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viernes, 21 de marzo de 2025

Una mujer de mal caracter.


 


 

Lidia preparaba su maleta y mientras lo hacía pensaba; que poca ropa tengo, dos vestidos, dos pantalones, una camisa y dos remeras, ropa interior y una campera; es todo mi equipaje.

De pronto se abrió la puerta de su habitación y la señora Sabrina apareció con su enorme figura apoyada en su bastón, cubriendo el ancho de la puerta.

- ¿Adónde te crees que te vas?

-Regreso a mi pueblo señora, ya no la aguanto más -y siguió acomodando su ropa- es imposible vivir con usted, pida en una agencia una enfermera, otra persona que sepa manejar su histeria.

-Vos no me podés dejar, yo no puedo vivir sola, necesito quien se ocupe de mis remedios, me lleve al médico y me de las inyecciones a horario.

Lidia la miro de frente, respiro hondo y tratando de sonreír exclamó:

-Hace dos meses le avise que me iba, usted sabe que no nos llevamos bien y no hizo nada por tratar de mejorar nuestra relación.

Lidia se sentó en el borde de la cama, tratando de mantenerse serena, dijo:

-Hace seis años que trabajo con usted y su carácter empeora día a día, yo no tengo la culpa de su enfermedad…

Cargó su maleta e intentó salir de la habitación, Sabrina no la dejó, al fin forzando su paso salió, Sabrina caminó detrás gritando improperios que Lidia ignoró. La señora Martínez no iba a aceptar que una provinciana cualquiera tuviera las agallas de gritarle en la cara que no la aguantaba más e irse, al verla llegar   a la escalera, levantó su bastón y con la fuerza de su altura y cuerpo lo descargó en la cabeza de Lidia, quien con maleta en mano rodó por los escalones.

Sabrina seguía gritando, agitaba los brazos y en un momento se llevó las manos a la garganta, le faltaba el aire y buscando alivio se sentó en la escalera. Por un momento perdió el conocimiento, al reaccionar y ver el cuerpo de Lidia Segovia en el piso, se dio cuenta lo que había hecho…

Los vecinos comprendieron que algo grave sucedía en la casa de Sabrina Martínez, los gritos cruzaban las paredes y las frases hirientes volaban provocando en el barrio, un mal presentimiento, varios llamaron a la policía.

 

Garmendia y Carmona se encontraron con una escena desconcertante, una mujer muerta en un charco de sangre al pie de la escalera, su mano todavía sujetaba una maleta y otra mujer, en un ataque de nervios, asistida por los médicos de una ambulancia que los vecinos habían llamado.

Sabrina Martínez fue internada, según los médicos estaba al borde de un colapso nervioso. 

Carmona investigó en el barrio y fue unánime la opinión, al decir que Sabrina era una mujer de muy mal carácter, que se llevaba mal con la mayoría de los vecinos. Sobre Lidia Segovia, muy pocos la conocían porque solo salía acompañando a la enferma, a hacer alguna compra y no conversaba con nadie.

La declaración de Sabrina Martínez fue que Lidia quería aumento de sueldo y como ella no podía darle lo que pedía, prefirió irse muy enojada, con esa furia que llevaba se cayó de la escalera, sin embargo, algunas personas, escucharon que, durante la pelea, Lidia, decía estar cansada del mal trato y que por eso se iba.

Garmendia fue al hospital a tomar nueva declaración a Martínez, algo en ella lo hacía dudar, al ver con que soberbia, trataba a las enfermeras, confirmó sus dudas y al conversar con ellas, le dijeron que el mal trato no solo era verbal, ya había empujado a una, porque no le gustó como le hizo la cama. Comprendió que la caída de Lidia pudo ser provocada.

Fue Carmona quién tuvo la idea de ir al pueblo de Lidia y hablar con la familia. La hermana le mostró los emails, donde Lidia relataba el padecer con la enferma que cuidaba, que era violenta y grosera, a veces  la castigaba con el bastón cuando algo no era de su agrado.

Carmona escuchaba desconcertado, al fin dijo:

-¿Por qué aguantó tanto tiempo? Nadie tiene derecho a padecer mal trato por un sueldo.

-En casa se necesitaba ese dinero, tenemos una deuda importante con el banco y corremos peligro de perder la casa si no pagamos la hipoteca que sacó mi padre, para una inversión que se vino abajo como una casita de naipes.

-¿Y ahora que van a hacer?

-No sé – dijo la hermana, se la veía muy apesadumbrada- pobre Lidia pagó con su vida el error de mi padre.

Carmona regresó a la ciudad con más amargura que soluciones, los emails era una eficiente prueba que demostraba la violencia de Martínez, más las declaraciones de los testigos, ellos escucharon la discusión, ahora había que ver la decisión del juez.

Garmendia sabia que las pruebas no alcanzaban, los detectives regresaron a la casa de Sabrina. Nada demostraba que Martínez era culpable de la muerte de Segovia.

