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miércoles, 23 de octubre de 2024

El crimen del cura.


 

Carmona entró al bar en el que Garmendia saboreaba una cervecita bien helada. Llegó empapado, la lluvia de aquel sábado le había calado hasta los huesos.

-¿De dónde venís? -pregunto Pedro mirando los zapatos embarrados de su ayudante.

-De la villa, mataron al Padre Ramón, le metieron dos puñaladas y lo dejaron tirado en el patio de atrás de la capilla- se quitó el impermeable, lo colgó del perchero y tomó asiento, pidió un café y dijo:

- La gente dice que fueron los transas, pero esas puñaladas no son el estilo de esos muchachos, usaron un cuchillo de tumberos…el jefe dice que vayamos a investigar.

Pedro se reacomodo inquieto en la silla, conocía al transa de la villa, no le gustaba, era el jefe de los soldaditos que iban y venían en sus motos haciendo el delivery de droga,  un mocoso de unos veintitantos años, prepotente hasta con sus amigos y demasiado sanguinario, todos le temían, se llamaba Salvador Aquiles y según se presumía, era hijo de un pez gordo de la política,  llevaba el apellido de la madre, así que no se conocía a ciencia cierta quién era el padre, pero, que estaba protegido; ¡¡Lo estaba!!

-Apura el café y vamos a ver que pasó…

Llegaron a la capilla y la gente arremolinada en la puerta los miró con desconfianza, al ver que los dejaron pasar, intentaron acercarse a preguntar, el personal policial los alejó.

El padre Ramón era muy querido, vivía en la villa y conocía todas las necesidades de la gente, ayudaba, aconsejaba y estaba presente en cada casa cuando era necesario. Desde que había llegado ocho años atrás, hubo un cambio, las peleas a balazos disminuyeron y hasta los transas calmaron sus escándalos, pero las relaciones entre ellos y el cura eran lejanas, no se aceptaban, el cura los respetaba, siempre y cuando no se metieran con la gente trabajadora del lugar. Era fuera de la villa donde se vendía la droga, la clientela figuraba más allá del asfalto.

Según contaron los policías presentes, la tarde anterior, la gente de la pastoral, había tenido reunión como todos los viernes, al largarse la lluvia se retiraron a sus casas. A la mañana llegaron dos mujeres que daban catequesis y encontraron al padre tirado en la parte de atrás de la capilla, boca abajo y con restos de sangre que había lavado la lluvia.

Luego de preguntar a los amigos del padre Ramón, no quedaban dudas, las relaciones entre los transas del barrio y el cura era complicadas.

Sin embargo y según Garmendia resultaba demasiado fácil culpar al capo de la droga, era un joven inteligente y sabía de sobra que no debía meterse con el sacerdote, le gente del barrio lo quería y sentía  devoción por el cura, armándose de coraje fue a visitar a Salvador.

Aquiles vivía frente a la villa en una antigua casa que había pertenecido a la familia de su madre, fue ella quien abrió la puerta y los hizo pasar a la oficina del muchacho, ya estaba enterado de la muerte del padre Ramón y al preguntarle Garmendia cuál era su relación con el cura, respondió:

-No he tenido problemas con el curita, varias veces vino a visitarme y convinimos que la droga no se debía vender en la villa, que mis muchachos no jugarían con armas de fuego, como hacían antes, era cosa de pibes tirar al aire, les gustaba asustar a los vecinos, cosa que ya no hacen.

- ¿Por qué será que los habitantes de la villa te señalan como asesino del cura? -preguntó Garmendia y notó asombro en los ojos de Salvador.

- ¡Pregúnteles a ellos! -respondió con rabia- yo cuido a la gente del barrio, los transas de otro lugar acá no entran, ni transas ni chorros…

-Está bien Salvador, si encuentro algo nuevo volveré a visitarte -dijo Pedro y lo miraba a los ojos intentando descubrir en ellos algún dejo de temor, que no lo encontró.

-Haga lo que quiera -le dijo el transa- pero cuanto más lejos lo vea,  mejor…

Nadie los acompañó hasta la puerta, salieron a la calle, subieron al coche seguidos por la mirada curiosa de los vecinos.

 

Luego del entierro, Carmona venia manejando el coche de Garmendia y le preguntó:

-¿Algo te llamó la atención?

Garmendia negó con la cabeza.

-A mí sí, varias chicas jovencitas y embarazadas en el cementerio y por la forma que lloraban parecía que se les había muerto un familiar, tenemos que hablar con la sacristana, pero hoy, dejemos descansar a todos, mañana vamos hasta la capilla.

A la tarde siguiente, se acercaron buscando a la sacristana. La señora Araceli era una santiagueña simpática y amable, vivía al lado de la capilla, los recibió con café a los investigadores y ante la pregunta de quienes eran las chicas embarazadas, dio una respuesta que los asombró.

“Son las chicas del hogar MaminaS, allí se recibe a las pibas  embarazadas, que la vida se les complica, las echan los padres o los novios las abandonan.”

-¿Cómo funciona eso?- preguntó Garmendia.

-Es una historia que comenzó hace pocos años, el padre estaba levantando una escuelita para jardín de infantes y guardería cuando comenzó el covid, el barrio se revolucionó, había muchos viejitos solos que no podían seguir en esa situación y lo que iba  a ser una guardería. termino siendo guardería de abuelos -Araceli hablaba y acompañaba sus palabras con el movimiento de sus manos -el padre Ramón y otros curitas se encargaban de cocinar y cuidar a los viejos, yo era una de las que estaba sola… – Araceli volvió a servir café y Garmendia la escuchaba interesado, mientras Carmona daba vueltas por la cocina buscando algo para comer–y comenzaron a conocerse casos en el barrio, de chicas, que por estar embarazadas no tenían dónde ir, una que el novio no quería al hijo, otra que los padres la echaron de la casa por ser una vergüenza y así fue creciendo el hogarcito entre los viejos y chicas abandonadas.

-¿Dónde está el hogarcito?

-Atrás de la capilla, cruzamos el patio y lo encontramos, termine el café que los acompaño.

El hogar era un amplio salón rodeado de cuartos, las abuelas, sólo quedaban dos, vivían en el último y su ventanal daba al patio de atrás de la capilla.

Carmona quedó haciendo preguntas a las chicas, tratando de investigar y Garmendia fue al cuarto de las dos abuelas, una de ellas tejía, mientras la otra se hallaba sentada en un sillón frente al ventanal. La tejedora, se llamaba Celina, era rosarina y le contó su vida al inspector, la otra no hablaba, ni prestaba atención a Garmendia.

-¿Qué le pasa a la señora que no habla, ni me mira?- preguntó Pedro a Celina.

-Tiene demencia senil y pasa horas en silencio, otras veces habla de cosas viejas como si hubieran ocurrido recién, es buenita, se llama Trini…sufrió mucho con la muerte del curita Ramón, ella lo consideraba su hijo y desde entonces sigue allí sentada con la mirada fija en el patio de atrás de la capilla, parece esperar algo...

Nada saco en limpio de la conversación con Celina, ninguna pista que desenredara la telaraña y le permitiera  una idea, al menos, para investigar.

