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martes, 12 de agosto de 2025

El secuestro.


 

¿Qué sucedía entre la fiscal Suarez y Garmendia?

Se preguntaba Carmona.

Pedro andaba de capa caída, como se dice en el campo cuando alguien está triste y no dice que le pasa. La fiscal no aparecía por la oficina como solía hacer unos meses atrás, cualquier motivo bastaba para que ella llegara con su sonrisa y se iluminara la cara de Pedro. Se han peleado seguramente, pensó Carmona, parecen dos adolescentes celosos, chiquilines, entre los dos no sé cuál es el más tonto.

Pero el trabajo no sabe de peleas de enamorados y el Juez Batastini los convocó para resolver un caso que lo tenía a mal traer.

Una niña de diez años, hija de un comerciante amigo del juez, había desaparecido en Pilar. La pequeña solía reunirse todas las tardes, con sus compañeros de colegio en la plaza frente al municipio, el lunes pasado se despidió de los chicos y nada se supo de ella, a su casa no llegó, ni los vecinos la vieron, fue como si se hubiera esfumado en el aire.

Los detectives visitaron a los padres, estaban desesperados.

-Es una chica tranquila -dijo Jaime Ovelar, el papá- estudiosa, sus amistades son las chicas del colegio, siempre van a la plaza después de clase, extrañamente el martes, no regresó a casa, siempre lo hacía acompañada de Juan y Carina, los vecinos, ellos se quedaron un rato más y ella no quiso esperarlos… se fue sola, así nos dijeron

La madre lloraba, era un murmullo quedó, que apenaba a Garmendia.

-¿Algún enojo con sus compañeros o con ustedes? ¿Le dijo algo que la preocupara?

- Nada -respondieron los dos al unisonó.

-Titina nos cuenta todo -dijo Sara, la mamá- suele ser observadora, hace unos días nos contó que al pasar por la esquina del colegio; alguien la miraba, era un hombre que estaba parado en la puerta del bar, ella iba con Juan y su hermana, luego el hombre los siguió, ellos echaron a correr y el personaje desapareció.

-¿Les dijo cómo era? -preguntó Pedro- ¿alguna seña particular?

-No, sólo dijo que era raro…

-¿Dónde viven Juan y Carina?

La respuesta fue interrumpida por el timbre de calle. Era la fiscal Emma Flores. Entró muy seria, saludó a los detectives y se acercó a los desconsolados padres. Pedro aprovecho la presencia de Emma para tratar de escapar, parecía sentirse incomodo con su presencia.

-Vamos a visitar a los amigos, para ver si conseguimos alguna información- dijo Garmendia a la madre de Titina.

-Un momento -intervino la fiscal- vamos a ir juntos, esperen...

La fiscal repitió las preguntas que ya había hecho Garmendia, los padres dieron las mismas respuestas, luego, los tres, salieron juntos rumbo a la casa de los amigos de la niña.

La casa de Juan y Carina era muy elegante, la madre de los chicos lo hizo pasar, se la notaba preocupada.

-¿Ustedes piensan que es un secuestro extorsivo?-preguntó mientras los hacía pasar. Ellos no respondieron. Los llevó hasta el living y les pidió que tomaran asiento, Juan y Carina ya estaban allí. Fue la fiscal la primera en hablar.

-¿Cómo están chicos?

Se los notaba atemorizados.

-Cuenten sobre el día que el hombre los siguió…

Fue Juan el que tomó la iniciativa:

-El tipo estaba en la puerta del bar, nos miraba fijo, en especial a Titina, pero noté en su cara algo raro, como si estuviera emocionado, sus ojos brillaban, no me dio miedo, pero Titina se asustó – miró a su hermana- ¿notaste lo mismo que yo?

-No vi si estaba emocionado… -respondió Carina- me asusté igual que Titina, lo que recuerdo es que tenía ropa vieja, no sucia, era vieja, nos siguió.

-Por lo visto lo observaron muy bien -exclamó Suarez- ¿qué más recuerdan? ¿Los siguió y ustedes qué hicieron?

-Corrimos una cuadra y cuando miramos atrás, ya no estaba.

-Ya dijeron todo lo que recuerdan – interrumpió la mamá- será mejor que los dejen tranquilos.

-Señora no queremos molestar, pero son los únicos que nos pueden dar algún dato – dijo Garmendia y preguntó- ¿les pareció joven o mayor?

-No sé- dijo Juan- tal vez cuarenta años, tal vez menos, se lo veía descuidado, sufrido…

La fiscal y los detectives se miraron, agradecieron a los chicos y se retiraron, fueron caminando hasta el bar donde supuestamente había estado ese hombre.