Parado al pie de la escalera Pedro pensaba, el charco de sangre seca parecía decirle algo, lo miraba, de pronto, grito:

-¡¡Carmona…!!

Carmona apareció y desde arriba de la escalera lo miraba con ojos azorados.

-¿Qué te pasa viejo, por qué gritas?

-¡El bastón dónde está! Martínez dijo que lo usaba para poder caminar y en ningún momento lo vimos, hay que buscarlo, seguramente la golpeo en la cabeza, por eso hay tanta sangre.

Revisaron muebles, habitaciones y en ningún lado apareció el bendito bastón.

-Esa mujer lo escondió, sabe que la puede inculpar y lo debe de haber escondido… pero ¿dónde?

-Mi abuela tenía dos-dijo Carmona- uno lo usaba y al otro, que era muy fino, lo guardaba en el ropero, detrás de las perchas con sus vestidos.

En el placad de la señora Sabrina, encontraron el bastón. Lo llevaron como prueba.

-Gracias a tu abuela Carmona -dijo Pedro- era sabia la viejita…

El análisis del bastón dejo en claro que la sangre adherida a la madera pertenecía a Lidia Segovia.

De nada sirvieron los planteos de la defensa diciendo que Sabrina Martínez era una enferma psiquiátrica y debía ser internada, los estudios que se le realizaron dieron por el suelo con los argumentos de su abogado.

El juez la condenó a veinte años en el Complejo Penitenciario Federal IV de Mujeres.

Mientras Lidia descansa en paz, Sabrina Martínez deberá compartir su mal carácter con sus compañeras de cárcel, seguramente, allí, tendrá que aprender a respetar.

 

 

 

 

 

 


 

lunes, 3 de marzo de 2025

Los hermanos.


 

La cara del hombre demostraba preocupación, Garmendia lo observaba sin entender el motivo de su presencia frente a él.

-Señor Sánchez, no me está explicando el porqué de su presencia o yo no lo entiendo….

-Mi Hermano Guillermo, falleció hace pocas semanas, dijeron que fue un paro cardiaco, pero yo creo que fue asesinado.

Con calma Pedro preguntó:

-¿Qué lo lleva a pensar eso?

-El nunca sufrió del corazón, pero desde hace unas semanas tenía malestar de estómago, todo le caía mal, estaba de mal humor y parecía desconfiar de todo lo que sucedía en la fábrica.

-¿Ustedes trabajaban juntos?

Sánchez asintió con la cabeza.

-¿A qué se dedican?

-Ropa deportiva, tenemos un local de ventas sobre Cabildo, vendemos buena calidad y la clientela nos acompaña desde hace años, no tenemos problemas para que él estuviera preocupado, pero algo le sucedía y a pesar de que le pregunté varias veces, me respondía que eran ideas mías…

Sánchez se encogió de hombros y quedó en silencio.

-Vamos al grano -dijo Garmendia- ¿usted que sospecha?

-¡Que lo estaban drogando o envenenando!

-¿No hubo autopsia?

-No, la esposa no lo permitió y dudo de ella.

Garmendia se puso de pie y dijo:

-Vaya tranquilo señor Sánchez, vamos a investigar…

La investigación comenzó por la esposa. La visitaron en su casa, una mucama muy amable los hizo pasar.

Cecilia Maldonado, era una mujer joven, tal vez demasiado para los cincuenta y tantos de su difunto marido. Se mostró serena ante las preguntas. Le comentaron las dudas del cuñado sobre la muerte y preguntaron por su negación a la autopsia. Dijo que el médico que lo atendió no lo creyó necesario, pero si un juez lo pedía, ella accedería sin problemas.

Carmona preguntó:

-¿Usted cree que alguien pudo causar de alguna manera la muerte de su esposo?

Quedó en silencio, dudaba en responder.

-¿Por qué, era una buena persona, no tenía problemas con sus empleados…sus amigos lo respetaban, era un hombre fiel, nunca me engaño ni yo lo hice?

-¿Y con su hermano, cómo era la relación? -la pregunta de Garmendia quedó en el aire, ella nuevamente pareció dudar.

-Creo que era buena -miró a Garmendia a los ojos y dijo- ellos se llevaban bien, solo que Juan,  no me quiere y no me pregunte el motivo... no lo sé…

Siguieron investigando con los amigos y llegaron a los proveedores, todos coincidían con la declaración de la esposa; “Guillermo Sánchez fue una excelente persona.”

Días después una llamada del médico forense dejo a Garmendia sin palabras, escuchaba el mensaje en silencio, miraba la pared con la vista perdida entre el color envejecido y las manchas de humedad.

-¿Qué sucede? – pregunto Carmona.

-Complicaciones – y no dijo más nada. Carmona que conocía el carácter difícil de Pedro, no preguntó más.

Horas más tarde llegó el informe de los forenses y al leerlos Carmona comprendió y entendió a su compañero.