Carmona encontró que una de las chicas, Sandy, le relató algo importante, ella había escapado de la casa que habitaba con su novio, un tal Federico Sartori. Al quedar embarazada, él la obligo a abortar, Sandy se negó y debido a eso, la golpeó, ella asustada se escapó a la casa de una tía, el matón la buscó hasta encontrarla e intento, hacerla cambiar de opinión, Sandy se negó nuevamente a interrumpir su embarazo y Sartori volvió a pegarle, la chica debió ser hospitalizada, allí la conoció el padre Ramón y para evitar que nuevamente la golpeara y sucediera una tragedia la llevó a vivir a MaminaS. Cuando Sandy creía que su vida se encaminaba en paz, apareció de nuevo su ex novio, intentó llevársela por la fuerza, cosa que no logró y furioso, amenazó al cura creyendo que entre él y Sandy había una relación.

Al regresar, Pedro manejaba en silencio, de pronto dijo:

-Estoy seguro que ese tipo es el asesino, pero cómo demostrarlo…

Carmona lo miro y le dijo:

-¿Estás adivinando?

-No, es una idea que me vino de golpe por las actitudes del tipo, es un violento que cuando no consigue lo que quiere emplea la fuerza bruta.

Al investigar a Sartori se llevaron una sorpresa inesperada, había estado preso varios años por un crimen en una pelea callejera, debido a sus arreglos con un juez le redujeron la condena y en pocos años salió libre, era un violento, los datos de su expediente lo confirmaban.

Lo buscaron y lo encontraron. Sartori era dueño de un taller mecánico en San Martín cerca de la estación de trenes, vivía en una pequeña casa en el fondo de su taller. Garmendia y Carmona se presentaron y ante las preguntas de los investigadores se mostró manso como un cordero, aseguró estar arrepentido de su proceder con Sandy y juro que nada tenía que ver con la muerte del padre Ramón y que las amenazas al cura era una invención de su novia, ese día viernes había trabajado en su taller mecánico hasta tarde y su ayudante, dio testimonio confirmando sus palabras.

Todas las hipótesis de Garmendia se vinieron abajo, salieron del taller mecánico apesadumbrados, se estaba haciendo difícil encontrar pistas que los llevaran a una solución. Regresaron a la oficina, pero antes pasaron por el bar del gallego Manuel a ver si con unas cervezas se les pasaba el mal humor, Carmona iba en silencio, cada uno sumido en su bronca y tratando de encontrar la punta de esa madeja de conflictos.

Iban por la segunda cerveza cuando Garmendia dijo mordiendo las palabras:

-No le creo nada a ese tipo Sartori, estoy seguro que fue él…

-Pedro, el ayudante dijo que ese día trabajaron hasta tarde, estás empecinado con el tipo.

-El ayudante puede decir lo que quiera por estar amenazado, no te olvides que es un matón y un cobarde, aparte me hace ruido el que haya estado preso, no te olvides que al cura lo mataron con un arma tumbera.

Recién en la tercera cerveza la cara de Garmendia se iluminó y exclamó:

-Vamos a buscarlo, se me ocurrió algo.

Carmona sin entender que se le había ocurrido a Pedro, lo siguió.

Llegaron al taller y Sartori los miró sorprendido, se hallaba tomando mate con su ayudante, quien al verlos dio un paso atrás, se lo notaba inquieto.

-Acompáñenos -dijo Pedro- es para un control de rutina.

Extrañado y de mala gana, aceptó ir con ellos, no le dijeron a dónde iban, cuando se dio cuenta que enfilaban para la villa, Sartori se removió en el asiento, se lo notaba intranquilo. Bajaron en la puerta de la capilla, al verlos algunos vecinos se acercaron curiosos, Carmona les hizo un gesto para que se alejaran, entraron los tres, Garmendia se adelantó, Carmona empujó al tipo y pasaron a la parte de atrás de la capilla, quedaron de pie en el mismo patio que habían encontrado muerto al cura. Sartori no entendía nada, Carmona le dijo:

-Muévase, camine por el patio que en seguida viene Garmendia.

De pronto unos gritos que ponían los pelos de punta, llegaron de la casa de las abuelas, Garmendia intentaba calmar a Trini que se debatía en sus brazos presa de un ataque de histeria, mientras miraba con terror y señalaba a Sartori que sorprendido y sin entender nada miraba curioso al ventanal.

-Ese hombre malo… pobre mi Ramón…-lloraba y se abrazaba a Garmendia que no sabía cómo calmarla.

La demencia senil de Trini, no era Alzheimer, ella se perdía por momentos, pero recordaba y al ver a Sartori volvió a ver ante sus ojos la escena que había contemplado días atrás desde la ventana de su habitación, ese hombre había matado a su querido Ramón, al que ella creía su hijo.

 

Mientras el coche policial se llevaba esposado a Sartori, Garmendia y Carmona quedaron en la puerta de la capilla con Araceli, fue ella la que preguntó:

-¿Cómo se les ocurrió preparar esa escena para que Trini lo viera a Sartori?

-Fue Celina, la anciana que está con Trini -dijo Garmendia- ella dijo que la enfermedad deTrini no era Alzheimer, que por momentos recordaba, así se me ocurrió traer al posible asesino al mismo lugar donde ella lo había visto matar al cura, Celina dijo que Trini esperaba algo, que no se movía de su sillón, era una posibilidad que fuera Sartori, si la abuela lo reconocía, de alguna forma lo iba a manifestar.

-Fue un riesgo… ¿y si Trini no se daba cuenta? -preguntó Araceli.

-Volveríamos a empezar – respondió Garmendia encogiéndose de hombros.

 

Esta vez los abogados de Sartori nada pudieron hacer para sacarlo libre, el caso le toco a la fiscal Suárez, nada lograron las trampas que tejieron los juristas de la defensa, el juez condenó Sartori a treinta años, al salir su hijo, al que le quiso negar la vida, ya sería un hombre.

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 13 de septiembre de 2024

Laberinto de ambiciones.


 


Los vecinos denunciaron que algo grave estaba sucediendo en la casa de don Camilo, se escuchaban gritos, golpes y una música estridente que intentaba tapar el escándalo.

Cuando llegó la policía, encontraron a don Camilo atado en una silla, cubierto de sangre.

Una ambulancia lo llevó hasta el hospital de la zona. Los médicos hicieron lo posible por salvarlo, fue inútil, horas después el viejo falleció.

Encargaron el caso a Garmendia.

Cuando llegaron a la casa, inspector y ayudante, dieron vueltas por todos los rincones buscando alguna prueba. ¿Quién había golpeado tan salvajemente al anciano? Solo hallaron desorden.

Era una vivienda muy antigua, descuidada, nada de valor podía tener alguien que vivía tan humildemente.

¿Por qué la golpiza entonces?

Encontraron fotos familiares, Camilo con una mujer de su edad y dos jóvenes que se parecían fisicamente al viejo. Mientras daban vueltas por la casa no advirtieron que alguien había entrado. Era una mujer de unos treinta años, muy delgada y pálida que los miraba sin decir palabra.

-Perdón, ¿quién es usted y cómo entró? -dijo Carmona.

-Me llamó Melina -dijo con un hilo de voz- tengo llave, ayudaba en los quehaceres a don Camilo y le hacía la comida.

Garmendia la observaba con atención, parecía un tanto asustada.

-¿Sabe si el anciano tenía enemigos?

-No, era una buena persona- dijo con tristeza.

Melina fue contando que don Camilo era querido y respetado en el barrio, desde que murió la esposa dos años atrás, estaba muy depresivo, casi nunca quería comer a pesar que ella le cocinaba sus comidas preferidas.