Tomaron asiento cerca de un ventanal, Garmendia se acercó al mostrador, pidió tres cafés y charló con el encargado. Al volver les dijo:

-El mozo lo recuerda, vino varios días, se sentaba en aquella mesa desde donde se ve la plaza y miraba a los chicos jugar, pero no sabe quién era, ni su nombre, confirmó lo que dijo Juan, su cara era de una persona sufrida, y estaba mal entrazado, tal cual dijo Carina, los chicos fueron buenos observadores.

Un dibujante de la policía fue al bar y con los datos del mozo, realizo un identikit del hombre misterioso.

Luego Garmendia fue a ver a Juan y Carina, la madre lo miró con fastidio, los chicos contemplaron el identikit y confirmaron el parecido, Carina dijo que el pelo era más largo.

Fueron directamente a la casa de Titina, los padres seguían en la misma desesperación. Garmendia les dijo lo sucedido con los chicos y con el mozo del bar. Les mostraron la imagen. La observaron y el primero en hablar fue Jaime:

-Me resulta conocido, pero no sé de dónde…

Sara contemplo el identikit y Carmona que estaba frente a ella pudo observar un estremecimiento, desvió los ojos y dijo:

-No lo conozco.

-Está segura señora Sara -preguntó Carmona mirándola fijo a los ojos.

Ella de mal modo respondió:

-Si digo que no lo conozco es porque no lo vi nunca en mi vida.

Los detectives se retiraron. Durante el viaje de regreso Carmona comentó como la mujer se estremeció al ver el identikit, la reacción a su pregunta y su parecer sobre ella.

-Vamos a investigar a los padres -dijo Garmendia.

Comenzaron por los compañeros de trabajo de Jaime, él era gerente del banco zonal, desde que había llegado a Pilar. Todos lo apreciaban, decían que era buen compañero. Al consultar a los vecinos, declararon que el papá era amable, sobre la mamá, la respuesta fue más ambigua, pocos la conocían, era una mujer retraída, poco conversadora y no gustaba de socializar con el entorno, generalmente vivía encerrada.

Investigaron que su última residencia había sido en CABA, alquilaban un departamento en el barrio de Almagro, los vecinos del edificio no supieron dar detalles, no los recordaban, solo una anciana les dio datos que arrojaron algo de luz al tema de la desaparición de la niña. Según la mujer, Sara no podía tener hijos, hasta que un problema de salud de su empleada doméstica, sufría de un cáncer terminal, les cambio la vida. La empleada, les entregó en adopción a su pequeña de dos años y les dijo que el padre estaba preso por robo.

Para evitar comentarios en el barrio, se mudaron de la noche a la mañana sin dejar dirección.

La fiscal Suarez visitó a los padres, a solas con ella, se sentirían más cómodos para confiar su secreto. Suarez les dijo como iba la investigación y hasta qué punto habían llegado, ellos no negaron nada, confirmaron todo lo que Garmendia y Carmona investigaron.

-Ahora dígame la verdad -dijo la fiscal mirando a Sara- ¿usted reconoció al hombre del identikit?

Jaime miraba a una y otra sin entender. Sara estaba muda.

La fiscal suavizo su voz al decir:

-Señora es importante que sea sincera, es su hija la que estamos buscando, no ponga trabas y diga la verdad.

La cara de Sara era de piedra, se negaba a hablar, Emma perdió la paciencia y exclamó:

-Sara entienda que Titina puede estar en peligro, para usted qué es más importante, ¿la vida de su hija o el qué dirán?

-Es su padre biológico. – dijo con rabia y mirando a la fiscal a los ojos.

-¡¡Qué…!! – la voz de Jaime fue un grito- ¿No me dijiste que había muerto en la cárcel?

-Era mentira, por eso quise irme del edificio de Almagro, la madre murió, sabía que al quedar en libertad iba a reclamar a su hija -no lloraba, se la notaba amargada, miró a los presentes uno a uno -¡Es mi hija, ese ladrón no me la va a quitar!

La fiscal comenzó a dar vueltas por la habitación, al fin se detuvo y se sentó frente a los padres.

-¿Sara cómo se llama el padre de Titina?

-Montero, Santiago Montero.

-¿Se comunico con usted en algún momento?

-Si, cuando salió de la cárcel hace dos años me llamó, no sé cómo consiguió mi número, tiré el celular y compré uno barato con otra línea y creí que nos iba a dejar tranquilos.

- ¿Por qué no me dijiste la verdad? ¡Es el padre! - Jaime estaba indignado.

-Titina es mi hija, no me la va a quitar -Sara estaba fuera de sí.

Emma intento tranquilizar a los dos, les hablaba suavemente, pero Sara no entraba en razón.

-Buscaremos los datos de Montero y seguro encontraremos a Titina – les dijo Emma.

La fiscal se reunió con Garmendia y Carmona, la frialdad que hubo entre los dos, al principio del caso, parecía haberse quebrado. Carmona sonreía por dentro al ver que la fiscal y el detective hablaban mirándose a los ojos.

