cara del portero y dos desconocidos. Abrió. Ramón y uno de ellos que dijo ser detective, la saludaron.

—Necesito hacerle algunas preguntas señora Falcone, me llamo Pedro Garmendia —dijo el detective con tono inquisidor y mostrando una credencial—. ¿Quiere responder?

—Adelante —ella los hizo pasar, mientras ignoraba la mirada tonta del portero que la recorría de arriba a abajo—. ¿Qué quiere saber?

— ¿Oyó algún ruido extraño durante la madrugada?

Ella se cerró el cuello de la bata.

—No… no escuché nada.

— ¿Recibió algún llamado en su puerta?

—No entiendo.

—Digo —Garmendia se mostró impaciente, y Ramón soltó una risita estúpida—, digo si no la llamaron o le tocaron el timbre.

— ¿De qué se trata?

—Queremos saber si usted escuchó o vio algo.

—No. ¿Pero que sucedió?

—No podemos informar —respondió el detective—. Estamos investigando ¿Vive sola?

—Con mi esposo, pero él se fue a trabajar muy temprano. ¿Qué pasa?

El detective Garmendia la miraba a los ojos: buscaba en ella, dudas, temor.

Viendo que no quedaba nada por preguntar, se retiraron. Desde el recodo del pasillo, Garmendia se dio vuelta y le preguntó, señalando su bata:

— ¿Tiene una bata azul, señora Falcone?

—No —mintió—. ¿Por qué?

—Por nada.

Mientras caminaban por el pasillo rumbo al ascensor, Garmendia dijo a su compañero:

-Esta señora está demasiado nerviosa, algo sabe y calla, vamos a tener que citarla en la seccional.

-¿Te parece? -preguntó Carmona.

-Algo noté en sus ojos, algo parecido al miedo…quiero que la oficial Rosales la vigile, dónde va, qué hace, hasta quienes la visitan.

 

4

 

 

Ahora los temblores se acentuaron. Sudaba, las imágenes volvían como si alguien pasara una película ante sus ojos, la mujer caída, la sangre, la había tocado y vio que estaba muerta, salió corriendo del departamento.

Se dio una ducha. Se vistió.

En un rincón del baño, arrugada como un desecho, estaba la bata azul. Debía deshacerse de ella, pero ¿cómo?

La idea surgió rápida, dejarla en un conteiner, recordó que a varias cuadras de su casa había uno enorme. La envolvió en un papel film y la guardó en una bolsa de zapatos nueva, no llamaría la atención.

Caminó varias cuadras hasta llegar al lugar indicado, arrojó la bolsa y desandando las calles hasta el edificio, creyó ver un coche policial en la esquina, estarían de ronda, pensó desechando una mala idea.

La oficial Rosales llegó a la oficina de Garmendia con una bolsa de zapatos, Carmona la miró sonriente.  Y le dijo:

-Te gastaste el sueldo, esa casa de calzado es carísima…

-No -respondió Rosales- se van a sorprender con lo que hay adentro.

Garmendia rompió el papel film y ante sus ojos la bata azul manchada de sangre apareció como un regalo sorpresa.

-Lo sabía —dijo Garmendia— esa mujer me resultó sospechosa.

-¿Y si lo niega y dice que esa bata no es de ella?

-El forense va analizar la sangre de las mangas y la que encontramos en el mueble del 5°C y se va a comparar con la de la señora, hay que detenerla.

Falcone fue detenida, y no quiso declarar, se le hicieron pruebas de sangre, solo quedaba esperar el resultado del laboratorio.

El resultado del análisis fue una sorpresa, la sangre de la bata azul era de la mujer asesinada, y la sangre que encontraron en los muebles no pertenecía a ninguna de las dos mujeres.

-Hubo otra persona en esa habitación- dijo Pedro- ¿Quién fue?

Los dos detectives quedaron en silencio. Volvieron a interrogar a la señora Falcone.

-Díganos que recuerda de esa mañana…

La mujer estaba pálida, retorcía sus manos, las lágrimas rodaban lentas por sus mejillas. Al fin habló lo poco que recordaba, la sangre en su bata, en sus manos y el miedo de que su esposo la abandone por esa mujer del 5° C.

—¿Dónde está su esposo?

—No sé, después de insultarme y decir que no quería seguir a mi lado, se fue y no volvió.

—¿Quién le dijo que él la engañaba con la señora Morrison?

