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martes, 24 de junio de 2025

CRIMEN EN EL MERCADO CHINO.


Garmendia caminaba rumbo a su oficina, en el camino se cruzó con Carmona.

-Vamos al bar del gallego a tomar una cervecita, hace calor –le dijo.

Caminaron en silencio, Garmendia iba ensimismado en sus pensamientos.

Una vez sentados y mientras esperaban ser atendidos, Carmona preguntó:

-¿Qué te pasa, estás en otro planeta…?

-El caso del chino, ¿no te parece que lo solucionamos muy fácil?

-Es un caso simple, el ratero lo mató porque el chino lo encontró robando.

-Sin embargo, Lopecito es un borracho, pero no es un asesino, hace años que lo conozco y jamás ha sido violento, ratero si, asesino no – Garmendia no quería aceptar lo que el fiscal había decidido- el primo, dijo que al regresar del almuerzo encontró a Tao, caído entre las góndolas, estaba herido, llamó a la ambulancia y el chino murió en el trayecto, todo es muy de película….

-Vos qué sabes, tal vez Tao encontró a Lopecito robando, discutieron y el pibe perdió los estribos y lo mató.

-Cuando hable con él, ni sabía quién era el chino, Lopecito había entrado a comprar una birra.

Quedaron en silencio, al fin fue Carmona quién hablo:

-Vamos al interrogatorio, el fiscal Ferri, lo va hacer pedazos, ya lo tiene entre ojos por el tema de sus robos y sus curdas, con esto le va hacer pagar todo junto.

Cuando llegaron a la seccional, Lopecito ya estaba en la sala de interrogatorio, Ferri entró con varias carpetas, tomo asiento y sin decir palabras se quedó mirando fijó al acusado, el ratero estaba tranquilo. Los detectives observaban tras del cristal sin ser vistos.

Ferri preguntaba a los gritos, golpeaba la mesa tratando de intimidar al detenido, que sin embargo se mantenía sereno y respondiendo con frases cortas, explicó que esa noche estaba en el bar cenando y luego se quedó a ver el partido de River y Monterrey. Eran muchos los que daban testimonio de su presencia.

Ferri movía la cabeza ignorando las palabras de Lopecito.

-Lo quiere hundir – dijo Carmona.

-Y lo que es harto más grave es que lo va a conseguir, cuando Ferri se propone algo lo consigue, vamos a ver que nos dicen en el barrio.

Fueron directo al bar donde se reunían los amigos de Lopecito. Todos aseguraron que el muchacho había estado en el bar.

El mozo le mostró a Garmendia la libreta negra, acá está anotado lo que comió y no pagó porque no tenía plata, día, hora y 18.000.- $ de deuda.

Salieron en silencio, notaron que los seguían, aminoraron el paso y se volvieron de golpe, ante ellos un hombre los miró sorprendido.

-¿Por qué nos sigue? -preguntó Pedro.

El tipo sorprendido y tartamudeando les dijo:

-Escuché las preguntas que hicieron en el bar – el hombre estaba atemorizado, miraba a todos lados mientras hablaba- Al chino lo mató Zirui, el primo, hace rato que se llevan mal, se roban mutuamente y se culpan de todo, pero Tao se metió con la mujer de Zirui y ahí se pudrió todo, yo estaba en el piso de arriba y escuché, me asomé y vi que Zirui lo golpeaba.

- ¿Qué hacías en el supermercado?

- Trabajo allí, soy repositor.

-¿Viste cuando lo mató?

Garmendia lo tenía contra la pared y lo miraba a los ojos

-No. Escape por la otra escalera y corrí a la calle, solo vi que Zirui le clavó varias veces un cuchillo, y escapé.

-Vení con nosotros, vas a contarle todo esto al fiscal.

El hombre asustado quiso escapar, pero Carmona ligero, lo alcanzó en seguida. Una vez en la seccional, fue Ferri el encargado de las preguntas, el hombre se confundía y contradecía con cada respuesta.

-¿Cómo te llamas?

-José Sandoval, me dicen carbón…

-Quiero que me digas paso a paso lo que viste…

Dijo el fiscal con voz de pocos amigos

Repitió lo que ya le había declarado a Garmendia.

-¿Por qué no dijiste todo esto cuando te interrogaron en el mercado?

-¡Por miedo! Zirui en una mala persona.

- Cuando se peleaban, ¿vos dónde estabas?

-Ya se lo dije en el piso de arriba, escuché gritos y me asomé por la baranda, Zirui empuñaba un cuchillo y se lo clavó a Tao, al ver eso escape.

-Sabes que nadie sabe cómo murió Tao, no le clavaron ningún cuchillo, estás mintiendo.

-¡¡Si que le clavó un cuchillo!! y lo hizo varias veces en el pecho.

-Dijiste que escapaste, ¿cómo viste eso?

Volvió a tartamudear como lo hizo la primera vez que habló con Garmendia.

-Lo vi, le dije que lo vi, era un cuchillo que ellos tienen en la cocina, largo y filoso.

