Los
viernes era el día de encuentro, Garmendia, sus amigos y las partidas de póker en un antiguo bar de la calle
Guardia Vieja, solían extenderse hasta altas horas de la noche.
Un
viernes varios de ellos se retiraron temprano. Domínguez, Bertola, y Garmendia,
siguieron la charla. Alguien preguntó:
—¿Existe
el crimen perfecto?
Todos
miraron a Garmendia, que se encogió de hombros.
—Creo
que no, pero muchas veces los asesinos reciben
ayuda de nuestra impericia o de
la suerte — Se sirvió un Whisky, era el primero que bebía esa noche—. Hace
muchos años debí investigar el asesinato de una artista plástica: Eugenia
Molinos Ruiz. La autopsia demostró que la habían liquidado con cianuro Era viuda, vivía sola, su secretaria, Carina,
era su mano derecha, la joven llegaba por la mañana y se retiraba muy tarde,
era casi una esclava de su trabajo, o mejor dicho de la señora Molinos Ruiz. Durante la última semana de su vida, Eugenia, no se
sintió bien, pero no consultó al médico, pensó que era algo pasajero. —Garmendia hizo silencio para darle mayor
interés a la historia, sus amigos prestaban atención—.Su amigo íntimo y abogado
Sánchez Bordón estaba de viaje, al regresar fue a visitarla, la encontró muerta. Eugenia no había sido una
persona querida, muchos podrían ser sus potenciales asesinos. Había
que investigar.
Me
toco el caso y en la investigación salió a la luz la muerte de su hijastra
Marcela.
Meses
antes, la joven había fallecido en un accidente callejero demasiado evidente, para
ser casual, un camión subió a la vereda y atropelló a la chica, la dejo medio
muerta y desapareció, un transeúnte que pasaba vio lo sucedido y comprobó que
el vehículo no tenía patente ni
identificación. Los amigos de la chica, conocedores del malestar que había entre
Marcela y su madrasta, la señalaron. No se investigó. Hubo muchos comentarios y
ninguna prueba, solo el caminante que vio la situación y que declaró en el
momento y no dejó sus datos, o no se los tomaron… como ven otro caso turbio,
sin resolver, la señora Eugenia tenía demasiados amigos en la politica.
—¿Quiere
decir que fueron dos crímenes perfectos? —sentenció el loco Domínguez— Eugenia
y la hijastra.
—Sí.
Yo diría que uno motivo al otro. En el de la hijastra, las vinculaciones de
Eugenia, y la falta de pruebas, hicieron
que el caso se archivara muy rápido. Siempre creí que ese fue el motivo de la
muerte de Eugenia. Alguien tomó justicia
por mano propia.
Bertola
se reclinó en la silla y preguntó.
—No
sospechaste de alguien en especial.
—Sí.
Pero no encontré pruebas. Había sido alguien que tenía debilidad por la
hijastra de Eugenia.
—¿Debilidad?
—Alguien
que estaba enamorada de Marcela.
Los
ojos de todos se abrieron. Domínguez se sirvió otro Whisky y Bertola, sonriendo
maliciosamente exclamó:
—¿Enamorada?
Garmendia
asintió.
—Las
tortas son bravas cuando se enloquecen con alguna fulana—agregó Bertola.
—No
hables de más —dijo Garmendia— Marcela no era torta y Carina la secretaria… es
una mujer muy digna.
Bertola
hizo silencio.
—¿Por
qué los amigos de Marcela señalaron a la madrastra como culpable? —Preguntó
Domínguez.
—La
chica les había contado que su madrastra la había amenazado, quería hacerle
firmar ciertos documentos y ella se negó. Eugenia administraba toda la herencia
que el finado padre había dejado a su hija, casi media provincia de Entre Ríos,
pertenecía a la joven. Estaba próxima a cumplir veintiún años, momento en que
heredaría, no sólo esas tierras, también varios departamentos en Punta del
Este. Al morir Marcela, una cláusula del testamento, declaraba que toda la
fortuna pasaría a Eugenia.
—¡Que
hija de perra! —La voz de Bertola se
elevó con furia— la mató por la
herencia…
Garmendia
asintió con la cabeza, terminó su bebida y se puso de pie.
—Bueno
yo me voy, son las tres de la mañana, mi
mujer debe estar echa una furia.
Se
fueron retirando, al llegar a la puerta de calle, Domínguez le dijo a Garmendia:
—¿Te
llevó hasta tu casa? —le agradeció y subió al auto. Viajaban en silencio.
De
pronto Domínguez preguntó:
—¿Seguro
que no encontraste pruebas del crimen?