—Encontré una foto de ella en el bolsillo de su saco con una frase romántica, sólo recuerdo que salí furiosa, la puerta del departamento estaba abierta, entré y nada más...

Falcone se agarró la cabeza, gemía con un llanto de animal herido.

—No sé, estaba tan aturdida, tampoco recuerdo haber agarrado la navaja, era un recuerdo de mi padre y estaba guardada desde hacía años en la parte de arriba de un mueble, no sé cómo apareció en mi bolsillo.

Garmendia y Carmona se miraron, por un momento le dijeron a la mujer que descansara y salieron fuera de la sala de interrogatorio.

—Hay que encontrar al esposo de Falcone -dijo Garmendia- creo que él puede aportar algunas luces en este caso.

7

   Lo encontraron en la casa de sus padres. Dijo que se quedaba con ellos porque no aguantaba más a su mujer. Cuando le preguntaron por la señora Morrison, dijo conocerla de vista, sabia que era vecina de su piso, pero nada más. Eso hizo dudar a los detectives, una simple vecina no escribe palabras de amor en una foto a un vecino. Fue detenido. Al analizar su sangre resulto ser del mismo grupo y factor a las encontradas en el departamento.

¿Cuál de los dos había dado muerte a la señora Morrison?

¿Falcone o su esposo?

8

    Garmendia se acercó al portero, quién mejor que él para conocer las historias de los habitantes del edificio.

Luego de hablar de futbol le preguntó que pensaba del tipo del 5°D.

-Es un sinvergüenza, está casado y la engaña a su mujer con cualquiera, primero lo hacía con la doctora del 1° B, ella lo dejo porque era violento, luego con una maestra del edificio de enfrente – se apoyaba en la pared y bajaba la voz comunicando su secreto, así Garmendia se enteró de las varias personitas a las que había enamorado ese tipo.

Al entrevistarlas, Carmona se puso al corriente que la mayoría de ellas, lo dejaron por violento.

-Parece que casi lo tenemos, habrá que apretarlo un poco -dijo Pedro.

Al interrogarlo, le dijeron que alguien del edificio lo vio salir del 5°C muy temprano, ¿Qué estaba haciendo? Es más, escucharon gritos…

-Mienten, nadie me vio, porque no fui -dijo con tono burlón, ustedes saben que fue mi mujer, la navaja en su bata lo prueba.

Garmendia sonrió.

-Nunca dije que la habían matado con una navaja y que estaba en la bata de su esposa, ¿cómo lo sabía?

-Ella me lo dijo.

-Miente. Usted no vio a su esposa desde el día que se fue de su casa dando un portazo.

-Usted me está embarullando… quiere acusarme de algo que no hice…

-Ha mentido demasiado señor Falcone, sus “novias” lo acusan de violento, a su esposa la trata como a un trapo de piso… ¿a la señora Morrison por qué la mató?

    La rabia le salía por los ojos, se puso de pie e intentó golpear a Garmendia, Carmona lo tomó por atrás y lo calmó con su fuerza.

-Era una loca, como todas, quería contarle a mi esposa y luego al portero para que él lo publicara en todo el edificio, estaba piantada, quise calmarla y se me fue la mano.

Carmona lo sentó y no se movió de su lado.

-Usted fue preparado para matarla, no fue una casualidad, ¿por qué llevó la navaja?

-Para asustarla, pero ella me hizo frente, me arrojó una estatuilla de bronce, si no la esquivo me mata, estaba fuera de sí -se ponía rojo de rabia recordando aquella situación- la amenacé con la navaja y se lanzó sobre mi como una fiera, estaba loca, le corté en el brazo y en el costado, me fui y ella estaba herida, pero no de muerte.

-Eso creyó usted, pero la abandonó y le había cortado la arteria braquial, ella se desangró.

La cara de Manuel Falcone se contrajo, cambió de color.

-Yo no sabía, fue un accidente…

-Usted fue con la intención de darle una paliza y amenazarla con la navaja, La Morrison lo enfrentó y se creyó el justiciero, no iba a permitir que una mujer no le tuviera miedo como pasó con sus otros amores clandestino, esta vez lo enfrentaron y no lo soportó.

-Ahora va a enfrentar al juez -dijo Carmona- veremos dónde va a parar su machismo prepotente.

Manuel Falcone quedó en manos del juez de turno, acusado del asesinato de  Olga Morrison.

La señora Falcone regresó a su hogar libre de culpa y cargo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                    

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