-Vas a quedar detenido por ahora.

El fiscal se retiró dejando al hombre todavía estremecido.

El fiscal Ferri se reunió con Garmendia y luego de varios minutos de conversación, Pedro y Carmona se dirigieron hasta el supermercado de los chinos, regresaron con Zirui, pero antes subieron al piso superior para sacar fotos del entrepiso.

En su declaración Zirui dijo que había discutido con su primo, que se fueron a las manos y en un momento Tao cayó contra las góndolas, golpeó la cabeza contra un fierro y quedó desmayado, allí lo dejó, Zirui cerró el negocio y se fue a almorzar, a las 16 hs regresó y lo encontró herido en el mismo lugar donde había caído, llamó a la ambulancia y lo demás ya lo saben.

El fiscal preguntó:

-¿Por qué pelearon?

-Mi primo  me robaba y molestaba a mi mujer…

 

Garmendia mostró a Ferri las fotos del entrepiso. El fiscal pidió que trajeran a Sandoval.

-Señor Sandoval, usted nos mintió -dijo el fiscal mirando fijo al detenido.

El acusado abrió los ojos con un gesto de incredulidad y dijo:

- ¿Qué quiere decir?

-Que nunca pudo ver a Zirui asesinar a Tao y ahora me va a explicar como sabe que fue asesinado a cuchilladas.

-Ya le dije que me asomé por la baranda y lo vi.

-Eso es imposible, la baranda tiene delante pilas de cajas de mercadería y por arriba de las cajas en imposible ver el piso de abajo.

Le mostró las fotos, sin decir palabra.

Sandoval comenzó a tartamudear, estaba rojo, golpeó la mesa y dijo:

-Me quieren hacer tragar un sapo, ustedes son los mentirosos -parecía un chico descubierto en una maldad- Tao era un hijo de puta, me descontaba del sueldo los cinco minutos que llegaba tarde, hasta me cobraba un vaso de agua…me trataba como a un perro.

-Eso no es motivo para matarlo -dijo Garmendia- te hubieras ido a trabajar a otro lado.

-Claro como si fuera fácil, usted que sabe lo que es ser negro y pobre, nadie te contrata....

-¿Qué hiciste con el cuchillo?

-Lo tire en un conteiner de la avenida.

Lopecito y Zirui recobraron la libertad y Sandoval quedó a cargo del Juez de turno.

 

  



domingo, 25 de mayo de 2025

La oportunidad.


 

 

Año 1995

Los ojos negros del detective, eran puñales, buscaba un gesto, un detalle que la delatara, sin embargo, la señora Salinas se mantenía seria, ni la sombra de un temor la habitaba.

-Estimada señora -dijo el detective Garmendia- estoy seguro que fue usted quien dio muerte a su esposo, solo me falta la prueba, por más que me diga que usted estaba en el cumpleaños de su amiga Elsa, que me muestre las fotos y que los mozos, y demás invitados, digan que no la vieron salir -el detective dio vueltas por la cocina mirándola de reojo- solo usted tenia el principal motivo para darle muerte, aparte me asombra que ni una lágrima le he visto cuando habla de él, ni un gesto de dolor.

La mujer se encogió de hombros y con un gesto de burla respondió:

-Señor Garmendia, su obstinación conmigo es increíble, ¿por qué matarlo? Por dinero, soy tan rica como él, he heredado de mis padres tantas propiedades que puedo vivir de rentas, ¿Por celos, por qué? Todos saben que Carlos era maltratador, con nosotros,  y con el personal de su empresa, en el último mes despidió a nueve operarios por un capricho, esa gente tiene familia y el motivo del despido fue una tontería.

- ¿Está culpando a los obreros de la empresa señora Silvia Salinas?

La voz del detective fue irónica, casi burlona.

-No culpo a nadie, es usted el que debe investigar en vez de centrar toda la acusación en mi persona, usted es demasiado joven Garmendia ¿cuántos años tiene, veintiséis, treinta? y piensa que se las sabe todas…con ese gesto comprador, cree que me va a conquistar con su sonrisa, así que le voy a rogar que se vaya de mí casa; ¡me molesta su presencia!

Las últimas palabras de Silvia fueron acompañadas por una expresión de furia que hizo sonreír al detective, pero antes de salir, le dijo con tono burlón:

-Volveré señora, volveré… el puñal que abrió la garganta de su esposo, no puede estar muy lejos… volveré…

No se equivocó el detective, al día siguiente estaba de nuevo en la casa, esta vez acompañado por un grupo de policías y con una orden de allanamiento.

No quedó rincón, muebles, cajones y hasta la tapa rollo de las cortinas, que no fuera revisado, en la biblioteca se sacaron los libros uno por uno, nada encontraron.

Felipe Salinas, había sido asesinado en la biblioteca de su casa, esta tiene dos puertas, una interior por la que se accede desde un pasillo y la otra, da al jardín.

El asesino entró por la puerta del jardín, mientras Salinas leía, lo tomó por atrás y le cortó el cuello, fue rápido y preciso en su crimen.