 

Acompañado por Carmona, Pedro entró en el edificio de la empresa de ropa deportiva, un joven secretario los condujo hasta la oficina del jefe. La sorpresa se dibujo en la cara de Sánchez.

-Señores no los esperaba, tomen asiento, ¿tienen novedades?

-No, tenemos preguntas… ¿cómo era su relación con su hermano?

Sánchez arqueó las cejas, pensó unos segundos antes de responder.

-Muy buena, estábamos de acuerdo en todo, compras, ventas, personal, hasta estábamos estudiando ampliar nuestro negocio y abrir algunos locales en la costa, ahora todo eso quedó en la nada… mi hermano por consejo de su esposa había contraído deudas que nos han frenado por el momento…veremos qué pasa más adelante.

Garmendia que lo escuchaba con cara de piedra, preguntó:

-¿Cuál podría ser el impedimento, su cuñada?

Lo vieron dudar, movió la cabeza y dijo;

-Puede ser, las deudas pueden hacernos perder nuestra empresa, es demasiado joven y no entiende de negocios, posiblemente este no sea el momento de hablar con ella de ese tema, hay que dejarla que viva su luto, su dolor.

-¿Cómo se relacionaba con su hermano para llevar adelante la empresa?

-Nuestra relación era muy buena, varios días por semana nos reuníamos acá mismo a conversar.

Garmendia escuchaba atento a cada palabra y su modulación. Carmona se puso de pie y recorrió la oficina, se acercó al secretario y le pidió un vaso de agua, el joven fue a la parte de atrás del escritorio, Carmona lo siguió, entraron a una pequeña cocina, del refrigerador le sirvió un vaso con agua, el detective observaba cada detalle.

-Bonita cocina, no falta nada – dijo Carmona.

-El señor Sánchez es muy puntilloso, quiere que todo brille.

-¿El hermano era igual?

El secretario sonrió.

-Guillermo era más sencillo, él nunca entraba, me pedía que le comprara una hamburguesa o se iba a comer con su esposa al bar de la esquina.

Salieron de la oficina rumbo a tribunales.

En una hora regresaron con personal de la policía científica. Sánchez sorprendido les preguntó: ¿qué pretendían hacer? Le mostraron la orden del juez para analizar cada detalle y nada dijo.

Luego de revisar todos los rincones y llevarse frascos de la heladera y la mesada, la investigación dio un resultado nulo.

Al día siguiente fueron al hogar de Guillermo Sánchez, los atendió la mucama que los recibió sorprendida al ver a tanto personal de la P. científica. Repitieron lo mismo que en las oficinas, se llevaron al laboratorio utensilios del baño y la cocina. La esposa al verlos llevarse las cremas de afeitar, el talco y desodorante, les dijo que estaban locos que estaban realizando un abuso, la mucama, escondida tras la puerta, observaba cada movimiento de los policías, con el mismo desconcierto que la señora Maldonado.

Luego del informe del forense, Garmendia dirigió la investigación en manos de la policía científica y no se equivocó.

Guillermo Sánchez fue envenenado de una forma muy sutil y segura, los forenses encontraron que desde hacía semanas su cuerpo recibía pequeñas dosis de veneno que fue debilitando su organismo, en especial su corazón. En el dentífrico, en la espuma de afeitar, habían agregado un potente veneno, utilizando una jeringa, esa gota, diariamente lo fue consumiendo.

La esposa fue detenida y ante las acusaciones juro que nada tenía que ver en la muerte de su esposo, no le creyeron, pero, para sorpresa de los detectives, algo sucedió.

Garmendia visitó la empresa de los Sánchez y vio salir de la oficina a una mujer que le resultó conocida, Juan la despidió muy amablemente con un beso en la mejilla, algo había en ella que lo inquietó.

Ella subió a un Remis que la esperaba y Pedro fue tras ella en su coche, la mujer bajó en la casa de Guillermo y allí recordó el detective quién era; la mucama que lo recibía en sus visitas a la casa. La investigaron y resultó ser Juana Molinari, una personita con serios antecedentes. Preguntaron a Cecilia quién se la había recomendado y no fue sorpresa saber que había sido Juan.  La trama se iba aclarando.

Juana Molinari fue citada a declarar, luego de muchas vueltas dijo que Juan Sánchez le ofreció una abultada cantidad de dinero para encargarse de colocar lo que ella pensó era droga y accedió sin saber que era mortal, creyó que el hermano de Guillermo solo quería drogarlo para tenerlo dominado.

Cecilia Maldonado quedó libre y Juan Sánchez fue detenido. Declaró que no aceptaba que Cecilia fuera parte de la empresa

he interviniera en las decisiones.

En un momento perdió su aparente tranquilidad y comenzó a subir la voz, exclamando:

-¡¡Mi hermano era un pelele que consultaba todo con ella!! Yo no podía seguir viviendo así, Cecilia opinaba en todo y me contradecía ante cada uno de mis propuestas.