Garmendia le enseñó las fotos y preguntó si eran los hijos, la joven asintió, dijo que ella nunca los había visto, que los conocía por las fotos. El viejo nunca hablaba de ellos, a pesar que varias veces le preguntó, siempre respondía; ¡cuanto más lejos mejor! Solo una vez le confió que los hijos querían internarlo en un geriátrico y don Camilo no estaba de acuerdo con ese tema.

 

Inspector y ayudante decidieron buscar a los hijos.

No fue difícil dar con ellos, vivían en un barrio cerrado en el gran Buenos Aires, disfrutaban, al menos por su apariencia y por sus autos de marca, de un buen pasar económico. Los hermanos eran solteros y vivían juntos. La casa era como el barrio en que se hallaban, elegante y lujosa. El mayor, Lucas, de unos cuarenta años era el que llevaba la voz cantante, el otro hijo, Felipe, no hablaba.

Ante las preguntas de Garmendia respondieron que estaban alejados de su padre desde hacía años, discusiones familiares, los distanciaron.

- ¿Qué tipo de discusiones? -pregunto Garmendia.

-Eso a usted no le importa, son temas íntimos de la familia.

-Si me importa -exclamó Garmendia- su padre fue asesinado y yo debo investigar el motivo.

-¡Por favor! ¿Quién va a asesinar a un pobre viejo que no tenía donde caerse muerto?

-Eso nos preguntamos nosotros y eso vamos a averiguar.

Los investigadores se retiraron al ver que los hermanos no aportaban colaboración a sus preguntas.

 

Lucas y Felipe Ferreira eran propietarios de una inmobiliaria de barrio Norte. Garmendia y Carmona los visitaron nuevamente, intentando hablar con ellos, ya que en la visita anterior se mostraron parcos.

Los investigadores se sorprendieron, esos hermanos disfrutaban mostrando su riqueza, el local era ostentoso, diseño de la mejor ciudad europea.

Pero allí no terminó la sorpresa, dos tipos, casi se cruzan con ellos, salieron discutiendo y muy enojados de la inmobiliaria. Subieron a un coche que los esperaba y partieron con prisa.

Garmendia y Carmona entraron al local con una sonrisa, sin embargo, los dos hermanos los miraron oscamente. Ellos mantuvieron su gesto amable.

-Buenos Días -saludo Pedro- me quedaron preguntas en el tintero, a propósitos ¿Quiénes eran los dos que salieron, me resultan conocidos?

-Clientes, buscaban departamentos para alquilar – respondió Lucas secamente.

Felipe observaba en silencio.

Sin que se lo ofrecieran Garmendia tomó asiento, su compañero siguió de pie, sin perder de vista a Felipe mientras fingía estar distraído con los cuadros de los edificios en oferta.

-¿Su padre tenía más propiedades?

-Que yo sepa, no.

-El terreno que esta pegado a la casa, parece una quinta ¿es de su padre?

Felipe se removía en su silla, no sabía dónde poner los ojos.

-Si, se lo alquilaba a un vecino -Pedro notó que Lucas tenía los puños apretados.

-Que raro una quinta en pleno barrio de Caballito…- Pedro mordió las palabras para ver qué efecto causaban en los hermanos. Seguían imperturbables.

-Disculpe inspector, pero tenemos mucho trabajo por delante –dijo Lucas.

-Una última pregunta: ¿su padre tenía enemigos, tal vez deudas de juego o alguna íntima amiga casada, es decir algún esposo celoso?

La carcajada de Lucas se elevó en el local, movió la cabeza y en tono burlón respondió:

-Se ve que no han logrado averiguar nada, ni tienen pruebas del caso y están inventando pavadas, mejor se van… Felipe acompáñalos a la puerta.

Al llegar a la salida Felipe abrió y Garmendia por lo bajo dijo:

-¿Su hermano le tiene prohibido hablar?

Felipe se puso rojo y no respondió.

 

Primera tarea al llegar a la oficina fue investigar a los dos tipos que salieron de la inmobiliaria. Los conocían muy bien. Eran Carboncito y el Cacho, dos mafiosos de poca monta muy conocido en el ambiente policial, ladrones y estafadores; tarea que recayó en Carmona. Pedro se ocupó de los hermanos Ferreira. La publicidad en una carpeta que dormía sobre el escritorio de Lucas, los puso en alerta, sobre el banco con el que trabajaban, Carmona conocía al gerente de una de las sucursales, fue fácil averiguar qué tipo de personas eran los hermanos Ferreira. El informe no se hizo esperar. A partir de 2020, y debido a los problemas que trajo el COVID, varias empresas perdieron capital y clientela, entre ellos la inmobiliaria Ferreira, contrajeron deudas con el banco y con varios prestamistas, su actual situación era; bancarrota.

Al conocer la mala relación de los hijos con el padre, Garmendia sospechó que el tema de la disputa, era la casa del viejo y el terreno lindante, la zona era una tentación para cualquier inversor en edificios de departamentos y si la inmobiliaria estaba  en quiebra... bien podía ofrecerlo a una empresa constructora y de ahí lograrían salir de la situación en rojo que estaban.

Garmendia se acercó al vecino que alquilaba el terreno de don Camilo. El hombre habló con respeto del viejo, no lograba entender quién podía haberlo golpeado tan salvajemente. Se conocían desde hacía años, nunca había existido discusiones entre ellos, Camilo solía acompañarlo en las tardes a regar o cosechar verduras, era un entretenimiento del que disfrutaba, a veces le había confiado que los hijos le pedían la casa y el terreno, no le decían cuál era el fin que perseguían, pero el viejo desconfiaba de ellos y cada vez que salían con ese tema los echaba de la casa.

El caso se iba cerrando. Garmendia sospechaba que Lucas y Felipe algo tenían que ver con la muerte de don Camilo, ahora había que probarlo.

Carmona buscó un pretexto para llevar presos a Carboncito y al Cacho, averiguación de antecedentes, alguien los había visto merodear  la casa de don Camilo. Juraron que no tenían nada que ver. Sus celulares deschavaron varias llamadas a la inmobiliaria Ferreira. Los hicieron declarar por separados y las respuestas fueron diferentes, uno dijo que llamaban para alquilar y otro que les ofrecieron trabajo en la inmobiliaria, se enredaron en sus mentiras, juraron no conocer al viejo y que no sabían dónde estaba la casa.

Garmendia le presentó a Melina fotos de los dos mafiosos, al reconocer a Carboncito como el gasista que vino a arreglar la caldera, que no pudo solucionar el problema, prometió volver y nunca regresó. Con ese as en la manga, las palabras de Carboncito se desvirtuaron. Si, conocía a don Camilo y si, había estado en la casa, seguramente para estudiar el ambiente.

Al ver que no tenían escapatoria. Carboncito declaró que los habían contratado para darle un susto al viejo, pero se les fue la mano y Camilo no aguanto la paliza.

-¿Cuál era la idea de golpearlo?

-Que se asustara y por miedo a que el asalto se repitiera, aceptara la propuesta de los hijos de irse a un geriátrico…le pedíamos las joyas y el viejo juraba que no tenía joyas, ni nada de valor en la casa.

Los hijos  ya tenían organizada una sociedad con una empresa  encargada en la construcción de  edificios.

-¿Por qué lo golpearon tanto? -Garmendia preguntó con rabia.

-Estábamos pasados de rosca, cuando nos dimos cuenta escapamos y los desgraciados no nos quisieron pagar, dijeron que los habíamos metido en un lio, en un lio estamos nosotros ¿quién nos salva de los grillos…?