Fue fácil dar con Santiago Montero. Encontraron a la niña, en buen estado, el padre le había contado la verdad, pero ella no entendía nada, lloraba clamando por sus padres.

Regresó con ellos, entre sollozos, preguntó si verdaderamente ese hombre era su papá, le dijeron la verdad, la muerte de su mamá biológica y la vida equivocada de su padre.

El juez se compadeció de Montero, no volvería a la cárcel por el rapto de Titina, pero debía demostrar arrepentimiento, y presentarse mensualmente ante él, conseguir trabajo y si cumplía con los requisitos le permitiría visitas a su hija.

Estaba en sus manos cambiar su vida.

Carmona satisfecho con el final de la historia, se dedicó a observar a Garmendia y a Emma, el enojo había pasado, Emma lo llamaba al celular, pero no salían juntos como antes.

-Ya se están acercando -pensó Carmona- en una semana volverán a dormir juntos.

Y colorín colorado, está historia ha terminado.

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 17 de julio de 2025

El caso de la señora Ponce.


 

 

 

El inspector Garmendia recorría la cocina de la familia Ponce, observaba con atención a Eugenia, la secretaria, que entre lágrimas relataba lo sucedido.  

—Llegué a las ocho como todos los días, la encontré dormida y la dejé descansar, tiene la costumbre de tomar varias pastillas para dormir —se secó los ojos, continuó relatando entre suspiros—. Regresé a las diez, estaba en la misma posición, le hablé, comprendí que no me oía. Algo raro estaba pasando: llamé al doctor.

    — ¿Cuál fue el diagnóstico? —inquirió Garmendia.

    —Paro cardíaco —al decir esto se largó a llorar, era tan delgada y menuda que su cuerpo se agitaba como una rama al viento.

La dejó desahogarse, luego insistió:

    — ¿Había tenido algún disgusto?

    —No sé, no me comentó nada. Ayer la vi cenando sola, le pregunté si necesitaba algo más, respondió que no y me marché. Parecía muy tranquila.

    —¿Sabe si tenía enemigos, problemas familiares?

    —Enemigos no, sólo que siempre discutía con su hijastra Silvina, eso la ponía de mal humor.

    — ¿La chica vive aquí?

    —A veces sí, otras con sus amigas y cuando se le termina el dinero; regresa. No estudia ni trabaja.

    — ¿Ese era el motivo de las peleas?

    —Sí, la señora le decía que era una gitana.

Se abrió la puerta y entró una joven como una ráfaga. Vestía con elegancia, sus ojeras oscuras le daban aire de agotamiento, pero no le quitaban belleza.

    — ¿Qué sucedió? ¿Qué le pasó a Marcela? —preguntó mirando a Eugenia.

    —Esta mañana la encontré muerta. El inspector Garmendia —dijo señalándolo — está investigando.

    — ¿Investigando? —miró de arriba abajo la flaca figura del inspector.

    —Pura rutina señorita.

La joven salió. Al regresar, su cara lucía una palidez extrema, Garmendia le pidió hablar a solas, se dirigieron a la biblioteca.      

—Señorita Ponce…

— Me llamo Silvina.

—Silvina, la señora tiene marcas en los brazos, parecen quemaduras.

— Ella es artista plástica, suele soldar metales.

— ¡Ah!  ¡Puede ser!  Necesito los datos de la señora –dijo Garmendia.

Quedaron solos en la biblioteca.

 

Días después el inspector regresó a la casa de los Ponce, acompañado por Carmona, su ayudante. Eugenia abrió la puerta y en un tono nada amable dijo:.

    — ¿Otra vez, ¿qué necesita?

    —La extrañaba a usted —respondió con una sonrisa pícara, notando que no era bienvenido— ¿Sigue trabajando?

    —Silvina me pidió que ponga en orden los papeles de la señora —los acompañó al living. Era tan frío su trato que Garmendia confirmó que su presencia y Carmona no eran apreciadas por la secretaria.

    — ¿Por qué? ¿Hay desorden?

    —Cuentas que pagar, y poner al día los libros. ¿Qué necesitan?

    —Si nos permite recorrer la casa. No la vamos a molestar.

    —Voy a llamar a Silvina y consulte con ella —se alejó moviendo su pequeña silueta con desenvoltura. Al entrar la señorita Ponce, le sonrió con tristeza y lo acompañó, hablaba tratando de desahogarse:

    —Me siento mal. Estoy arrepentida de todas las perrerías que le hice a Marcela. Creí que se había casado con mi padre por interés, tenían tanta diferencia de edad. Pero el abogado Galindez me dijo que ella había puesto el setenta por ciento de la herencia a mi nombre.

— ¿Quién es Galindez?

—El abogado de Marcela, primero lo fue de mi padre, luego de mi madrastra.

Recorrieron las habitaciones, llegaron al baño, era amplio, canastos blancos de varios tamaños, le daban un aspecto muy sobre cargado, Carmona curioseaba todos los rincones.  