Nada encontraron los policías. Antes de salir, Garmendia dijo:

-Necesito hablar con sus hijos, mañana a las 10 hs vendré de visita nuevamente.

Silvia se estremeció,

-Deje a mis hijos tranquilos, ya bastante han sufrido.

-Ya lo se señora, en el hospital Fernández me dieron información por las veces que sus hijos entraron, por golpes y el mayor ha tenido costillas rotas.

Silvia volvió a estremecerse y está vez el detective lo notó, mientras caminaban hacía la puerta de calle, ella intentó explicar el motivo de las entradas de su hijo al hospital

-Manu juega al rugby y eso dos por tres le provoca quebraduras, son golpes violentos.

Garmendia la miro fijo a los ojos, su voz sonó firme al decir:

-¿Usted juega al rugby? ¿La fractura de su brazo el verano pasado, se debió a lo mismo? Mañana quiero hablar con los dos muchachos- sin saludar y a tranco largo se alejó, Silvia quedó en la puerta mirándolo con furia.

A la hora fijada el detective llegó puntual. Los dos jóvenes lo esperaban. Fue imposible culparlos del crimen, si, era cierto que el padre era violento, ellos confirmaron que los castigaba con frecuencia, con lo primero que encontraba a mano, su arma especial era su cinturón, las marcas en la espalda de los muchachos confirmaba sus palabras, Garmendia se estremeció al verlas. La noche del crimen no estaban en la casa, jugaron un partido en Vicente López, compañeros y entrenador dieron testimonio de que estuvieron allí, y se quedaron a festejar el triunfo de su equipo.

Garmendia pidió pasar a la biblioteca, sus ojos hurgaban detalles, libros, no conforme con el control que habían realizado los policías el día anterior, volvió a revisarlo todo, notó que Silvia estaba pálida, retorcía sus manos, se la veía inquieta. Garmendia pensó; ¿y si aquí estuviera la prueba?

-¿Hasta cuando vamos a tener que aguantar su obsesión con nosotros detective?-exclamo Silvia.

-Hasta que encuentre el puñal o cuchillo que usted uso para matar a su esposo, sé que él fue una mala persona, sus vecinos me dijeron sobre las peleas, sobre los golpes y el maltrato a usted y a sus hijos, pero eso no le dababa derecho a matarlo.

Ella permaneció muda, mirando de frente al detective.

-¿Por qué no se separó? ¿O se fue con sus hijos?

Los ojos de Silvia estaban rojos de lágrimas, pero no respondió a las palabras del detective. Al fin después de correr de lugar libro por libro, se fue.

Nada se pudo comprobar sobre las acusaciones del detective, el caso fue cerrado y la paz lentamente fue llegando a la casa de los Salinas.

 

2024

Una tarde de otoño, el detective Garmendia, regresaba de su oficina, cuando lo sorprendió una camioneta de Oca en su puerta.

-¿Señor Pedro Garmendia? – preguntó el empleado del correo.

Pedro asintió, le pidieron documentos, los presentó y le entregaron una caja. La camioneta se alejó y Garmendia entró a su casa desconcertado, la caja no tenía remitente. Con cuidado cortó el papel, abrió, y se sorprendió al ver un enorme libro de literatura inglesa. ¿Qué es esto?  Encontró una carta en un costado. Le sorprendió la firma; Silvia Salinas.

“Cuando este libro llegue a sus manos, yo no estaré en este mundo, estoy muy enferma, solo quise decirle que fue acertado en su juicio conmigo; yo maté a Carlos Salinas.

Puede dormir en paz, fue un buen detective.

Silvia.”

Pedro no entendía nada, miró el libro y se preguntó que tenía que ver ese libraco con el crimen, al abrirlo comprendió.

Luego de las primeras hojas, un hueco en el centro ocultaba una navaja Suiza, allí estaba el arma, una Victorinox, pequeña, certera y precisa la que había dado muerte a Carlos Salinas.

El libro era un trabajo perfecto, recortadas las páginas hasta lograr un hueco donde dejar el arma, unas cien páginas la cubrían, la prueba del delito durmió veintinueve años en la historia de literatura inglesa. Seguramente, la señora Salinas, primero preparó el libro y dejo que la circunstancia le regalara el momento de consumar su obra, como dice el refrán: “Todo acto criminal es parte de la oportunidad”

¡¡Muy inteligente señora Silvia!! Dijo en voz alta como si ella pudiera oírlo, no pudo evitar sonreír; ¡¡Me ganó en buena ley!!

 

 

  

 

martes, 8 de abril de 2025

Garmendia en una encrucijada.


 


 

Carmona daba vueltas por la oficina, por momentos se detenía y miraba interrogante a Garmendia que parecía estar sumido en un jeroglífico que no lograba descifrar.

—Me parece que estás equivocado —exclamó Carmona— te parece que después de once años alguien se puede tomar una venganza tan cruel…

—¿No fue cruel lo que le hicieron a Ariel Zamudio?