-Quédate tranquilo Carboncito -dijo Carmona- los vas a tener de compañeros, ningún juez los va a dejar afuera de la cárcel.

Así terminó la historia, de los hermanos Ferreira. Carboncito y Cacho presos, don Camilo bajo tierra y los parientes del viejo peleando para ver quién hereda la casa y el terreno.

Cosas de la miseria humana.

 

 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Garmendia entre la fiscal y Luciana.


 

 


 

 

Justo ahora que su vida parecía encaminarse hacia una nueva ilusión amorosa, y que Garmendia sentía de nuevo latir su corazón ante la presencia de la fiscal Suarez, es decir Ema Suarez, para él había dejado de ser la fiscal, aparece  un problema que creía olvidado.

La relación con Ema fue naciendo lenta, algunos encuentros, cenas, teatros, hasta que fue ella la que lo invitó a quedarse en su departamento después de una salida.

El inspector comprendió que algo nuevo le alegraba la vida, en cada nuevo encuentro la descubría, dulce, apasionada, pura ternura y pasión.

Pero no todo puede ser perfecto, cuando mejor estaba la relación, apareció Luciana.

¡Bendita mujer—dijo Garmendia— años  sin saber de ella y aparece como si nada!

Luciana  entró a su oficina, sonriente como si se hubieran visto el día anterior. Pedro no habló, la miró serio, con gesto de fastidio.

—Hola Pedro, tanto tiempo sin vernos, estás más joven… ¿adelgazaste?

Garmendia no respondió, la sorpresa lo había dejado mudo. En un instante cruzó por su memoria su vida al lado de Luciana, la había amado hasta la locura, pero ella había desaparecido de su vida dejando su corazón roto y su departamento vacio. Era una punga profesional. Desde ese día la buscó por cielo y tierra, no solo no la encontró, sino que nadie supo darle noticias de su paradero. Ahora se presentaba como si nada… ¿qué se traía entre manos?

—Vaya sorpresa… —no logró articular más  palabras. Quedó en silencio esperando que ella hablara. Los años habían madurado su belleza y no pudo evitar la emoción de verla.

—Necesito que me ayudes, Hay un tío de la banda de la marquesa que me busca y quiere pasarme al otro mundo.

(La marquesa era el sobrenombre de  la jefa de unos niños bien, metidos a ladrones de alto vuelo)

—¿Por qué yo? Tu familia está  metida en el ambiente,  que ellos te protejan, tus problemas no son míos.

—Nadie me quiere ayudar, salir del país no puedo, porque no tengo un mango, me vigilan noche y día, estoy aterrorizada, por lo que fue nuestro amor te lo pido; ayúdame.

La risa de Garmendia fue una carcajada parecida a un llanto, la rabia y el recuerdo de la traición de Luciana  todavía le amargaba la existencia cada vez que lo recordaba.

—¿Qué le hiciste al tipo para que quiera sacarte de circulación…?

Ella inclinó la cabeza y después de dar un rodeo de palabras sin sentido, dijo:

—Le afané la guita de la caja fuerte, eran muchos dólares —dudo en seguir hablando— 100.000 dólares.

Garmendia chasqueo la lengua y revoleo los ojos.

—Nena te pasaste. ¿No sabías con quién te estabas metiendo…? Son niños bien y están conectados  con gente grosa, desde ministros a transas y ahora querés que  te salve, regresale la guita.

—No puedo, la saqué del país.

Garmendia levantó los brazos en un gesto de fastidio.

—Luciana no sé que puedo hacer para ayudarte.

—Pagarme un pasaje a Panamá.

Lo dijo tranquilamente, sin pestañear siquiera. Nuevamente Garmendia se largo a reír, la tomó por los hombros, la hizo girar y suavemente la fue empujando hasta la puerta.

—¡Chau Luciana!

Y cerró dando un portazo.

 

Esa noche mientras cenaba con Ema le contó la historia de su vida con la punguista y el tema actual del robo.

—No sé qué puedo hacer —dijo Pedro.

—¿Tanto te interesa?—en los ojos de la fiscal brilló la lucecita de los celos.

—No, ella ya no representa nada, sólo me da lástima, interesarme, digamos interesarme, solo me interesa una fiscal…—lo dijo sonriente.

Emma bebió su vino para ocultar su emoción y le dijo:

—Voy a consultar, tengo contactos dentro de los que rodean a la marquesa.

Pasados unos días, Ema se comunicó con Pedro, el mensaje fue escueto, pero firme. “El tipo está furioso, le robó aparte de los dólares, las joyas que guardaba en la caja fuerte, la tal Luciana es una artista para el robo y abrir cerraduras de seguridad…solo hay un detalle que agregaron,  dijeron, que si se une a la banda, va a poder descontar su deuda de los robos que haga, necesitan una artista en el arte de abrir cerraduras computarizadas.”

Garmendia quedó mudo. ¿Quién es el amigo de Ema que puede decidir de esa forma, quién entra o sale de la banda?

La duda le retorcía el estómago y los celos, está vez, le tocaban a él.

Garmendia se encontró  con Luciana en el bar en que se habían conocido, ella puso el grito en el cielo, al conocer las condiciones de los mafiosos, volvió a insistir con el dinero para el pasaje a Panamá.

—¿En serio me pedís ese dinero…? No lo tengo y si lo tuviera no te lo daría.

Se levantó para irse y la escuchó decir.

—Al menos por el amor que nos tuvimos, ayúdame…

Pedro se volvió, la miró a los ojos y mordiendo las palabras respondió:

—¿Qué amor me tuviste? Me robaste hasta las sábanas entre vos y tu familia, dejaron el departamento casi desnudo, vos no querés a nadie, no digas pavadas.

Salió del bar con la cara roja por la indignación.

 

Esa noche al encontrarse con Ema, no pudo evitar la pregunta que lo carcomía desde unos días atrás.

—¿A quién conoces de los que rodean a la marquesa?

Ema no respondió, siguió maquillándose, esa noche estaban invitados a la fiesta del Círculo policial.

—Te hice una pregunta —dijo Pedro.

—Tal vez no te lo puedo decir, hay secretos que una fiscal debe guardarse.

Se acercó y le rodeó el cuello con sus brazos, mientras sonreía pícaramente, la cara de Pedro era una mezcla de tristeza y rabia, lo besó y el enojo se fue perdiendo.

—Confía en mí, ya te lo voy a decir otro día.

Salieron, Garmendia no podía ocultar los celos y la curiosidad, pero no volvió a preguntar.

Luciana desapareció del mapa, como en el pasado nadie supo darle información sobre ella. Garmendia pensó que seguramente había salido del país, como era su intención.

 

Meses después, mientras cenaban, fue Ema quien le dijo que Luciana se casaba ese sábado con el hermano de la marquesa.

—¡Se casa! —Pedro sonreía feliz— ¿Cómo arregló su problema con  el mafioso?

—Luciana es un personaje de novela, volvió con Sardou, el dueño de los dólares y las joyas, le lloró, le pidió perdón y le dijo que fueron su padre y hermano los que la obligaron a semejante trampa — Ema sirvió una copa de vino y se la entregó a Pedro—brindemos por la mentirosa mayor que he conocido.

Brindaron y Ema aclaró su voz y dijo:

—Soy fiscal desde hace años, pero conozco a la marquesa desde mucho antes, desde la escuela primaria, ella y su gente son  ladrones, no asesinos, ni transas, nos respetamos mutuamente.