-Calma Juan -dijo Carmona- por qué no habló con su hermano, ¿por qué matarlo?

Debieron sujetarlo, estaba fuera de sí, entre dos agentes lo obligaron a sentarse nuevamente.

-¡¡Nosotros hicimos esa empresa, ella no tenia ningún derecho de opinar, estaba loca!! Mi hermano se había metido en deudas grandes por las ideas de su mujer…

Viendo que no lograban serenarlo, decidieron no hacer mas preguntas, los miraba con los ojos muy abiertos, lo dejaron solo en la sala de interrogatorio.

Cuando llegaron a buscarlo para llevarlo ante el juez, aparentaba estar sereno.

No duró mucho esa paz, al salir, rodeado por cuatro oficiales, gritaba enfurecido mientras lo conducían esposado rumbo a Tribunales.

Garmendia y Carmona quedaron en el pasillo mirándolo.

-¡Está loco! -dijo Carmona- No parece la misma persona que conocimos en su oficina.

-El odio lo trastornó, más el miedo de perder su empresa hicieron el resto, pobre tipo, tenía tanto y no tiene nada -dijo Garmendia mientras observaba que subía al coche policial entre lágrimas y gritos.

Cecilia Maldonado quedó a cargo de la empresa y las presuntas grandes deudas de las que había hablado Juan, se comprobó; nunca existieron.

 

 

 

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Garmendia en crisis.


 

Los recuerdos del mal momento vivido bullían en la cabeza de Garmendia, Carmona lo miraba en silencio.

---Es tu palabra contra la palabra de la madre del Rusito —dijo el jefe Mendieta.

—Te juro que tenia un arma en la mano y me apuntó y disparó, pero la bala no salió, disparé porque era mi vida o la de él…

—¿Dónde está el arma del pibe?

—¡¡No lo sé!!

Los nervios de Garmendia lo hacían tartamudear, Mendieta preguntó:

—¡Están seguros que el arma no estaba en la casa?

—Únicamente que la madre fuera bruja —dijo Carmona— y la hiciera desaparecer en el aire.

—Yo no tenía el arma en la mano, fue el pibe quien sacó el revolver y me apuntó, en ese momento entró la madre, la seguía un chico de unos seis años - Garmendia permaneció en silencio, recordando, de pronto exclamó— y cuando me disparo, la bala no salió, ahí saqué mi arma y disparé, el Rusito no llegó a disparar por segunda vez.

Carmona dijo:

—Yo no vi ningún pibe pequeño, estaba cuidando la puerta de atrás, entre al oír el disparo y encontré al Rusito en el suelo y junto a él a la madre gritando.

Mendieta chasqueo los dedos y exclamó:

—Seguro el chiquito se llevó el arma y escapó.

 

Mendieta se acercó a Pedro y le dijo:

—Lo siento, pero te debo retirar arma y la credencial… quedas fuera de servicio hasta que se aclare el caso.

Sin palabras Garmendia las entregó.

La fiscal Savita visitó a la familia del Rusito, la madre clamaba justicia, abrazada a su hijo menor, hablaba y lloraba.

—Mi hijo era un chico como todos los adolescentes, si disparó contra el vecino es porque el tipo lo insultaba cada vez que pasaba por la puerta, no tenía intenciones de matarlo, solo quería asustarlo.

—La comprendo señora, pero por eso no debía matarlo, el detective Garmendia vino a detenerlo y él lo amenazo con un arma…

—¡Mentiras! ¿Dónde está el arma?

Savita miró al pequeño, que bajó la cabeza llorando, se acercó a él y suavemente le preguntó:

—¿Vos viste cuando tu hermano le disparó al policía?

La madre furiosa grito:

—No lo meta en esto, es una criatura.

—Si es una criatura, pero estuvo presente y vio todo lo que sucedió.

—No recuerdo nada…—el pequeño no dejaba de llorar.

—Podríamos ayudarlo a recordar con la cámara Gesell.

Los ojos del pequeño se abrieron y el miedo se dibujó en ellos.

—Yo no quiero ir a ningún lado —dijo abrazándose a su madre.

—¿Qué es eso? — preguntó la mujer.

—Es una habitación cerrada donde varios médicos especialistas y psicólogos le harán preguntas y si él dice la verdad, seguramente el detective tendrá que ir preso.

Las últimas palabras le dibujaron una sonrisa a la madre.

 

El pequeño al verse rodeado de una psicóloga y un médico se largó a llorar, no podía hablar. La fiscal pidió que lo sacaran y lo llevó a su oficina.

Lo sentó en un sillón y ella se quedó a su lado.

—Tranquilo, ya viene tu mamá ¿Queres una coca y solo tengo galletitas oreo, te gustan?

El chico más tranquilo aceptó la coca y las galletitas. Mientras comía, la fiscal le preguntó por qué se había asustado con los médicos.

—Me dieron miedo.