Pedro
lo miró como si un resorte lo hubiera hecho saltar. Le había caído mal la forma
que sonó la pregunta, había una ironía en la voz, no respondió. Domínguez insistió:
—Vos
sos un tipo muy ducho en investigaciones, algo debes haber visto o sospechado.
Pedro
Garmendia se mantuvo en silencio.
De
pronto, largando las palabras como si fueran gotas, dijo.
—Eugenia
Molinos Ruiz fue muy mala persona. Le cagó la vida a una piba que lo único malo
que hizo, fue nacer rica —se pasó la mano por la cabeza, estaba nervioso— en uno de los cajones del taller de
Eugenia, encontré varios frascos con
medicinas, averiguando con su abogado..---- me enteré que la señora era una
hipocondríaca. Hasta ahí, era casi normal. La que compraba las medicinas era
Camila, la secretaria, ella tenía llave de ese cajón, aparte de Eugenia, y la única que podría haber colocado
el cianuro. Revisamos los frascos y nada hallamos.
Domínguez
escuchaba en silencio la confesión de
Garmendia. Casi ni respiraba para no interrumpirlo. La ruta era una seda oscura
y silenciosa. Conducía sin apuro.
—Llamé
a Camila, la invité a tomar un café, y le pedí hablar del caso —dijo Garmendia— no tenía pruebas pero todas las conjeturas me
llevaban a ella. Nos encontramos días después en un café de
—No.
Tampoco la voy a acusar, no tengo pruebas. Esa semana, usted no estuvo en la
casa. Simplemente para que mi ego de investigador no se resienta, le pregunto:
¿Cómo lo hizo?
Asintió
bajando la cabeza, no lloró, creí que iba a hacerlo, bebió su café y taza
mediante, hablamos.
—Eugenia
era de esas personas que siempre estaba enferma, creo que su maldad se
expresaba con dolores. Siempre tomaba gotas de Belladona, que es usada para
muchos problemas orgánicos, entre ellos los dolores estomacales. Tomé el frasco de Belladona, lo vacíe a la mitad y
coloqué el cianuro. Durante esa semana
no me presenté a trabajar alegando que estaba con fiebre y un resfrío muy
fuerte, Eugenia por miedo a que la contagiara, recuerde que era hipocondriaca,
me rogó que no vaya a trabajar. Ella tomaba la belladona como si fuera agua.
Cuando llegó el abogado y la encontró muerta, me llamó inmediatamente. Llegué
al momento que él se comunicaba con ustedes, quité el frasco del cajón, lo guardé
en mi cartera y limpié con cuidado todos los detalles.
—¿Cómo consiguió el veneno?
—Detective,
tengo muchos amigas trabajando en laboratorios químicos, con dinero todo se
consigue, el silencio también. En algún momento Eugenia se iba a sentir mal, se quejaba continuamente de
dolor de estómago. Era seguro que usaría
La
miré irse, arrebujada en su tapado, caminaba con la cabeza gacha, era la imagen
de la desolación.
—¿La
denunciaste? —preguntó Domínguez.
—No,
¿con qué pruebas? Cómo vez, crimen
perfecto no fueron ninguno de los dos,
uno recibió su castigo porque fue encubierto, el otro, fue crimen sin
castigo, pero no perfecto.
Hola amigaaaa! volviste con todo, que alegria; un capitulo excelente con un Garmendia, siempre sorprendente.
ResponderEliminarEsta historia es una mezcla habil de misterio, intriga y emocion, esta muy bien desarrollada.
Te mando un beso y un abrazo deseando que hayas tenido una serena Navidad 🌟🎄🎅🎁❤️
Hola Hadita, ha sido una serena Navidad y espero que igual la hayas vivido vos.
EliminarGracias por tu comentario, me alegra saber que te ha gustado este cuento de Garmendia.
Un abrazo.
Vaya sorpresa, vengo de tu blog de poesías y no me esperaba al inspector Garmendia. Me ha gustado. Un abrazo
ResponderEliminarHola Inma, gracias por tu visita y tu comentario, eres muy amable.
EliminarUn abrazo.
mariarosa
María Rosa: ¡Feliz Año Nuevo!
ResponderEliminarEstimada Marinela, gracias por tus buenos deseos y espero lo mismo para vos, un año pleno de salud, paz y alegría.
Eliminarmariarosa
Un sólo detalle.
ResponderEliminarA la secretaria vengadora la llamas en Carina, en algunas veces. Y Camila, en otras.
Pero el resto está muy bien. Garmendia no la denunció pero si resolvió el crimen.
Y se confirmaba esa idea de enamoramiento.
Un abrazo.