—Si, pero esperar tantos años, me parece que no es posible, es un tipo simple, incapaz de semejante crimen.

Pedro movía la cabeza intentando aclarar sus pensamientos. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba el caso con la claridad de aquella noche, no sólo había estado presente, también había llorado junto a ese hombre desconsolado. “Silvia la esposa de Zamudio cruzaba la calle llevando a su hijo de siete años tomado de la mano, el semáforo estaba en verde, de pronto un coche dobló a gran velocidad y los atropelló, el auto se alejó sin prestar atención a los dos cuerpos que quedaron en el asfalto, las cámaras captaron modelo, color y patente.

 

Fue fácil encontrar a la mujer que conducía, Celina Montiel Fuentes, estaba alcoholizada y drogada, era una bomba de tiempo circulando por las calles.  La joven era hija de un acaudalado comerciante de la zona norte, con suficiente dinero y contactos para lograr que su hija quedara en libertad. El fiscal Marini fue ciego y mudo ante semejante crimen, el juez fue sobornado y pronto los diarios se olvidaron del caso y todo quedó impune.

Se fueron sucediendo casos extraños, al año, la muerte del fiscal en un accidente automovilístico, el coche había sido robado y nadie vio al chofer un caso parecido al de la muerte de Silvia y su hijo, sólo que está vez no hubo cámaras ni huellas que identificaran al chofer.

Meses después. Al juez le fallaron los frenos de su Audi y se llevó por delante una casilla del peaje en la Panamericana, los frenos habían sido manipulados para que se produjera el accidente, no se encontraron culpables.

¿Quién iba a relacionar estos dos casos con la muerte de Silvia y su hijo?

Nadie.

Once años más tarde, sucede la muerte de Celina, un asalto en la calle, dos balazos pusieron fin a una vida inútil, ya que seguía siendo la misma alcohólica de su juventud. Pero está vez hubo cámaras, el asaltante llevaba un pasamontaña negro con un escudo pequeño del club Independiente en la parte de atrás, su rostro quedó oculto, al alejarse algo llamó la atención de los investigadores, el personaje era chueco, lo bastante para diferenciarse del común de la gente.

El jefe Mendieta llamó a Garmendia y Carmona, ellos tenían suficiente edad para poder reconocer a un asaltante con esas características, conocían al dedillo al mundo del hampa que circulaba por la ciudad.

Garmendia guardó silencio, se dedico a buscar a Zamudio, lo encontró en el mismo barrio en el que vivió con su esposa, sus otros dos hijos ya adolescentes vivían con él, uno de ellos comenzaba la secundaria y el otro se preparaba para la facultad, una vida ordenada a pesar del dolor de no tener mamá.

Zamudio recibió a los detectives, los hizo pasar a la cocina, cerró la puerta para que sus hijos no escucharan, y negó tener conocimiento de los tres casos. Se quedó de pie con los brazos cruzados, miraba a los detectives casi sin pestañear, el dolor le había marcado la cara y su pelo lucia gris. Con voz serena les dijo:

—Me dedico a trabajar y salir adelante, tengo un taller de chapa y pintura y con eso voy viviendo y educando a mis hijos, no sé, ni quiero saber nada con esa gente -miró a Garmendia a los ojos y mordiendo las palabras le dijo- seguramente el castigo vino de arriba, la justicia de Dios es lenta, pero llega.

Los detectives salieron, subieron a su coche y se alejaron en silencio. De pronto Carmona preguntó:

—¿Qué opinas, le creíste?

—No.

—¿Viste lo mismo que yo?

Garmendia no respondió, se detuvo en la puerta del bar del gallego, entraron y pidió dos cervezas, miró a Carmona y le dijo:

—Yo no vi ningún pasamontaña negro con escudito de Independiente, ¿y vos?

—¿Qué le vas a decir al jefe?

—Que no encontramos ningún chueco, el único que conocimos murió hace once años.


 




(Sé que muchos  me van a decir que Garmendia actuó mal, recuerden que esto es un cuento.)

 

viernes, 21 de marzo de 2025

Una mujer de mal caracter.


 


 

Lidia preparaba su maleta y mientras lo hacía pensaba; que poca ropa tengo, dos vestidos, dos pantalones, una camisa y dos remeras, ropa interior y una campera; es todo mi equipaje.

De pronto se abrió la puerta de su habitación y la señora Sabrina apareció con su enorme figura apoyada en su bastón, cubriendo el ancho de la puerta.

- ¿Adónde te crees que te vas?

-Regreso a mi pueblo señora, ya no la aguanto más -y siguió acomodando su ropa- es imposible vivir con usted, pida en una agencia una enfermera, otra persona que sepa manejar su histeria.

-Vos no me podés dejar, yo no puedo vivir sola, necesito quien se ocupe de mis remedios, me lleve al médico y me de las inyecciones a horario.

Lidia la miro de frente, respiro hondo y tratando de sonreír exclamó:

-Hace dos meses le avise que me iba, usted sabe que no nos llevamos bien y no hizo nada por tratar de mejorar nuestra relación.