—¿Miedo por qué?

—Mi hermano estuvo preso varias veces y creí que me iban a dejar adentro como a él…

—Rusito fue preso con motivos, robo muchas veces, vos no hiciste nada malo.

La miró a los ojos y de pronto se largó a llorar, no había forma de calmarlo, la fiscal lo abrazo y ante semejante descarga de angustia no sabía qué hacer para tranquilizarlo.

De pronto el chico dijo:

—Yo escondí el arma, mi mamá me dijo que no tengo que decirlo, pero tengo miedo, no quiero ir preso ni que me encierren como lo encerraron a mi hermano cuando era como yo.

—¿Por qué encerraron a tu hermano?

—Mi hermano me contó que mi mamá lo mandaba a robar, los vecinos lo conocían y lo denunciaron varias veces, hasta que por culpa de una asistente social lo encerraron en un lugar donde había chicos como él.

La fiscal contenía las lágrimas al ver la angustia del pequeño, cuando llegó la madre se abrazó a ella con desesperación.

El juez ordenó que la madre recibiera asistencia psicológica y que una asistente social visitara a la familia semanalmente.

Garmendia regresó a su puesto, pero debió pedir vacaciones forzadas y terapia, la cara desesperada del Rusito no lo dejaba dormir, a veces cumplir con el deber deja huellas imborrables, él sabía que esa muerte sería una cicatriz que nunca iba a sanar…

 

 

 

domingo, 26 de enero de 2025

Muerte bajo la lluvia.



 

 

Desde la ventana del segundo piso la lluvia era una cortina transparente, Garmendia y Carmona disfrutaban de la belleza de ver la ciudad bajo el agua.

Apuntaba a ser una jornada tranquila, hasta Mendieta, el jefe, desapareció del mapa en aquella mañana. La tranquilidad no duró mucho, la fiscal Salvita, apareció de pronto. El impermeable empapado y el pelo le llovía goteando sobre la cara, y dijo a boca de jarro y sin saludar.

-Apareció una mujer  baleada sobre la vereda de la calle Quesada… dicen los vecinos que debe ser una bala perdida.

Carmona miró la dirección y dijo:

-En ese barrio es raro una bala perdida, es una zona tranquila.

-Vamos a ver – dijo la fiscal- es raro, pero ha sucedido…

Llegaron y los vecinos aún se encontraban reunidos a pesar de la lluvia, la ambulancia se había llevado el cuerpo de la mujer.

Una anciana lloraba desconsolada abrazada por una vecina, alguien le comentó a Garmendia; es la tía de la muerta. Se acercó a ella, no sabía por dónde comenzar, la muerte le seguía produciendo angustia, y en una persona joven era peor aún.

-Señora, perdone mis preguntas, pero debo hacerlas… ¿qué sucedió?

Con voz entrecortada la mujer dijo:

-No sé, yo dormía, entre sueños escuché la voz de Sara diciendo;  “en seguida vuelvo…”al rato me sobresaltó un disparo, corrí a la calle, desesperada y en la esquina la vi, ya estaba muerta, fue instantáneo.

-¿Vieron a alguien cerca?-preguntó la fiscal.

-No, pronto se llenó de curiosos.

La mujer no tenía fuerzas para hablar, los tres la acompañaron a la casa. La misma vecina que la abrazaba en la calle preparó café.

Garmendia preguntó:

-¿Qué pudo hacerla salir de la casa a esa hora y bajo un diluvio?

-¡La habrá llamado ese desgraciado! -la vecina acentuó las palabras con rabia.

Carmona fue rápido y preguntó:

-¿Quién es el desgraciado?

-El ex marido -respondió la tía- ella lo dejó porque estaba siempre borracho, no le gustaba el trabajo, durante tres años lo mantuvo, siempre encontraba un pretexto para dejar los empleos que ella le conseguía.

-¿Dónde vive el tipo? -preguntó la fiscal.

-A tres cuadras de acá, se llama Cesar Caride, dale la dirección Tere.

La vecina obedeció, escribió en un papel y lo entregó a Salvita.

Al salir había dejado de llover.

 

La dirección daba un pasillo que comunicaba a tres departamentos. Las latas de cerveza y papeles, que la lluvia había pegado a las baldosas, mostraban el abandono en que se vivía en ese inquilinato. El número tres pertenecía a Caride, tocaron timbre, golpearon la puerta, nadie respondió.

-¡¡Habrá o tiramos la puerta abajo!!- la voz de la fiscal fue un trueno.

Minutos después un personaje increíble apareció, desprolijo, pelo largo y sucio, era un hippy venido a menos.

-¿Qué pasa? -la voz pastosa denunciaba la borrachera feroz  de la noche anterior.

Mostraron sus credenciales y la fiscal lo empujó y se metió en la casa con los detectives detrás. Caride quedó a un lado sin entender que pasaba, la fiscal le pidió que se sentara y ella tomó asiento frente a él, el cuarto olía a basura rancia y a humedad.