—Cómo podes respetar a ladrones…

—Son niños bien, ladrones de alta escuela, no roban al pobre tipo que labura, roban dónde saben que hay trenzas oscuras entre empresas.

—Me vas a decir que son estilo Robín Hood.

—¡Digamos que si!

—No lo puedo creer ¿y te parece bien?

—Soy fiscal, indago, investigo y el Juez juzga.

Garmendia quedó pensando, pronto olvido el tema al ver la sonrisa provocadora de Ema.

 

 

 

 

martes, 6 de agosto de 2024

HUESOS.


 

 

Garmendia y Carmona miraban atentos al hombre que decía llamarse Luciano Paredes y que frente a ellos hablaba de manera entrecortada, quería explicar algo y se confundía con las palabras.

—A ver —dijo Garmendia— usted me quiere decir que cavando la tierra de su parque encontró huesos humanos y que tiene miedo  de seguir viviendo allí… ¿es así?

—Sí, mi esposa y mis hijos se fueron a la casa de mi madre y yo debo estar sugestionado porque escucho ruidos por la noche.

—¿Cuándo descubrió los huesos?

—Hace una semana.

—¡¿Y recién ahora hace la denuncia…?!

—Es que tenía miedo de verme complicado en algo turbio.

 

En pocas horas la casa de Luciano Paredes  estaba invadida por el forense, la policía científica y personal policial.

 

Al día siguiente, Carmona investigaba  a Paredes, que resultó ser empleado del congreso y que hacía tres años había comprado la casa a muy buen precio,  sin imaginar el problema que iba a encontrar.

Los patólogos luego varios días entregaron un informe que decía que los huesos pertenecían a un hombre joven, llevaba enterrado unos ocho o diez años y  faltaba identificar  quién era.

Encontraron por los datos de la compra y venta de la vivienda, que el anterior dueño, era un Ingeniero  civil, llamado Jorge Molinari Fuentes, soltero y que en la actualidad tendría unos cincuenta años. Carmona quedó encargado de ubicarlo.

Garmendia buscó entre los desaparecidos de diez años atrás.

Por el tiempo pasado y con la edad del joven, encontró  varios posibles casos a los que se dedicó a investigar. Cuando  el desanimo lo rondaba, le llegó un informe del forense, que decía a quién habían pertenecido los restos encontrados.

Eugenio La Coste así se llamaba el joven, había trabajado en la cocina de un  restaurante, era soltero y vivía en una pensión del barrio de Mataderos.

Fue Garmendia quien se dedicó a buscar pistas sobre La Coste. Los inquilinos de la pensión no lo conocían, en los años que llevaba desaparecido los habitantes se fueron renovando, duraban apenas meses o pocos años. El único que supo dar un informe fue el encargado.

“Lo recuerdo —dijo el hombre— era un muchacho muy amable y educado, no daba problemas, llegaba de trabajar, y se iba a dormir, los  feriados, se empilchaba y se iba todo el día, no traía mala junta ni metía mujeres en su pieza, no  le conoci amigos.” Garmendia salió decepcionado, no encontró ninguna pista, que llevara a conocer más del joven La Coste.

El que trajo mejores referencias fue Carmona, el ingeniero resultó ser un turbio personaje con malas compañías y conocedor del peor mundillo de la ciudad, sus compañeros de trabajo dejaron claramente asentado que lo habían expulsado de una compañía de aviación por su conducta, alcoholismo y drogas, que fueron el principal fue motivo de su separación de la firma, se irritaba ante cualquier palabra que no le gustara. Fue uno de sus ex compañeros quien le dio al inspector su actual dirección.

Lo encontraron sin problemas, dijo desconocer a Eugenio La Coste y no saber quién era y por qué estaba enterrado en el parque de la que fue su casa.

Carmona tuvo la buena idea de preguntarle a Luciano Paredes si al llegar por primera vez a la vivienda, encontró algo que olvidaron los antiguos dueños y que llamara su atención, por ejemplo; ropa, papeles, fotos, esas cosas que se suelen quedar de las mudanzas. La idea de Carmona dio resultado. En un cuartito  donde se guardaban herramientas, Paredes había encontrado una caja con esos detalles, por suerte todavía estaba donde la había olvidado Molinari Fuentes. Había  papeles sin importancia y fotos, esas sí que eran significativas. La Coste y Molinari Fuentes abrazados como dos tortolitos en casi todas las imágenes, para mayor seguridad, fue el encargado de la pensión quién reconoció al joven.

Ante tal evidencia el aviador no pudo negar su intima amistad con Eugenio. Fue detenido y en un principio no quiso declarar, hasta que al final, viendo el peligro en el que estaba, habló:

“Fuimos  novios durante dos años, en el último tiempo Eugenio me cansaba, estaba enfermo de celos, llenaba la casa con sus fotos, en la cocina, en el dormitorio, era su idea para marcar territorio, el día que quiso poner una foto en el baño, me cansé y le dije que  se fuera, él se alteró, comenzó a golpear los muebles, estaba rojo de ira, sus celos habían explotado de una forma que lo desconocí, el odio le salía por los ojos…—Molinari quedó en silencio, luego prosiguió…— intentó golpearme y allí lo tomé por los hombros y lo tiré contra la puerta, con tal mala suerte, que cayó mal, su cabeza golpeó contra el filo del marco y a partir de ahí.... no reaccionó.

Molinari Fuentes se puso a llorar, se cubrió la cara con las manos y gemía como un niño. Garmendia y Carmona quedaron en silencio, no sabían si el llanto era real o puro teatro, recién cuando notaron que el acusado se veía tranquilo, prosiguieron con las preguntas.

—¿No pudo reanimarlo o qué sucedió?

—Cómo no se movía me acerqué, estaba lívido, no tenía signos vitales, le hice respiración boca a boca y nada, estaba muerto, en ese momento pensé que con el historial de violencia que dejé en mi trabajo, mi alcoholismo y mi problema con las drogas no me iban a creer que fue un accidente, así que como ya atardecía, espere que oscureciera y comencé a cavar…

—¿Por qué esperó a que oscureciera?

—Por los vecinos del edificio de al lado, así no me verían.

—Hice un pozo,  envolví a Eugenio con un cubrecamas viejo y lo enterré, al día siguiente, sembré semillas sobre la sepultura y de a poco las plantas crecieron y en un año se formó un matorral de margaritas —Miró a Garmendia como esperando su palabra y ante el silencio, siguió— viví en esa casa unos años, pero no aguantaba ver las flores, eran la prueba de la presencia de Eugenio en ese pozo… —nuevamente se largó a llorar, y apretando los puños, exclamó— ¡¡Ese estúpido que hizo el pozo!! ¿Por qué…?

El inspector y Carmona se miraron y no respondieron.

Molinari Fuentes quedó detenido y a la orden de un juez.

 

Luciano Paredes puso en venta la casa y se fue a vivir con su familia a lo de su madre, según dijo, los ruidos y gemidos no lo dejaban dormir, el fantasma de La Coste deambulaba por la casa.

 


lunes, 15 de julio de 2024

Historia de pueblo chico.


 


La fiscal Suárez  tenía a maltraer a Garmendia, después del caso del gitano y de las opiniones de Garmendia a favor de la mujer inculpada en el caso, Suárez parecía provocarlo, hacerlo sentir incomodo por su defensa de la señora Benítez.  

Al regresar de sus vacaciones, Pedro Garmendia se encontró con Suarez en tribunales, ella lo miraba con insistencia mientras Garmendia conversaba con el juez Batastini. Al salir, lo acompañó, caminaba en silencio a su lado.