Lidia se sentó en el borde de la cama, tratando de mantenerse serena, dijo:

-Hace seis años que trabajo con usted y su carácter empeora día a día, yo no tengo la culpa de su enfermedad…

Cargó su maleta e intentó salir de la habitación, Sabrina no la dejó, al fin forzando su paso salió, Sabrina caminó detrás gritando improperios que Lidia ignoró. La señora Martínez no iba a aceptar que una provinciana cualquiera tuviera las agallas de gritarle en la cara que no la aguantaba más e irse, al verla llegar   a la escalera, levantó su bastón y con la fuerza de su altura y cuerpo lo descargó en la cabeza de Lidia, quien con maleta en mano rodó por los escalones.

Sabrina seguía gritando, agitaba los brazos y en un momento se llevó las manos a la garganta, le faltaba el aire y buscando alivio se sentó en la escalera. Por un momento perdió el conocimiento, al reaccionar y ver el cuerpo de Lidia Segovia en el piso, se dio cuenta lo que había hecho…

Los vecinos comprendieron que algo grave sucedía en la casa de Sabrina Martínez, los gritos cruzaban las paredes y las frases hirientes volaban provocando en el barrio, un mal presentimiento, varios llamaron a la policía.

 

Garmendia y Carmona se encontraron con una escena desconcertante, una mujer muerta en un charco de sangre al pie de la escalera, su mano todavía sujetaba una maleta y otra mujer, en un ataque de nervios, asistida por los médicos de una ambulancia que los vecinos habían llamado.

Sabrina Martínez fue internada, según los médicos estaba al borde de un colapso nervioso. 

Carmona investigó en el barrio y fue unánime la opinión, al decir que Sabrina era una mujer de muy mal carácter, que se llevaba mal con la mayoría de los vecinos. Sobre Lidia Segovia, muy pocos la conocían porque solo salía acompañando a la enferma, a hacer alguna compra y no conversaba con nadie.

La declaración de Sabrina Martínez fue que Lidia quería aumento de sueldo y como ella no podía darle lo que pedía, prefirió irse muy enojada, con esa furia que llevaba se cayó de la escalera, sin embargo, algunas personas, escucharon que, durante la pelea, Lidia, decía estar cansada del mal trato y que por eso se iba.

Garmendia fue al hospital a tomar nueva declaración a Martínez, algo en ella lo hacía dudar, al ver con que soberbia, trataba a las enfermeras, confirmó sus dudas y al conversar con ellas, le dijeron que el mal trato no solo era verbal, ya había empujado a una, porque no le gustó como le hizo la cama. Comprendió que la caída de Lidia pudo ser provocada.

Fue Carmona quién tuvo la idea de ir al pueblo de Lidia y hablar con la familia. La hermana le mostró los emails, donde Lidia relataba el padecer con la enferma que cuidaba, que era violenta y grosera, a veces  la castigaba con el bastón cuando algo no era de su agrado.

Carmona escuchaba desconcertado, al fin dijo:

-¿Por qué aguantó tanto tiempo? Nadie tiene derecho a padecer mal trato por un sueldo.

-En casa se necesitaba ese dinero, tenemos una deuda importante con el banco y corremos peligro de perder la casa si no pagamos la hipoteca que sacó mi padre, para una inversión que se vino abajo como una casita de naipes.

-¿Y ahora que van a hacer?

-No sé – dijo la hermana, se la veía muy apesadumbrada- pobre Lidia pagó con su vida el error de mi padre.

Carmona regresó a la ciudad con más amargura que soluciones, los emails era una eficiente prueba que demostraba la violencia de Martínez, más las declaraciones de los testigos, ellos escucharon la discusión, ahora había que ver la decisión del juez.

Garmendia sabia que las pruebas no alcanzaban, los detectives regresaron a la casa de Sabrina. Nada demostraba que Martínez era culpable de la muerte de Segovia.

Parado al pie de la escalera Pedro pensaba, el charco de sangre seca parecía decirle algo, lo miraba, de pronto, grito:

-¡¡Carmona…!!

Carmona apareció y desde arriba de la escalera lo miraba con ojos azorados.

-¿Qué te pasa viejo, por qué gritas?

-¡El bastón dónde está! Martínez dijo que lo usaba para poder caminar y en ningún momento lo vimos, hay que buscarlo, seguramente la golpeo en la cabeza, por eso hay tanta sangre.

Revisaron muebles, habitaciones y en ningún lado apareció el bendito bastón.

-Esa mujer lo escondió, sabe que la puede inculpar y lo debe de haber escondido… pero ¿dónde?

-Mi abuela tenía dos-dijo Carmona- uno lo usaba y al otro, que era muy fino, lo guardaba en el ropero, detrás de las perchas con sus vestidos.

En el placad de la señora Sabrina, encontraron el bastón. Lo llevaron como prueba.

-Gracias a tu abuela Carmona -dijo Pedro- era sabia la viejita…

El análisis del bastón dejo en claro que la sangre adherida a la madera pertenecía a Lidia Segovia.