— ¿Busca algo? —preguntó Silvina.

—No sé. ¿Notó algún cambio?

—No.

—Si nota algo infrecuente nos avisa.

—Inspector, me resulta rara su actitud. ¿Qué sospecha?

—Señorita no sospecho, su madrastra fue asesinada. Las quemaduras en sus brazos y manos no son producto de una soldadura.

Los ojos de Silvina se abrieron y su cara adoptó un gesto de asombro.

—Por eso le pido que me avise si nota algo diferente —. Garmendia notó sinceridad en la muchacha—. Estamos investigando a todos los de la casa.

 — ¿A mí también? —preguntó la joven.

—Sí, a usted también.

—Pero mi madrastra era una mujer sin enemigos.

—Usted la creía su enemiga —exclamó el inspector.

—Es cierto, pero yo no sería capaz de asesinarla.

—No lo sé —respondió Garmendia con una sonrisa.

Siguieron recorriendo la vivienda, el inspector preguntaba detalles que Silvina respondía con seguridad. En un momento Garmendia descubrió que la secretaria los vigilaba. ¿Trataba de de escuchar lo que conversaban?

Regresaron a la oficina con registros bancarios y documentos importantes de la señora Ponce.

Fue Carmona quien investigando la cuenta bancaria, descubrió un faltante de tres millones de pesos, que habían sido retirados días antes de su muerte.  

Garmendia regresó a la casa de los Ponce para hablar con Eugenia, ella lo hizo pasar y le ofreció una silla y quedó de pie frente a él, con los brazos cruzados. observándolo con fastidio.

—Hace pocos días, de la cuenta de la señora Ponce retiraron una cantidad importante de dinero. ¿Lo sabía?

 —Si, la señora hizo el cheque, lo cobré y le entregué el dinero, no sé más.

 — ¿Siendo su secretaria, no estaba informada, no preguntó?

 —No, no me correspondía. Siempre realizaba lo que la señora me pedía sin preguntar.

La oficina era un salón pequeño, sin ventanas y con muchos estantes cargados de carpetas y libros. Eugenia respondía con las justas y necesarias palabras. Viendo que no lograba nada importante, el inspector se despidió. Al salir recibió un llamado de Perrucho, el forense del caso Ponce, el informe que le dio lo sorprendió.

Una hora más tarde, lo llamó Silvina Ponce:

—Lo invito a tomar un café, quiero que hablemos.

Se encontraron en un bar cercano a la seccional. El detective llegó primero, pidió un café y se sentó cerca de la ventana para verla llegar. Silvina fue puntual. Luego de escucharla, comprendió que la sospecha de Perrucho, el forense estaba tomando forma.

—Creo que la madeja se está desenredando solita —dijo el inspector.

— ¿Qué quiere decir? —Silvina lo miraba sin entender.

—Por ahora vamos encontrando, el cómo, pero me falta saber ¿Quién y por qué?

La joven lo miró esperando que dijera algo más y Garmendia guardó silencio.

Se despidieron, Silvina quedó inquieta al darse cuenta que no confiaba en ella, era claro que el inspector estaba escondiendo una carta importante. Él permaneció en la vereda mirándola partir, era bonita, su cabello rojizo y suelto atraía las miradas de los hombres que pasaban cerca. Garmendia no la creía capaz de un crimen, pero…

 

Al llegar a la morgue fue directo a la oficina de Perucho, lo encontró ordenando unos papeles que terminaba de imprimir.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Trato de poner orden en este caos.

La oficina era un cuadrado de dos por dos, con un escritorio, computadora, una vieja impresora y dos sillas desvencijadas, las paredes manchadas de humedad le daban aspecto de abandono. Garmendia tomó asiento y el perito le dijo:

—La señora tiene pequeñas quemaduras generadas por el paso de corriente eléctrica  

—¿Cómo se originaron?

—Eso no lo sé, es tu campo de investigación. Cuando la piel entra en contacto con una fuerza eléctrica, la energía se transforma en calor y quema la superficie dañando los tejidos localizados bajo la piel. Una persona mojada, puede o no, sufrir quemaduras, lo que sí sufre; es un paro cardiaco que si no se atiende rápidamente lleva a la muerte.

—¿Pudo ser provocado? —el inspector miraba al forense con ansiedad.

—Puede ser que sí, hay que averiguar, cuál fue el detonante.

Garmendia abandonó la oficina de Perrucho. En la calle el aire fresco pareció serenarlo, le dolía la cabeza, cada paso de la investigación agregaba un nudo más difícil de deshacer.

Decidió que le convenía visitar a Galindez, el abogado de la señora Ponce.  Descubrió que al letrado no le caía bien la señorita Eugenia.

—¿Qué opinión tiene de la secretaria?

—Ella es una chica sin ningún detalle especial, un tanto soberbia. 