Mientras Garmendia y Carmona revisaban cada rincón en busca de un arma, la fiscal hacía las preguntas de rigor.

-¿Dónde estuvo anoche?

-Acá durmiendo, salí a buscar algo para cenar y estaba todo cerrado, así que me acosté sin comer.

-¿Tiene armas?

El hombre dudo, quedó mirando a la fiscal sin saber que responder, se levantó y a trancos largos recorrió varias veces el cuarto.

-No sé, usted me confunde con sus preguntas, estaba dormido y me sobresalté con sus gritos.

Volvió a sentarse, se agarró la cabeza con las manos y dijo:

-No sé nada, mi cabeza es un caos…

Caride quedó en silencio, Salvita le hizo señas a Pedro de que no hablara, dejó pasar unos minutos y  preguntó:

-Su esposa… ¿de ella se acuerda?

-Si, la muy turra me echó de su casa, porque se cansó de mí, seguro que debe andar con algún tipo y yo molestaba.

-¿Por qué te rajó de su casa? -la voz de la fiscal fue suave al preguntar.

-Ya le dije se cansó de mi -se retorcía las manos, por momentos miraba a un lado a otro, parecía estar perdido.

-Hay que llevarlo -exclamó la fiscal.

-No hay armas en la casa -dijo Carmona.

-Ya llegó el móvil policial, vamos Caride – lo esposaron y lo llevaron hasta el coche.

La fiscal se fue en su auto, Garmendia y Carmona volvieron al departamento. Revisaron nuevamente cada mueble, nada hallaron. Pedro entró a la cocina, los restos de comida de varios días en la pileta le revolvieron el estómago, abrió cajones, nada encontró. A un costado un tacho con residuos y botellas vacías, desbordaba de mugre, lo dio vuelta y para su sorpresa, entre restos de comida y basura cayó una Bersa 9mm. Con un trapo de cocina la levantó y la colocó en una bolsa plástica. Cerraron la casa y salieron.

 

Caride negó haber disparado contra su mujer, observaba el arma que le mostraba Garmendia como si fuera un bicho muerto.

-No sé, creo que es mía, pero no recuerdo nada, esa noche salí a buscar comida, estaba todo cerrado y creo que llamé a Sara para que me trajera algo -el tipo se notaba perdido, le costaba hablar, el alcohol todavía lo tenía dominado- si, la llamé y ella me dijo que era un inconsciente que eran las cuatro de la mañana.

Se recostaba en la silla cerraba los ojos, por momentos se dormía, le dieron café cargado y pareció reaccionar.

-¿Llevaste el arma? -Pregunto Carmona.

-Si, ella venia a mi casa y yo iba a la suya, nos encontramos en la esquina, me entregó un paquete con comida y yo quise asustarla con el arma -se agarró la cabeza y comenzó a aullar como un demente- quería asustarla, nada más… la bersa se disparó sola, yo no disparé, fue el arma que la mató- siguió aullando como un animal herido.

-Maldito alcohol -dijo Pedro- tiene el cerebro comido, quién sabe que decida el juez, o cárcel o psiquiátrico.

-¿Y si está fingiendo? -Dijo Carmona.

-Al juez no lo va a engañar, ya veremos qué va a suceder…

 

 

 

 

 


domingo, 5 de enero de 2025

Garmendia y los campos robados.


 


 

La primavera vestía de lila las veredas del Parque Los Andes, los jacarandas en flor eran una pintura que lograba que Garmendia y Carmona olvidaran sus preocupaciones ante la belleza natural que los rodeaba. Iban en silencio, de pronto Garmendia preguntó:

-¿Cómo pueden robar en una casa con tanta seguridad y personal de vigilancia?

-Tiene que ser alguien del grupo que tiene a su cargo las cámaras de entrada y salida -respondió Carmona- no es la primera ni será la última que los vigiladores son los que roban.

-Te parece que se van a arriesgar a semejante robo, está difícil el asunto…los Zapiola Funes son gente muy rica y cuando se descubra a los culpables les van a hacer pagar con sangre su audacia…y nosotros metidos en este lio por idea de Mendieta, ¿qué te parece?

-Me parece mal, es seguro que quiere quedar bien con sus amigotes del gobierno, pero él no se ocupa, nos manda a nosotros…

Siguieron en silencio, cada uno meditaba que bueno sería estar en el bar del gallego tomando una cerveza helada en vez de ir a la casa del tal Zapiola.

Los recibió el mismísimo Santiago Zapiola Funes su gesto adusto daba a entender la furia que reprimía. Los hizo pasar a su escritorio, cerró la puerta y les mostró la caja fuerte, abierta y vacía.

-No es solo el dinero, pesos y dólares, las joyas eran de gran valor, también se llevaron documentos muy importantes, escrituras, planos…

-¿Planos, escrituras? -repitió Carmona, abriendo los ojos.