De nada sirvieron los planteos de la defensa diciendo que Sabrina Martínez era una enferma psiquiátrica y debía ser internada, los estudios que se le realizaron dieron por el suelo con los argumentos de su abogado.

El juez la condenó a veinte años en el Complejo Penitenciario Federal IV de Mujeres.

Mientras Lidia descansa en paz, Sabrina Martínez deberá compartir su mal carácter con sus compañeras de cárcel, seguramente, allí, tendrá que aprender a respetar.

 

 

 

 

 

 


 

lunes, 3 de marzo de 2025

Los hermanos.


 

La cara del hombre demostraba preocupación, Garmendia lo observaba sin entender el motivo de su presencia frente a él.

-Señor Sánchez, no me está explicando el porqué de su presencia o yo no lo entiendo….

-Mi Hermano Guillermo, falleció hace pocas semanas, dijeron que fue un paro cardiaco, pero yo creo que fue asesinado.

Con calma Pedro preguntó:

-¿Qué lo lleva a pensar eso?

-El nunca sufrió del corazón, pero desde hace unas semanas tenía malestar de estómago, todo le caía mal, estaba de mal humor y parecía desconfiar de todo lo que sucedía en la fábrica.

-¿Ustedes trabajaban juntos?

Sánchez asintió con la cabeza.

-¿A qué se dedican?

-Ropa deportiva, tenemos un local de ventas sobre Cabildo, vendemos buena calidad y la clientela nos acompaña desde hace años, no tenemos problemas para que él estuviera preocupado, pero algo le sucedía y a pesar de que le pregunté varias veces, me respondía que eran ideas mías…

Sánchez se encogió de hombros y quedó en silencio.

-Vamos al grano -dijo Garmendia- ¿usted que sospecha?

-¡Que lo estaban drogando o envenenando!

-¿No hubo autopsia?

-No, la esposa no lo permitió y dudo de ella.

Garmendia se puso de pie y dijo:

-Vaya tranquilo señor Sánchez, vamos a investigar…

La investigación comenzó por la esposa. La visitaron en su casa, una mucama muy amable los hizo pasar.

Cecilia Maldonado, era una mujer joven, tal vez demasiado para los cincuenta y tantos de su difunto marido. Se mostró serena ante las preguntas. Le comentaron las dudas del cuñado sobre la muerte y preguntaron por su negación a la autopsia. Dijo que el médico que lo atendió no lo creyó necesario, pero si un juez lo pedía, ella accedería sin problemas.

Carmona preguntó:

-¿Usted cree que alguien pudo causar de alguna manera la muerte de su esposo?

Quedó en silencio, dudaba en responder.

-¿Por qué, era una buena persona, no tenía problemas con sus empleados…sus amigos lo respetaban, era un hombre fiel, nunca me engaño ni yo lo hice?

-¿Y con su hermano, cómo era la relación? -la pregunta de Garmendia quedó en el aire, ella nuevamente pareció dudar.

-Creo que era buena -miró a Garmendia a los ojos y dijo- ellos se llevaban bien, solo que Juan,  no me quiere y no me pregunte el motivo... no lo sé…

Siguieron investigando con los amigos y llegaron a los proveedores, todos coincidían con la declaración de la esposa; “Guillermo Sánchez fue una excelente persona.”

Días después una llamada del médico forense dejo a Garmendia sin palabras, escuchaba el mensaje en silencio, miraba la pared con la vista perdida entre el color envejecido y las manchas de humedad.

-¿Qué sucede? – pregunto Carmona.

-Complicaciones – y no dijo más nada. Carmona que conocía el carácter difícil de Pedro, no preguntó más.

Horas más tarde llegó el informe de los forenses y al leerlos Carmona comprendió y entendió a su compañero.

 

Acompañado por Carmona, Pedro entró en el edificio de la empresa de ropa deportiva, un joven secretario los condujo hasta la oficina del jefe. La sorpresa se dibujo en la cara de Sánchez.

-Señores no los esperaba, tomen asiento, ¿tienen novedades?

-No, tenemos preguntas… ¿cómo era su relación con su hermano?

Sánchez arqueó las cejas, pensó unos segundos antes de responder.

-Muy buena, estábamos de acuerdo en todo, compras, ventas, personal, hasta estábamos estudiando ampliar nuestro negocio y abrir algunos locales en la costa, ahora todo eso quedó en la nada… mi hermano por consejo de su esposa había contraído deudas que nos han frenado por el momento…veremos qué pasa más adelante.

Garmendia que lo escuchaba con cara de piedra, preguntó:

-¿Cuál podría ser el impedimento, su cuñada?

Lo vieron dudar, movió la cabeza y dijo;

-Puede ser, las deudas pueden hacernos perder nuestra empresa, es demasiado joven y no entiende de negocios, posiblemente este no sea el momento de hablar con ella de ese tema, hay que dejarla que viva su luto, su dolor.