—¿Le puedo preguntar por qué no le gusta la secretaria?

—¿Se nota? —preguntó con una sonrisa burlona.

—Sí.

—Se tomaba atribuciones, no sé que más decirle, me cae mal y punto.

— ¿Qué tipo de atribuciones se tomaba?

—A veces yo llamaba para hablar con mi cliente y me decía que no me podía atender, cuando se lo preguntaba a Marcela, no le había avisado de mi llamada.

—¿Sabe algo de un faltante de tres millones de pesos, de la cuenta de la señora?

—Marcela tenía su cuenta, no me consultaba sobre sus fondos particulares. Yo me ocupaba de la renta que recibía mensualmente, hacía inversiones, que consultaba con ella.

— ¿Quién pudo odiarla hasta causarle la muerte?  —preguntó el inspector.

—No lo sé, era una buena persona.

Mientras hablaban sonó el celular de Garmendia, escuchó y sólo dijo:

—En media hora voy para allá.

Se despidió y mientras manejaba rumbo a la casa de los Ponce, pensaba: “Esto se está complicando”.  

Al llegar lo recibió la secretaria.

—Inspector, falta una obra de la colección que estaba en del depósito.

Bajaron al sótano, era un amplio salón, rodeado de estantes con obras en exposición y otras embaladas, le mostró la pieza en los catálogos.

—Es pequeña, pero de gran valor —se notaba que Eugenia estaba nerviosa— iba a ser expuesta en la bienal de Roma el año entrante. Era una de las preferidas de la señora Marcela.

—¿Cómo entraron los ladrones?

—No lo sé, había dos llaves, una la tenía la señora, la otra estaba guardada en su escritorio, es la que usé para entrar, y las ventanas que comunican con el exterior son pequeñas están a ras de la calle y tienen rejas.

—¿Puede ser que hayan robado el día que la mataron?

—Tal vez, no sé qué decirle.

—Será mejor que cierre con llave nuevamente, hasta que vengan los peritos de la científica a tomar huellas y a investigar. ¿Puedo pasar al cuarto de la señora?

Eugenia lo acompañó, lo dejó solo, el inspector halló un mueble cerrado con llave, con una ganzúa lo abrió. Encontró cartas, al leerlas su cara iba cambiando de expresión. Las guardó en el bolsillo interno de su saco. Fue a la oficina de Eugenia y se despidió, ya en la calle, respiro hondo, estaba confundido, sospechaba de todos. Se quedó en su coche ya era tarde, de un momento a otro la secretaria debía retirarse. La espero. Media hora después ella salió, subió a su coche y partió. Él la siguió a corta distancia. Eugenia se detuvo en un restorán, entró. Garmendia espero unos segundos, ingresó y se sentó en un rincón apartado, podía observa sin ser visto. Eugenia hablaba con un joven, discutían.  Garmendia no lograba oír la acalorada conversación. Con su celular los fotografió. Ellos se retiraron, ya en la calle él la tomó por los hombros, intentaba calmarla, subieron al coche de ella y se fueron.

Al día siguiente, el inspector averiguó con el abogado Galindez quién era el joven al que había fotografiado. Resultó ser Iván, el hermano de Eugenia.

Las cartas encontradas, demostraban que entre Ivan y la señora Ponce, había existido una relación amorosa. La diferencia de edad no fue una imposibilidad con solo leer las esquelas se comprobaba una fuerte pasión entre ellos.

 

Los informes forenses trajeron luz sobre las quemaduras en el cuerpo.

La señora Marcela Ponce había fallecido por un infarto producido por una descarga eléctrica, Los peritos descubrieron que estando en la bañera, hubo un cortocircuito al encender el hidromasaje. La descarga la mató y eso produjo las quemaduras.  La falla en el sistema eléctrico no fue casual, fue preparado. Seguramente por el mismo que retiro el cuerpo, lo secó, lo vistió y lo llevó a la cama.

Garmendia tenía en la mira a Silvina, Eugenia e Iván. Tal vez los tres habían participado en el crimen, una corazonada le decía que eran dos, ¿Pero quienes?   

Los tres fueron detenidos. Antes de que llegaran sus abogados, el inspector atacó. Les tomó declaración por separado. Trataría de que creyeran que entre ellos se acusaban, el truco era viejo, pero siempre daba buen resultado con el más torpe. Comenzó por Eugenia, la más débil.

 

Como era de imaginar durante el interrogatorio la secretaria, lloró a moco tendido, en un rincón Carmona observaba en silencio.

—¿Sabía el destino del dinero que sacó del banco? —preguntó el inspector.

—Ya le dije que no.

—Su hermano dice que sí, que usted le entregó el sobre y que sabía del chantaje.

—¡Miente! Eso me lo contó él unos días después cuando descubrí lo que habían hecho, él y su novia.

—¿Quién es la novia? - intervino Carmona.