-¡Planos, escrituras, si! -Santiago lo miró con gesto adusto- ¿le parece que no son importantes?

Nadie respondió.

Zapiola tomó asiento tras su escritorio, respiraba agitado, sus ojos saltaban de Carmona a Pedro. Garmendia dio vueltas por el escritorio, observando los detalles, nada parecía estar fuera de lugar o alterado.

-¿Quienes conocen la combinación de su caja fuerte?-preguntó Garmendia.

-Mi esposa, yo y nadie más…no va a pensar que mi esposa va a realizar un robo… ¿por qué lo haría? -la voz de Zapiola se elevó alterada.

Se lo notaba fuera de sí.

-No estoy acusando a nadie señor Zapiola, pero debo hacer preguntas para saber dónde estamos parados. ¿Quienes viven en la casa?

-Mi esposa, mi secretario y el personal de servicio.

-¿Hay en el personal de servicio gente nueva?

-No, la mayoría lleva más de diez años trabajando en casa y mi secretario hace un año que está conmigo y es de absoluta confianza…

Fue Carmona el destinado a investigar al personal, Garmendia mientras tanto se dedicó a conocer a la esposa, Silvia era una mujercita tímida, se deslizaba por la casa sin siquiera mover el aire, ante las preguntas respondía con monosílabos, cuando su esposo estaba presente le costaba armar una frase completa, se cohibía y antes de responder, lo miraba a él, como pidiéndole autorización para hablar.

El secretario Juan Zamudio, era abogado y por la manera en que miraba a su jefe, demostraba que no le tenía simpatía, ante este panorama, Garmendia no sabía por dónde comenzar, era un grupo difícil y el que manejaba a todos era Zapiola.

Al día siguiente Carmona se quedó dormido, había trabajado hasta tarde investigando al personal de servicio, pero nada encontró, tenían buenos antecedentes y ningún tipo de problema policial. Al llegar a la oficina Garmendia lo esperaba con una novedad.

-Averiguando los antecedentes del secretario de Zapiola, descubrí que es de Trenque Lauquen…

- ¿Y eso que tiene de raro?

-Que los planos y escrituras que le robaron -dijo Zapiola- son de campos en esa zona… y que Zamudio no es su verdadero apellido, sus documentos son falsos.

-¿A dónde querés llegar?

-Cuando le pregunté a Zapiola por su secretario me dijo; es un abogadito recién recibido, vino a estudiar a Buenos Aires, desde Corrientes, ¿por qué le mintió?

-¿Y si Zapiola se confundió?

-No se confundió, la esposa, dijo lo mismo, el abogadito mintió… ¿por qué?

Durante el día se dedicaron a investigar a Zamudio. Se confirmó que era de Trenque Lauquen y que pertenecía a una familia rica venida a menos, su verdadero apellido es Castilla Bermúdez. Nada más lograron averiguar. Decidieron que sería bueno viajar a Trenque Lauquen.

-¿Pero a dónde vamos a ir, no sabemos de qué ciudad es este tipo? -dijo Carmona.

-Ya lo averigüé, es de Beruti, así que mañana tempranito viajamos.

La cara de Carmona demostró su desagrado.

-Son más de 500 km, ¿estás seguro, vale la pena?

-Olfateo que sí, las mentiras de ese abogadito me llamaron la atención, algo oculta, vamos a averiguar que es…aparte es la única pista que tenemos.

-No me parece una pista…

-A mí sí.

Con fastidio, Carmona aceptó las palabras de Pedro.

En las primeras horas de la tarde llegaron a Beruti, se registraron en un hotel y salieron a recorrer la ciudad. No habían almorzado, así que entraron en un bar a comer algo.

-¿Cuál es tu idea de este viaje?-Preguntó Carmona mientras tomaban asiento y todavía molesto por la discusión del día anterior sobre el viaje.

-Veremos, comenzaremos por averiguar entre la gente del lugar.

El mozo miraba intrigado a los recién llegados, como en todo pueblo chico las caras nuevas hacen desconfiar, Pedro aprovechando su curiosidad comenzó una charla.

- ¿Me permite una pregunta? -dijo mirándolo a los ojos, para ganar su confianza.

El mozo, asintió.

-Tenemos idea de comprar terrenos por la zona, vimos varias hectáreas sin producción, qué sucede… ¿es mala la tierra?

-No -respondió el mozo con énfasis- lo que sucede que desde hace unos años las mejores tierras cambiaron de dueño y el nuevo propietario tiene paralizada la siembra.

Garmendia puso cara de asombro.

-¿Quién es el que no quiere sembrar y por qué?

-Se llama Zapiola, no sabemos cuál es su interés en tener esos campos dormidos, se habla en el pueblo que algo turbio debe haber.

El mozo ya se retiraba cuándo Carmona le preguntó:

-¿Quién era el anterior dueño?

-El viejo Castilla, es vecino y nadie del pueblo entiende porque vendió y por lo que se cuenta, le deben haber pagado una miseria, ya que vive muy humildemente.