-¿Cómo se relacionaba con su hermano para llevar adelante la empresa?

-Nuestra relación era muy buena, varios días por semana nos reuníamos acá mismo a conversar.

Garmendia escuchaba atento a cada palabra y su modulación. Carmona se puso de pie y recorrió la oficina, se acercó al secretario y le pidió un vaso de agua, el joven fue a la parte de atrás del escritorio, Carmona lo siguió, entraron a una pequeña cocina, del refrigerador le sirvió un vaso con agua, el detective observaba cada detalle.

-Bonita cocina, no falta nada – dijo Carmona.

-El señor Sánchez es muy puntilloso, quiere que todo brille.

-¿El hermano era igual?

El secretario sonrió.

-Guillermo era más sencillo, él nunca entraba, me pedía que le comprara una hamburguesa o se iba a comer con su esposa al bar de la esquina.

Salieron de la oficina rumbo a tribunales.

En una hora regresaron con personal de la policía científica. Sánchez sorprendido les preguntó: ¿qué pretendían hacer? Le mostraron la orden del juez para analizar cada detalle y nada dijo.

Luego de revisar todos los rincones y llevarse frascos de la heladera y la mesada, la investigación dio un resultado nulo.

Al día siguiente fueron al hogar de Guillermo Sánchez, los atendió la mucama que los recibió sorprendida al ver a tanto personal de la P. científica. Repitieron lo mismo que en las oficinas, se llevaron al laboratorio utensilios del baño y la cocina. La esposa al verlos llevarse las cremas de afeitar, el talco y desodorante, les dijo que estaban locos que estaban realizando un abuso, la mucama, escondida tras la puerta, observaba cada movimiento de los policías, con el mismo desconcierto que la señora Maldonado.

Luego del informe del forense, Garmendia dirigió la investigación en manos de la policía científica y no se equivocó.

Guillermo Sánchez fue envenenado de una forma muy sutil y segura, los forenses encontraron que desde hacía semanas su cuerpo recibía pequeñas dosis de veneno que fue debilitando su organismo, en especial su corazón. En el dentífrico, en la espuma de afeitar, habían agregado un potente veneno, utilizando una jeringa, esa gota, diariamente lo fue consumiendo.

La esposa fue detenida y ante las acusaciones juro que nada tenía que ver en la muerte de su esposo, no le creyeron, pero, para sorpresa de los detectives, algo sucedió.

Garmendia visitó la empresa de los Sánchez y vio salir de la oficina a una mujer que le resultó conocida, Juan la despidió muy amablemente con un beso en la mejilla, algo había en ella que lo inquietó.

Ella subió a un Remis que la esperaba y Pedro fue tras ella en su coche, la mujer bajó en la casa de Guillermo y allí recordó el detective quién era; la mucama que lo recibía en sus visitas a la casa. La investigaron y resultó ser Juana Molinari, una personita con serios antecedentes. Preguntaron a Cecilia quién se la había recomendado y no fue sorpresa saber que había sido Juan.  La trama se iba aclarando.

Juana Molinari fue citada a declarar, luego de muchas vueltas dijo que Juan Sánchez le ofreció una abultada cantidad de dinero para encargarse de colocar lo que ella pensó era droga y accedió sin saber que era mortal, creyó que el hermano de Guillermo solo quería drogarlo para tenerlo dominado.

Cecilia Maldonado quedó libre y Juan Sánchez fue detenido. Declaró que no aceptaba que Cecilia fuera parte de la empresa

he interviniera en las decisiones.

En un momento perdió su aparente tranquilidad y comenzó a subir la voz, exclamando:

-¡¡Mi hermano era un pelele que consultaba todo con ella!! Yo no podía seguir viviendo así, Cecilia opinaba en todo y me contradecía ante cada uno de mis propuestas.

-Calma Juan -dijo Carmona- por qué no habló con su hermano, ¿por qué matarlo?

Debieron sujetarlo, estaba fuera de sí, entre dos agentes lo obligaron a sentarse nuevamente.

-¡¡Nosotros hicimos esa empresa, ella no tenia ningún derecho de opinar, estaba loca!! Mi hermano se había metido en deudas grandes por las ideas de su mujer…

Viendo que no lograban serenarlo, decidieron no hacer mas preguntas, los miraba con los ojos muy abiertos, lo dejaron solo en la sala de interrogatorio.

Cuando llegaron a buscarlo para llevarlo ante el juez, aparentaba estar sereno.

No duró mucho esa paz, al salir, rodeado por cuatro oficiales, gritaba enfurecido mientras lo conducían esposado rumbo a Tribunales.

Garmendia y Carmona quedaron en el pasillo mirándolo.

-¡Está loco! -dijo Carmona- No parece la misma persona que conocimos en su oficina.

-El odio lo trastornó, más el miedo de perder su empresa hicieron el resto, pobre tipo, tenía tanto y no tiene nada -dijo Garmendia mientras observaba que subía al coche policial entre lágrimas y gritos.