—Ustedes lo sabe muy bien, se acostaba con las dos. Con Silvina y con la señora Ponce.

—¿Por qué no lo dijo antes? Lo encubrió – Carmona la miraba fijo, acusándola con la mirada.

—No lo encubrí. Sospechaba, pero no tenía pruebas ya le dije, mi hermano me lo contó varios días después.

—¿Cuándo? ¿La noche que se encontraron en el restorán?

Los ojos de Eugenia se abrieron.

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

Garmendia le acercó el celular con las fotos. La joven se largó a llorar nuevamente. El inspector consideró que era demasiado estúpida para estar metida en el crimen.

 

Con Silvina la cosa fue distinta, no lloraba, guardaba silencio.

—¿Sabía del chantaje a su madrastra?

—No.

—Cómo que no, Iván dice que lo organizaron juntos -exclamó Carmona.

—Él puede decir lo que quiera.

—Cuando me llamó para decirme que el sistema de hidromasaje de la bañera no funcionaba ¿Qué quiso demostrar, ¿qué era inocente?

—…….

—Iván declaró que usted y él fueron socios en el crimen.

—No voy a hablar sin mi abogado.

—Los peritos encontraron sus huellas y las de Iván en el sótano. ¿Dónde está la obra robada?

—Es lógico que mis huellas estén en las piezas, ayudaba a mi madrastra en el embalaje y traslado y me encargaba de tenerlas protegidas del polvo.

Quedó en silencio.

Garmendia comprendió que Silvina no iba a hablar, demostraba demasiada seguridad y la dejó tranquila. Carmona quedó afuera mirando el interrogatorio.

Con Iván fue diferente, el joven sacaba a Garmendia de las casillas.

—¿Dónde están las fotos con las que chantajeaba a la señora Ponce?

—No sé de qué habla.

—Marcela Ponce le entregó dinero para que se callara la boca sobre la relación que mantenían y para que le entregará los negativos y las fotos comprometedoras.

—No sé de qué habla —Iván lo miraba burlón, se lo notaba muy seguro.

—La señorita Ponce declaró que todo fue urdido entre Eugenia y usted.

—Miente —al decir esto dirigió al inspector un gesto sobrador, este sintió deseos de golpearlo, pero se contuvo.

 —El que miente es usted. Todo está en su contra, escribió las cartas, no lo puede negar, un perito calígrafo lo descubrirá. La secretaria era la única que sabía todos los pasos de la señora Ponce. ¡Eugenia y usted diseñaron el crimen! —la voz de Garmendia se elevó intentando provocarlo— ¡Los hermanitos asesinos!

Iván perdió los estribos.

    —Mi hermana es demasiado estúpida para planear semejante trabajo.

 Al decir esto, comprendió que se había delatado. Ciertamente las huellas de Iván en el sótano lo terminaron de inculpar.

 

Iván había chantajeado a Marcela Ponce con fotos secretas de sus momentos de pasión, le pidió dinero, que ella entregó con tal de evitar un escándalo. Las cartas del chantaje y las de amor estaban juntas en el mueble de su dormitorio.

No conforme con ese dinero, pensó en robar la obra de mayor valor. Pero ¿Por qué la asesino? Si ya había conseguido más de lo imaginado. Iván y Silvina quedaron incomunicados.

En el peritaje se demostró que un cable fue conectado desde el motor del hidromasaje, al caño del agua, así realizaron el crimen, el líquido, perfecto conductor de electricidad fue el medio.

A Iván lo acusaban sus huellas en el sótano, las cartas en las que exigía dinero a Marcela, pero Silvina y Eugenia no tenían nada que las acusara. ¿Había otro implicado? Iván solo no pudo idear tantos finos detalles, comentó Carmona.

Las fotos del chantaje no aparecían. Registraron el departamento de Iván y nada encontraron, las acusadas no las tenían. Iván aparentaba estar muy tranquilo, sabía que, sin las fotos, sólo   lo acusarían por el robo de la pieza de arte. Un buen abogado podría encontrar una salida para las cartas y otra prueba no había que lo incriminara. Un importante estudio tomó su caso, imposible que el joven pudiera solventar sus honorarios y allí el detective comenzó a sospechar que estaba equivocando de camino. Una idea cruzó como un reflejo, había que cambiar la investigación.  Con Carmona, y una orden de allanamiento se presentó en el estudio del abogado Galindez. Al ver al inspector y al ayudante el abogado los recibió sonriente.

—Hola, pasen y tomen asiento, ¿hay novedades?

—Sí y muy importantes.

—Lo escucho —El abogado encendió un cigarrillo y se reclinó en su silla.

—Tenemos una orden para registrar su oficina y abrir su caja fuerte —Galíndez se incorporó, su cara había enrojecido.

—¿Con qué derecho? —Elevó la voz— ¿Y por qué?

—Uno de los detenidos ha mencionado su participación en el crimen.