-¿Me va a invita a un café señora Suarez? – preguntó el inspector con una sonrisa.

-Es lo que pensaba hacer Garmendia, vamos al barcito del Turco -respondió seria.

Garmendia estaba nervioso, pensando, qué  se traerá entre manos esta mujer. Sin embargo, fue una simple charla de amigos entre comillas. Suarez era bonita, solo su seriedad le apagaba esa belleza, pero al conversar tranquilamente, café mediante, Pedro la descubrió diferente a la idea que se había formado de ella. Se despidieron con un apretón de manos y cada uno fue a su oficina.

Pasados varios días, ya se había olvidado de la fiscal, fue Carmona quien entró como una tromba y le dijo:

-Robaron en la casa de la fiscal Suarez, le dieron una paliza, está en el hospital…

Fueron a verla, estaba irreconocible, la cara hinchada, los ojos morados y la nariz era un bulto deforme. Intentó preguntarle algo y se dio cuenta que no podía hablar bien. Ella le hizo un gesto y él se inclinó, suavemente le susurró al oído un nombre; Juan Zaldívar,

 -¿Él es el culpable? 

Ella asintió con la cabeza, volvió a pedirle que se acerque y le dijo;

-Ayúdeme

Garmendia y Carmona salieron a la calle impresionados  por el estado de la fiscal, la golpearon con saña, con furia, por un robo no se puede castigar así a una persona, comprendieron que el robo fue un pretexto, lo que sucedió en realidad, fue una venganza y mucho odio contra ella. ¿Por qué? Eso debían averiguarlo.

En los archivos policiales, el historial de Zaldívar, merecía varios legajos. ¿Pero qué tenía contra Suárez para odiarla tanto?

Su última hazaña fue asaltar y matar a dos personas en un supermercado, intentó con ayuda de sus abogados salir libre.

La fiscal presentó pruebas irrefutables a los que sus cuervos no pudieron negar, ni coimear a Suarez.

Desde la cárcel, Zaldívar manejaba los hilos de su banda. Su amigo en la política intentó sacarlo de mil formas con todo tipo de artilugios, a los que Suárez lograba echar por tierra.

El odio de Zaldívar hacia la fiscal crecía, varias veces intentaron asaltarla, pusieron una bomba en su auto que voló por los aires y ella siempre  se había salvado, parecía que un ángel de la guarda la protegía, pero esta vez los gorilas de Zaldívar habían concretado casi su misión. La fiscal había salvada su vida de milagro. Ahora comprendia Garmendia el motivo de aquella mirada de Suárez en Tribunales y la invitación  a un café, ella sospechaba que Zaldivar volveria al ataque, sin embargo no se animó a decirle nada al detective.

Garmendia sabía que hablar con el mafioso sería en vano, negaría todas las acusaciones, sin embargo algo inquietaba al detective y era el motivo de tanto odio.

Fue a verlo, era un preso vip, bien vestido, su habitación no la compartia y en ella se veía un aire de comododad y casi lujo. Recibió a Garmendia con una sonrisa burlona, sabía de antemeno el motivo de su presencia. Como era de esperar negó ser el instigador del robo y el ataque a la fiscal, dijo no tener motivos y que comprendia que estar en la cárcel  fue su propio error y era merecido, Garmendia creyó descubrir burla en sus palabras, nada pudo sacar en limpio con su visita.

Al llegar a su oficina le esperaba una sorpresa, Carmona, su ayudante había logrado hablar con uno de los soplones que siempre les pasaba algún dato importante. 

El odio de Juan Zaldivar a  Suárez tenia un motivo y era el asesinato del hermano menor del delincuente. Suárez lo había detenido en el 2019 por robo y en una gresca entre presos un puntazo en el estomágo le había quitado la vida. Nadie dijo quién fue en culpable, o no se supo, la realidad es que el joven murió  desangrado, la furia de Zaldivar recayó en la fiscal y juro vengarse, casi lo consiguío en el ataque a su casa.

¿Cómo frenar a Zaldivar?

Por el momento lo único concreto era aislarlo, que no tuviera conección con el exterior, pero para eso debian descubrir quién lo protegia desde el poder.

Carmona y Garmendia visitaron al juez Batastini, conocedores del respeto y admiración que dicho juez sentia por la fiscal, le plantearon sus temores ante las actitudes de Zaldivar, pusieron en conocimiento del magistrado que la única solución por el momento hasta que se realizace el juicio, era aislar a Zaldivar, que no tuviera ningún contaco con el exterior en especial con sus familiares y los integrantes de su banda, que para eso había que quitarle sus celulares y todo tipo de comunicación con el exterior. Sin visitas. La respuesta fue que sería imposible, por la protección que un ministro del gobierno le daba.

-¿Quién lo proteje? -preguntó Carmona.

El Juez hizo silencio y con un gesto de impotencia dio el nombre del ministro; Daniel Funes. Garmendia y Carmona quedaron mudos.

-¿Cómo puede un hombre como él  protejer a un asesino?

-Eso no lo sé -respondió el juez- pero creo que lo tiene agarrado en un puño, debe tener pruebas de algún negociado turbio por parte del ministro, que lo puede hundir y hacer perder su cargo.

Luego de semejante confesión por parte del juez y sabiendo que no podrian denunciar la fuente, se retiraron de tribunales más amargados que cuando entraron.

Investigar el pasado del ministro era una oportunidad de encontrar un hilo conductor. Zaldivar y el ministro nacieron y se criaron en el mismo pueblo, en el sur de la provincia de Buenos Aires y tenian casi la misma edad. Viajaron hasta el pueblo que  había visto nacer a dos personajes tan dispares.

En el pequeño hotel que se alojaron recibieron la primera noticia que los sorprendió. El dueño era un señor mayor que conocia a los dos, Zaldivar y el ministro en cuestión habían sido grandes amigos en su juventud.

-La madre del ministro vive a pocas cuadras, ella les puede decir algo, en especial que sucedió para que se distanciaran con odio y no volvieran al pueblo.


La anciana debía  andar por los noventa años, una joven la cuidaba. Garmendia le pidió que los dejara hablar a solas. A regañadientes aceptó.

La memoria de la mujer a pesar de sus años era bastante clara, recordó que el motivo de la pelea entre su hijo Daniel y Zaldivar fue una mujer. Los dos se habían enamorado de la misma y las peleas los fueron distanciando, la mujer se llamaba; Elsa  Martinez. 

-La chica desapareció del pueblo, algunos me dijeron que había muerto, debido a eso los dos se fueron a la ciudad, nunca volvieron, mi hijo me envía dinero, pero nunca viene a verme...

Mientras salian la joven los acompañó a la puerta.

-Perdón, no pude evitar escuchar la conversación, ¿Ustedes buscan a Elsa Martinez?

Los dos la miraron  y repitieron juntos:

-Si.

-Ella vive en Coronel Suárez, es mi madre...

Quedaron mudos. La idea de la muerte y ocultamiento que se habían forjado rodó por el suelo.

-¿Nos puede dar la dirección?

-Primero le pregunto a ella.- respondió.

Habló por celular y  dijo:

-Quiere saber ¿quienes son?

-Tenemos una orden de tribunales para hablar con ella -mintió Garmendia.

Un poco sorprendida la joven les dio la dirección.

El auto de Garmendia zigzagueaba en un tramo de ruta de tierra. Al fin dieron con la casa. Era un chalecito del estilo década del cincuenta, con piedras en el frente, pero bien mantenido.