- Que historia… -dijo Carmona- ¿nos puede recomendar una inmobiliaria de confianza por la zona?

El mozo quedó pensando y al fin dijo:

-Mire los Astudillo son los más antiguos en el pueblo, son gente seria, ellos los pueden aconsejar como nadie…

-Gracias dijo Garmendia- pagó y dejó una generosa propina.

Al salir, Carmona dijo sonriendo:

-Vaya que generoso, le dejaste una gratificación que vale para un almuerzo.

-Hay que dejar un buen concepto, podemos volver a buscar más información y ya tendremos la puerta abierta…

Rieron juntos y marcharon directo a la dirección que le había dado el mozo. El nombre Astudillo grabado en la puerta de entrada los recibió con luces encendidas en los cristales.

Una joven amable los hizo pasar, pidieron hablar con el señor Astudillo, ella desapareció tras una puerta y a los pocos minutos apareció un señor de unos sesenta años, y luego que tomaron asiento les preguntó qué necesitaban.

No dieron vueltas, hablaron sinceramente y mostraron sus credenciales de policías, el señor Astudillo en un primer momento pareció dudar, luego les dijo lo que sabía:

-Parece ser que el nuevo dueño ha firmado contrato con una empresa extranjera, van a levantar una planta para procesar basura, no solo van a contaminar el aire, van a levantar casas para sus empleados, que ya avisaron en la municipalidad que no serán argentinos.

-Qué quiere decir -preguntó Carmona.

-La empresa es China y los obreros también, trabajaran bajo las leyes de su país, es decir, crearan un mundo aparte, maquinarias, obreros, empleados, materia prima chinos, y por lógica se llevarán las ganancias, solo recibirán beneficios los que firmaron contrato con ellos.

Garmendia y Carmona quedaron mudos, nunca se hubieran esperado semejante noticia.

-Les puedo asegurar que el viejo Castilla no tiene nada que ver con esto, lo engañaron con un folletín de inversiones extranjeras para la cosecha de la soja y él creyó, tampoco le pagaron las tierras, simplemente se las robaron.

-¿Cómo sabe todo esto? Es demasiado peligroso para que se lo hayan contado los nuevos dueños…

-Tengo mis contactos en la municipalidad, usted comprende que nada de esto se puede realizar sino está permitido por algún pez gordo del gobierno- Astudillo se puso de pie- entienda que usted no se ha enterado por mi… ¡yo voy a negar todo lo que pueda comprometerme!

-¿Hay gente en la municipalidad que puede dar fe que este sucio trato?

-Sí, pero la auditoria debe venir del gobierno central, si no, no creo que ningún empleado o superior se arriesgue y atestigüe.

Regresaron al hotel con la cabeza llena de ideas, era todo demasiado complicado y el poder estaba metido en el medio. Arreglaron para visitar a Castilla en la mañana siguiente.

El padre de Juan Bermúdez o Zamudio era su vivo retrato con treinta años más. Los recibió con amabilidad y cuando le explicaron el caso, creyó que venían de parte de Zapiola para acusarlo a él y a su hijo del robo de las escrituras y planos.

-Señor Castilla, en un primer momento vinimos a buscar pruebas contra su hijo, pero al conocer otra realidad vamos tratar de ir hasta el fondo de este negociado tan sucio.

Castilla se tranquilizó, pero en sus ojos se notaba un dejo de recelo contra los visitantes, a pesar de sus dudas confirmó todo lo dicho por Astudillo, les mostro viejos planos y comprobantes de la entrega de las tierras firmadas por sus abuelos y el gobierno de Julio A Roca, junto a papeles actuales, emails de Zapiola, donde le aseguraba que en las tierras se cosecharía una nueva soja de crecimiento rápido y más productiva, cargaron en sus celulares las fotos de esos documentos y regresaron al hotel.

No necesitaron más. Regresaron a la capital y presentaron a Mendieta los informes y fotos del caso.

Con una orden del juez de turno, presente en el lugar, dieron vuelta la casa de Zapiola, Juan Bermúdez fue detenido, declaró lo que ya todos suponían que él fue quien efectuó el robo. Todo estaba en la caja de seguridad de un banco, a nombre de la esposa de Zapiola, ella había ayudado al joven a recuperar lo que pertenecía a su familia.

-Que extraña la actitud de la esposa de Zapiola…-comentó Carmona cuando regresaban del allanamiento.

-Zapiola la tenía dominada y se cansó, seguramente ella sabía lo turbio de las actuaciones de su marido y optó por joderle la vida, cuando una mujer se cansa de ser sometida suele suceder lo peor.

-¿Qué va a pasar con Bermúdez? -preguntó Carmona…

-Seguramente nada, el juez analizará el caso y lo más lógico es que lo deje en libertad…y seguramente las tierras volverán a su verdadero dueño el señor Castilla.