—¡Ustedes están locos! ¿Quién me puede incriminar? Marcela fue mi amor durante años, yo nunca le hubiera causado daño… siempre la amé.

—Lo sabemos.

—¿Lo saben…? ¿Qué saben? Ustedes, le creen a ese infeliz de Iván, a ese estúpido —al decir esto se puso de pie y comenzó a dar vueltas, se acercó al escritorio y golpeándolo, vociferó— ¡No tienen ningún derecho de registrar! ¡Fuera de aquí!

El ayudante de Garmendia salió de la oficina. El detective manteniéndose calmo le dijo:

—Yo no he dicho que fue Iván quien lo incrimino. ¿Por qué dice que fue él?

—No sé… creí entender que Iván me había culpado de algo —El abogado se iba serenando. Carmona y varios policías entraron con la orden de allanamiento y comenzaron a revisar el estudio. Galíndez se desplomó nuevamente en la silla.

En la caja fuerte estaban las fotos. Al verse descubierto, se cubrió la cara con las manos, era un hombre vencido. Al fin habló:

“Durante años fui amante de Marcela, aún en vida de su esposo, ella me dejó por Iván, fue un golpe a mi hombría, un chiquilín me había robado a mi mujer, estallé de celos. Rogué, supliqué, pero Marcela estaba deslumbrada por ese pendejo y su juventud, no quiso regresar conmigo. Me tomé el tiempo necesario y gané la confianza de Iván, sospeché que lo único que él buscaba era su dinero, no me equivoqué.  Comprendí que sería fácil vengarme y sin mover un dedo, el trabajo sucio lo realizaría Iván. Lo motivé con la idea de que realizará las fotos y el chantaje. Le aseguré que la herencia de los Ponce, era de Silvina. Iván es muy torpe y cuando se trata de dinero se ciega, quería todo el dinero de las dos. Entendió que para conseguir a Silvina debía sacar del medio a Marcela y cuando le sugerí como matarla, ni siquiera dudo, hasta le pareció divertido. Era el mejor camino para sacarse de encima a su amante y quedarse con Silvina y su fortuna. La obra robada fue simplemente un despiste, para que creyeran que fue un ladrón ocasional. Está guardada en una casilla de correo.

Lo llevaron esposado. Salió con la cabeza gacha y con un peso en los hombros que parecía cargar el mundo sobre ellos.

 

 

 

 

martes, 24 de junio de 2025

CRIMEN EN EL MERCADO CHINO.


Garmendia caminaba rumbo a su oficina, en el camino se cruzó con Carmona.

-Vamos al bar del gallego a tomar una cervecita, hace calor –le dijo.

Caminaron en silencio, Garmendia iba ensimismado en sus pensamientos.

Una vez sentados y mientras esperaban ser atendidos, Carmona preguntó:

-¿Qué te pasa, estás en otro planeta…?

-El caso del chino, ¿no te parece que lo solucionamos muy fácil?

-Es un caso simple, el ratero lo mató porque el chino lo encontró robando.

-Sin embargo, Lopecito es un borracho, pero no es un asesino, hace años que lo conozco y jamás ha sido violento, ratero si, asesino no – Garmendia no quería aceptar lo que el fiscal había decidido- el primo, dijo que al regresar del almuerzo encontró a Tao, caído entre las góndolas, estaba herido, llamó a la ambulancia y el chino murió en el trayecto, todo es muy de película….

-Vos qué sabes, tal vez Tao encontró a Lopecito robando, discutieron y el pibe perdió los estribos y lo mató.

-Cuando hable con él, ni sabía quién era el chino, Lopecito había entrado a comprar una birra.

Quedaron en silencio, al fin fue Carmona quién hablo:

-Vamos al interrogatorio, el fiscal Ferri, lo va hacer pedazos, ya lo tiene entre ojos por el tema de sus robos y sus curdas, con esto le va hacer pagar todo junto.

Cuando llegaron a la seccional, Lopecito ya estaba en la sala de interrogatorio, Ferri entró con varias carpetas, tomo asiento y sin decir palabras se quedó mirando fijó al acusado, el ratero estaba tranquilo. Los detectives observaban tras del cristal sin ser vistos.

Ferri preguntaba a los gritos, golpeaba la mesa tratando de intimidar al detenido, que sin embargo se mantenía sereno y respondiendo con frases cortas, explicó que esa noche estaba en el bar cenando y luego se quedó a ver el partido de River y Monterrey. Eran muchos los que daban testimonio de su presencia.

Ferri movía la cabeza ignorando las palabras de Lopecito.

-Lo quiere hundir – dijo Carmona.

-Y lo que es harto más grave es que lo va a conseguir, cuando Ferri se propone algo lo consigue, vamos a ver que nos dicen en el barrio.

Fueron directo al bar donde se reunían los amigos de Lopecito. Todos aseguraron que el muchacho había estado en el bar.