Elsa Martinez los recibió seria, se la notaba nerviosa. Garmendia le entregó un papel que ella leyó y luego preguntó:

-¿Qué quieren saber?

-¿Qué suedió entre Zaldivar y el ministro Funes? Y no me diga que le pregunte a ellos, ya lo hicimos, queremos su versión- dijo con firmeza Carmona, mientras ponia su celular en grabadora.

La mujer retocía sus manos y carraspeó varias veces, le costaba o no sabia por donde comenzar, al fin dijo:

Yo fui pareja de Daniel, el actual ministro, pero lo engañaba con Zaldivar, ellos eran muy amigos, pero yo era muy joven y me gustaban los dos, así que a escondidas de uno me veía con el otro. Cuando Daniel se enteró, se puso furioso...

Elsa no pudo contener las lágrimas, Garmendia la dejó llorar, hasta que la vio calmada. Ella prosiguió:

-Discutimos y en un arranque de furia comenzó a golpearme, casi me mata, escape como pude, arrastrandome llegué a la calle, un vecino me llevó al hospital, quedé internada y pidieron la captura de Daniel, sus amigos de la politica lo sacaron del pueblo y lo mantuvieron oculto hasta que todo se fue olvidando. Zaldivar me ayudó, me ayuda hasta hoy, cada tanto me hace una transferencia de dinero para que no hable...

-¿Qué es lo que tiene que callar?

-Que estoy viva.

-¿Cómo? - la voz de Garmendia fue un chillido.

-Zaldivar hizo pasar que yo había muerto debido a los golpes, no sé cómo lo consiguió, ni a quién compró en el hospital,  pero le mandó el diario del pueblo a Daniel con la noticia, lo tiene amenazado de por vida, es su forma de vengarse porque yo no lo elegí a él. Cuándo Daniel desapareció del pueblo, Zaldivar intentó que yo fuera a vivir con él, me negué y eso lo enfureció juro vengarse de Daniel, pero la que lo despreciaba era yo.

-¿Por qué no lo denunció?

-Vive con sus amenazas sobre mi hija y  no son pavadas, cumple siempre, en el pueblo hubo varios que se le rebelaron y terminaron muertos, hoy con el poder que tiene basado en el dinero, es peor... 

Dejaron atras Coronel Suárez y regresaron a Buenos Aires y fueron a ver al Juez Batastini. 


A partir de ahí todo se fue desarrollando en orden. Zaldivar pasó a una carcel sin atenciones especiales, sin telefonos y aislado del resto. El ministro Funes fue recibido por el Juez Batastini quien lo asesoró y le dió la noticia de que la mujer a quien creía muerta estaba viva y es madre de una hija. 

Que su mamá lo esperaba desde hacía años, que las cartas y el dinero no alcanzan para una madre.

Lo que le quedó sin entender a Carmona fue la orden que Garmendia le presentó a Elsa Martinez.

-Sospeché antes de salir que había algo turbio en este asunto, así que la escribi, la firme con una firma ilegible y la selle con un sello de mi oficina, la señora Martinez estaba tan asustada que no leyó los detalles.

-Mirá que tramposo resultaste Garmendia...


La fiscal Suárez regresó a su casa despues de sesenta días de internación, su primera salida fue a una cena con Garmendia, cosa que molestó a Carmona, pues el también participó en la aclaración de la mafia que ejercía Zaldivar, pero comprendió que, mejor hacerse a un lado, entre esos dos había algo más que agradecimiento.






martes, 25 de junio de 2024

El caso del gitano.



 

   El detective Garmendia se miró al espejo mientras se afeitaba, la navaja acariciaba su cara sin apuro y pensaba: “En qué baile estás metido Garmendia…”

Se secó la cara  y fue a la cocina.

Desde que su esposa lo había abandonado, hacía dos años, vivía solo.

Preparó el café. No dejaba de pensar en el caso que tenía entre manos y que se complicaba cada día.

José Montoya había sido asesinado, en una casilla de un barrio poco recomendable, en las afueras de Pilar. Había recibido una  puñalada en el estómago, tan profunda que se desangró. Aferraba en su mano una rosa roja.

El único vecino vivía a cien metros y  lo definió como un gitano raro y poco amable con el que no se trataba.

Se sirvió el café y fue meditando  los detalles del caso.

Montoya  era dueño de un pésimo carácter, lo dijeron sus familiares, se había separado de su tribu por discrepancias con ellos;  no se le conocía pareja, ni amigos.

Garmendia visito a varios y dejó su tarjeta a la espera de que, si recordaban algo se lo comunicaran.

El gitano  se dedicaba a comprar coches usados o robados, los arreglaba y los vendía. En un primer momento, pensó en la mafia que se encargaba de robo de autos; aunque fue descartado,  ninguno de los conocidos trabajaba para él.

Garmendia no hallaba un hilo conductor que le aclarara el crimen o que al menos le diera una pista. Terminó el café, se puso la campera, salió a la calle.

Era viernes y la mañana estaba soleada,  la ciudad era un caos, embotellamiento en cada semáforo y mal humor en los peatones que cruzaban por cualquier lado. Al llegar a su oficina, su asistente,  Carmona lo esperaba con novedades.

Un vecino de Montoya había llamado esa mañana, recordaba haber visto a una mujer que llegaba en un Ford Fiesta azul, siempre a finales de mes; entraba a la casa y diez o quince minutos después salía muy apurada. Por la forma de vestir, pollera larga color naranja, blusa blanca y cabello sujeto con un pañuelo de colores, dedujo que era  gitana, una vez se había cruzado con ella  y le quedó grabado lo blanco de su piel.

Otra novedad fue hallar, en la casa de Montoya, muy bien escondido  en la solapa de su agenda, el número telefónico de una tal: Soledad Benítez y su dirección.  Averiguaron y coincidían con la esposa del secretario de Comercio Exterior; Vicente Benítez.

—Esto se está enredando cada día más —dijo Garmendia— ¿Qué amistad podía tener la esposa de un tipo tan importante con un vendedor de autos robados.

—Tal vez le compró  o le llevó su coche para arreglar…

— ¿Te imaginas a una señora como ella en semejante barrio?

Era difícil  imaginarlo, pero en el celular de Montoya aparecieron demasiadas llamadas al teléfono celular de la señora Benítez.

Los detectives la visitaron, se encontraron con una bella mujer de unos cuarenta años, muy elegante. Ella declaró que no  conocía a Montoya, pero  que desde hacía un tiempo recibía llamadas obscenas, a tal punto que había pedido el cambio de número telefónico. Al salir, Garmendia preguntó a su asistente:

— ¿Algo te llamó la atención?

—Dos cosas —dijo Carmona— el nerviosismo de la señora Benitez y la blancura de su piel…

 

Juan Heredia era primo de Montoya y se había comunicado con los detectives, ellos fueron a visitarlo. Era dueño de una inmobiliaria en Derqui.

La oficina de Heredia  lucía pulcra y él se advertía una persona agradable.

—Sabía que mi primo,  algún día iba a terminar así — fue lo primero que dijo sin apenarse.

Les sirvió café a los detectives y siguió conversando.