Cecilia Maldonado quedó a cargo de la empresa y las presuntas grandes deudas de las que había hablado Juan, se comprobó; nunca existieron.

 

 

 

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Garmendia en crisis.


 

Los recuerdos del mal momento vivido bullían en la cabeza de Garmendia, Carmona lo miraba en silencio.

---Es tu palabra contra la palabra de la madre del Rusito —dijo el jefe Mendieta.

—Te juro que tenia un arma en la mano y me apuntó y disparó, pero la bala no salió, disparé porque era mi vida o la de él…

—¿Dónde está el arma del pibe?

—¡¡No lo sé!!

Los nervios de Garmendia lo hacían tartamudear, Mendieta preguntó:

—¡Están seguros que el arma no estaba en la casa?

—Únicamente que la madre fuera bruja —dijo Carmona— y la hiciera desaparecer en el aire.

—Yo no tenía el arma en la mano, fue el pibe quien sacó el revolver y me apuntó, en ese momento entró la madre, la seguía un chico de unos seis años - Garmendia permaneció en silencio, recordando, de pronto exclamó— y cuando me disparo, la bala no salió, ahí saqué mi arma y disparé, el Rusito no llegó a disparar por segunda vez.

Carmona dijo:

—Yo no vi ningún pibe pequeño, estaba cuidando la puerta de atrás, entre al oír el disparo y encontré al Rusito en el suelo y junto a él a la madre gritando.

Mendieta chasqueo los dedos y exclamó:

—Seguro el chiquito se llevó el arma y escapó.

 

Mendieta se acercó a Pedro y le dijo:

—Lo siento, pero te debo retirar arma y la credencial… quedas fuera de servicio hasta que se aclare el caso.

Sin palabras Garmendia las entregó.

La fiscal Savita visitó a la familia del Rusito, la madre clamaba justicia, abrazada a su hijo menor, hablaba y lloraba.

—Mi hijo era un chico como todos los adolescentes, si disparó contra el vecino es porque el tipo lo insultaba cada vez que pasaba por la puerta, no tenía intenciones de matarlo, solo quería asustarlo.

—La comprendo señora, pero por eso no debía matarlo, el detective Garmendia vino a detenerlo y él lo amenazo con un arma…

—¡Mentiras! ¿Dónde está el arma?

Savita miró al pequeño, que bajó la cabeza llorando, se acercó a él y suavemente le preguntó:

—¿Vos viste cuando tu hermano le disparó al policía?

La madre furiosa grito:

—No lo meta en esto, es una criatura.

—Si es una criatura, pero estuvo presente y vio todo lo que sucedió.

—No recuerdo nada…—el pequeño no dejaba de llorar.

—Podríamos ayudarlo a recordar con la cámara Gesell.

Los ojos del pequeño se abrieron y el miedo se dibujó en ellos.

—Yo no quiero ir a ningún lado —dijo abrazándose a su madre.

—¿Qué es eso? — preguntó la mujer.

—Es una habitación cerrada donde varios médicos especialistas y psicólogos le harán preguntas y si él dice la verdad, seguramente el detective tendrá que ir preso.

Las últimas palabras le dibujaron una sonrisa a la madre.

 

El pequeño al verse rodeado de una psicóloga y un médico se largó a llorar, no podía hablar. La fiscal pidió que lo sacaran y lo llevó a su oficina.

Lo sentó en un sillón y ella se quedó a su lado.

—Tranquilo, ya viene tu mamá ¿Queres una coca y solo tengo galletitas oreo, te gustan?

El chico más tranquilo aceptó la coca y las galletitas. Mientras comía, la fiscal le preguntó por qué se había asustado con los médicos.

—Me dieron miedo.

—¿Miedo por qué?

—Mi hermano estuvo preso varias veces y creí que me iban a dejar adentro como a él…

—Rusito fue preso con motivos, robo muchas veces, vos no hiciste nada malo.

La miró a los ojos y de pronto se largó a llorar, no había forma de calmarlo, la fiscal lo abrazo y ante semejante descarga de angustia no sabía qué hacer para tranquilizarlo.

De pronto el chico dijo:

—Yo escondí el arma, mi mamá me dijo que no tengo que decirlo, pero tengo miedo, no quiero ir preso ni que me encierren como lo encerraron a mi hermano cuando era como yo.

—¿Por qué encerraron a tu hermano?

—Mi hermano me contó que mi mamá lo mandaba a robar, los vecinos lo conocían y lo denunciaron varias veces, hasta que por culpa de una asistente social lo encerraron en un lugar donde había chicos como él.

La fiscal contenía las lágrimas al ver la angustia del pequeño, cuando llegó la madre se abrazó a ella con desesperación.

El juez ordenó que la madre recibiera asistencia psicológica y que una asistente social visitara a la familia semanalmente.

Garmendia regresó a su puesto, pero debió pedir vacaciones forzadas y terapia, la cara desesperada del Rusito no lo dejaba dormir, a veces cumplir con el deber deja huellas imborrables, él sabía que esa muerte sería una cicatriz que nunca iba a sanar…