El mozo le mostró a Garmendia la libreta negra, acá está anotado lo que comió y no pagó porque no tenía plata, día, hora y 18.000.- $ de deuda.

Salieron en silencio, notaron que los seguían, aminoraron el paso y se volvieron de golpe, ante ellos un hombre los miró sorprendido.

-¿Por qué nos sigue? -preguntó Pedro.

El tipo sorprendido y tartamudeando les dijo:

-Escuché las preguntas que hicieron en el bar – el hombre estaba atemorizado, miraba a todos lados mientras hablaba- Al chino lo mató Zirui, el primo, hace rato que se llevan mal, se roban mutuamente y se culpan de todo, pero Tao se metió con la mujer de Zirui y ahí se pudrió todo, yo estaba en el piso de arriba y escuché, me asomé y vi que Zirui lo golpeaba.

- ¿Qué hacías en el supermercado?

- Trabajo allí, soy repositor.

-¿Viste cuando lo mató?

Garmendia lo tenía contra la pared y lo miraba a los ojos

-No. Escape por la otra escalera y corrí a la calle, solo vi que Zirui le clavó varias veces un cuchillo, y escapé.

-Vení con nosotros, vas a contarle todo esto al fiscal.

El hombre asustado quiso escapar, pero Carmona ligero, lo alcanzó en seguida. Una vez en la seccional, fue Ferri el encargado de las preguntas, el hombre se confundía y contradecía con cada respuesta.

-¿Cómo te llamas?

-José Sandoval, me dicen carbón…

-Quiero que me digas paso a paso lo que viste…

Dijo el fiscal con voz de pocos amigos

Repitió lo que ya le había declarado a Garmendia.

-¿Por qué no dijiste todo esto cuando te interrogaron en el mercado?

-¡Por miedo! Zirui en una mala persona.

- Cuando se peleaban, ¿vos dónde estabas?

-Ya se lo dije en el piso de arriba, escuché gritos y me asomé por la baranda, Zirui empuñaba un cuchillo y se lo clavó a Tao, al ver eso escape.

-Sabes que nadie sabe cómo murió Tao, no le clavaron ningún cuchillo, estás mintiendo.

-¡¡Si que le clavó un cuchillo!! y lo hizo varias veces en el pecho.

-Dijiste que escapaste, ¿cómo viste eso?

Volvió a tartamudear como lo hizo la primera vez que habló con Garmendia.

-Lo vi, le dije que lo vi, era un cuchillo que ellos tienen en la cocina, largo y filoso.

-Vas a quedar detenido por ahora.

El fiscal se retiró dejando al hombre todavía estremecido.

El fiscal Ferri se reunió con Garmendia y luego de varios minutos de conversación, Pedro y Carmona se dirigieron hasta el supermercado de los chinos, regresaron con Zirui, pero antes subieron al piso superior para sacar fotos del entrepiso.

En su declaración Zirui dijo que había discutido con su primo, que se fueron a las manos y en un momento Tao cayó contra las góndolas, golpeó la cabeza contra un fierro y quedó desmayado, allí lo dejó, Zirui cerró el negocio y se fue a almorzar, a las 16 hs regresó y lo encontró herido en el mismo lugar donde había caído, llamó a la ambulancia y lo demás ya lo saben.

El fiscal preguntó:

-¿Por qué pelearon?

-Mi primo  me robaba y molestaba a mi mujer…

 

Garmendia mostró a Ferri las fotos del entrepiso. El fiscal pidió que trajeran a Sandoval.

-Señor Sandoval, usted nos mintió -dijo el fiscal mirando fijo al detenido.

El acusado abrió los ojos con un gesto de incredulidad y dijo:

- ¿Qué quiere decir?

-Que nunca pudo ver a Zirui asesinar a Tao y ahora me va a explicar como sabe que fue asesinado a cuchilladas.

-Ya le dije que me asomé por la baranda y lo vi.

-Eso es imposible, la baranda tiene delante pilas de cajas de mercadería y por arriba de las cajas en imposible ver el piso de abajo.

Le mostró las fotos, sin decir palabra.

Sandoval comenzó a tartamudear, estaba rojo, golpeó la mesa y dijo:

-Me quieren hacer tragar un sapo, ustedes son los mentirosos -parecía un chico descubierto en una maldad- Tao era un hijo de puta, me descontaba del sueldo los cinco minutos que llegaba tarde, hasta me cobraba un vaso de agua…me trataba como a un perro.

-Eso no es motivo para matarlo -dijo Garmendia- te hubieras ido a trabajar a otro lado.

-Claro como si fuera fácil, usted que sabe lo que es ser negro y pobre, nadie te contrata....

-¿Qué hiciste con el cuchillo?

-Lo tire en un conteiner de la avenida.

Lopecito y Zirui recobraron la libertad y Sandoval quedó a cargo del Juez de turno.