—He recordado que hace poco más de un año, él estuvo en mi oficina; ese día vino a pedirme dinero, cosa usual en él. Estaba sentado en ese rincón —señaló un sillón de espaldas al ventanal que daba a la calle— mientras yo atendía a un cliente, entró una señora muy elegante y lo vi mirarla y sorprenderse, ella no había reparado en su presencia, él se acercó y recuerdo el gesto de desagrado de la mujer. Él le hablaba muy despacio no logré escuchar; pero ella dio media vuelta y salió. Mi primo la siguió y quedaron hablando en la vereda. Entendí por los gestos que discutían, ella subió a su coche y se fue. Él anotó  la patente y entró  de nuevo. Le pregunté quién era y respondió: “una antigua amiga que regresa del más allá”. No le entendí y agregó “con semejante ropa cara, debe haber pelechado bastante en la vida, esta amiga me va a salvar”. Le di algo de dinero y se fue. No lo volví a ver.

— ¿Recuerda quién era esa mujer?

—Nunca la había visto, ya le dije, entró y sin explicar para qué había venido, se fue y no volvió.

— ¿Y la marca y color del auto?

—Era un Audi blanco.

Al salir Garmendia le pidió a Carmona que averiguara el historial de la señora Benítez.

— ¿Te parece necesario?

—Pensá que no siempre fue la esposa de un secretario de Comercio Exterior. Quiero que averigües lo que puedas de su pasado.

 

Siguieron preguntando a los vecinos del gitano, y otro repitió la historia de la gitana en un auto azul, que llevaba una rosa roja en el pelo y, agregó que la patente terminaba en 15, lo recordaba porque lo había jugado a la quínela y había acertado.  Investigaron y en casa de los Benítez no había un auto azul.

— ¿Tal vez lo pidió prestado a una amiga?

—Será mejor que lo averigües —respondió Garmendia— este caso se complica y sin embargo creo que la solución está frente a nosotros y no la vemos.

En el pasado de la señora Benítez, sólo hallaron su tiempo de actriz del under. Sus viejos compañeros la recordaban como una chica encantadora y muy buena actriz. Nada anormal.

Carmona llegó a la oficina de Garmendia con la novedad de que, en el entorno de la señora Benítez  nadie tenía un auto azul.

—Creo que estamos poniendo los ojos en la mujer equivocada. La gitana que iba a ver a Montoya a finales de mes, ¿Quién era? ¿A qué iba? A hacer el amor, no lo creo, en tan corto tiempo no se puede hacer nada. ¿Para qué visitarlo mensualmente? 

—Puede que fuera a pagar la cuota de un coche… —Garmendia no estaba convencido — o una deuda.

—O un chantaje —dijo Carmona.

El detective saltó de su silla y comenzó a dar vueltas.

—Eso me parece creíble y cercano a una verdad y al tipo de persona que era Montoya. ¿Pero dónde encontrar a esa  gitana?

—Hay que averiguar si hay comunidades gitanas o familias en la zona cercana a Pilar y si conocían a Montoya.

Mientras Carmona investigaba, Garmendia  volvió a la casa del gitano. Revisó cajones, estantes, ya la policía científica había pasado por todos los escondites, pero él esperaba encontrar algo, ese algo que le diera una pista.  Cuando ya desistía de su reconocimiento, comenzó a sacar unos diarios apilados en un estante y entre ellos, apareció un  álbum de fotos.  Varias fotografías habían sido quitadas, la cartulina más oscura demostraba que había sido recientemente. Se llevó el álbum.

No se había equivocado, los especialistas corroboraron su primera idea. Tal vez no tuviera que ver con el crimen, tal vez sí.

Varios días después Carmona trajo la novedad, ninguno de los gitanos de Pilar se conectaba con Montoya; pero, y eso sí fue una novedad: la madre de Soledad Benítez tenía un Ford fiesta azul y la patente terminaba en 15. La citaron.

Cecilia Sepúlveda se mostró sorprendida  al verse frente al detective. Tendría unos sesenta años, muy bien vestida y con una sonrisa simpática, lo contrario de su hija. Cecilia no entendía por qué  estaban interesados en  su coche. Presentó sobre la mesa de trabajo del detective los papeles de su auto.

—Como ve señor Garmendia tengo  los documentos de mi coche al día.

El detective sonrió.

—Señora no es mi intención controlar sus papeles, simplemente quiero preguntarle si usted fue alguna vez hasta Pilar a ver a un vendedor de autos usados, un tal  Montoya.

—No  hago viajes largos, solo me muevo en la capital.

— ¿Acostumbra a prestar su auto a alguna amiga?

—No. ¿Por qué tantas preguntas?

—Tenemos un caso policial y debemos investigar detalles, su auto, marca y color combina con el que estamos buscando. Nada más que eso. ¿Está segura que nunca prestó su coche?

—Sólo a mi hija cuando  lleva a lavar o al taller… el de ella.

La sonrisa de Cecilia Sepúlveda se convirtió en una mueca de hielo al decirlo, pareció arrepentirse.

—No se preocupe debemos estar equivocados —dijo Carmona mientras la acompañaba hasta la salida.

Al entrar, el detective  le dijo a su compañero:

—Vamos a ver a la señora Benítez.

La palidez de Soledad Benítez y sus ojeras le daban un aire fantasmal.

Los invitó a tomar asiento y escuchó  a Garmendia sin interrumpirlo. En un momento entró Vicente Benítez, saludó y quedó de pie, mientras Garmendia explicaba los pormenores del caso. Al terminar el detective, ella intentó hablar y la voz se le ahogó; fue el esposo quien dijo:

—Montoya fue pareja de mi esposa, él  era tan mala persona que ella lo abandonó y permaneció escondida en casa de una amiga por meses. Él la buscó, la consideraba su propiedad; en ese tiempo la conocí, la ayudé a cambiar su nombre y nos fuimos juntos,  yo estudiaba fuera del país. Habían pasado veinte años, cuando ese delincuente la encontró, no sé cómo consiguió nuestro número telefónico y comenzó a amenazarla con hacer públicas algunas fotos comprometedoras de aquellos años en que vivieron juntos. Mi esposa por temor a perjudicar mi carrera aceptó pagarle una cuota mensual exorbitante, hasta que ya no pudo más y le dijo que no  podía seguir así. Fue a verlo,  intentó llevarla a la cama, ella se negó y él la amenazó con una navaja…

Soledad hizo un gesto con la mano para que callara, se puso de pie y dijo:

—Quiso seducirme, me arrancó la rosa que llevaba en el pelo,  me negué a sus requerimientos y se ofendió, sacó una navaja y me amenazó, en el forcejeo él mismo se clavó el arma, al caer al suelo y me pidió ayuda, y yo salí corriendo, lo dejé herido y escapé. Mi crimen fue abandonarlo, tenía tanto miedo que temblaba, no sé cómo llegué a mi casa sin tener un accidente y  manejando en esas condiciones por la ruta.

--Murió desangrado….—dijo Garmendia.

Soledad no pudo evitar el llanto.

—¿Se vestía de gitana? —Preguntó Carmona.

—Sí, era una forma de que algún vecino de Montoya,  pensara que era un familiar o una amiga.

En la cabeza de Garmendia las ideas batallaban con su conciencia. Este era uno de esos casos en que el detective no quería proceder según marcaba la ley. Pero no podía hacer otra cosa, estaba seguro que la señora Benitez saldría libre, pero él no era juez, ni fiscal, sólo le dijo:

—Señora Benítez lo siento, un juez debe analizar su caso,  pero yo  debo cumplir con mi deber y detenerla.

Esa noche mientras cenaba solo en su casa, recordaba la cara de angustia de la señora Benitez y se arrepentía de ser tan fiel a su deber.